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Invitación del Museo Histórico y Militar de Chile a visitar muestra de condecoraciones

                                                            Invitación a muestra de

                                                             condecoraciones

 

Hoy el Museo Histórico y Militar de Chile, inauguró la muestra de condecoraciones “Servicio, Valor y Mérito”, montadas por los destacados coleccionistas Gabriel Alliende y Norberto Traub.
Los invitamos a visitarla.

Columna de Opinión, News

Democracia u octubrismo. Felipe Schwember. Faro UDD. El Mercurio

                                        DEMOCRACIA U OCTUBRISMOFelipe Schwember, Faro UDD – El Mercurio, Columnistas, 16/10/2024

La democracia moderna es un intento por racionalizar la vida política y la competencia por el poder. Como tal, responde a la idea de que existe un conjunto de condiciones institucionales bajo las cuales el uso de la fuerza no resulta un medio aceptable para la consecución de los fines políticos.

Las narraciones filosóficas, tan importantes para el alumbramiento de la democracia moderna, acerca del tránsito desde un hipotético “estado de naturaleza” al “estado civil” son un ejemplo del esfuerzo encaminado a dilucidar ese conjunto de condiciones. En todas ellas, el propósito es distinguir entre uso legal o legítimo de la fuerza y la violencia.

“… (el octubrismo es) la creencia de que existe un derecho a imponer un proyecto político progresista por fuera o, incluso, en contra de las instituciones democráticas. …”.

En este sentido, la democracia se inscribe en una tradición filosófica e intelectual que defiende que la fuerza legal y la violencia son sustancialmente distintos, y que la vida social solo es justa y posible sobre la base de esa distinción.

La razón de esto estriba en la capacidad de la democracia representativa para recoger y reflejar, del modo más completo posible, las condiciones que pueden exigirse para la legitimidad de un gobierno en general: acceso al poder mediante la persuasión, preservación de la libertad política mediante la separación de poderes, reconocimiento de la igual libertad de todos los ciudadanos, reconocimiento de su derecho a participar en los asuntos públicos, etcétera.

Dado que contiene y refleja las condiciones de la legitimidad en general, la democracia constituye la medida para el enjuiciamiento de los eventos políticos. Los sucesos de octubre de 2019 no son una excepción. ¿Qué puede decirse acerca de los mismos?

En realidad, nada que no pudiera decirse ya el día en que comenzaron: en democracia no existe derecho a desobedecer o resistir a la autoridad; el derecho de reunión y la libertad de expresión no pueden ser ejercidos en desmedro de otras personas (por ejemplo, de los que sí quieren asistir a clases o transitar en paz por la ciudad) o de modos que supongan la destrucción de la propiedad pública o privada; que la responsabilidad de defender y preservar las instituciones democráticas recae sobre todos los ciudadanos por igual, y no únicamente sobre los que están en el gobierno.

En suma, no existe un derecho a impulsar proyectos políticos por fuera o, incluso, en contra de las instituciones democráticas. No porque dichas instituciones sean perfectas, sino porque son las únicas que, pese a sus imperfecciones, contemplan mecanismos de autocorrección institucional, concordantes con la libertad política y el respeto de los derechos individuales.

La negación de lo anterior es el “octubrismo”. Es decir, la creencia de que existe un derecho a imponer un proyecto político progresista por fuera o, incluso, en contra de las instituciones democráticas. Y eso incluye tanto a aquellos que creen que ese presunto derecho autoriza a desestabilizar directamente la democracia, como a aquellos que simplemente se aprovechan de la violencia que otros provocan. Ambos casos revelan, como es obvio, una falta de lealtad para con la institucionalidad democrática.

Pero debe decirse algo más, sobre todo por lo que toca a la concepción subyacente del octubrismo, que es la que en último término lo explica: la idea de que el uso de la violencia es legítimo para resarcir injusticias históricas profundas y atroces, que la vigencia de la democracia representativa —con igualdad formal— dejaría supuestamente impunes. Más precisamente, el octubrismo es una de las tantas versiones del mito de que resulta imperioso hacer una revolución capaz de reparar el curso de toda la historia nacional. Tanto las pretensiones refundacionales como el adanismo de la izquierda octubrista —en las que se regodearon, por ejemplo, algunos de los proyectos de preámbulo de la Convención— se explican por esta concepción de la historia.

¿Ha muerto el octubrismo? Es difícil que los mitos mueran. Para que ello ocurra debe romperse su hechizo. El fracaso sufrido por el octubrismo en el rechazo de la propuesta de la Convención es un duro golpe a la eficacia de ese hechizo, pues destruye la idea de que el pueblo, pese a los permanentes sabotajes de la oligarquía, siempre había querido y había permanecido fiel al proyecto político revolucionario.

Después de 2022, la pretensión de esa izquierda de representar la auténtica voluntad democrática del pueblo ha quedado desmentida. La derrota del octubrismo es la victoria de la democracia liberal y representativa, es decir, de la única forma verdadera y funcional de democracia.

Un aporte del director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel

 

Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional

 

Columna de Opinión, News

Lecciones de aquel dramático octubre. Gonzalo Rojas Sánchez. El Mercurio

                                                  LECCIONES DE AQUEL DRAMÁTICO OCTUBRE

Gonzalo Rojas Sánchez – El Mercurio, Columnistas, 16/10/2024

Los chilenos somos duros de mollera y, además, tenemos mala memoria histórica: hemos hecho tantas leseras que probablemente no queremos ni acordarnos de buena parte de ellas.

Pero, por todo lo que dicen las encuestas y las entrevistas, parece que el efecto del 18 de octubre sobre las neuronas y sobre los recuerdos no ha sido menor.

“Una buena parte de las izquierdas está siempre dispuesta a usar la violencia física, sin límites”.

En efecto, la insurrección violenta está muy presente; todavía late en nuestros espíritus su siniestro tamtam, aunque hayan pasado ya cinco años de ese devastador big bang.

¿Qué lecciones o conclusiones pueden sacarse, con la perspectiva del lustro transcurrido?

Se leen decenas de análisis, y no es sorpresivo que así sea: desde octubre de 2019 a marzo de 2020 Chile fue un laboratorio público, y el experimento ha arrojado resultados que son casi ciencia exacta. Veamos entonces algunos, solo en el plano de la violencia, partiendo de lo más abstracto a lo más terriblemente sangriento.

En primer lugar, hay que situar esa violencia en su contexto teórico. Alguna fue de matriz anarquista, otra de inspiración trotskista o leninista, pero que las tesis de Laclau y Mouffe operaron también desde su aparente moderación, no cabe ninguna duda.

¿Cuántos fueron los profesionales jóvenes, los universitarios e incluso los secundarios que, embriagados de deseos por llenar con sus agravios el famoso “significante vacío”, se lanzaron a las calles, en unos u otros momentos, para demoler al “neoliberalismo opresor”? Yo al menos me acuerdo de uno, bien simbólico: Gabriel Boric. Y con él, miles y miles.

Primera lección: vamos a tomarnos en serio a Laclau y Mouffe.

Una segunda consideración resulta casi ofensiva para los mayores de 60, pero la maravilla del drama humano es que las generaciones se renuevan a una velocidad tan grande que hay que explicar una y otra vez lo mismo, pero a gentes diversas.

Y esa repetición consiste en hacer presente algo sencillo y terrible: una buena parte de las izquierdas está siempre dispuesta a usar la violencia física, sin límites.

Ni la ética —el bien de cada persona— ni la política —el bien común— fueron obstáculos para que, en esos meses terribles de hace cinco años, el objetivo de aquellas izquierdas solo pueda ser descrito con sustantivos indeseables: destrucción, destitución, aniquilación, muerte.

Para eso, como en 1946, y en 1949 y en 1957, esas izquierdas articularon la más eficaz combinación de liderazgo intelectual con lumpen de primera línea. Y esta vez, además, contaron con el apoyo del internacionalismo proletario, bajo la forma de la solidaridad bolivariana.

Y no puede quedar fuera de nuestra consideración una tercera conclusión, quizás la más novedosa: la evidencia de que, por la vía del hecho noticioso grotesco, una minoría violentista empujó a profesionales de la comunicación a rendirse, cautivados ante la noticia extraordinaria.

Y fueron precisamente esos comunicadores quienes mediaron entre la violencia y la protesta, conduciendo irresponsablemente a enormes multitudes hacia la inicial aceptación del “quemémoslo todo”. Y el fuego era real.

Fue, en efecto, el mundo al revés: una violencia detestable se convirtió en noticia elogiable y pasó, por efecto de la difusión reiterada, a ser marea multitudinaria, al menos por unos días. Hubo, por lo tanto, mucha violencia discursiva en los matinales y en los noticiarios, en radios y en redes manejadas por profesionales de la información, quienes, por semanas, fueron activistas de la subversión.

No son tres violencias distintas. Son solo tres matices de una misma perversión, tres dimensiones de un mismo propósito: había que destruir la democracia. Y estuvieron muy cerca.

Un aporte del director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel

 

Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional