UN LARGO TÚNEL
El Mercurio, Editorial, 20/08/2022
Las nuevas generaciones están conociendo lo que significa una alta inflación. El IPC de julio dejó el crecimiento de los precios en 12 meses en un histórico 13,1% (8,5% desde enero), cifra no observada en décadas.
De acuerdo con el INE, las divisiones de alimentos y bebidas no alcohólicas, junto con transporte, tuvieron las mayores incidencias mensuales, alcanzando el 0,393 y 0,492, respectivamente.
La situación ha significado una importante alza en el valor de la unidad de fomento, con el consecuente impacto sobre distintos mercados. Por su parte, las medidas del Banco Central para reducir las presiones han implicado un aumento en los intereses, lo que afecta el costo del endeudamiento. Así, se ha configurado un complejo escenario para el presupuesto de las familias.
La evolución internacional de ciertos precios puede ofrecer algún optimismo. La marcada baja del petróleo, tanto WTI como Brent, ambos por debajo de los 100 dólares el barril, ha sido un factor central en las menores presiones inflacionarias reportadas en Estados Unidos. Durante julio, ese país registró una caída de 11% en el precio de ese combustible, lo que permitió compensar alzas en otras partidas, dejando la variación mensual de su Índice de Precios al Consumidor en un 0%.
La economía chilena enfrenta un futuro complejo. Durante los últimos meses, la inflación ha sido la variable que más atención ha recibido. Sin embargo, en lo que queda de 2022 y gran parte de 2023, será el crecimiento la clave del debate. Priorizar y gestionar es el deber del Gobierno. |
En Chile, sin embargo, si bien la incidencia del petróleo en el IPC también es importante, es necesaria la cautela frente a la dinámica de precios internacionales.
En primer lugar, el Mecanismo de Estabilización de los Precios de los Combustibles (Mepco) genera un factor de inercia. En períodos de alzas, modera la tendencia utilizando una fórmula que, en la práctica, implica una menor adición sobre el impuesto específico a los combustibles. Pero, simétricamente, durante períodos de menores precios, el ajuste se traspasa con menor velocidad al valor final, debido al mismo principio de estabilización. Entonces, es posible que la tendencia mundial a un menor precio del petróleo no se vea en las próximas semanas reflejada en nuestras mediciones de inflación.
Un segundo elemento guarda relación con la extensión y magnitud de las alzas de los alimentos y bebidas no alcohólicas. En julio, 10 de las 11 clases de productos en esta división experimentaron aumentos.
Muchos reflejan situaciones internas más que externas, lo que hace anticipar una inercia al alza en los próximos meses. Carne de vacuno y frutas tuvieron incrementos de 3,1% y 5,1%, respectivamente, con una alta incidencia en la inflación. El arribo de las fiestas patrias dejará nuevamente en evidencia el impacto de esta situación sobre el presupuesto familiar.
Un tercer factor es el tipo de cambio. La volatilidad observada no permite concluir que algunos de los valores de los últimos días (bajo los $890) se mantendrán. Por de pronto, el alza de más de 3% del pasado jueves y las del viernes (cuando por momentos superó los $950) es un reflejo de esta situación.
En la incertidumbre institucional que enfrenta el país, no debería extrañar un tipo de cambio con presiones alcistas, con el consecuente impacto sobre la inflación.
En el mediano y largo plazo, la decidida acción del Banco Central, junto con la reducción de los saldos de las cuentas generados a partir de las ayudas del Gobierno y los irresponsables retiros previsionales —elemento que ha impulsado artificialmente la demanda—, aparecen como los más probables factores de contención de la inflación
¿Y el crecimiento? Pero, mientras el presente informa de altos niveles de precios, el futuro alerta de una economía ad-portas de una importante pérdida de dinamismo.
Durante el segundo trimestre, el Producto Interno Bruto (PIB) creció un 5,4% respecto del mismo período del año anterior. Pero la cifra esconde una realidad preocupante, pues se explica principalmente por el consumo de los hogares —que creció un 8,7%—, componente de la demanda interna que se anticipa sufrirá fuerte ajuste en los próximos meses. Se suma la ya documentada menor actividad en la minería y el sector agropecuario-silvícola.
Así, más que la comparación con 2021, parece adecuado analizar la evolución desestacionalizada del PIB. En este caso, la conclusión es que el producto del segundo trimestre de 2022 no tuvo ninguna variación respecto del trimestre anterior. Esto, más allá de que la autoridad declare que se trata de lo que la economía “necesita”, constituye una clara señal de estancamiento.
Los datos en materia de formación bruta de capital fijo lo confirman. Las estadísticas para el primer semestre dan cuenta de un marcado menor dinamismo en esa área (crecimiento de 7,3% respecto de más de 20% en el semestre anterior), lo que explica la tendencia decreciente de la inversión total (27,3% y 26,5% del PIB en el primer y segundo trimestre de 2022, respectivamente). La velocidad con que la menor actividad afecte al mercado laboral será tema a dilucidar en este segundo semestre.
En situaciones de normalidad institucional, la caída de actividad con inflación —que configuraría un escenario de estanflación— obliga a la autoridad a actuar. En ese sentido, la prioridad electoral asumida por la administración del Presidente Boric puede generar una peligrosa demora, más allá de algunos esfuerzos puntuales.
Existe consenso en cuanto a que, en lo que queda de 2022 (y gran parte del 2023), la situación empeorará. Es necesario gestionar ahora para evitar mayores costos para la población en este largo túnel en que parece encontrarse la economía nacional.
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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