En marzo de 2013, observé a la entrada de la ciudad portuaria de Ilo, Perú, un desvencijado letrero caminero con las palabras “Boliviamar”, indicando 20 kilómetros hacia el sur. Venía desde Brasil, en dirección a Chile, realizando para el diario El Mercurio una serie de reportajes sobre los llamados “corredores bioceánicos”, un sistema de carreteras de integración de momento más retórico que práctico.
No recordaba la existencia de este lugar, y como el solo nombre me pareció más que curioso – tratándose de la conjunción de Bolivia y el mar -, decidí ir y ver qué había. No había nada. Un gigantesco peladero junto al mar, y una monumental estatua metálica – símbolo de la unión fraterna entre Perú y Bolivia – cayéndose a pedazos, en cuyos restos se asoleaban aburridas lagartijas. Pero ésa no era la idea original. La idea original era buena.
En 1992 el ex Presidente peruano y hoy convicto Alberto Fujimori recibió a su homólogo boliviano Jaime Paz Zamora para ofrecerle en forma gratuita, y por 99 años renovables una franja de 5 kilómetros de costa para que Bolivia hiciera lo que quisiera: instalar un puerto, infraestructura hotelera, la mentada playa boliviana que soñó Chávez, etc. El mar estaba, el terreno estaba, sólo había que invertir.
Discursos integracionistas, abrazos, rituales indígenas, bailes y “cholitas” empapando sus polleras en el agua, celebraron el histórico acontecimiento. Nunca se hizo nada. Allí quedó el solitario monumento, expuesto al ataque de la arena, la sal y la humedad. Pasaron 18 años. Octubre de 2010. Los gobiernos de Lima y La Paz retomaron las conversaciones por Boliviamar (o Bolivia Mar, no hay consenso en su escritura).
Ahora sí que el espacio sería aprovechado. El monumento fue remozado. A la nueva ceremonia asistieron los presidentes Evo Morales y Alan García. Más discursos, abrazos, rituales y “cholitas”. El futuro prometía. Y llegamos al presente. Van casi cinco años de la última ceremonia y Boliviamar sigue exactamente igual. Es decir, nada. Del pobre monumento ya poco debe quedar.
Durante mi visita a la zona intenté contactarme con el cónsul de Bolivia en Ilo, para que me explicara qué había pasado. Fui varias veces a su oficina. Lo esperé. Finalmente su secretaria me transmitió el mensaje de que el gobierno le había prohibido recibirme. Para quienes no conocían la historia de Boliviamar ahora sabrán que nuestro inquieto país vecino, además de todas las facilidades que le otorga el tratado de 1904 para el uso de puertos chilenos, goza de un buen pedazo de costa, prácticamente regalado para su uso y disfrute casi ilimitado. Y digo casi porque los peruanos afirman que una de las razones del desaprovechamiento del lugar fue que La Paz quería una guarnición naval en la zona, lo que Perú no concedió.
Otro motivo fue el completo desinterés de los empresarios bolivianos para invertir en infraestructura portuaria, ya que les salía mucho más barato usar justamente los puertos chilenos. La Paz no hizo nada por incentivar Boliviamar, ni siquiera se invirtió a nivel estatal, en habilitar y mantener un puerto y una playa. Pero Bolivia no sólo goza de acceso al Pacífico, sino que desde el año pasado Uruguay le propuso una salida al Atlántico, a través de la vía fluvial de la cuenca del Plata, por los ríos Paraguay, Paraná y de la Plata. El ex Presidente José Mujica le ofreció a Evo Morales concesiones en el puerto de Rocha.
Mientras escribo esta columna, se desarrollan los alegatos de Chile y Bolivia en La Haya. Y a pesar del extenso y derrochado litoral que posee en Ilo, Bolivia quiere convencer a la corte para que fuerce a Chile a negociar una salida soberana al mar. Porque el tema no es que Bolivia no tenga cómo salir al mar, ni que si lo tiene no sabe qué hacer con él y lo desaprovecha, sino que tiene que ser por Chile, y con soberanía. Es la única forma, plantea ese país, de lograr impulsar su economía – hoy en sorprendente alza – y lograr un verdadero desarrollo. Pero el mar no es la panacea. ¿Cuántos países marítimos se encuentran en el subdesarrollo y la pobreza? En nuestro continente hay varios, partiendo por muchos centroamericanos. ¿Y los de África? Salvo Sudáfrica y pocos más, el resto de la costa africana pertenece a muchas naciones sumidas en la miseria, guerras tribales, dictaduras e incluso estados fallidos. En Sudamérica, por ejemplo, y hasta que comenzó con su fuerte crecimiento, Perú era un país pobre con casi 3.000 kilómetros de costa.
Y es que la falta de infraestructura caminera de Bolivia – que aún aísla a varias de sus principales ciudades – no se soluciona con mar; la irritante burocracia boliviana y las trabas al turismo no se solucionan con mar; la suciedad y la basura en las calles de muchas urbes bolivianas no se solucionan con mar; tampoco la desigualdad entre ricos y pobres ni la enorme polarización existente entre las diversas etnias y culturas que integran el Estado Plurinacional de Bolivia.
Es sabido que los indígenas del altiplano – de cuyo origen es Evo – no se soportan con los habitantes del oriente, y entre ambos mantienen una guerra soterrada: la de La Paz versus Santa Cruz; es decir la de los Collas (aymaras) contra los Cambas (orientales). Estos últimos varias veces han amenazado con afanes independentistas, y los más radicales llevan en sus autos o instalan en sus casas la bandera de la llamada “Nación Camba”.
Esta situación no es muy diferente con quienes viven en la Amazonía boliviana, y en más de una ocasión los indígenas amazónicos y naturales de los departamentos de Beni y Pando se han enfrentado al gobierno de Morales, al que han acusado de discriminación y de privilegiar a los habitantes del altiplano. Y la corrupción. No hay que olvidar la corrupción.
He estado decenas de veces en Bolivia, y no son pocas las oportunidades en que he tenido que satisfacer, en dinero efectivo, requerimientos económicos de las autoridades administrativas o policía. Me han solicitado documentos inexistentes para cobrarme, dándome recibos hechos a mano sin respaldo alguno, e incluso me han inventado leyes en el acto para impedirme abandonar el país, si no pagaba. No me lo contaron, lo viví yo. Y todas esas prácticas, lamentablemente habituales en Bolivia, no se solucionan con mar… Por tanto, todo este show mediático desplegado por Bolivia a raíz de su demanda es un excelente catalizador del nacionalismo, anhelos, frustraciones y el centenario resentimiento de ese país con Chile.
Pero, en la práctica, y aun cuando sucediera la fantasiosa ficción de que la Corte de La Haya se declarara competente, fallara en el fondo a favor de Bolivia y Chile le cediera una salida soberana al océano, nada aseguraría que el territorio nacional que se le entregara no termine en un nuevo Boliviamar.
Un amigo peruano que conocí justamente en Ilo me dijo que “en el fondo, los bolivianos no tienen vocación marítima, no les gusta el mar. De lo contrario, habrían aprovechado todo esto que se les dio”. Y quién sabe si tenga razón.