Seguridad y defensa

CRIMEN ORGANIZADO: RAÍCES PROFUNDAS

CRIMEN ORGANIZADO: RAÍCES PROFUNDAS

El Mercurio, Editorial, 01/02/2023

El incremento de la delincuencia en general y del crimen organizado en particular no es una sensación o percepción, sino una realidad. Así lo demuestran las cifras de los organismos competentes.

En los últimos 9 años ha crecido en forma sostenida el número de homicidios, de 481 en 2013 a 910 en el año 2022; de entre ellos, hoy son también muchos más los que se cometen con armas de fuego. Cada vez más homicidas consiguen escapar de la acción de la justicia (desde un 19 % en 2013 a un 32 % en 2015, según las cifras de la Fiscalía).

En el mismo período, ha bajado a la mitad la tasa de recuperación de los vehículos robados, mientras crece exponencialmente el número de quienes están imputados al mismo tiempo por delitos de drogas y homicidio, lo cual es consistente con el incremento también exponencial de la incautación de marihuana, desde poco más de 20 toneladas en 2015 a más de 50 toneladas en 2021.

Un 36 % de las personas consultadas en un estudio de Fundación Paz Ciudadana se encuentra mediana o altamente expuesto a manifestaciones concretas del crimen organizado (narcofunerales, ajustes de cuentas, secuestros, enfrentamientos entre bandas, cierre de pasajes y otras formas de uso del espacio público por bandas o grupos criminales).

Es imposible exagerar la importancia del nuevo Servicio de Reinserción Social Juvenil, que acaba de entrar en funcionamiento.

Estas cifras ya no son meras señales de alerta sobre algo que viene, sino, igualmente, expresión de una realidad ya instalada. Las causas profundas de este estado de cosas son relativamente fáciles de identificar, pero culturalmente difíciles de aceptar: la crisis de la institución familiar, la consiguiente pérdida del sentido de autoridad y comunidad, un ostentoso materialismo y, particularmente, la degradación de la educación, entre otras.

El incremento de la demanda por drogas de distinto tipo es una consecuencia de este sustrato cultural —un individualismo bastante primitivo y materialista, pero que se presenta como reivindicación de la autonomía—, y a ella sigue una serie de manifestaciones delictivas que alimentan el crimen organizado.

Sin embargo, la aceptación de las causas mencionadas parece estar aún lejos de producirse. Más lejos todavía se halla la identificación y adopción de las medidas idóneas para hacerles frente, cuya implementación tardará además varias generaciones.

Entre tanto, la comunidad política debe aprender a lidiar con los síntomas y suplir con recursos y creatividad las carencias para conseguir un mínimo de responsabilidad personal y cohesión social.

Esto pasa con toda seguridad por un replanteamiento de la educación preescolar y escolar, en todos los segmentos sociales, donde la educación cívica y la formación en los hábitos de convivencia social deberían ocupar un lugar central.

Para que esto sea posible, sin embargo, es crucial asegurar que la educación preescolar y escolar alcance a la totalidad de los niños y adolescentes del país con una calidad a lo menos mediana. Ello implica entre otras cosas realizar un esfuerzo enorme para recuperar a los que han abandonado el sistema o no se han integrado aún a él, y para permitir el desarrollo de formas variadas de provisión de educación, y de todos los servicios asociados a ella, rechazando toda forma de mesianismo estatal y de panaceas estandarizadas.

Una dimensión clave de esta profunda reforma a la educación es la atención a los niños y adolescentes que están en riesgo de presentar conflictos con la justicia o que ya los han presentado.

Es imposible exagerar la importancia del nuevo Servicio de Reinserción Social Juvenil, que acaba de entrar en funcionamiento. En las manos de la justicia de familia y de esta institucionalidad se encuentra parte del futuro del país, pues los efectos deletéreos directos e indirectos del contacto temprano con la droga y la delincuencia son incalculables.

Hay muchas medidas indispensables para hacer frente a la proliferación del crimen organizado, desde mejorar la capacidad investigativa de la Fiscalía y las policías hasta el combate contra la informalidad. Pero ninguna se compara con la profunda recuperación educacional que Chile necesita.

Un aporte del director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel

Las opiniones en esta sección son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional

Columna de Opinión

BORIC CONTRA SÍ MISMO

 

BORIC CONTRA SÍ MISMO

Carlos Peña

El Mercurio, Columnistas, 29/01/2023

¿Hizo bien el Presidente Boric al referirse a las protestas en Perú, acusando represión de las fuerzas policiales contra los ciudadanos, los mismos a quienes, según dijo, ellas debían proteger?

La mayor parte de quienes han comentado el incidente, comenzando, como era obvio, por la Cancillería peruana, consideraron que no, que esa declaración equivalía a entrometerse en un gobierno ajeno. Y bien mirado parece que es así.

Si Chile se quejó de las declaraciones del embajador Bielsa, ¿cómo Perú no podría quejarse de lo que el Presidente dijo, más grave y terminante, desde luego, que las declaraciones del embajador Bielsa, quien, después de todo, aligeró lo que dijo con algunas gotas de ironía?

Y siendo así, si el discurso redactado era obviamente inaceptable (juzgado bajo los mismos parámetros que se aplicaron al embajador argentino), ¿por qué el Presidente Gabriel Boric, un hombre inteligente que sabía lo que deletreaba, se decidió a leerlo en la Celac?

La explicación se encuentra en la escena originaria.

Lo que ocurre es que el Presidente Boric se constituyó como figura política a partir de la protesta. Su liderazgo; la idea que él tiene de sí mismo; las fantasías de heroísmo que en ocasiones lo han de invadir; los recuerdos que atesora como si fueran un ejemplo; la reminiscencia que como una ensoñación ha de consolarlo en los malos momentos; el apoyo emocional que su memoria debe buscar cuando se siente incomprendido, están todas relacionadas con la protesta callejera que en su caso podría ser llamada la escena originaria, en torno a la cual él se erigió como figura política.

Y al ver lo que ocurre en Lima —miles de personas migrando para protestar en la capital, exponiéndose a la represión policial—, esa escena originaria, alrededor de la cual dibujó su propia identidad política, renace, lo invade y entonces él olvida que es un jefe de Estado.

En otras palabras, al ver lo que ocurre en el Perú (no muy distinto, sea de paso, a lo que ocurrió en Chile el año 2019: modernización material, debilidad institucional y brote de insatisfacción) han de inundar al Presidente las emociones.

”Al ver lo que ocurre en el Perú (no muy distinto, sea de paso, a lo que ocurrió en Chile el año 2019: modernización material, debilidad institucional y brote de insatisfacción) han de inundar al Presidente las emociones. Y eso explica lo que ocurrió en Celac”.

Y entonces su escena originaria retorna. Y puesto a escoger entre las autoridades empeñadas en restablecer el orden como un paso indispensable para que existan instituciones, por un lado, y esos miles de personas que mediante diversos medios, casi siempre violentos, reclaman y se vuelven contra las instituciones, por el otro, la memoria emotiva del Presidente, allí donde habita la escena que constituye su identidad, retorna.

Y entonces, el Presidente se pone, involuntariamente, contra sí mismo.

Porque ocurre que el Presidente es jefe de Estado y como tal, está obligado a reprimir su subjetividad y, en cambio, a respetar reglas y atender a relaciones que, sin duda, en el largo plazo lo excederán. Y en tanto jefe de Estado, él debería comprender mejor que nadie que serlo equivale a disponer del monopolio de la fuerza y en ocasiones (ocasiones de la índole que ha debido enfrentar la Presidenta del Perú, como antes debió hacerlo el presidente Piñera), disponerse a usarlo con los costos que ello supone, ¿o habrá que citar de nuevo a Weber, quien por su parte recuerda a Maquiavelo, con eso de que quien maneja el Estado debe estar dispuesto a condenar su alma?

Pero el Presidente parece que malentendió eso de “habitar la presidencia” (un concepto que debió ser tomado de Gaston Bachelard, aunque se le mal emplea) y quizá creyó que había ocasiones en que —al modo en que se abandona la casa habitación cuando se viaja— él puede sin mayores dificultades retomar de vez en cuando el papel de dirigente estudiantil, aleccionar a la audiencia proclamando meros principios y refugiarse sin más en la escena originaria.

Es como si el Presidente —ya ha ocurrido otra vez— frente a una audiencia externa recuperara su papel de conductor estudiantil preocupado, ante todo, de despertar el entusiasmo o la aprobación de quienes lo escuchan, por la vía sencilla de subrayar conceptos que ponen en paréntesis la realidad.

Y eso es exactamente lo que ha ocurrido en Celac: el Presidente Gabriel Boric subrayó el respeto por los derechos humanos, olvidando del todo que las masas que protestan en Lima intentan imponer su voluntad mediante la violencia y desconocen las instituciones, motivo por el cual el Presidente Gabriel Boric haría bien si formulara para sí mismo la pregunta que Raymond Aron solía aconsejar a quienes criticaban el manejo del Estado: ¿Y qué haría yo en su lugar?

Un aporte del director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel

Las opiniones en esta sección son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional