Columna de Opinión

FORO DE BUENOS AIRES POR LA JUSTICIA, LA CONCORDIA Y LA LIBERTAD Asociación de Abogados por la justicia y la Concordia 19 y 20 de agosto de 2014

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

 

 

EXPOSICIONES DEL ABOGADO ADOLFO PAÚL LATORRE

 

PRESENTACIÓN

Agradezco la invitación de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia para participar en este Foro y a todos ustedes vuestra cordialidad y vuestra presencia en este acto.

            A continuación expondré algunos comentarios sobre los procesos judiciales seguidos en contra de los militares en nuestros países y me referiré al tema que me corresponderá exponer en este Foro: la Defensa Nacional y las Fuerzas Armadas. Se trata de un tema apasionante y, a la vez, muy ignorado e incomprendido.

Todos nosotros nos hemos formulado preguntas tales como las siguientes:  ¿Qué son las Fuerzas Armadas?  ¿Para qué sirven?  ¿Cuál es su razón de ser?  ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles son sus funciones o misiones?  ¿Cuál es la relación entre política y Fuerzas Armadas?  ¿Son realmente necesarias las Fuerzas Armadas?

No pretenderé, durante mi intervención de mañana, dar una cabal respuesta a todas estas preguntas; pero, al menos, trataré de dar algunas luces.

Al respecto pienso que, en primer lugar, debemos reconocer, como una realidad, el hecho de que en muchos sectores de nuestras sociedades hay personas que desconocen la función militar y que miran con indiferencia, con menosprecio, e incluso con franca aversión y hostilidad a las Fuerzas Armadas; que creen que ellas no tienen razón de ser, que solo sirven para los desfiles, que son la antinomia de la democracia, que distraen recursos que podrían ser destinados al gasto social y que lo mejor que se podría hacer con ellas sería eliminarlas.

            Este despego hacia las Fuerzas Armadas no es nada nuevo. El poeta Marcial escribía en el siglo I de nuestra era: “A Dios y al soldado todos los hombres adoran en tiempos de guerra, y solo entonces. Pero cuando la guerra termina, y todo vuelve a su cauce, Dios es olvidado y el soldado vituperado”.

Un repaso esquemático de la función militar permite establecer que la finalidad última de las Fuerzas Armadas es de índole política, que su razón de ser está en la resolución favorable del enfrentamiento armado, y que su justificación estriba en la seguridad de la sociedad a la que sirve.

            Los Estados no solo tienen el derecho, sino que el deber de proteger su seguridad con una defensa legítima.

Los ejércitos encarnan el exponente máximo de la voluntad de defensa de una comunidad política y del deseo de mantener su unidad, libertad e independencia.

            El profesionalismo militar entraña una firmeza en unas creencias y en unos ineludibles deberes, que se llevan hasta los límites más extremos de la abnegación y el sacrificio. Tal profesionalismo no acepta la interpretación mercenaria que de las Fuerzas Armadas algunos pretenden imponer. No se gana nada con tener gran cantidad de soldados, por muy bien armados y equipados que estén, si no están infundidos de una mística, animados por el sentimiento de amor a la patria y convencidos de la justicia de la causa por la que luchan y por la cual exponen su propia vida.

A este respecto Ortega ha señalado: “Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Medítese un poco sobre la cantidad de fervores, de altísimas virtudes, de genialidad, de vital energía que es preciso acumular para poner en pie un buen ejército. ¿Cómo negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la espiritualidad humana? La fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual. Esta es la verdad palmaria, aunque los intereses de uno u otro propagandista les impidan reconocerlo”.

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

En nuestra época, ese llamado no solo ha sido motivado por razones de agresiones externas, sino que también cuando la supervivencia de la patria ha sido puesta en gravísimo peligro por enemigos internos, como ha sido, por ejemplo, en los casos de Chile y de Argentina, que son los que más conozco.

En el caso de Chile, los militares fueron llamados en 1973 por el clamor de una amplia mayoría ciudadana; por organizaciones sociales, gremiales, religiosas y profesionales; así como por la Cámara de Diputados, para que ejercieran el legítimo derecho de rebelión ante un gobierno despótico y tiránico que había caído en la ilegitimidad de ejercicio; que había sumido a la nación en la violencia, el caos y la anarquía; que había destruido su economía y que pretendía instaurar una dictadura totalitaria marxista al estilo cubano.

En el caso de Argentina, en circunstancias que las bandas guerrilleras y el terrorismo con sus verdaderos baños de sangre amenazaban no solo la diaria convivencia, sino que la subsistencia misma de la nación, y ante una situación caótica que desbordaba a las instituciones policiales, en 1975 el gobierno ordenó a las Fuerzas Armadas: “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”.

Lo que ocurrió después es bien sabido: una vez solucionado el problema y restaurado el orden, los terroristas a cobrar y los militares a prisión.

Al respecto citaré lo expresado por el ministro de la Corte Suprema de Chile, Rafael Retamal, a Patricio Aylwin, cuando éste le hizo saber su preocupación por las acciones de las Fuerzas Armadas que afectaban la libertad y los derechos de las personas: “Mire, Patricio: los extremistas nos iban a matar a todos. Ante esta realidad, dejemos que los militares hagan la parte sucia, después llegará la hora del derecho”.

Pero, claro, después los heroicos hombres de derecho vinieron al rescate, cuando ya estaban seguros de que no los iban a matar a todos: condenaron públicamente a los militares que estaban peleando, los enjuiciaron y los metieron a la cárcel.

Lamentablemente en dichos países, al cabo de algunos años, personas de los mismos sectores políticos que promovían o amparaban la violencia armada llegaron al gobierno y al Congreso, pletóricos de odio y de deseos de venganza contra quienes les impidieron consumar sus proyectos totalitarios.

Por lo anterior los gobernantes a cargo del poder ejecutivo, con la complicidad de los poderes legislativo y judicial, han procedido a una persecución brutal contra los militares, con una iniquidad y una sevicia atroz.

Así fue como, por arte de magia, los guerrilleros y terroristas pasaron a convertirse en “víctimas inocentes” y los militares en el chivo expiatorio de todos los pecados cometidos en una época trágica y turbulenta.

Ellos pasaron a cargar con todas las culpas de los políticos civiles que exacerbaban el odio y la lucha de clases, que predicaban y practicaban la violencia como un medio legítimo para alcanzar el poder e instaurar un régimen totalitario marxista-leninista, y que son los grandes responsables del quiebre del orden institucional y de la consiguiente intervención de los militares y de sus secuelas.

Es por eso que los militares deben ser sacrificados. A ellos se les debe condenar, sea como sea. A ellos hay que aplicarles el lema “ni perdón ni olvido” y el “derecho penal del enemigo”.

A los militares hay que condenarlos a toda costa, sin importar si son inocentes, si están legalmente exentos de responsabilidad criminal o si su culpabilidad está atenuada o es inexistente.

Hay que condenarlos, sin importar lo que diga la ley y aunque no existan pruebas suficientes para ello.

Hay que condenarlos, sin importar que ellos tuvieron que exponer sus vidas en su ingrata tarea de reprimir a la guerrilla y al terrorismo, lo que era necesario para dar tranquilidad a la población y para poder reconstruir un país que —en el caso de Chile— estaba destruido hasta sus cimientos.

Y hay que condenarlos, sin importar si para ello es preciso vulnerar principios esenciales del derecho penal.

Y tampoco importa si para condenarlos hay que atropellar garantías o derechos que no solo están amparados constitucionalmente, sino que además en diversos tratados internacionales vigentes.

Nada de lo anterior importa. Todo principio, toda norma jurídica, toda legalidad, toda garantía constitucional, toda verdad, toda justicia, toda decencia y todo buen sentido pueden ser atropellados si ello es necesario para satisfacer los ánimos de odio y de venganza.

Para los militares no existe ni Estado de Derecho ni presunción de inocencia ni principios humanitarios ni convenios internacionales ni ley alguna que los favorezca, pero que sí les son aplicadas a los guerrilleros y terroristas.

Lamentablemente, tamaña corrupción no conmueve a nadie. Sobre esto nadie habla. La sociedad guarda silencio, en general por ignorancia. Y la dirigencia política también guarda silencio, pero este silencio es doloso.

Las aberraciones jurídicas cometidas por los jueces son incalificables, pues las arbitrariedades superan todo límite. Los tribunales que juzgan a los militares se asemejan más a un circo romano que a verdaderos tribunales.

Los militares que están privados de libertad son “presos políticos”, porque lo están no en virtud de la aplicación de las leyes, sino que por simulacros de juicios que las atropellan y cuyas sentencias condenatorias se encuentran descalificadas como actos judiciales válidos. Como dijo Platón: la peor forma de injusticia es la justicia simulada.

A mi juicio, los militares privados de libertad son personas que están secuestradas por el Estado.

Quienes deberían estar presos son los jueces que han cometido el delito de prevaricación y que han traicionado su deber de juzgar objetivamente; de hacer justicia aplicando la ley.

Estamos asistiendo a una crisis desastrosa del Poder Judicial, pues cuando se siembra a tal extremo la necedad y la mentira se recoge por fuerza la demencia. Cuando la justicia no es igual para todos, cuando una sociedad llega a este nivel, cae en la descomposición y regresa a la barbarie. Nuestras naciones deben estar muy enfermas para que las aberraciones que constatamos día a día puedan producirse.

Parafraseando a un importante poeta chileno me atrevería a decir: La justicia que se aplica en Chile y en Argentina a los militares haría reír, si no hiciera llorar. Una justicia que lleva en un platillo de la balanza la verdad y la ley y, en la otra, el odio, la venganza y el desprecio por la ley. La balanza inclinada del lado de este último platillo. Dura e inflexible para los militares, blanda y sonriente con los guerrilleros y terroristas.

Condenar a cientos de militares ancianos a morir enfermos, humillados y martirizados en una cárcel, sin una asistencia médica oportuna y lejos de sus familias, no constituye un camino que contribuya al bien común de nuestras sociedades ni ayudará a obtener la paz y la reconciliación entre compatriotas.

 

¡Ya es hora de decir basta al abuso y a la odiosa persecución contra los militares!

 

            Urge poner fin a procesos con claras connotaciones políticas, ya sea mediante indultos o amnistías, extinguiendo toda acción vengativa en contra de los militares, para clausurar un pasado violento y cargado de odios y de discordia, promover la unión nacional y afianzar la paz interior.

            Finalizaré esta presentación compartiendo con ustedes algunas reflexiones sobre la patria y las FF.AA.

En nuestros tiempos en se cuestionan valores tales como el honor, el valor, la lealtad, la autoridad, la patria, la obediencia, la disciplina, la abnegación y el sacrificio; y se tiende a hacer prevalecer el materialismo y el hedonismo; diversos sectores interesados se empeñan en presentar a las FF.AA. como instituciones perversas, y a sus miembros como encarnación de la violencia, del odio y del abuso.

En tiempos en que se niega la validez, la necesidad y la razón de ser de las FF.AA., y en que se promueve una amplia variedad de aseveraciones sin fundamento, de falacias, distorsiones y falsedades acerca de ellas, es preciso ilustrar a nuestras comunidades nacionales acerca de la nobleza de la función militar y de la vital importancia que las FF.AA. tienen para garantizar la paz, la libertad y la seguridad de la nación.

Con ello se contribuiría al entendimiento de este desconocido e incomprendido sector de nuestras sociedades y, de ese modo, se propendería a la cohesión y a la unidad nacionales; unidad de la que dependen, en gran medida, la pujanza y la vitalidad de las naciones.

La patria es el valor fundamental de quienes profesan la carrera de las armas; valor cuestionado a veces, hoy como en el pasado, pero que mueve a los hombres desde la antigüedad. Y es un valor tan grande, que lleva a los hombres a dar su vida por él; y si algo se valora más que a la propia vida, es porque se considera superior a ella. Y lo superior a ese ser limitado que es el hombre resulta, para él, en algún modo, incomprensible y misterioso.

Confusos prejuicios impiden a algunos acercarse intelectualmente a la esencia de la patria, que comprende bienes diversos: físicos, como el territorio; humanos, como los hombres que son sus hijos; históricos, culturales y morales.

Pero la existencia de bienes, implica la de un sujeto que les asigna un valor. Por ello es posible afirmar que la patria es un producto del amor. La patria es lo que se ama; es el sentimiento de un lazo común en el presente y en el pasado, que junta en una unidad corazones y conciencias; es la comunidad moral e histórica de la que nos reconocemos parte; es la conciencia y el sentimiento de la nación.

La patria es en gran parte la obra de todos los que la sienten; es como el ser amado, que, para serlo, necesita que alguien lo ame. Pero la patria no es algo abstracto: es la tierra en que nacimos y nos formamos, son sus hombres, sus valores, todo aquello que supone su defensa. Por ello es la patria un valor supremo, que trasciende al hombre y que es, evidentemente, algo más elevado que la política partidista.

La patria designa a la heredad completa del hombre; ella no solo está formada por los ciudadanos que en un momento dado habitan en su territorio, sino por la memoria y el recuerdo de cuantos antepasados, a través de la historia, escribieron en ella páginas brillantes y nos han legado su nombre y sus hazañas. Y está formada, también, por la esperanza en quienes han de sucedernos y continuarán el relato interminable de nuevos esfuerzos, de nuevos sacrificios. Por eso, al defender la patria defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer.

 Los militares son los guardianes de la patria. Guardianes frente al exterior, sin duda, y en el interior también tienen misiones que cumplir; pero su principal guardia debe estar encaminada a que no se desvirtúe la noción de patria; aquel nexo espiritual que da vida a la nación y que constituye el alma nacional.

Al respecto, debemos recordar aquel pasaje del Evangelio que dice: “No tengan miedo de los que les puedan matar el cuerpo; sólo teman a quien les pueda matar el alma”.

Es por ello que el mayor peligro actual es el cambio cultural, que va penetrando, corrompiendo y cambiando la sociedad, ya sea consciente o inadvertidamente.

Y esto es así, porque si el cambio cultural consigue que se olviden aquellos valores esenciales de nuestras tradiciones, aquellos valores que han ido formando a nuestras naciones; si consigue que la moral de la sociedad tome rumbos distintos de aquellos que hemos recibido; si llega a cambiar nuestra forma de ser y nuestro modo de reaccionar; en vez de un ciudadano amante de su patria, nos encontraremos con un individuo sin voluntad y sin coraje, dispuesto a la resignación y a la entrega.

Podría ocurrir, entonces, que las Fuerzas Armadas no pudieran cumplir con su misión al no existir una patria a la cual defender. Y de nada sirven las instituciones armadas si no hay patria.

LA DEFENSA NACIONAL.  NECESIDAD Y MISIÓN DE LAS FF.AA.

FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            A continuación expondré algunas ideas en torno a la Defensa Nacional y a las Fuerzas Armadas: su razón de ser, su necesidad, sus misiones y su función política.

 

  1. LA DEFENSA NACIONAL

 

I.1. Seguridad y defensa

            En primer lugar, repasemos algunos conceptos básicos:

            —¿Cuál es la noción de defensa?:  Evitar un daño.

—¿Cuál es, por ende, su rasgo característico?:  La sospecha de ese daño.

—¿Cuál es el objetivo de la defensa?:  Resguardar.

            Tenemos, entonces, que la finalidad de la defensa o de los medios de defensa es la de precaverse contra una amenaza, un daño, riesgo o peligro.

En otras palabras, la defensa tiene por finalidad garantizar la seguridad.

I.2. El  concepto  de  seguridad nacional

            Llevada esta seguridad al plano nacional, podemos decir que la seguridad nacional es un concepto que expresa la condición o capacidad de un Estado para prevenir, enfrentar y superar los riesgos, amenazas o peligros —externos o internos— que atenten contra su existencia, estabilidad o desarrollo.

I.3. La  idea  de  Defensa  Nacional

            Si aplicamos los conceptos anteriores al nivel nacional, tenemos que la Defensa Nacional está constituida por las medidas destinadas a conseguir seguridad nacional.

 

            La Defensa Nacional es, por consiguiente, el conjunto armónico de medios para lograr el objetivo fundamental y permanente de Seguridad Nacional.

La organización de la defensa es un problema permanente y básico de toda organización política; es una función esencial del Estado, que precede a cualquier otra función o fin.

I.4. Defensa  nacional  y  fuerzas  armadas

            Podría afirmarse que nadie quiere la guerra, pero la historia nos dice que por desgracia ninguna nación está libre de verse envuelta en ella.

            Si nos fijamos bien en la realidad de las cosas y queremos ahondar hasta su esencia, ningún ejército del mundo ha existido, ni existe, ni existirá si no es para alcanzar un fin y ese fin es evitar la guerra mediante la disuasión, y si la disuasión no funciona, alcanzar la victoria y tras esa victoria asentar la paz.

            Cada ser social internacionalmente diferenciado tiene sus intereses, sus egoísmos, sus ansias de dominio o, al menos, sus ansias de supervivencia, que dan lugar a conflictos internacionales de cuya existencia nadie puede dudar.

            Lo ideal es que todos los conflictos internacionales se resuelvan por el camino de la negociación. Pero, y aquí reside la suprema razón social de la existencia de los Ejércitos, ninguna nación ha ido nunca a una mesa de negociaciones si no ha sido previamente disuadida de que le conviene prescindir del camino de la fuerza. Esta es, pues, la función radical de todo Ejército: disuadir a la nación en conflicto con la propia, del empleo de la fuerza y facilitar la vía de la negociación.

            Pero nunca nadie ha negociado nada con una nación inerme; ese caso no se ha dado aún en la historia. Una nación inerme, una nación sin fuerza militar propia, o prestada, o respaldada por otra, no es sujeto de negociación: es solamente sujeto de sometimiento.

  1. NECESIDAD DE LAS FF.AA.

 

II.1. Política  y  fuerza  militar

La necesidad de los ejércitos es tan antigua como la Humanidad. Desde las raíces de la Prehistoria se han constituido comunidades humanas que han luchado entre sí. Por eso desde el principio han existido ejércitos, conflictos, vencedores y vencidos. ¡Qué bien entendió las lecciones de la historia Miguel de Cervantes!: Con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios.

Sin una fuerza armada que custodie a la sociedad contra la agresión, sea ésta externa o interna, el Estado no podría existir. Sin el respaldo de la fuerza no hay interés defendido ni objetivo alcanzable ni, en suma, política posible.

II.2. Las  Fuerzas  Armadas

            La pregunta crucial, que todos nosotros muchas veces nos hemos formulado, es la siguiente: ¿Para qué sirven las Fuerzas Armadas de una nación?

La respuesta, sencilla, clara y contundente no puede ser más que una: ellas sirven para garantizar la paz en libertad de la nación, protegiendo los irrenunciables intereses nacionales. Su justificación descansa, pues, en la paz y la seguridad de la sociedad a la que sirven y de la cual forman parte.

Y, ¿cuáles son las características esenciales de las Fuerzas Armadas? Podríamos decir que son dos: la disciplina y la posesión de armas. Sin aquella estaríamos ante una horda, y sin éstas, solo tendríamos una especie de orden monástica.

            Conforme, pero ¿qué son las Fuerzas Armadas?, ¿cuál es la función específica de ellas en una sociedad?  Estas preguntas son también esenciales.

Al respecto nos podríamos preguntar: ¿qué lugar ocupan, en la realidad social, las Fuerzas Armadas?

            Como ha expresado Julián Marías, cuando se habla de Fuerzas Armadas lo primario no son las armas ni siquiera las fuerzas. Esto es paradójico. Lo primario es la organización, es el orden, es la cadena jerárquica, es, en definitiva, la autoridad; pero la autoridad como poder moral, es decir, a última hora, como poder espiritual.

            La fuerza militar no es fuerza bruta sino espiritual. Lo único que puede mover racionalmente al enfrentamiento armado y a soportar debidamente los sacrificios que impone es la ilusión de un ideal por el que valga la pena luchar, y éste solo puede provenir del espíritu. Si ese ideal no existe o se pretende crear de manera artificial, la ilusión no se produce y el móvil desaparece reduciéndose así los ejércitos a fuerza bruta, incapaces de cumplir satisfactoriamente las misiones para las que fueron creados.

            Vivimos en una época de crisis, una crisis dentro de la sociedad. Estamos en un mundo definido por una crisis general de legitimidad de la autoridad. Pues bien, en épocas de crisis social y especialmente de crisis de la legitimidad, las Fuerzas Armadas frecuentemente son el resto de la legitimidad: por lo que tienen de organización jerárquica, por lo que tienen precisamente de autoridad, suelen ser lo que queda, el resto de la legitimidad en crisis.

Esto es lo más valioso que tienen, y lo más necesario para una sociedad.

Diríamos así que en este sentido, en estas circunstancias, las Fuerzas Armadas representan el rescoldo de una legitimidad más amplia que ha estado comprometida, o que está apagada; el rescoldo para volver a encenderla. A veces se  puede, sobre las cenizas, sobre el rescoldo de un fuego que ha ardido, volver a encenderlo y pueden brotar nuevamente las llamas. Esta es la función capital que tendría ese precioso, inestimable rescoldo de la legitimidad.

Las Fuerzas Armadas son, ante todo, fuerzas organizadas y disciplinadas, ordenadas al servicio de la comunidad: la fuerza como servidora del bien común. Ellas existen para apoyar la política exterior e interior de los Estados; no tienen más ideología y norma que el servicio a la patria, y como meta una misión de convivencia pacífica internacional y de paz interna.

            Las Fuerzas Armadas constituyen la reserva moral de la nación y la instancia final a la que ésta recurre cuando una crisis política amenaza su sobrevivencia; ellas constituyen el último círculo jerarquizado de la sociedad, capaz de salvar de su disolución a una comunidad política.

            Por ello también se ha dicho que el destino de la humanidad depende a veces, en última instancia, de un pelotón de soldados.

            Es por todas estas razones que se ha definido a las Fuerzas Armadas como una institución especializada para resguardar y asegurar, en última instancia, los valores sagrados de una sociedad.

III. MISIÓN DE LAS FF.AA.

III.1. Las  misiones  de  las  Fuerzas  Armadas

Las Fuerzas Armadas tienen como misión la defensa del Estado mediante las armas. Sin embargo, en la práctica, ellas han cumplido esta misión de forma o por procedimientos muy diversos y no se han limitado solo a este cumplimiento, sino que, con frecuencia, han desempeñado otras muchas funciones de orden político y social.

En principio, hay tres posiciones básicas en relación con las misiones que, en esquemas políticos diferentes, se atribuyen o encomiendan a las Fuerzas Armadas:

  1. Son el brazo castrense de un partido político que ocupa el poder.
  2. Son un cuerpo estrictamente profesional y técnico, cuya única misión consiste en prepararse para la guerra y hacer la guerra.
  3. Son la salvaguarda, en paz y en guerra, de los valores permanentes de la nación.

La primera misión —brazo castrense de un partido— debe ser rechazada de plano. Podríamos aceptar la segunda —profesional y técnica—, siempre que ella esté enmarcada en la otra elevada misión de ser la salvaguarda de lo permanente de la nacionalidad.

Las FF.AA. tienen el deber moral ineludible de que la nación subsista, de que no se disuelva; que podamos entregar a nuestros hijos la tierra que heredamos de nuestros padres; y que nuestro patrimonio histórico, cultural y espiritual no se tergiverse, no se manipule y no se mancille. Las Fuerzas Armadas deben defender no solo el territorio —la plataforma física del Estado—, sino también la esencia de los valores de la patria.

            En los tiempos actuales, las Fuerzas Armadas se ven enfrentadas ya no tan solo a enemigos externos, sino que también a irregulares y solapados enemigos internos, que tratan de confundirnos, escondiéndose tras ideologías que aparentan pluralidad y respeto por los demás.

            Si a las Fuerzas Armadas les corresponde la defensa de la nación, no pueden olvidar que hoy la guerra con la que tienen que enfrentarse no es solo la convencional, sino también la revolucionaria; una guerra irregular que actúa a través de la guerrilla y del terrorismo o por medio del cambio cultural.

 

III.2. Las  fuerzas  armadas  garantizan  el  orden  institucional  de  la  República

 

Las Fuerzas Armadas son, por otra parte, las garantes en última instancia del orden institucional de la República.

Este aserto es solo la expresión de un hecho de la realidad. Los gobernantes de un Estado normalmente apelan a su institución militar durante los estados de excepción constitucional, ante emergencias públicas que afecten significativamente la seguridad nacional.

Las Fuerzas Armadas son y han sido siempre la reserva moral básica de la nacionalidad, a la cual ésta recurre en las crisis más extremas.

            Solo tales instituciones tienen la capacidad material, técnica y administrativa —sumadas a su  natural disciplina y cohesión interna— para controlar una situación de caos o de grave anarquización, restablecer la autoridad y el orden, y, en ocasiones, para hacerse cargo del gobierno del Estado.

A las Fuerzas Armadas, como símbolo y expresión que ellas son de la nacionalidad, no les corresponde intervenir ni pronunciarse en las luchas de la política contingente. Pero, cuando desbordando el campo de las pugnas ideológicas y partidistas se amenazan los fundamentos mismos de la patria, ésta encuentra y reclama en los institutos armados su última salvaguardia.

En situaciones límite, la supervivencia del Estado se encuentra abiertamente en la esfera militar. En tales casos, las Fuerzas Armadas no tienen otra opción legítima que la de intervenir y actuar. La intervención militar —aun cuando es un recurso extremo— es, en ocasiones, un inexcusable deber.

            Cuando surgen graves dificultades no es ni el Parlamento, ni los jueces, ni la Constitución escrita quien salva al país. En esos momentos, el ejército cobra vigorosa importancia y utilidad, y no existen razones para no utilizar su provechosa colaboración. Es conocida la frase de Simón Bolívar, en el sentido de que en los momentos de peligro “jamás un Congreso ha salvado a una República”.

 

 

  1. FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            La historia nos demuestra que la participación militar en la política —en sus más diversas manifestaciones— ha sido tan persistente, y en ocasiones tan profunda, que cabe hablar de una función propiamente dicha y no de un papel meramente circunstancial.

Si entendemos, con Sánchez Agesta, que “política es aquella actividad que tiende a la organización y defensa de un orden basado en el bien común”, forzosamente habremos de afirmar que el ejército es una institución política; que la finalidad de la institución militar es de índole política.

Las Fuerzas Armadas no son ajenas a lo político en su más fundamental acepción. Por otra parte, hay una serie de aspectos que implican al ejército en la política.

Si apreciamos bien la realidad de las cosas, podremos darnos cuenta de que los militares siempre cumplen una función política; sólo varía la forma en que ésta se manifiesta.

            En efecto, si tratamos de ver cuál es la realidad de la función militar, nos daremos cuenta de que ella existe en virtud de unas finalidades netamente políticas que deben ser satisfechas. Incluso la guerra misma es un acto político. La apreciación, tantas veces repetida, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, nos parece bastante alejada de la realidad y causante de no pocos equívocos. La guerra es en sí misma una opción política más, ya que con ella se persiguen finalidades exclusivamente políticas. El hecho de que el enfrentamiento armado se resuelva de forma fundamental por medio de procedimientos técnicos militares no desvirtúa su naturaleza política y por eso la función militar es de ejercicio técnico-profesional y de finalidad política.

            La función política de las Fuerzas Armadas es manifiesta por la intervención. Ésta posee normalmente un carácter reactivo y denota una crisis de una organización política o, al menos, una insuficiencia de ella para solucionar problemas fundamentales. Políticamente es muy improbable que las Fuerzas Armadas intervengan en situaciones de orden, en que el poder constituido es eficaz e idóneo y responde a los principios usualmente admitidos en su ejercicio o en momentos de plena cohesión social.

            El ejército es la salvaguarda de lo permanente. La naturaleza de su misión está más allá de las opciones políticas concretas y temporales. Las Fuerzas Armadas están por encima de la política partidista; ellas están directa y entrañablemente unidas al pueblo y a sus instituciones fundamentales, y son depositarias de su confianza y seguridad.

            Sin embargo, no es raro que los militares, que son como la última reserva de la nación, tengan que hacerse cargo de un país en ruinas, que ningún civil aceptaría gobernar. En estos casos sería erróneo acusar a los militares de destruir un gobierno constitucional, cuando no han hecho otra cosa que darle sepultura.

            Al respecto cabría citar al senador chileno Francisco Bulnes quien, refiriéndose a una conversación sostenida con quien a la sazón era Presidente del Senado, señaló: “Frei y yo consideramos el 20 de agosto de 1973, en una larga conversación, que Chile no tenía otra solución que la militar. El análisis que hicimos en esa ocasión nos llevó a la conclusión de que aún en el caso de que Allende renunciara, el substituto no podría gobernar a la nación dado el estado caótico imperante”.

            En ciertas ocasiones son los propios gobernantes u otros actores políticos quienes conscientemente, a fin de imponer sus ideologías totalitarias, buscan la destrucción de la democracia; o que, por su ineptitud, crean las condiciones que hacen imposible su subsistencia y que, en casos de graves crisis provocadas por ellos mismos, llaman a las FF.AA. para que actúen como árbitros o para que asuman el poder y hagan el trabajo sucio.

            Los miembros de las Fuerzas Armadas no buscan ni desean ejecutar tal trabajo, pero saben que cuando está en peligro la subsistencia misma del Estado, cuando están en riesgo intereses vitales de la patria, están obligadas a hacerlo en cumplimiento de sus misiones de garantizar el orden institucional, resguardar la seguridad nacional y defender la patria.

            Las Fuerzas Armadas saben que en tales casos su obligación moral es intervenir y actuar. Y saben también que después que hayan salvado a la nación, después que hayan impuesto el orden y arreglado los problemas que aquejaban a una sociedad enferma —con los costos que tal cirugía trae consigo—, los responsables del caos aparecerán, descaradamente, como los “restablecedores de la democracia”; sin reconocer responsabilidad alguna en los hechos que condujeron al país a tal situación, negando los éxitos del gobierno que tuvo que asumir para superar esa emergencia, atribuyéndose sus logros, contradiciendo las declaraciones que habían hecho cuando el país iba rumbo al despeñadero y criticando a los militares por los abusos y excesos cometidos.

            Qué bien describíó esta situación hace casi dos siglos Alfred de Vigny —en su obra Servidumbre y grandeza militares—: “cuando el soldado se ve obligado a tomar parte activa en las disensiones entre civiles pasa a ser un pobre héroe, víctima y verdugo, cabeza de turco sacrificado por su pueblo, que se burla de él. Su existencia es comparable a la del gladiador y cuando muere no hay por qué preocuparse. Es cosa convenida que los muertos de uniforme no tienen padre, ni madre, ni mujer, ni novia que se muera llorándolos. Es una sangre anónima. Y, cosa frecuente, los dos partidos que estaban separados se unen para execrarlos con su odio y con su maldición”.

¡Qué enorme verdad encierra este lúcido pensamiento! ¡Qué notable paralelo con nuestras situaciones actuales!

REFLEXIONES FINALES

            Concluiré mi exposición con algunas reflexiones finales.

            A fin de evitar la intervención de los militares en política, se han introducido en los ordenamientos jurídicos de nuestros países una serie de reformas con las que se pretende “profundizar la democracia”, lo que encierra el peligro de transformarse en un totalitarismo.

            Lo que se pretende con las reformas es lograr una completa neutralización de las Fuerzas Armadas y que éstas no tengan participación política alguna; mediante diversos procedimientos, que van desde buscar una división interna, pasando por una disminución de personal y de recursos, y una minimización de sus funciones, hasta el despojo de sus valores tradicionales.

            Menoscabando y humillando a las Fuerzas Armadas, piensan algunos, se aseguraría que ellas nunca más intervendrán en política ni “atentarán contra la democracia”.

            De lo que se trata, en definitiva, es de destruirle a los militares su capacidad moral para intervenir y asumir el poder político en caso de que se den situaciones que pongan en riesgo intereses vitales de la patria y no haya otro recurso para salvar a la nación.

            Lo que se persigue es lograr que los militares sean funcionarios moralmente neutros, cuyo único oficio consista en el manejo técnicamente eficiente del arma que se ponga en sus manos. Se habla de profesionalizarlos, de devolverles su sentido profesional, o que deben reinsertarse en sus tareas profesionales, cuando en realidad lo que se busca es hacer desaparecer en los militares la convicción interior sobre la finalidad de su profesión y, así, reducirlos a la condición de instrumentos ciegos en manos de quien tenga el poder.

            Las Fuerzas Armadas, de ese modo, se transformarían de órgano del Estado a instrumento del gobierno. Así, ellas dejarían de ser lo que tienen que ser.

            Por otra parte, hay que considerar que para ciertos sectores de izquierda, las Fuerzas Armadas encarnan principios y valores que hacen imposible el tránsito hacia el socialismo. Ellos reconocen en los hombres de armas el freno que les ha impedido consumar sus proyectos totalitarios. Por eso consideran perentorio castigar el poder, la influencia, el prestigio y la capacidad de reacción de los institutos armados.

Por lo anterior, uno de los objetivos del Foro de Sao Paulo es la “persecución mediática y judicial de quienes combatieron en la guerra contra la subversión durante la década de los 60/70”, la “desvalorización de los símbolos patrios” y la “destrucción moral y física de las Fuerzas Armadas y de seguridad”.

Como bien ha dicho el general Heriberto Auel, el estado de guerra revolucionaria se mantiene, porque la actitud hostil del enemigo no ha cesado. Una manifestación de esta guerra es la brutal persecución político-judicial contra los militares que combatieron la subversión armada.

Las Fuerzas Armadas, por la naturaleza de sus funciones, tienen una permanente y significativa participación en la vida nacional, fundamental para que la sociedad pueda desarrollar sus actividades con estabilidad y tranquilidad. Al no contar con la presencia fuerte y vitalizadora de las Fuerzas Armadas nuestras naciones caerían en la indefensión. Ellas constituyen, por tal razón, una institución que debemos cuidar.

Las Fuerzas Armadas son fundamentales para una nación altiva, que tiene la firme voluntad de defender su libertad y su soberanía, que es respetuosa de su historia, de su cultura y de sus tradiciones, y que desea proyectarse hacia un futuro mejor.

                                                                                         Adolfo Paúl Latorre

Viña del Mar, Chile, 23 de agosto de 20

U al dia

MANIFIESTO DE BUENOS AIRES Declaración del Foro de Buenos Aires por la Justicia, la Concordia y la Libertad. El buque de asalto anfibio mas moderno del mundo USS AMERICA arriba a Valparaiso en su viaje inaugural.

El ataque a nuestras patrias se materializa también a través de alteraciones cuidadosamente preparadas de la cultura, la historia y el lenguaje. A través de los medios de comunicación y de los agentes educativos se introducen neologismos y se van configurando ciertos usos idiomáticos que resultan instrumentales a los fines del proceso revolucionario. El falseamiento de la realidad histórica y actual, con el objetivo de ajustar los hechos a las conveniencias ideológicas, es otro hito fundamental en esta empresa demoledora de nuestras raíces.

 

Los pueblos hispanoamericanos han nacido unidos, con un común origen y participando de una misma tradición cultural. Esta tradición de nuestras patrias tiene en sus fundamentos la búsqueda de la justicia, la concordia y la libertad, sin las cuales es imposible el logro del bien común.

Como es sabido, desde la segunda mitad del siglo pasado nuestros pueblos han sufrido un feroz ataque de la revolución armada de corte ideológico comunista cuyo fin era la destrucción de su tradición fundacional para reemplazarla por una utopía. Con astucia y después de haber sido derrotados por las armas, los enemigos de nuestros países han valorado la conveniencia de proseguir la revolución, pero ahora por vías —aparentemente— incruentas, valiéndose de instrumentos culturales, políticos y jurídicos para lograr sus espurios fines, encaminándose a ellos sin titubear, proyectando sus aspiraciones revolucionarias a través de estos refinados medios, atacando a los países de la América hispana no solo ni principalmente desde fuera sino también por dentro de sus “murallas”.

Después de la caída del Muro de Berlín, grupos de tendencia progresista se unieron y constituyeron el Foro de San Pablo, lo que les permitió no solo crecer en tamaño y poder, sino incluso alcanzar muy importantes cargos públicos en diversos países de la Región y en organismos supraestatales, adueñándose de algunos de ellos. Esta unión pone de manifiesto la existencia de un proyecto revolucionario que — astutamente— actúa de manera diversa en los distintos países. En algunos lugares, la naturaleza ideológica de este proyecto se despliega de un modo tal que se encuentra arraigada desde hace años a través de gobiernos que apuntan al socialismo y plantean como norte y aliado fundamental al gobierno cubano, aquel que desde la última mitad del siglo XX ha intentado por diversos medios influenciar a las naciones hispanoamericanas para “convertirlas” al comunismo. Precisamente, es signo de este avance el surgimiento y consolidación en los últimos tiempos de estos gobiernos llamados “populistas” -que no son sino verdaderos avances totalitarios, carentes de auténtica legitimidad- con sus opresoras promesas de “liberación” de los más pobres, quienes en la mayoría de los casos son engañados -explotándose sus necesidades- y consiguientemente convertidos en “masa” para ser usados por quienes detentan el poder.

Vencida por las vías militares, la revolución ha procurado la humillación y el debilitamiento de nuestros ejércitos, tanto por caminos económicos como ideológicos, negándose la necesidad de las Fuerzas Armadas como órganos fundamentales para la protección y supervivencia de toda entidad política autosuficiente, atacándolas desde diversas perspectivas, en una venganza por las victorias del ayer, desmoralizando a sus miembros, incluso corrompiendo a una importante cantidad de ellos y cambiando sus funciones, para desviarlos del natural servicio a sus Estados hacia otros fines.

En este camino revolucionario, los derechos humanos —lejos de ser afirmados como facultades propias de las personas para reclamar aquellas cosas que les son debidas en justicia— son utilizados como fundamentos para la construcción de ideologías que parcializan la realidad y atenían contra el bien común de nuestras patrias y de la América hispana en su totalidad a través de la conformación de una cierta comunidad ideológica. En este proceso tienen un rol de privilegio organismos internacionales —principalmente de alcance continental- tales como la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, las que aplicando estas ideologías —y en el caso de esta última, un activismo judicial inaudito— actuando sus miembros como sacerdotes intérpretes de una religión civil iushumanista, intentan imponer sus criterios a los pueblos americanos, soslayando las soberanías estatales y las tradiciones patrias, y llegan al extremo de arrogarse facultades penales, e incluso constituyentes, pretendiendo modificar los preceptos de las cartas políticas de nuestros países. Así, la democracia ha sido convertida en una máscara que oculta el dominio de una oligarquía inter y supraestatal que ata a nuestros pueblos. Se afectan por ello los derechos de nuestras comunidades políticas a encaminarse a su felicidad, el imprescriptible derecho de los diversos países de esta parte del orbe a buscar su bien común sin ataduras ni condicionamientos. Por esta ideología y estos criterios se desconocen y falsean los deberes de justicia y se viola la legalidad, resquebrajándose en muchos casos la concordia y ahogándose cada vez más las legítimas libertades de las cuales debemos gozar quienes pretendemos convivir en comunidades auténticamente republicanas, llegándose a usar cotidianamente a los poderes públicos estatales como factores de opresión a estas legítimas libertades.

Muestra eminente de esta opresión son los procesos judiciales que — vulnerando las más elementales garantías constitucionales y convencionales en materia penal— están siendo llevados a cabo en algunos países de la Región contra miles de personas por haber participado en la defensa de nuestras patrias contra el terrorismo guerrillero durante las últimas décadas del siglo pasado y —en algunos lugares— aún hoy. Se trata de procesos judiciales promovidos inicialmente contra personas pertenecientes a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, pero progresivamente extendidos a funcionarios civiles, periodistas, empresarios y demás en auténticas persecuciones que van tomando carácter de “políticas de Estado”, en abierta contradicción con normas constitucionales y legales y de convenios internacionales en materia de derechos humanos, procesos que siguen criterios diversos a los aplicados al resto de los ciudadanos, en manifiesta violación al principio de igualdad ante la ley, institucionalizándose de este modo la injusticia y la opresión.

El ataque a nuestras patrias se materializa también a través de alteraciones cuidadosamente preparadas de la cultura, la historia y el lenguaje. A través de los medios de comunicación y de los agentes educativos se introducen neologismos y se van configurando ciertos usos idiomáticos que resultan instrumentales a los fines del proceso revolucionario. El falseamiento de la realidad histórica y actual, con el objetivo de ajustar los hechos a las conveniencias ideológicas, es otro hito fundamental en esta empresa demoledora de nuestras raíces.

Somos conscientes de que el vicio y el error se multiplican con facilidad. Entre los gravísimos efectos de esta crisis encontramos la propagación del narcotráfico, del narcoterrorismo, de la trata de personas y de la corrupción generalizada. Las persecuciones que se llevan a cabo contra algunos sectores de nuestros pueblos pronto se extenderán y avanzarán sobre otros hasta ahora indemnes. Es por ello que no podemos mantenernos inactivos frente a las numerosas injusticias que se llevan a cabo día a día en este marco de enfermedad social, una misma enfermedad con diversos estadios y síntomas, que varían de acuerdo a los diferentes países.

 

Felizmente, existen acciones y perspectivas de resistencia que obstaculizan el triunfo total de este nefasto proyecto. Los patriotas de Hispanoamérica, víctimas de esta opresión, no dejan de intentar caminos para liberarse de ella, a través de protestas públicas, denuncias ante foros locales e internacionales, intervenciones en aquellos medios de comunicación que no han sido absolutamente captados por el enemigo, en las “redes sociales” de internet y en todos aquellos espacios en los que se les permite difundir sus mensajes.

Ante la existencia de esta situación crítica, fomentada por una comunidad ideológica que supera las fronteras de nuestros Estados, congregando a buena parte de los enemigos de nuestras patrias, hemos tomado conciencia de la necesidad de unirnos para resistir con fortaleza y actuar con constancia y determinación para lograr el restablecimiento de la justicia, con base en la recuperación de la concordia, en un marco de libertad, bienes sin los cuales corremos hacia el abismo. La justicia, porque es prioritaria la vigencia de la legalidad y la realización de la equidad, sin las cuales sería iluso pensar en el éxito de los sistemas republicanos. La concordia, entendida como una amistad política, como un querer común de aquellos elementos necesarios para la subsistencia de la vida social, sin cuya existencia nuestras comunidades políticas se disolverían, a falta del mínimo presupuesto de la convivencia para albergar esperanzas de apuntar al logro del bien común de nuestros pueblos. Y la libertad, que es requerida para que dichos pueblos y los hombres que los integran puedan ordenarse a alcanzar sus potencialidades, en dirección a la felicidad tanto individual como política y social.

No buscamos una empresa “intemacionalista” sino una cooperación cimentada en una convergencia de aquellos que reconocemos una amenaza y un problema común, ya que juntos podemos luchar de manera mucho más eficaz. Es el momento del combate codo a codo, de decidirnos a cooperar por el bien de nuestras patrias. Es preciso llevar a cabo, entonces, una acción mancomunada en los campos de la cultura, de la política, del derecho y de la educación en pos del futuro de nuestros países como comunidades políticas, por su misma existencia como entidades independientes y soberanas. Es imperioso evitar que el resentimiento de unos pocos y el falseamiento de la historia dividan y enfrenten definitivamente a nuestros pueblos, impidiéndoles encontrar el camino de armonía y concordia que sus mayorías reclaman. Es el deber de la hora y no podemos postergarlo, por nosotros, por los que han muerto, y por los que no han nacido todavía.

Por ello, asumiendo los deberes de patriotismo, coraje y solidaridad que nos son exigidos en este momento y sobre los que se nos pedirá cuenta, constituimos el Foro de Buenos Aires por la Justicia, la Concordia y la Libertad, invitando a todos los patriotas de la América hispana a sumarse a esta iniciativa.

Hoy 24 de agosto arribo el bu­que USS “América” (LHA – 6), a las 10:00 hrs con 1.400 tripulantes a bordo.

Se trata de el porta­aviones emblema de la Ar­mada de Estados Unidos y que visita por primera vez nuestro país co­mo parte de su viaje inau­gural desde su lugar de construcción en el puerto de Pascagoula, Mississippi, hasta su puerto base en San Diego, California.

El “América” esta­rá tres días en Valparaíso. Zarpa el miércoles rumbo a Perú. Durante su estadía, los oficiales del buque reali­zarán una serie de activida­des que incluyen saludos a las autoridades locales y a sus contrapartes de la Ar­mada de Chile, una coloca­ción de ofrenda floral en el Monumento a la Marina Nacional, mientras que la tripulación participará en un operativo cívico en el Ho­gar “Arturo Prat”, ubicado en el cerro El Vergel.

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FORO DE BUENOS AIRES POR LA JUSTICIA, LA CONCORDIA Y LA LIBERTAD

FORO DE BUENOS AIRES POR LA JUSTICIA, LA CONCORDIA Y LA LIBERTAD

Asociación de Abogados por la justicia y la Concordia 19 y 20 de agosto de 2014

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

EXPOSICIONES DEL ABOGADO ADOLFO PAÚL LATORRE

PRESENTACIÓN

Agradezco la invitación de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia para participar en este Foro y a todos ustedes vuestra cordialidad y vuestra presencia en este acto.

           A continuación expondré algunos comentarios sobre los procesos judiciales seguidos en contra de los militares en nuestros países y me referiré al tema que me corresponderá exponer en este Foro: la Defensa Nacional y las Fuerzas Armadas. Se trata de un tema apasionante y, a la vez, muy ignorado e incomprendido.

Todos nosotros nos hemos formulado preguntas tales como las siguientes:  ¿Qué son las Fuerzas Armadas?  ¿Para qué sirven?  ¿Cuál es su razón de ser?  ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles son sus funciones o misiones?  ¿Cuál es la relación entre política y Fuerzas Armadas?  ¿Son realmente necesarias las Fuerzas Armadas?

No pretenderé, durante mi intervención de mañana, dar una cabal respuesta a todas estas preguntas; pero, al menos, trataré de dar algunas luces.

Al respecto pienso que, en primer lugar, debemos reconocer, como una realidad, el hecho de que en muchos sectores de nuestras sociedades hay personas que desconocen la función militar y que miran con indiferencia, con menosprecio, e incluso con franca aversión y hostilidad a las Fuerzas Armadas; que creen que ellas no tienen razón de ser, que solo sirven para los desfiles, que son la antinomia de la democracia, que distraen recursos que podrían ser destinados al gasto social y que lo mejor que se podría hacer con ellas sería eliminarlas.

            Este despego hacia las Fuerzas Armadas no es nada nuevo. El poeta Marcial escribía en el siglo I de nuestra era: “A Dios y al soldado todos los hombres adoran en tiempos de guerra, y solo entonces. Pero cuando la guerra termina, y todo vuelve a su cauce, Dios es olvidado y el soldado vituperado”.

Un repaso esquemático de la función militar permite establecer que la finalidad última de las Fuerzas Armadas es de índole política, que su razón de ser está en la resolución favorable del enfrentamiento armado, y que su justificación estriba en la seguridad de la sociedad a la que sirve.

            Los Estados no solo tienen el derecho, sino que el deber de proteger su seguridad con una defensa legítima.

Los ejércitos encarnan el exponente máximo de la voluntad de defensa de una comunidad política y del deseo de mantener su unidad, libertad e independencia.

            El profesionalismo militar entraña una firmeza en unas creencias y en unos ineludibles deberes, que se llevan hasta los límites más extremos de la abnegación y el sacrificio. Tal profesionalismo no acepta la interpretación mercenaria que de las Fuerzas Armadas algunos pretenden imponer. No se gana nada con tener gran cantidad de soldados, por muy bien armados y equipados que estén, si no están infundidos de una mística, animados por el sentimiento de amor a la patria y convencidos de la justicia de la causa por la que luchan y por la cual exponen su propia vida.

A este respecto Ortega ha señalado: “Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Medítese un poco sobre la cantidad de fervores, de altísimas virtudes, de genialidad, de vital energía que es preciso acumular para poner en pie un buen ejército. ¿Cómo negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la espiritualidad humana? La fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual. Esta es la verdad palmaria, aunque los intereses de uno u otro propagandista les impidan reconocerlo”.

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

En nuestra época, ese llamado no solo ha sido motivado por razones de agresiones externas, sino que también cuando la supervivencia de la patria ha sido puesta en gravísimo peligro por enemigos internos, como ha sido, por ejemplo, en los casos de Chile y de Argentina, que son los que más conozco.

En el caso de Chile, los militares fueron llamados en 1973 por el clamor de una amplia mayoría ciudadana; por organizaciones sociales, gremiales, religiosas y profesionales; así como por la Cámara de Diputados, para que ejercieran el legítimo derecho de rebelión ante un gobierno despótico y tiránico que había caído en la ilegitimidad de ejercicio; que había sumido a la nación en la violencia, el caos y la anarquía; que había destruido su economía y que pretendía instaurar una dictadura totalitaria marxista al estilo cubano.

En el caso de Argentina, en circunstancias que las bandas guerrilleras y el terrorismo con sus verdaderos baños de sangre amenazaban no solo la diaria convivencia, sino que la subsistencia misma de la nación, y ante una situación caótica que desbordaba a las instituciones policiales, en 1975 el gobierno ordenó a las Fuerzas Armadas: “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”.

Lo que ocurrió después es bien sabido: una vez solucionado el problema y restaurado el orden, los terroristas a cobrar y los militares a prisión.

Al respecto citaré lo expresado por el ministro de la Corte Suprema de Chile, Rafael Retamal, a Patricio Aylwin, cuando éste le hizo saber su preocupación por las acciones de las Fuerzas Armadas que afectaban la libertad y los derechos de las personas: “Mire, Patricio: los extremistas nos iban a matar a todos. Ante esta realidad, dejemos que los militares hagan la parte sucia, después llegará la hora del derecho”.

Pero, claro, después los heroicos hombres de derecho vinieron al rescate, cuando ya estaban seguros de que no los iban a matar a todos: condenaron públicamente a los militares que estaban peleando, los enjuiciaron y los metieron a la cárcel.

Lamentablemente en dichos países, al cabo de algunos años, personas de los mismos sectores políticos que promovían o amparaban la violencia armada llegaron al gobierno y al Congreso, pletóricos de odio y de deseos de venganza contra quienes les impidieron consumar sus proyectos totalitarios.

Por lo anterior los gobernantes a cargo del poder ejecutivo, con la complicidad de los poderes legislativo y judicial, han procedido a una persecución brutal contra los militares, con una iniquidad y una sevicia atroz.

Así fue como, por arte de magia, los guerrilleros y terroristas pasaron a convertirse en “víctimas inocentes” y los militares en el chivo expiatorio de todos los pecados cometidos en una época trágica y turbulenta.

Ellos pasaron a cargar con todas las culpas de los políticos civiles que exacerbaban el odio y la lucha de clases, que predicaban y practicaban la violencia como un medio legítimo para alcanzar el poder e instaurar un régimen totalitario marxista-leninista, y que son los grandes responsables del quiebre del orden institucional y de la consiguiente intervención de los militares y de sus secuelas.

Es por eso que los militares deben ser sacrificados. A ellos se les debe condenar, sea como sea. A ellos hay que aplicarles el lema “ni perdón ni olvido” y el “derecho penal del enemigo”.

A los militares hay que condenarlos a toda costa, sin importar si son inocentes, si están legalmente exentos de responsabilidad criminal o si su culpabilidad está atenuada o es inexistente.

Hay que condenarlos, sin importar lo que diga la ley y aunque no existan pruebas suficientes para ello.

Hay que condenarlos, sin importar que ellos tuvieron que exponer sus vidas en su ingrata tarea de reprimir a la guerrilla y al terrorismo, lo que era necesario para dar tranquilidad a la población y para poder reconstruir un país que —en el caso de Chile— estaba destruido hasta sus cimientos.

Y hay que condenarlos, sin importar si para ello es preciso vulnerar principios esenciales del derecho penal.

Y tampoco importa si para condenarlos hay que atropellar garantías o derechos que no solo están amparados constitucionalmente, sino que además en diversos tratados internacionales vigentes.

Nada de lo anterior importa. Todo principio, toda norma jurídica, toda legalidad, toda garantía constitucional, toda verdad, toda justicia, toda decencia y todo buen sentido pueden ser atropellados si ello es necesario para satisfacer los ánimos de odio y de venganza.

Para los militares no existe ni Estado de Derecho ni presunción de inocencia ni principios humanitarios ni convenios internacionales ni ley alguna que los favorezca, pero que sí les son aplicadas a los guerrilleros y terroristas.

Lamentablemente, tamaña corrupción no conmueve a nadie. Sobre esto nadie habla. La sociedad guarda silencio, en general por ignorancia. Y la dirigencia política también guarda silencio, pero este silencio es doloso.

Las aberraciones jurídicas cometidas por los jueces son incalificables, pues las arbitrariedades superan todo límite. Los tribunales que juzgan a los militares se asemejan más a un circo romano que a verdaderos tribunales.

Los militares que están privados de libertad son “presos políticos”, porque lo están no en virtud de la aplicación de las leyes, sino que por simulacros de juicios que las atropellan y cuyas sentencias condenatorias se encuentran descalificadas como actos judiciales válidos. Como dijo Platón: la peor forma de injusticia es la justicia simulada.

A mi juicio, los militares privados de libertad son personas que están secuestradas por el Estado.

Quienes deberían estar presos son los jueces que han cometido el delito de prevaricación y que han traicionado su deber de juzgar objetivamente; de hacer justicia aplicando la ley.

Estamos asistiendo a una crisis desastrosa del Poder Judicial, pues cuando se siembra a tal extremo la necedad y la mentira se recoge por fuerza la demencia. Cuando la justicia no es igual para todos, cuando una sociedad llega a este nivel, cae en la descomposición y regresa a la barbarie. Nuestras naciones deben estar muy enfermas para que las aberraciones que constatamos día a día puedan producirse.

Parafraseando a un importante poeta chileno me atrevería a decir: La justicia que se aplica en Chile y en Argentina a los militares haría reír, si no hiciera llorar. Una justicia que lleva en un platillo de la balanza la verdad y la ley y, en la otra, el odio, la venganza y el desprecio por la ley. La balanza inclinada del lado de este último platillo. Dura e inflexible para los militares, blanda y sonriente con los guerrilleros y terroristas.

Condenar a cientos de militares ancianos a morir enfermos, humillados y martirizados en una cárcel, sin una asistencia médica oportuna y lejos de sus familias, no constituye un camino que contribuya al bien común de nuestras sociedades ni ayudará a obtener la paz y la reconciliación entre compatriotas.

¡Ya es hora de decir basta al abuso y a la odiosa persecución contra los militares!

            Urge poner fin a procesos con claras connotaciones políticas, ya sea mediante indultos o amnistías, extinguiendo toda acción vengativa en contra de los militares, para clausurar un pasado violento y cargado de odios y de discordia, promover la unión nacional y afianzar la paz interior.

            Finalizaré esta presentación compartiendo con ustedes algunas reflexiones sobre la patria y las FF.AA.

En nuestros tiempos en se cuestionan valores tales como el honor, el valor, la lealtad, la autoridad, la patria, la obediencia, la disciplina, la abnegación y el sacrificio; y se tiende a hacer prevalecer el materialismo y el hedonismo; diversos sectores interesados se empeñan en presentar a las FF.AA. como instituciones perversas, y a sus miembros como encarnación de la violencia, del odio y del abuso.

En tiempos en que se niega la validez, la necesidad y la razón de ser de las FF.AA., y en que se promueve una amplia variedad de aseveraciones sin fundamento, de falacias, distorsiones y falsedades acerca de ellas, es preciso ilustrar a nuestras comunidades nacionales acerca de la nobleza de la función militar y de la vital importancia que las FF.AA. tienen para garantizar la paz, la libertad y la seguridad de la nación.

Con ello se contribuiría al entendimiento de este desconocido e incomprendido sector de nuestras sociedades y, de ese modo, se propendería a la cohesión y a la unidad nacionales; unidad de la que dependen, en gran medida, la pujanza y la vitalidad de las naciones.

La patria es el valor fundamental de quienes profesan la carrera de las armas; valor cuestionado a veces, hoy como en el pasado, pero que mueve a los hombres desde la antigüedad. Y es un valor tan grande, que lleva a los hombres a dar su vida por él; y si algo se valora más que a la propia vida, es porque se considera superior a ella. Y lo superior a ese ser limitado que es el hombre resulta, para él, en algún modo, incomprensible y misterioso.

Confusos prejuicios impiden a algunos acercarse intelectualmente a la esencia de la patria, que comprende bienes diversos: físicos, como el territorio; humanos, como los hombres que son sus hijos; históricos, culturales y morales.

Pero la existencia de bienes, implica la de un sujeto que les asigna un valor. Por ello es posible afirmar que la patria es un producto del amor. La patria es lo que se ama; es el sentimiento de un lazo común en el presente y en el pasado, que junta en una unidad corazones y conciencias; es la comunidad moral e histórica de la que nos reconocemos parte; es la conciencia y el sentimiento de la nación.

La patria es en gran parte la obra de todos los que la sienten; es como el ser amado, que, para serlo, necesita que alguien lo ame. Pero la patria no es algo abstracto: es la tierra en que nacimos y nos formamos, son sus hombres, sus valores, todo aquello que supone su defensa. Por ello es la patria un valor supremo, que trasciende al hombre y que es, evidentemente, algo más elevado que la política partidista.

La patria designa a la heredad completa del hombre; ella no solo está formada por los ciudadanos que en un momento dado habitan en su territorio, sino por la memoria y el recuerdo de cuantos antepasados, a través de la historia, escribieron en ella páginas brillantes y nos han legado su nombre y sus hazañas. Y está formada, también, por la esperanza en quienes han de sucedernos y continuarán el relato interminable de nuevos esfuerzos, de nuevos sacrificios. Por eso, al defender la patria defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer.

 Los militares son los guardianes de la patria. Guardianes frente al exterior, sin duda, y en el interior también tienen misiones que cumplir; pero su principal guardia debe estar encaminada a que no se desvirtúe la noción de patria; aquel nexo espiritual que da vida a la nación y que constituye el alma nacional.

Al respecto, debemos recordar aquel pasaje del Evangelio que dice: “No tengan miedo de los que les puedan matar el cuerpo; sólo teman a quien les pueda matar el alma”.

Es por ello que el mayor peligro actual es el cambio cultural, que va penetrando, corrompiendo y cambiando la sociedad, ya sea consciente o inadvertidamente.

Y esto es así, porque si el cambio cultural consigue que se olviden aquellos valores esenciales de nuestras tradiciones, aquellos valores que han ido formando a nuestras naciones; si consigue que la moral de la sociedad tome rumbos distintos de aquellos que hemos recibido; si llega a cambiar nuestra forma de ser y nuestro modo de reaccionar; en vez de un ciudadano amante de su patria, nos encontraremos con un individuo sin voluntad y sin coraje, dispuesto a la resignación y a la entrega.

Podría ocurrir, entonces, que las Fuerzas Armadas no pudieran cumplir con su misión al no existir una patria a la cual defender. Y de nada sirven las instituciones armadas si no hay patria.

 

LA DEFENSA NACIONAL.  NECESIDAD Y MISIÓN DE LAS FF.AA.

FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            A continuación expondré algunas ideas en torno a la Defensa Nacional y a las Fuerzas Armadas: su razón de ser, su necesidad, sus misiones y su función política.

 

  1. LA DEFENSA NACIONAL

 

I.1. Seguridad y defensa

            En primer lugar, repasemos algunos conceptos básicos:

            —¿Cuál es la noción de defensa?:  Evitar un daño.

—¿Cuál es, por ende, su rasgo característico?:  La sospecha de ese daño.

—¿Cuál es el objetivo de la defensa?:  Resguardar.

            Tenemos, entonces, que la finalidad de la defensa o de los medios de defensa es la de precaverse contra una amenaza, un daño, riesgo o peligro.

En otras palabras, la defensa tiene por finalidad garantizar la seguridad.

I.2. El  concepto  de  seguridad nacional

            Llevada esta seguridad al plano nacional, podemos decir que la seguridad nacional es un concepto que expresa la condición o capacidad de un Estado para prevenir, enfrentar y superar los riesgos, amenazas o peligros —externos o internos— que atenten contra su existencia, estabilidad o desarrollo.

I.3. La  idea  de  Defensa  Nacional

            Si aplicamos los conceptos anteriores al nivel nacional, tenemos que la Defensa Nacional está constituida por las medidas destinadas a conseguir seguridad nacional.

 

            La Defensa Nacional es, por consiguiente, el conjunto armónico de medios para lograr el objetivo fundamental y permanente de Seguridad Nacional.

La organización de la defensa es un problema permanente y básico de toda organización política; es una función esencial del Estado, que precede a cualquier otra función o fin.

I.4. Defensa  nacional  y  fuerzas  armadas

            Podría afirmarse que nadie quiere la guerra, pero la historia nos dice que por desgracia ninguna nación está libre de verse envuelta en ella.

            Si nos fijamos bien en la realidad de las cosas y queremos ahondar hasta su esencia, ningún ejército del mundo ha existido, ni existe, ni existirá si no es para alcanzar un fin y ese fin es evitar la guerra mediante la disuasión, y si la disuasión no funciona, alcanzar la victoria y tras esa victoria asentar la paz.

            Cada ser social internacionalmente diferenciado tiene sus intereses, sus egoísmos, sus ansias de dominio o, al menos, sus ansias de supervivencia, que dan lugar a conflictos internacionales de cuya existencia nadie puede dudar.

            Lo ideal es que todos los conflictos internacionales se resuelvan por el camino de la negociación. Pero, y aquí reside la suprema razón social de la existencia de los Ejércitos, ninguna nación ha ido nunca a una mesa de negociaciones si no ha sido previamente disuadida de que le conviene prescindir del camino de la fuerza. Esta es, pues, la función radical de todo Ejército: disuadir a la nación en conflicto con la propia, del empleo de la fuerza y facilitar la vía de la negociación.

            Pero nunca nadie ha negociado nada con una nación inerme; ese caso no se ha dado aún en la historia. Una nación inerme, una nación sin fuerza militar propia, o prestada, o respaldada por otra, no es sujeto de negociación: es solamente sujeto de sometimiento.

  1. NECESIDAD DE LAS FF.AA.

 

II.1. Política  y  fuerza  militar

La necesidad de los ejércitos es tan antigua como la Humanidad. Desde las raíces de la Prehistoria se han constituido comunidades humanas que han luchado entre sí. Por eso desde el principio han existido ejércitos, conflictos, vencedores y vencidos. ¡Qué bien entendió las lecciones de la historia Miguel de Cervantes!: Con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios.

Sin una fuerza armada que custodie a la sociedad contra la agresión, sea ésta externa o interna, el Estado no podría existir. Sin el respaldo de la fuerza no hay interés defendido ni objetivo alcanzable ni, en suma, política posible.

II.2. Las  Fuerzas  Armadas

            La pregunta crucial, que todos nosotros muchas veces nos hemos formulado, es la siguiente: ¿Para qué sirven las Fuerzas Armadas de una nación?

La respuesta, sencilla, clara y contundente no puede ser más que una: ellas sirven para garantizar la paz en libertad de la nación, protegiendo los irrenunciables intereses nacionales. Su justificación descansa, pues, en la paz y la seguridad de la sociedad a la que sirven y de la cual forman parte.

Y, ¿Cuáles son las características esenciales de las Fuerzas Armadas? Podríamos decir que son dos: la disciplina y la posesión de armas. Sin aquella estaríamos ante una horda, y sin éstas, solo tendríamos una especie de orden monástica.

            Conforme, pero ¿qué son las Fuerzas Armadas?, ¿cuál es la función específica de ellas en una sociedad?  Estas preguntas son también esenciales.

Al respecto nos podríamos preguntar: ¿Qué lugar ocupan, en la realidad social, las Fuerzas Armadas?

            Como ha expresado Julián Marías, cuando se habla de Fuerzas Armadas lo primario no son las armas ni siquiera las fuerzas. Esto es paradójico. Lo primario es la organización, es el orden, es la cadena jerárquica, es, en definitiva, la autoridad; pero la autoridad como poder moral, es decir, a última hora, como poder espiritual.

            La fuerza militar no es fuerza bruta sino espiritual. Lo único que puede mover racionalmente al enfrentamiento armado y a soportar debidamente los sacrificios que impone es la ilusión de un ideal por el que valga la pena luchar, y éste solo puede provenir del espíritu. Si ese ideal no existe o se pretende crear de manera artificial, la ilusión no se produce y el móvil desaparece reduciéndose así los ejércitos a fuerza bruta, incapaces de cumplir satisfactoriamente las misiones para las que fueron creados.

            Vivimos en una época de crisis, una crisis dentro de la sociedad. Estamos en un mundo definido por una crisis general de legitimidad de la autoridad. Pues bien, en épocas de crisis social y especialmente de crisis de la legitimidad, las Fuerzas Armadas frecuentemente son el resto de la legitimidad: por lo que tienen de organización jerárquica, por lo que tienen precisamente de autoridad, suelen ser lo que queda, el resto de la legitimidad en crisis.

Esto es lo más valioso que tienen, y lo más necesario para una sociedad.

Diríamos así que en este sentido, en estas circunstancias, las Fuerzas Armadas representan el rescoldo de una legitimidad más amplia que ha estado comprometida, o que está apagada; el rescoldo para volver a encenderla. A veces se  puede, sobre las cenizas, sobre el rescoldo de un fuego que ha ardido, volver a encenderlo y pueden brotar nuevamente las llamas. Esta es la función capital que tendría ese precioso, inestimable rescoldo de la legitimidad.

Las Fuerzas Armadas son, ante todo, fuerzas organizadas y disciplinadas, ordenadas al servicio de la comunidad: la fuerza como servidora del bien común. Ellas existen para apoyar la política exterior e interior de los Estados; no tienen más ideología y norma que el servicio a la patria, y como meta una misión de convivencia pacífica internacional y de paz interna.

            Las Fuerzas Armadas constituyen la reserva moral de la nación y la instancia final a la que ésta recurre cuando una crisis política amenaza su sobrevivencia; ellas constituyen el último círculo jerarquizado de la sociedad, capaz de salvar de su disolución a una comunidad política.

            Por ello también se ha dicho que el destino de la humanidad depende a veces, en última instancia, de un pelotón de soldados.

            Es por todas estas razones que se ha definido a las Fuerzas Armadas como una institución especializada para resguardar y asegurar, en última instancia, los valores sagrados de una sociedad.

III. MISIÓN DE LAS FF.AA.

III.1. Las  misiones  de  las  Fuerzas  Armadas

Las Fuerzas Armadas tienen como misión la defensa del Estado mediante las armas. Sin embargo, en la práctica, ellas han cumplido esta misión de forma o por procedimientos muy diversos y no se han limitado solo a este cumplimiento, sino que, con frecuencia, han desempeñado otras muchas funciones de orden político y social.

En principio, hay tres posiciones básicas en relación con las misiones que, en esquemas políticos diferentes, se atribuyen o encomiendan a las Fuerzas Armadas:

  1. Son el brazo castrense de un partido político que ocupa el poder.
  2. Son un cuerpo estrictamente profesional y técnico, cuya única misión consiste en prepararse para la guerra y hacer la guerra.
  3. Son la salvaguarda, en paz y en guerra, de los valores permanentes de la nación.

La primera misión —brazo castrense de un partido— debe ser rechazada de plano. Podríamos aceptar la segunda —profesional y técnica—, siempre que ella esté enmarcada en la otra elevada misión de ser la salvaguarda de lo permanente de la nacionalidad.

Las FF.AA. tienen el deber moral ineludible de que la nación subsista, de que no se disuelva; que podamos entregar a nuestros hijos la tierra que heredamos de nuestros padres; y que nuestro patrimonio histórico, cultural y espiritual no se tergiverse, no se manipule y no se mancille. Las Fuerzas Armadas deben defender no solo el territorio —la plataforma física del Estado—, sino también la esencia de los valores de la patria.

            En los tiempos actuales, las Fuerzas Armadas se ven enfrentadas ya no tan solo a enemigos externos, sino que también a irregulares y solapados enemigos internos, que tratan de confundirnos, escondiéndose tras ideologías que aparentan pluralidad y respeto por los demás.

            Si a las Fuerzas Armadas les corresponde la defensa de la nación, no pueden olvidar que hoy la guerra con la que tienen que enfrentarse no es solo la convencional, sino también la revolucionaria; una guerra irregular que actúa a través de la guerrilla y del terrorismo o por medio del cambio cultural.

 

III.2. Las  fuerzas  armadas  garantizan  el  orden  institucional  de  la  República

 

Las Fuerzas Armadas son, por otra parte, las garantes en última instancia del orden institucional de la República.

Este aserto es solo la expresión de un hecho de la realidad. Los gobernantes de un Estado normalmente apelan a su institución militar durante los estados de excepción constitucional, ante emergencias públicas que afecten significativamente la seguridad nacional.

Las Fuerzas Armadas son y han sido siempre la reserva moral básica de la nacionalidad, a la cual ésta recurre en las crisis más extremas.

            Solo tales instituciones tienen la capacidad material, técnica y administrativa —sumadas a su  natural disciplina y cohesión interna— para controlar una situación de caos o de grave anarquización, restablecer la autoridad y el orden, y, en ocasiones, para hacerse cargo del gobierno del Estado.

A las Fuerzas Armadas, como símbolo y expresión que ellas son de la nacionalidad, no les corresponde intervenir ni pronunciarse en las luchas de la política contingente. Pero, cuando desbordando el campo de las pugnas ideológicas y partidistas se amenazan los fundamentos mismos de la patria, ésta encuentra y reclama en los institutos armados su última salvaguardia.

En situaciones límite, la supervivencia del Estado se encuentra abiertamente en la esfera militar. En tales casos, las Fuerzas Armadas no tienen otra opción legítima que la de intervenir y actuar. La intervención militar —aun cuando es un recurso extremo— es, en ocasiones, un inexcusable deber.

            Cuando surgen graves dificultades no es ni el Parlamento, ni los jueces, ni la Constitución escrita quien salva al país. En esos momentos, el ejército cobra vigorosa importancia y utilidad, y no existen razones para no utilizar su provechosa colaboración. Es conocida la frase de Simón Bolívar, en el sentido de que en los momentos de peligro “jamás un Congreso ha salvado a una República”.

 

 

  1. FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            La historia nos demuestra que la participación militar en la política —en sus más diversas manifestaciones— ha sido tan persistente, y en ocasiones tan profunda, que cabe hablar de una función propiamente dicha y no de un papel meramente circunstancial.

Si entendemos, con Sánchez Agesta, que “política es aquella actividad que tiende a la organización y defensa de un orden basado en el bien común”, forzosamente habremos de afirmar que el ejército es una institución política; que la finalidad de la institución militar es de índole política.

Las Fuerzas Armadas no son ajenas a lo político en su más fundamental acepción. Por otra parte, hay una serie de aspectos que implican al ejército en la política.

Si apreciamos bien la realidad de las cosas, podremos darnos cuenta de que los militares siempre cumplen una función política; sólo varía la forma en que ésta se manifiesta.

            En efecto, si tratamos de ver cuál es la realidad de la función militar, nos daremos cuenta de que ella existe en virtud de unas finalidades netamente políticas que deben ser satisfechas. Incluso la guerra misma es un acto político. La apreciación, tantas veces repetida, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, nos parece bastante alejada de la realidad y causante de no pocos equívocos. La guerra es en sí misma una opción política más, ya que con ella se persiguen finalidades exclusivamente políticas. El hecho de que el enfrentamiento armado se resuelva de forma fundamental por medio de procedimientos técnicos militares no desvirtúa su naturaleza política y por eso la función militar es de ejercicio técnico-profesional y de finalidad política.

            La función política de las Fuerzas Armadas es manifiesta por la intervención. Ésta posee normalmente un carácter reactivo y denota una crisis de una organización política o, al menos, una insuficiencia de ella para solucionar problemas fundamentales. Políticamente es muy improbable que las Fuerzas Armadas intervengan en situaciones de orden, en que el poder constituido es eficaz e idóneo y responde a los principios usualmente admitidos en su ejercicio o en momentos de plena cohesión social.

            El ejército es la salvaguarda de lo permanente. La naturaleza de su misión está más allá de las opciones políticas concretas y temporales. Las Fuerzas Armadas están por encima de la política partidista; ellas están directa y entrañablemente unidas al pueblo y a sus instituciones fundamentales, y son depositarias de su confianza y seguridad.

            Sin embargo, no es raro que los militares, que son como la última reserva de la nación, tengan que hacerse cargo de un país en ruinas, que ningún civil aceptaría gobernar. En estos casos sería erróneo acusar a los militares de destruir un gobierno constitucional, cuando no han hecho otra cosa que darle sepultura.

            Al respecto cabría citar al senador chileno Francisco Bulnes quien, refiriéndose a una conversación sostenida con quien a la sazón era Presidente del Senado, señaló: “Frei y yo consideramos el 20 de agosto de 1973, en una larga conversación, que Chile no tenía otra solución que la militar. El análisis que hicimos en esa ocasión nos llevó a la conclusión de que aún en el caso de que Allende renunciara, el substituto no podría gobernar a la nación dado el estado caótico imperante”.

            En ciertas ocasiones son los propios gobernantes u otros actores políticos quienes conscientemente, a fin de imponer sus ideologías totalitarias, buscan la destrucción de la democracia; o que, por su ineptitud, crean las condiciones que hacen imposible su subsistencia y que, en casos de graves crisis provocadas por ellos mismos, llaman a las FF.AA. para que actúen como árbitros o para que asuman el poder y hagan el trabajo sucio.

            Los miembros de las Fuerzas Armadas no buscan ni desean ejecutar tal trabajo, pero saben que cuando está en peligro la subsistencia misma del Estado, cuando están en riesgo intereses vitales de la patria, están obligadas a hacerlo en cumplimiento de sus misiones de garantizar el orden institucional, resguardar la seguridad nacional y defender la patria.

            Las Fuerzas Armadas saben que en tales casos su obligación moral es intervenir y actuar. Y saben también que después que hayan salvado a la nación, después que hayan impuesto el orden y arreglado los problemas que aquejaban a una sociedad enferma —con los costos que tal cirugía trae consigo—, los responsables del caos aparecerán, descaradamente, como los “restablecedores de la democracia”; sin reconocer responsabilidad alguna en los hechos que condujeron al país a tal situación, negando los éxitos del gobierno que tuvo que asumir para superar esa emergencia, atribuyéndose sus logros, contradiciendo las declaraciones que habían hecho cuando el país iba rumbo al despeñadero y criticando a los militares por los abusos y excesos cometidos.

            Qué bien describíó esta situación hace casi dos siglos Alfred de Vigny —en su obra Servidumbre y grandeza militares—: “cuando el soldado se ve obligado a tomar parte activa en las disensiones entre civiles pasa a ser un pobre héroe, víctima y verdugo, cabeza de turco sacrificado por su pueblo, que se burla de él. Su existencia es comparable a la del gladiador y cuando muere no hay por qué preocuparse. Es cosa convenida que los muertos de uniforme no tienen padre, ni madre, ni mujer, ni novia que se muera llorándolos. Es una sangre anónima. Y, cosa frecuente, los dos partidos que estaban separados se unen para execrarlos con su odio y con su maldición”.

¡Qué enorme verdad encierra este lúcido pensamiento! ¡Qué notable paralelo con nuestras situaciones actuales!

REFLEXIONES FINALES

            Concluiré mi exposición con algunas reflexiones finales.

            A fin de evitar la intervención de los militares en política, se han introducido en los ordenamientos jurídicos de nuestros países una serie de reformas con las que se pretende “profundizar la democracia”, lo que encierra el peligro de transformarse en un totalitarismo.

            Lo que se pretende con las reformas es lograr una completa neutralización de las Fuerzas Armadas y que éstas no tengan participación política alguna; mediante diversos procedimientos, que van desde buscar una división interna, pasando por una disminución de personal y de recursos, y una minimización de sus funciones, hasta el despojo de sus valores tradicionales.

            Menoscabando y humillando a las Fuerzas Armadas, piensan algunos, se aseguraría que ellas nunca más intervendrán en política ni “atentarán contra la democracia”.

            De lo que se trata, en definitiva, es de destruirle a los militares su capacidad moral para intervenir y asumir el poder político en caso de que se den situaciones que pongan en riesgo intereses vitales de la patria y no haya otro recurso para salvar a la nación.

            Lo que se persigue es lograr que los militares sean funcionarios moralmente neutros, cuyo único oficio consista en el manejo técnicamente eficiente del arma que se ponga en sus manos. Se habla de profesionalizarlos, de devolverles su sentido profesional, o que deben reinsertarse en sus tareas profesionales, cuando en realidad lo que se busca es hacer desaparecer en los militares la convicción interior sobre la finalidad de su profesión y, así, reducirlos a la condición de instrumentos ciegos en manos de quien tenga el poder.

            Las Fuerzas Armadas, de ese modo, se transformarían de órgano del Estado a instrumento del gobierno. Así, ellas dejarían de ser lo que tienen que ser.

            Por otra parte, hay que considerar que para ciertos sectores de izquierda, las Fuerzas Armadas encarnan principios y valores que hacen imposible el tránsito hacia el socialismo. Ellos reconocen en los hombres de armas el freno que les ha impedido consumar sus proyectos totalitarios. Por eso consideran perentorio castigar el poder, la influencia, el prestigio y la capacidad de reacción de los institutos armados.

Por lo anterior, uno de los objetivos del Foro de Sao Paulo es la “persecución mediática y judicial de quienes combatieron en la guerra contra la subversión durante la década de los 60/70”, la “desvalorización de los símbolos patrios” y la “destrucción moral y física de las Fuerzas Armadas y de seguridad”.

Como bien ha dicho el general Heriberto Auel, el estado de guerra revolucionaria se mantiene, porque la actitud hostil del enemigo no ha cesado. Una manifestación de esta guerra es la brutal persecución político-judicial contra los militares que combatieron la subversión armada.

Las Fuerzas Armadas, por la naturaleza de sus funciones, tienen una permanente y significativa participación en la vida nacional, fundamental para que la sociedad pueda desarrollar sus actividades con estabilidad y tranquilidad. Al no contar con la presencia fuerte y vitalizadora de las Fuerzas Armadas nuestras naciones caerían en la indefensión. Ellas constituyen, por tal razón, una institución que debemos cuidar.

Las Fuerzas Armadas son fundamentales para una nación altiva, que tiene la firme voluntad de defender su libertad y su soberanía, que es respetuosa de su historia, de su cultura y de sus tradiciones, y que desea proyectarse hacia un futuro mejor.

                                                                                         Adolfo Paúl Latorre

Viña del Mar, Chile, 23 de agosto de 2014

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR