Ataque inédito
Aunque Irán e Israel llevan décadas enfrentándose de manera indirecta, con el apoyo de Irán a guerrillas extremistas, por una parte, y acciones selectivas israelíes contra científicos y militares persas, por otra, nunca se había producido un ataque tan directo y masivo como el lanzado el fin de semana por el régimen de los ayatolas sobre el territorio judío.
Definida por algunos analistas como la “crónica de un ataque anunciado”, la ofensiva iraní fue una respuesta al ataque al consulado en Damasco que en días previos costó la vida a siete oficiales de la Guardia Revolucionaria iraní, incluidos dos generales de la fuerza Quds, su brazo de operaciones en el extranjero. Aunque Israel no ha reconocido abiertamente la autoría, pocos dudan de ello. Teherán había afirmado que la acción tendría respuesta, la que vino a darse el fin de semana, pero de cuya realización abundaron los indicios previos.
El ataque —que incluyó más de 300 drones y misiles— puso a prueba el conocido “escudo protector” de Israel, que además contó con el apoyo decisivo de una coalición de países encabezada por Estados Unidos. Ello permitió minimizar el daño y ha llevado a las autoridades israelíes a hablar de una “victoria”, pero algunos análisis advierten que probablemente el objetivo de Irán no era generar una destrucción masiva, sino entregar una señal en cuanto a su disposición a defender sus intereses, cruzando una línea que hasta ahora no se había atrevido a traspasar.
Estados Unidos ha pedido a Israel evitar continuar escalando el conflicto con Irán, en un escenario ya marcado por la cruenta guerra en Gaza. Las autoridades israelíes han dicho que responderán al ataque en el momento y forma que estimen adecuado. De qué modo marcará esto la evolución del conflicto en Medio Oriente, es una pregunta cuya respuesta se irá develando en las próximas semanas.
Alineamientos estratégicos
Es una conocida estrategia de China afianzar alianzas para avanzar en sus intentos por modificar la estructura del sistema internacional y terminar con la “injusta hegemonía” de EE.UU. En ese propósito se enmarca la reciente reunión de Xi Jinping con el canciller ruso, Sergei Lavrov, en preparación de una cumbre con Vladimir Putin, en mayo.
Todas las declaraciones se refirieron a las “formas de profundizar la cooperación en seguridad” en Europa y Asia, para “contrarrestar intentos de EE.UU. de imponer su voluntad”. Sin embargo, para Rusia, lo más importante es hacer valer su “acuerdo de seguridad sin límites” con China como muestra de que no está totalmente aislada.
Beijing mantiene una postura ambigua con respecto a la guerra en Ucrania, absteniéndose de condenar la agresión rusa, al tiempo que le da a Moscú un respiro ante las sanciones internacionales, incrementando el comercio bilateral. Rusia es hoy el principal proveedor de petróleo y gas de China, que por su parte le entrega elementos para su industria bélica y tecnológica. En 2023, el intercambio se incrementó en 26,3 por ciento.
Para el liderazgo chino, una coyuntura como la actual es una oportunidad de posicionarse como una potencia capaz de desafiar la supremacía de Occidente. El eje Beijing-Moscú sería el pilar para estrechar la “coordinación estratégica con los BRICS” (ambos, más Brasil, India y Sudáfrica), pero también con países que desafían la paz mundial, como Norcorea, Irán o Venezuela.
En su intento por modelar una nueva estructura global, en la que ni la democracia ni la defensa de los derechos humanos tienen un lugar central, Xi busca aunar voluntades de países emergentes (varios de los cuales desprecian tales principios), elevando en su retórica cuestiones como “la justicia internacional”. En el fondo de todo esto, por supuesto, está la intención de superar a EE.UU. como la principal superpotencia, terminar con lo que considera el sistema unipolar forjado tras el fin de la Guerra Fría y reemplazarlo por otro en el que China tendría mayor influencia.
Con el enorme crecimiento económico de las últimas décadas, que le permitió más que duplicar su presupuesto de Defensa desde 2015, ha podido fortalecer su aparato militar y naval, aumentando sus fuerzas convencionales así como el arsenal nuclear, que se multiplicó por dos desde 2020. Sus intensos vínculos comerciales le dan una fortaleza económica que no tenía y acrecientan su potencial político.
Y mientras Lavrov y Xi hablaban en Beijing, Joe Biden reforzaba sus propias alianzas para sostener la actual estructura internacional y la estabilidad en el este de Asia. Preocupado de la creciente tensión en el mar del Sur de China —generada por los esfuerzos de Beijing para dominar el área—, recibió en la Casa Blanca al Presidente filipino, Ferdinand Marcos Jr., y al Primer Ministro japonés, Fumio Kishida. El japonés dio la clave, declarando que “los intentos unilaterales por cambiar el statu quo por la fuerza o la coerción son inaceptables. Hoy es Ucrania, mañana será el este de Asia”.
La poco usual reunión tripartita, que se enmarca en lo que se está llamando el “minilateralismo” (que reúne países con intereses comunes), confirmó que los aliados asiáticos confían en el liderazgo norteamericano para su defensa, y que, a su vez, Washington mantiene su compromiso con ellos. Biden habló de una “nueva era de cooperación estratégica”, en la que se refuerza la colaboración militar y tecnológica con Tokio, y reafirmó un acuerdo de defensa mutua con Manila, enfrentada en una disputa marítima con Beijing.
La competencia entre EE.UU. y China se agudiza no solo en lo económico y comercial, sino también en el plano estratégico, con los países del entorno obligados a tomar partido para defender sus intereses. Washington, como promotor de la democracia y el libre comercio, tiene una responsabilidad mayor en hacer que se respeten las reglas de convivencia internacional y evitar conflictos mayores.
Editorial
El Mercurio
Lunes 15 de abril de 2024
Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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