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La verdad es que a la mayor parte de las personas con cierto grado de cultura les es incómodo ver que la dignidad de una autoridad se desviste a sí misma con el uso de recursos que rayan en la vulgaridad, donde a través de gestos ajenos a la persona se busca concitar la simpatía de una masa que rechaza lo antinatural.
La palabra “autoridad” proviene del latín auctoritas que en esencia se refiere al poder de que disponen algunos ciudadanos para exigir a los otros el respeto a las conductas consideradas correctas por la sociedad organizada. Esto que parece tan fácil, conlleva sin embargo una serie de elementos que le dan estructura y sustento, entre los cuales cabe señalar la propia obligación de las autoridades de observar las formas y protocolos arraigados en el alma nacional del pueblo que gobiernan.
Es así que cuando hablamos de una autoridad, estamos pensando en un ciudadano que por el tiempo que dure su mandato estará encargado de dirigir los destinos del país, de su región, provincia o comuna y a su vez de respetar la Constitución y las Leyes que conforman ?en lo grueso? las conductas fundamentales consideradas como positivas por la sociedad en su conjunto.
Si bien dichos cuerpos fundamentales no lo consideran, hay un componente esencial que se agrega a ellos, dado por el respeto a las tradiciones de la República, lo que a veces es dejado de lado por la pasión en el ejercicio del cargo, cuando se abandona la mesura y la prudencia que debe caracterizar a quien ejerce la autoridad. En tal sentido, es posible observar en forma cada vez más frecuente que los recursos faranduleros ejercidos a discreción durante las campañas políticas, terminan siendo incorporados como distintivos de carácter de los ex – candidatos y destacados como atributos de sencillez y naturalidad.
La verdad es que a la mayor parte de las personas con cierto grado de cultura les es incómodo ver que la dignidad de una autoridad se desviste a sí misma con el uso de recursos que rayan en la vulgaridad, donde a través de gestos ajenos a la persona se busca concitar la simpatía de una masa que rechaza lo antinatural.
El argumento de que “los chilenos debemos dejar de ser fomes” no vale cuando se ha dejado de ser un ciudadano común para recibir la potestad de un cargo que junto con otorgarle derechos le impone deberes irrenunciables. Una autoridad no necesita ser “simpática” ni requiere parecerlo. Lo que de ella se espera es que sea y parezca “autoridad”, cualquiera sea el nivel del cargo en que se desempeñe.
El respeto al protocolo diferencia los pueblos educados y cultos de aquellos primitivos e incultos. Es éste el medio que ordena las conductas que la tradición nacional ha seleccionado como las correctas para desarrollar determinadas actividades formales, llamadas por esa misma razón “protocolares”. Es por tanto el ceremonial establecido un sistema de procedimientos superior a quien ejerce la autoridad temporal, puesto que ha sido legado por la tradición y es su obligación entregarlo incólume a sus sucesores. No es propio de los cambios naturales en los estilos de conducción que diferencian a un gobierno de otro, el tener que cambiar el ceremonial y la tradición republicana.
Sabido es para quienes vivieron la época de la Unidad Popular, la degradación producida en el concepto de autoridad conseguido por los “compañeros intendentes” o “compañeros gobernadores” que llegaban a las ceremonias sin corbata o fuera de horario, demostrando su irrespeto por las formas, talvez para dar una señal de igualdad “hacia las clases trabajadoras”. ?entre otros? señalaban satisfacer la necesidad de gobernabilidad expresada a través del ejercicio de la autoridad y que el servicio de post venta es clave, puesto que de otra forma los clientes buscarán satisfacer en la competencia su necesidad insatisfecha. En esta suerte de mercado electoral, la fidelización no se logra solo con realizaciones materiales o nuevas leyes, si no también mediante el estímulo de los satisfactores que el cliente ansía. Uno de ellos, es que el producto no solo sea lo que decía ser, si no que también lo parezca. Así, pueden estar seguros que los electores esperan que como autoridades se diferencien del ciudadano común y ejerzan sin temor ni vergüenza el poder que les ha sido otorgado, pero a su vez que respeten las tradiciones y el ceremonial legado por la historia, sin permitir que sea banalizado por modas o por el simple capricho de hacer cambios sin razón justificada.
Sin embargo, es necesario reconocer que durante los veinte años de gobierno de sus herederos históricos, la tradición y el protocolo fueron mayormente respetados, con la excepción del vergonzoso episodio del trotecito con el que la primera autoridad de Chile acudió al llamado imperioso del tirano caribeño, dejando botada una ceremonia oficial en honor a nuestro país. Con esta lamentable excepción, el resto mostró un respeto acorde a la dignidad de los cargos que ejercieron, indicando que al parecer su periplo por el mundo durante los años del exilio les enseñó más que los mil días de Allende, respecto de la necesidad de mantener las tradiciones y las costumbres nacionales.
El problema en cuestión se hace presente al aparecer nuevas autoridades que parecieran no sentirse cómodas siéndolo, tratando de mostrar de todas formas que son simples ciudadanos y que no gustan de ejercer el poder político que les ha llegado de pronto. Gran equivocación de conducta y seguramente en la mayoría de los casos, de apreciación de lo que significa ser autoridad. A ellos habría que decir que la autoridad que ejercen les ha llegado por delegación de un pueblo al que ofrecieron sus servicios políticos para dirigirlo durante cuatro años, lo que fue aceptado y ratificado a través de las urnas y que su obligación presente es ejercer dicha autoridad y cumplir con lo ordenado por la nación chilena.
Tratándose en este particular caso de profesionales y técnicos ligados principalmente a la empresa privada, talvez sea conveniente decirles que el “mercado electoral” decidió comprar el producto ofrecido, cuyos atributos
Pueden estar seguros que sus electores y los chilenos del futuro se lo agradecerán.
18 de Septiembre de 2010
Patricio Quilhot Palma