Augusto Pinochet Ugarte: tres decisiones fundamentales para la Historia de Chile.Gonzalo Rojas Sánchez. Historiador
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“Llego al Mando Supremo de la Nación sin haberlo pensado jamás ni mucho menos buscado. Soy un soldado que ingresó a las filas del ejército sin otro norte que la entrega silenciosa o abnegada a la Patria.”
Los Boldos, 25 de noviembre de 2015.
Al conmemorar hoy los 100 años del nacimiento del Presidente Augusto Pinochet Ugarte, ante todo doy gracias a Dios, a la Fundación que lleva su nombre y que hoy cumple 20 años de notable labor bajo las presidencias de Hernán Briones y de Hernán Guiloff y a todos ustedes, Sra. Lucía, miembros de la familia Pinochet, colaboradores y amigos del presidente, por el honor que me dispensan al permitirme recordar unas pocas dimensiones de este hombre único.
Lo haré tomando en buena medida información de mi propio libro, “Chile escoge la libertad, La Presidencia de Augusto Pinochet Ugarte”, en el que el mismo Presidente fuera un actor tan importante, gracias a las cuatro largas entrevistas que me concedió y sobre todo, por los 130 mil documentos de su presidencia que pude revisar.
La primera dimensión que quiero recordarles en este día solemne es el liderazgo de Augusto Pinochet Ugarte desde el mismo Once de septiembre de 1973.
Efectivamente, desde la mañana del Once de septiembre de 1973, a Augusto Pinochet Ugarte le tocará hacer aquello para lo cual nunca fue preparado, ser Presidente de Chile, pero que sólo pudo hacerse gracias a eso otro para lo cual sí había sido formado, ejercer un liderazgo superior.
Pinochet deberá asumir el mando supremo de la nación cuando sólo un general de ejército puede hacerlo, cuando ningún civil está capacitado, porque las coordenadas del conflicto nacional son fundamentalmente militares, de guerra. Y no había sido precisamente él quién así lo había planteado, sino que era una convicción muy arraigada en la inmensa mayoría de los chilenos.
¿Inevitabilidad histórica? No, simplemente el llamado de los tiempos a una tarea determinada para la cual Chile pudo no contar con el hombre adecuado. Pero el hombre existía y tomó la decisión.
El carácter dramático de la situación, con toda su carga negativa de dolor y de pérdida de vidas humanas, tuvo la única gran ventaja de colocar al Presidente de la Junta de Gobierno, un militar acostumbrado a pensar en términos de seguridad, de vida o muerte, de derrota o victoria, en condiciones de captar la magnitud del suceso político-militar que él estaba encabezando. Por eso, desde el momento mismo en que toma la palabra para dirigirse al país el día del Pronunciamiento, Pinochet comienza a manejar dos conceptos fundamentales: el patriotismo de las FFAA y el caos del gobierno del recién derrocado Salvador Allende. En una situación de normalidad, no parecería haber simetría conceptual entre ambos términos, pero ahora sí se presentan ante el simple ciudadano chileno como las únicas dos alternativas válidas en los dramáticos momentos que se viven. En ese acto Pinochet tiene, además, una clara visión de lo que son las líneas matrices de su acción hacia adelante.
Al mismo tiempo, marca presencia donde se decide de verdad la disputa militar de la primera hora: en terreno. Pero antes de salir a la calle, ya ha recibido el honor de la conducción del país por sus pares. Es efectivo que Pinochet asume por estructura de mando o antigüedad de las ramas y no por un acuerdo político y que esa decisión refleja su capacidad de mantener la lealtad y la jerarquía en las FFAA. Pero también se hizo evidente con el paso del tiempo que esa designación había sido un claro reconocimiento a su liderazgo personal.
Las palabras de Pinochet en acción durante el Pronunciamiento mismo han dejado en claro, desde el primer minuto, su fuerte personalidad y el don de mando que lo caracteriza: “Mira -le dice a Patricio Carvajal- es conveniente tirar una proclama por la radio, que hay estado de sitio; en consecuencia no se aceptan los grupos; la gente tiene que estar en sus casas porque se arriesgan a que se encuentren en un problema.”
Pero Pinochet deja clara constancia de que no quiere destacarse: no es su ánimo, ni su estilo, ni está el país para personalismos: el 27 de septiembre afirma con humor que “la Junta trabaja como una sola entidad. Yo fui elegido Presidente por ser el más viejo; en realidad es porque el Ejército es la institución más antigua… Soy un hombre sin ambiciones, no quiero aparecer como el detentador del poder”.
Pero algunas especulaciones sobre su ambición se abren paso entre detractores y ciertos colaboradores. El Presidente los enfrenta: “Llego al Mando Supremo de la Nación sin haberlo pensado jamás ni mucho menos buscado. Soy un soldado que ingresó a las filas del ejército sin otro norte que la entrega silenciosa o abnegada a la Patria.”
Ha nacido a la luz pública uno de los liderazgos más significativos de la historia nacional, un conductor especialmente llamativo para el presente de Chile, en el que tantos, casi todos, parecen moverse en la vida pública nacional por intereses pequeños, por miras de corto plazo, por ambiciones innobles.
Una segunda dimensión que cabe resaltar hoy es la enorme visión de futuro del presidente
En este tema vale la pena distinguir las tres dimensiones en que el Presidente enfoca el trabajo gubernamental; por una parte, difunde con persistencia los principios políticos que inspirarán a esta nueva formulación constitucional; por otra, determina las instancias que la estudiarán y, finalmente, aborda los principales problemas jurídicos que son típicos de un período de transición institucional.
En el plano de los principios, lo primero que diferencia al Gobierno de Pinochet respecto de los demás regímenes militares de Iberoamérica, es que el Presidente haya querido darse un marco de institucionalidad desde el inicio, lo que no es propio de una dictadura, sino de un gran proyecto nacional. A partir de sus lecturas, Pinochet ha llegado a la conclusión de que un hombre sin marco, tiende a desbordarse. Ya desde los primeros momentos del nuevo Gobierno comienzan a aparecer las definiciones, y después la Declaración de Principios, las Líneas de la Junta, etc.
Es el propio Presidente quién comienza a dar luces. Ya en el mismo mes de septiembre de 1973 afirma que hay que ir a una nueva Constitución, puesto que afianzadas las metas de control del caos subversivo y económico, “las FFAA y de Orden darán paso al restablecimiento de nuestra democracia, para lo cual, afirma que de cada línea ideológica se ha tomado lo mejor, pero “no pretendemos tampoco crear un nuevo sistema”, en cuanto sea una novedad completa en la historia de las instituciones políticas, como se pretendió en otros momentos de la historia nacional. En todo caso, va quedando claro que el propósito fundamental del nuevo Gobierno es reconstruir la democracia. “la que deberá renacer purificada de los vicios y malos hábitos que terminaron por destruir nuestras instituciones.” Se trata de “abrir un nuevo régimen político, de establecer uno duradero y de proyección futura” aunque todavía sus contornos no estén perfilados.
Poco más de seis meses después el Presidente va caracterizando la democracia a la que aspira: “El objetivo central de la Junta de Gobierno es recuperar a Chile como país auténticamente libre y soberano, dando a todos sus habitantes, la oportunidad de alcanzar mejores destinos y una realización integral, (porque) concebimos la sociedad como un conglomerado humano cuyo eje fundamental es el respeto a la persona humana, en sus más esenciales atributos naturales y espirituales.” A finales de abril de 1974, todas las dudas se están disipando, puesto que se habla claramente de un Objetivo Nacional, consistente en la democracia social, efectiva y moderna, en la erradicación de la pobreza y en la proyección de la imagen de Chile al mundo. A lo anterior, el Presidente liga la idea de que el Gobierno no es transitorio y que, por lo tanto, hay tiempo para hacer los cambios necesarios: “hemos dicho que no somos un Gobierno transitorio de administración, para caer en los mismos vicios anteriores que destruirían definitivamente nuestra patria, como tampoco nos hemos hecho cargo del poder para perpetuarnos en él, lo que sería ajeno a la tradición de nuestra República.” Además, afirma que “la institucionalidad deberá contar con una “nueva generación de chilenos”, porque Pinochet ya esta pensando en aquélla que con él irá madurando para conducir a Chile.
Mes a mes el Presidente va dando más luces: Se tratará de gestar una democracia “social, efectiva, moderna, “lo que supone una construcción fundada en los valores libertarios de la sociedad occidental y en la democracia como forma de vida indisolublemente ligada a nuestra tradición nacional.” Pero Pinochet matiza, eso sí, que “sería un error grave y suicida confundir la esencia libertaria de la democracia, con las fórmulas institucionales y políticas superadas por los tiempos; (…) si queremos preservar esa esencia más profunda de la democracia, debemos generar nuevas expresiones y mecanismos institucionales que favorezcan su eficacia,” agrega.
Se va así caracterizando el tipo de autoridad que debe existir: despolitizada, independiente, fuerte, impersonal, justa. Como Chile debe volver a ser un país soberano, centrado en la dignidad de la persona humana, la institucionalidad tiene que reconocer además que existen derechos de las personas que son anteriores y superiores al Estado, todo lo cual se funda en la Declaración de Principios.
Para poner en práctica todo lo anterior, el Gobierno dispone el estudio y redacción de una nueva Constitución, siguiendo la mejor tradición, es decir, mediante un trabajo meditado y consiguiente al funcionamiento de las instituciones. Tal como durante Portales, desde un comienzo se pretende que las normas estén subordinadas a la realidad.
Como el texto de 1925 sólo está vigente “en la medida que la actual situación del país lo permita para el mejor cumplimiento de los postulados que (la Junta) se propone, la tarea de un reemplazo constitucional orgánico se encarga a una Comisión que empieza sus reuniones el 24 de septiembre de 1973. El encargo de este grupo de trabajo es trascendental: “estudiar, elaborar y proponer un anteproyecto de nueva Constitución.”
La Comisión va recibiendo gradualmente los principios que pretenden establecerse en la nueva institucionalidad y el Presidente Pinochet va tomando contacto con sus miembros, en conjunto o por separado.
Después de un largo camino de años de estudio y ponderación, se llegó al 11 de septiembre de 1980. El acto plebiscitario convocado por la Junta se efectúa con entera calma en todo Chile; al final de la Jornada se da a conocer el resultado. Sí 67.04%, no 30.19%. Augusto Pinochet Ugarte, el 11 de marzo de 1981, pasa a ser el nuevo presidente constitucional de Chile. Ha cumplido todos sus anuncios sobre el modo y los plazos por los que Chile tendría este nuevo marco. Ha tenido que superar dudas y vaivenes -especialmente significativa es su famosa definición de Chacarillas en 1977- y ha consumado el más detenido, profundo y largo estudio de que haya sido jamás objeto una constitución en la historia de Chile.
Qué diferencia notable con la improvisación, los devaneos ideológicos y la frivolidad con la que algunos quieren impulsar, pronto y mal, una nueva Constitución para Chile.
La tercera dimensión que quiero comentar, es el cumplimiento de la palabra empeñada en Augusto Pinochet Ugarte, con especial referencia al plebiscito de 1988.
Algunas versiones afirman que tres días antes del plebiscito el Presidente lleva a los miembros de la Junta a la sala de computadores y les explica cómo se sabrán los resultados. El almirante Merino le pregunta sobre una posible derrota, pero el Presidente, molesto, simplemente le contesta que de ser así hasta ahí llega la elección, porque la amenaza de Volodia Teitelboim es demasiado grave; enfáticamente asegura que no entregaría el gobierno bajo esas circunstancias de peligro institucional. Ya la noche anterior al plebiscito el general Ballerino rompe en parte la convicción presidencial en su victoria, confidenciándole que una persona muy bien informada le ha manifestado sus dudas.
Hacia las 20 horas del 5 de octubre no cabe duda que todo va mal y en el Consejo de gabinete de las 12 de la noche se sabe que ya no hay vuelta para la opción presidencial. Pinochet entra a la sala donde sesiona el Consejo de ministros y con emoción contenida simplemente afirma: “señores, hemos tenido un tropiezo; tenemos que asumirlo todos y seguir adelante; la situación es normal en el país y los cursos de acción están dados en la Constitución;” la renuncia del gabinete es enérgicamente rechazada por el Presidente, porque no es un tema del momento; pide atención, coordinación y que sigan las instrucciones dadas a través del ministerio del Interior.
Conocidos los resultados ya decisivos para la derrota del Presidente, hacia las 2 de la mañana Pinochet sigue muy inquieto por la situación de orden público que pueda producirse y habla de “tomarnos la calle,” pide apoyo a las restantes fuerzas para controlar eventuales brotes de violencia; incluso solicita poderes más amplios, pero cuando se los niegan, simplemente toma todo con ecuanimidad y sin enojo. No parece haber en la mente de Pinochet ningún afán por desconocer el resultado, sino la más obvia preocupación por las consecuencias de un eventual estallido de turbas armadas, consonante con la lentitud en la entrega de los resultados, que se ha estimado “un costo asumido deliberadamente, en aras de la seguridad y el orden.”
El No gana con el 54,7% (3.959.495 votos), postergando al Sí que obtiene un 43,00% (3.111.875 votos).
Pinochet trabaja con serenidad, tranquilidad y entereza desde el mismo día siguiente de la derrota, aunque no puede ocultar su sorpresa y desazón. Entiende que tiene que adaptarse a una situación muy dolorosa. Pero sigue trabajando con ese carácter admirable que tiene para sobreponerse a cualquier cosa, “sigue trabajando con el espíritu de un buen soldado.”
La dura derrota electoral, eso sí, no implica que el Presidente abandone su convicción en el modelo económico que tanto bienestar le ha dado al país, aunque más de la mitad de los chilenos no lo hayan sabido reconocer e, incluso, muchos de ellos hayan olvidado la situación en la que se encontraban apenas quince años atrás.
En las postrimerías de su gobierno, Pinochet hace un recuento de sus propósitos en esta materia. Afirma que nunca ha pretendido dar recetas en el plano laboral, “pero si pensáramos en la clave de nuestro éxito, tal vez podríamos sostener que ella se funda en una voluntad común de emprender y de superar todo obstáculo transitorio en busca de mejores oportunidades;” efectivamente, los logros alcanzados son una muestra “de nuestro esfuerzo por dignificar al trabajador chileno; Chile no es apto para sembrar y cosechar proletarios; Chile merece ser un país de propietarios; hacia allá ha estado dirigida nuestra tarea en el campo laboral y los trabajadores así lo han entendido; no sólo tienen derecho a trabajar; también lo tienen a participar.”
Es el momento de los balances sobre el gobierno, mientras el Presidente se prepara para dejar su cargo. Nadie tiene duda alguna de que Pinochet cumplirá su palabra y entregará el mando de la nación. En eso, no hay dos opiniones.
Donde sí se plantean las divergencias es en la calidad con que Pinochet sale de su cargo y entra al juicio de sus conciudadanos. Jaime Guzmán cubre de elogios al Primer mandatario, mientras que Andrés Allamand estima que si Pinochet “no hubiera pretendido permanecer 24 años en el gobierno, la historia habría recogido su figura mucho mejor.” En esas dos posturas se prefiguraba lo que vendría: los leales al hombre leal; y los otros.
El Presidente, por su parte, prepara las últimas horas. Acepta uno que otro homenaje en los días finales de febrero y le pide a la ciudadanía que considere a la unidad nacional “como un objetivo que es consustancial a la acción de todo futuro gobierno, porque Chile ya experimentó suficientemente las nefastas consecuencias que traen consigo la división social, el odio y la estéril lucha de clases.” Por eso, instruye al ministro del Interior para que no autorice manifestaciones políticas o concentraciones de adhesión a su persona y al gobierno antes de la transmisión del mando; quiere que los actos estén revestidos de solemnidad y sobriedad.
Y comienza la cuenta regresiva. El 10 de marzo se dirige al país y a las 19.48 cruza por última vez como Jefe de Estado las puertas de La Moneda, que se cierran simbólicamente detrás de él.
Para terminar sólo pide “unirnos en un solo esfuerzo conjunto que asegure el éxito del gobierno que se inicia, en bien de toda la familia chilena y del destino promisorio que se merece.”
Pero siempre hay un último día: el 11, desde temprano gran cantidad de personas con cartas, ramos de flores y todo tipo de regalos acuden a su casa. Desde ella el Presidente se dirige a la Escuela Militar; a lo largo de todo el recorrido, que hace en un auto descubierto, miles de personas lo vitorean e incluso lo acompañan corriendo a sus costados. Va sereno, a veces sonríe, pero sin duda sufre por la incertidumbre que se cierne por su Patria tan amada.
Finalmente, llega al Congreso en Valparaíso. Preparar este día ha costado mucho, por las absurdas exigencias de la Concertación, como que no se ejecute el Himno nacional cuando entre el Presidente Pinochet. Los acuerdos han sido largamente trabajados, pero podrían romperse. Aun bajo esa sospecha, la ceremonia resulta solemnísima -sólo empañada por aislados actos de violencia fuera del recinto y algún desagrado dentro de la sala- y muchos de sus detractores no pueden creer lo que están viendo: Augusto Pinochet Ugarte se despoja de la banda presidencial, la entrega y felicita amablemente a Patricio Aylwin. La piocha, eso sí, la entrega directamente al nuevo Presidente, para dejar en claro el término de la misión histórica realizada.
“Hemos concluido una exitosa jornada,” afirma el ahora ex presidente Pinochet.
Una exitosa jornada de 16 años y medio. Palabra empeñada, misión cumplida: a través de Augusto Pinochet Ugarte, Chile ha escogido la libertad.
Muchas gracias