Columna de Opinión

El 11 de septiembre en Chile: una mirada desde el inconsciente colectivo. Ver programa ASOFAR 11 Septiembre en Valparaíso en filial V Región

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

Pretender separar o hacer una diferencia entre “los que estaban antes y los que están ahora” es intentar manipular un inconsciente colectivo que tiene más de 200 años, al menos en el Ejército y la Armada. Por su parte, tanto Carabineros, la Fuerza Aérea como la Policía de Investigaciones, son instituciones que fueron formadas a partir del Ejército y la Armada por lo que comparten su antigüedad en términos del inconsciente colectivo.

A pocos días del 11 de septiembre, nos preparamos nuevamente para que los medios de comunicación saturen los espacios de “noticias” y “reportajes” con hechos ocurridos con posterioridad a la fecha mencionada correspondiente al año 1973.  Nada nuevo. Se sabe con mucha anticipación que esto ocurrirá.

 Esta situación, propia de esta fecha en las últimas décadas, no deja de llamar la atención por la insistencia de su repetición ante una sociedad que parece ser inmune a esa “realidad” y que, majaderamente, se muestra sin importar su contexto histórico o veracidad. Pareciera ser que el efecto perseguido – el desprestigio del Gobierno Militar – no ha sido posible de conseguir, pese a la persistente ofensiva de comunicación desplegada desde larga data, principalmente por la televisión y la prensa escrita.

En ese mismo contexto, hay que agregar la exclusiva persecución judicial a miembros de las Fuerzas Armadas y de Orden, en tanto que delincuentes, subversivos, terroristas y asesinos de militares y policías son indultados, amnistiados o protegidos, siendo que muchos de ellos fueron protagonistas de hechos ocurridos con posterioridad al 11 de septiembre de 1973.

 La insistencia en repetir y concentrarse en sólo algunos hechos de la historia reciente con posterioridad a septiembre de 1973, complementada por una clara parcialidad en la aplicación de la justicia, obliga a buscar las causas más allá de la razón, por cuanto es difícil entender esa tenaz persistencia en intentar influir en la opinión de una sociedad que está cada día más alejada de la participación política.

Quizás una mirada desde el inconsciente nos podría dar una luz sobre las motivaciones por las que, medios de comunicación, y grupos interesados de personas, insisten en promover y mantener un ambiente de odio y confrontación que mantiene estancados y amarrados al pasado a algunos ciudadanos del país cuya mayoría, claramente, desea intentan mejorar sus condiciones y calidad de vida.

El inconsciente es una parte constitutiva de la psique del hombre. Su existencia fue enunciada por Freud, estudiada por Jung y complementada y desarrollada, entre otros, por Lacan, y recientemente por Castoriadis. El inconsciente humano da cuenta de actos que no tienen explicación racional o consciente; de allí que es difícil encontrar respuestas a sus manifestaciones, ya que normalmente escapan al mundo que denominamos como real, y menos a la relación causa – efecto.

El inconsciente se presenta de una manera extremadamente compleja. Quizás un ejemplo ayudará a entender su participación en las relaciones humanas: El ser humano generalmente actúa conforme a lo que quiere ser, y no lo que realmente es. Lo que el ser humano es, normalmente lo oculta y lo ve en otra persona. “Si yo soy flojo, conscientemente voy a ser trabajador y voy a detestar a los flojos”.

Lo anterior es una simplificación extrema, pero con ello se pretende llamar la atención sobre la relación entre consciente e inconsciente. “Lo que realmente Soy lo oculto, y lo veo en el Otro. Eso me justifica y lo que es más importante, tranquiliza mi conciencia”.

El inconsciente también existe a nivel colectivo, no siendo la simple la suma del inconsciente individual de los sujetos que componen una sociedad.

Se entiende como una percepción formada por vivencias acumuladas en el devenir de una comunidad y que es transmitido inconscientemente de generación en generación, o en un grupo afín. Por lo anterior, no es posible de manipular o cambiar por medios físicos o construcciones culturales humanas. Es un conocimiento mucho más profundo, que dice relación con la supervivencia y naturaleza del hombre, y que da cuenta de aquellos atributos derivados de la larga evolución del ser humano, como son, la solidaridad, el altruismo y la justicia. Desde esa perspectiva se podría intentar buscar una explicación a la ofensiva comunicativa “anti Gobierno Militar” que, una vez más, estamos próximos a experimentar.

Recientemente se publicó la encuesta del Centro de Estudios Públicos de julio de 2014, en donde, como ha sucedido invariablemente en las últimas décadas, Carabineros, las Fuerzas Armadas y la Policía de Investigaciones, ocupan los primeros lugares de las Instituciones que merecen la mayor confianza ciudadana.

Curiosamente son las mismas Instituciones que actuaron el año 1973, por más que se les intente desperfilar y separarlas de “los que apoyaron al Gobierno Militar” y “los que están actualmente en servicio activo”.

Pretender separar o hacer una diferencia entre “los que estaban antes y los que están ahora” es intentar manipular un inconsciente colectivo que tiene más de 200 años, al menos en el Ejército y la Armada. Por su parte, tanto Carabineros, la Fuerza Aérea como la Policía de Investigaciones, son instituciones que fueron formadas a partir del Ejército y la Armada por lo que comparten su antigüedad en términos del inconsciente colectivo.

Expuesto ya el resultado de la encuesta CEP, en donde quienes serán atacados mantienen nuevamente el mejor índice de confianza ciudadana, cabe preguntarse ¿qué es lo que les molesta del Gobierno Militar?

La respuesta más probable está en el mecanismo del inconsciente: a ellos les molesta que las FFAA y de Orden merezcan la mayor confianza ante la ciudadanía, muy superior a las instituciones “cultas y letradas”, y les molesta además, que las FFAA y de Orden hicieron en 1973 lo que otros grupos, en este caso el estamento político, fueron incapaces de hacer.

Para quienes fracasaron en la conducción política del país eso es inaceptable, pero la ciudadanía, que experimentó directamente los acontecimientos de la época, en su inconsciente sabe que lo que hicieron las FFAA y de Orden era exactamente lo que había que hacer, con todas las consecuencias derivadas del clima de violencia imperante en ese tiempo.

Esto ya es parte del inconsciente colectivo nacional, e independiente de lo que se cuente, se escriba o se muestre a las generaciones presentes, el juicio ya está hecho, y la experiencia vivida por los adultos de la época también es parte del inconsciente de las generaciones posteriores que no la vivieron: “Lo que se dice, no es necesariamente lo que se siente o se piensa”.

 Ahora, curiosamente, y siempre en el ámbito del inconsciente, tanto la rabia, el resentimiento y el ataque persistente denotan fuerza y resistencia, pero al mismo tiempo desgastan y debilitan. Quizás en ese ataque tenaz y continuo a las FFAA y de Orden, y en la parcialidad en la aplicación de la justicia de la que muchos de sus miembros en retiro hoy son objeto, está la explicación a la indolencia ciudadana a la participación política.

Por algo es que en la encuesta CEP ya mencionada, tanto los partidos políticos como el estamento judicial ocupan los últimos lugares en la confianza de los chilenos: ellos están absolutamente debilitados y desprestigiados porque ante la sociedad, no han cumplido, ni cumplen con su deber.

La parte consciente de la psique humana se concentra en el presente y eventualmente, en el futuro, mientras que la parte inconsciente se centra en el pasado, no sólo inmediato y propio, sino que también en el colectivo, que tiene millones de años de existencia.

Pretender, desde lo consciente, desconocer u olvidar el pasado, es enfrentarse a un legado poderoso que no es posible borrar o eliminar como es el inconsciente.

Desde esa perspectiva, es posible entender la contumaz postura de algunos grupos y personas, de analizar la historia reciente a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre de 1973, haciendo caso omiso de todos los hechos ocurridos con anterioridad. Es la explicación humana a encontrar la culpa en el Otro, atacándolo permanentemente, intentando con ello ocultar las malas acciones, omisiones o faltas propias.

“Miremos desde el 11 de septiembre de 1973 en adelante, porque lo que pasó antes no lo quiero ver, ya que Yo soy responsable y culpable de ello”. Pero el “que no quiero ver” está, lo estará siempre y seguirá molestando mientras no se reconozca, como también se hace con la tarea efectuada por el Gobierno Militar: “Ellos hicieron lo que mi grupo político no hizo o no fue capaz de hacer, y por ello debo atacar y desprestigiar su obra”.

Ambos hechos, la labor del Gobierno de las FFAA y de Orden y el no reconocimiento de la situación de violencia que vivía el país, están en el inconsciente colectivo nacional. Eso no se puede cambiar, ni va a cambiar por declaraciones ni escritos provenientes de los medios de comunicación.

La realidad nacional que se muestra es otra, y está claramente reflejada en la encuesta CEP, lo que nos permite evidenciar la compleja relación entre el consciente e inconsciente del ser humano.

Luego, es posible inferir que reconociendo, o al menos dejando de atacar al Gobierno Militar, y administrando justicia a los miembros de las FFAA y de Orden en forma imparcial, la confianza ciudadana en los partidos políticos y en los tribunales de justicia, podría aumentar en el mediano plazo.

De no ser así, quienes se ubican en los lugares más bajos en términos de la confianza ciudadana continuarán enfrentándose a un adversario que es inmune a sus embates, como es el inconsciente colectivo nacional, con el agravante que además de desgastarse y debilitarse, incrementará su desprestigio ante la sociedad.

Por el contrario, las FFAA y de Orden, como Instituciones asociadas por la ciudadanía con el Gobierno Militar, seguirán siendo positivamente valoradas.

Lo expresado anteriormente no significa que se deba observar pasivamente los embates de los medios de comunicación en contra de la labor del Gobierno Militar de las FFAA y de Orden, o que se olvide a quienes se encuentran detenidos sin haber recibido un debido proceso legal.

Pareciera ser que el camino no es el del enfrentamiento ni la respuesta a posturas que, se sabe, obedecen a un deseo de justificar las falencias o fallas de un grupo, en este caso el estamento político, culpando a otros.

En la medida que se responde a un ataque, se está reconociendo la existencia del atacante, y en este caso es posible ignorarlo: apagar el televisor, no leer los diarios o no reaccionar ante el ataque.

En términos del inconsciente colectivo nacional, es una posición histórica obtenida, no buscada, por las FFAA y de Orden, y el esfuerzo a desplegar debe ir en acciones tendientes a promover la tranquilidad y progreso a nuestra sociedad, y en particular haciendo presente, en cuanto foro sea posible, la pérdida del estado de Derecho en nuestro país.

En el contexto anterior, como miembros de las FFAA y de Orden en retiro, nos cabe la gran responsabilidad de buscar la unión de las todas las Instituciones nacionales de personal retirado que tienen origen e intereses afines a los propios.

En un ámbito más amplio, y con la concurrencia de todo chileno preocupado por el futuro de su descendencia, por nuestra formación militar, la comunión de doctrina y el espíritu de servicio y sacrificio en el cual fuimos formados, nos permite (y quizás nos obliga) acudir a apoyar a quienes no se sienten representados, participando en nuevos referentes para organizaciones y ciudadanos que sólo desean lo mejor para el futuro de Chile, alejados de doctrinas foráneas o intereses transnacionales.

Sabemos que contamos con el apoyo de una mayoría silenciosa de chilenos que sólo aspiran al orden, tranquilidad y progreso de la Patria. Allí están: sólo esperan a buenos líderes.

Frente a los ataques y diatribas cargadas de odio y resentimiento que se emitirán en los próximos días cercanos al 11 de septiembre, recordemos que quienes atacan es porque la evidencia y la realidad les son molestas, y que en ese empeño se desgastan y se debilitan, mientras que los atacados se fortalecen.

Concentremos nuestra energía en donde vale la pena, y no en rechazar ataques que reflejan culpa y frustración. El juicio de la ciudadanía ya está hecho: el 11 de septiembre de 1973 y la labor del Gobierno Militar, constituyen un acto fundacional del Chile del siglo XXI y es parte del inconsciente colectivo nacional.

Daniel Arellano

Contraalmirante (R)

Magíster en Etnopsicología PUCV

Columna de Opinión

FORO DE BUENOS AIRES POR LA JUSTICIA, LA CONCORDIA Y LA LIBERTAD Asociación de Abogados por la justicia y la Concordia 19 y 20 de agosto de 2014

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

 

 

EXPOSICIONES DEL ABOGADO ADOLFO PAÚL LATORRE

 

PRESENTACIÓN

Agradezco la invitación de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia para participar en este Foro y a todos ustedes vuestra cordialidad y vuestra presencia en este acto.

            A continuación expondré algunos comentarios sobre los procesos judiciales seguidos en contra de los militares en nuestros países y me referiré al tema que me corresponderá exponer en este Foro: la Defensa Nacional y las Fuerzas Armadas. Se trata de un tema apasionante y, a la vez, muy ignorado e incomprendido.

Todos nosotros nos hemos formulado preguntas tales como las siguientes:  ¿Qué son las Fuerzas Armadas?  ¿Para qué sirven?  ¿Cuál es su razón de ser?  ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles son sus funciones o misiones?  ¿Cuál es la relación entre política y Fuerzas Armadas?  ¿Son realmente necesarias las Fuerzas Armadas?

No pretenderé, durante mi intervención de mañana, dar una cabal respuesta a todas estas preguntas; pero, al menos, trataré de dar algunas luces.

Al respecto pienso que, en primer lugar, debemos reconocer, como una realidad, el hecho de que en muchos sectores de nuestras sociedades hay personas que desconocen la función militar y que miran con indiferencia, con menosprecio, e incluso con franca aversión y hostilidad a las Fuerzas Armadas; que creen que ellas no tienen razón de ser, que solo sirven para los desfiles, que son la antinomia de la democracia, que distraen recursos que podrían ser destinados al gasto social y que lo mejor que se podría hacer con ellas sería eliminarlas.

            Este despego hacia las Fuerzas Armadas no es nada nuevo. El poeta Marcial escribía en el siglo I de nuestra era: “A Dios y al soldado todos los hombres adoran en tiempos de guerra, y solo entonces. Pero cuando la guerra termina, y todo vuelve a su cauce, Dios es olvidado y el soldado vituperado”.

Un repaso esquemático de la función militar permite establecer que la finalidad última de las Fuerzas Armadas es de índole política, que su razón de ser está en la resolución favorable del enfrentamiento armado, y que su justificación estriba en la seguridad de la sociedad a la que sirve.

            Los Estados no solo tienen el derecho, sino que el deber de proteger su seguridad con una defensa legítima.

Los ejércitos encarnan el exponente máximo de la voluntad de defensa de una comunidad política y del deseo de mantener su unidad, libertad e independencia.

            El profesionalismo militar entraña una firmeza en unas creencias y en unos ineludibles deberes, que se llevan hasta los límites más extremos de la abnegación y el sacrificio. Tal profesionalismo no acepta la interpretación mercenaria que de las Fuerzas Armadas algunos pretenden imponer. No se gana nada con tener gran cantidad de soldados, por muy bien armados y equipados que estén, si no están infundidos de una mística, animados por el sentimiento de amor a la patria y convencidos de la justicia de la causa por la que luchan y por la cual exponen su propia vida.

A este respecto Ortega ha señalado: “Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Medítese un poco sobre la cantidad de fervores, de altísimas virtudes, de genialidad, de vital energía que es preciso acumular para poner en pie un buen ejército. ¿Cómo negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la espiritualidad humana? La fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual. Esta es la verdad palmaria, aunque los intereses de uno u otro propagandista les impidan reconocerlo”.

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

En nuestra época, ese llamado no solo ha sido motivado por razones de agresiones externas, sino que también cuando la supervivencia de la patria ha sido puesta en gravísimo peligro por enemigos internos, como ha sido, por ejemplo, en los casos de Chile y de Argentina, que son los que más conozco.

En el caso de Chile, los militares fueron llamados en 1973 por el clamor de una amplia mayoría ciudadana; por organizaciones sociales, gremiales, religiosas y profesionales; así como por la Cámara de Diputados, para que ejercieran el legítimo derecho de rebelión ante un gobierno despótico y tiránico que había caído en la ilegitimidad de ejercicio; que había sumido a la nación en la violencia, el caos y la anarquía; que había destruido su economía y que pretendía instaurar una dictadura totalitaria marxista al estilo cubano.

En el caso de Argentina, en circunstancias que las bandas guerrilleras y el terrorismo con sus verdaderos baños de sangre amenazaban no solo la diaria convivencia, sino que la subsistencia misma de la nación, y ante una situación caótica que desbordaba a las instituciones policiales, en 1975 el gobierno ordenó a las Fuerzas Armadas: “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”.

Lo que ocurrió después es bien sabido: una vez solucionado el problema y restaurado el orden, los terroristas a cobrar y los militares a prisión.

Al respecto citaré lo expresado por el ministro de la Corte Suprema de Chile, Rafael Retamal, a Patricio Aylwin, cuando éste le hizo saber su preocupación por las acciones de las Fuerzas Armadas que afectaban la libertad y los derechos de las personas: “Mire, Patricio: los extremistas nos iban a matar a todos. Ante esta realidad, dejemos que los militares hagan la parte sucia, después llegará la hora del derecho”.

Pero, claro, después los heroicos hombres de derecho vinieron al rescate, cuando ya estaban seguros de que no los iban a matar a todos: condenaron públicamente a los militares que estaban peleando, los enjuiciaron y los metieron a la cárcel.

Lamentablemente en dichos países, al cabo de algunos años, personas de los mismos sectores políticos que promovían o amparaban la violencia armada llegaron al gobierno y al Congreso, pletóricos de odio y de deseos de venganza contra quienes les impidieron consumar sus proyectos totalitarios.

Por lo anterior los gobernantes a cargo del poder ejecutivo, con la complicidad de los poderes legislativo y judicial, han procedido a una persecución brutal contra los militares, con una iniquidad y una sevicia atroz.

Así fue como, por arte de magia, los guerrilleros y terroristas pasaron a convertirse en “víctimas inocentes” y los militares en el chivo expiatorio de todos los pecados cometidos en una época trágica y turbulenta.

Ellos pasaron a cargar con todas las culpas de los políticos civiles que exacerbaban el odio y la lucha de clases, que predicaban y practicaban la violencia como un medio legítimo para alcanzar el poder e instaurar un régimen totalitario marxista-leninista, y que son los grandes responsables del quiebre del orden institucional y de la consiguiente intervención de los militares y de sus secuelas.

Es por eso que los militares deben ser sacrificados. A ellos se les debe condenar, sea como sea. A ellos hay que aplicarles el lema “ni perdón ni olvido” y el “derecho penal del enemigo”.

A los militares hay que condenarlos a toda costa, sin importar si son inocentes, si están legalmente exentos de responsabilidad criminal o si su culpabilidad está atenuada o es inexistente.

Hay que condenarlos, sin importar lo que diga la ley y aunque no existan pruebas suficientes para ello.

Hay que condenarlos, sin importar que ellos tuvieron que exponer sus vidas en su ingrata tarea de reprimir a la guerrilla y al terrorismo, lo que era necesario para dar tranquilidad a la población y para poder reconstruir un país que —en el caso de Chile— estaba destruido hasta sus cimientos.

Y hay que condenarlos, sin importar si para ello es preciso vulnerar principios esenciales del derecho penal.

Y tampoco importa si para condenarlos hay que atropellar garantías o derechos que no solo están amparados constitucionalmente, sino que además en diversos tratados internacionales vigentes.

Nada de lo anterior importa. Todo principio, toda norma jurídica, toda legalidad, toda garantía constitucional, toda verdad, toda justicia, toda decencia y todo buen sentido pueden ser atropellados si ello es necesario para satisfacer los ánimos de odio y de venganza.

Para los militares no existe ni Estado de Derecho ni presunción de inocencia ni principios humanitarios ni convenios internacionales ni ley alguna que los favorezca, pero que sí les son aplicadas a los guerrilleros y terroristas.

Lamentablemente, tamaña corrupción no conmueve a nadie. Sobre esto nadie habla. La sociedad guarda silencio, en general por ignorancia. Y la dirigencia política también guarda silencio, pero este silencio es doloso.

Las aberraciones jurídicas cometidas por los jueces son incalificables, pues las arbitrariedades superan todo límite. Los tribunales que juzgan a los militares se asemejan más a un circo romano que a verdaderos tribunales.

Los militares que están privados de libertad son “presos políticos”, porque lo están no en virtud de la aplicación de las leyes, sino que por simulacros de juicios que las atropellan y cuyas sentencias condenatorias se encuentran descalificadas como actos judiciales válidos. Como dijo Platón: la peor forma de injusticia es la justicia simulada.

A mi juicio, los militares privados de libertad son personas que están secuestradas por el Estado.

Quienes deberían estar presos son los jueces que han cometido el delito de prevaricación y que han traicionado su deber de juzgar objetivamente; de hacer justicia aplicando la ley.

Estamos asistiendo a una crisis desastrosa del Poder Judicial, pues cuando se siembra a tal extremo la necedad y la mentira se recoge por fuerza la demencia. Cuando la justicia no es igual para todos, cuando una sociedad llega a este nivel, cae en la descomposición y regresa a la barbarie. Nuestras naciones deben estar muy enfermas para que las aberraciones que constatamos día a día puedan producirse.

Parafraseando a un importante poeta chileno me atrevería a decir: La justicia que se aplica en Chile y en Argentina a los militares haría reír, si no hiciera llorar. Una justicia que lleva en un platillo de la balanza la verdad y la ley y, en la otra, el odio, la venganza y el desprecio por la ley. La balanza inclinada del lado de este último platillo. Dura e inflexible para los militares, blanda y sonriente con los guerrilleros y terroristas.

Condenar a cientos de militares ancianos a morir enfermos, humillados y martirizados en una cárcel, sin una asistencia médica oportuna y lejos de sus familias, no constituye un camino que contribuya al bien común de nuestras sociedades ni ayudará a obtener la paz y la reconciliación entre compatriotas.

 

¡Ya es hora de decir basta al abuso y a la odiosa persecución contra los militares!

 

            Urge poner fin a procesos con claras connotaciones políticas, ya sea mediante indultos o amnistías, extinguiendo toda acción vengativa en contra de los militares, para clausurar un pasado violento y cargado de odios y de discordia, promover la unión nacional y afianzar la paz interior.

            Finalizaré esta presentación compartiendo con ustedes algunas reflexiones sobre la patria y las FF.AA.

En nuestros tiempos en se cuestionan valores tales como el honor, el valor, la lealtad, la autoridad, la patria, la obediencia, la disciplina, la abnegación y el sacrificio; y se tiende a hacer prevalecer el materialismo y el hedonismo; diversos sectores interesados se empeñan en presentar a las FF.AA. como instituciones perversas, y a sus miembros como encarnación de la violencia, del odio y del abuso.

En tiempos en que se niega la validez, la necesidad y la razón de ser de las FF.AA., y en que se promueve una amplia variedad de aseveraciones sin fundamento, de falacias, distorsiones y falsedades acerca de ellas, es preciso ilustrar a nuestras comunidades nacionales acerca de la nobleza de la función militar y de la vital importancia que las FF.AA. tienen para garantizar la paz, la libertad y la seguridad de la nación.

Con ello se contribuiría al entendimiento de este desconocido e incomprendido sector de nuestras sociedades y, de ese modo, se propendería a la cohesión y a la unidad nacionales; unidad de la que dependen, en gran medida, la pujanza y la vitalidad de las naciones.

La patria es el valor fundamental de quienes profesan la carrera de las armas; valor cuestionado a veces, hoy como en el pasado, pero que mueve a los hombres desde la antigüedad. Y es un valor tan grande, que lleva a los hombres a dar su vida por él; y si algo se valora más que a la propia vida, es porque se considera superior a ella. Y lo superior a ese ser limitado que es el hombre resulta, para él, en algún modo, incomprensible y misterioso.

Confusos prejuicios impiden a algunos acercarse intelectualmente a la esencia de la patria, que comprende bienes diversos: físicos, como el territorio; humanos, como los hombres que son sus hijos; históricos, culturales y morales.

Pero la existencia de bienes, implica la de un sujeto que les asigna un valor. Por ello es posible afirmar que la patria es un producto del amor. La patria es lo que se ama; es el sentimiento de un lazo común en el presente y en el pasado, que junta en una unidad corazones y conciencias; es la comunidad moral e histórica de la que nos reconocemos parte; es la conciencia y el sentimiento de la nación.

La patria es en gran parte la obra de todos los que la sienten; es como el ser amado, que, para serlo, necesita que alguien lo ame. Pero la patria no es algo abstracto: es la tierra en que nacimos y nos formamos, son sus hombres, sus valores, todo aquello que supone su defensa. Por ello es la patria un valor supremo, que trasciende al hombre y que es, evidentemente, algo más elevado que la política partidista.

La patria designa a la heredad completa del hombre; ella no solo está formada por los ciudadanos que en un momento dado habitan en su territorio, sino por la memoria y el recuerdo de cuantos antepasados, a través de la historia, escribieron en ella páginas brillantes y nos han legado su nombre y sus hazañas. Y está formada, también, por la esperanza en quienes han de sucedernos y continuarán el relato interminable de nuevos esfuerzos, de nuevos sacrificios. Por eso, al defender la patria defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer.

 Los militares son los guardianes de la patria. Guardianes frente al exterior, sin duda, y en el interior también tienen misiones que cumplir; pero su principal guardia debe estar encaminada a que no se desvirtúe la noción de patria; aquel nexo espiritual que da vida a la nación y que constituye el alma nacional.

Al respecto, debemos recordar aquel pasaje del Evangelio que dice: “No tengan miedo de los que les puedan matar el cuerpo; sólo teman a quien les pueda matar el alma”.

Es por ello que el mayor peligro actual es el cambio cultural, que va penetrando, corrompiendo y cambiando la sociedad, ya sea consciente o inadvertidamente.

Y esto es así, porque si el cambio cultural consigue que se olviden aquellos valores esenciales de nuestras tradiciones, aquellos valores que han ido formando a nuestras naciones; si consigue que la moral de la sociedad tome rumbos distintos de aquellos que hemos recibido; si llega a cambiar nuestra forma de ser y nuestro modo de reaccionar; en vez de un ciudadano amante de su patria, nos encontraremos con un individuo sin voluntad y sin coraje, dispuesto a la resignación y a la entrega.

Podría ocurrir, entonces, que las Fuerzas Armadas no pudieran cumplir con su misión al no existir una patria a la cual defender. Y de nada sirven las instituciones armadas si no hay patria.

LA DEFENSA NACIONAL.  NECESIDAD Y MISIÓN DE LAS FF.AA.

FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            A continuación expondré algunas ideas en torno a la Defensa Nacional y a las Fuerzas Armadas: su razón de ser, su necesidad, sus misiones y su función política.

 

  1. LA DEFENSA NACIONAL

 

I.1. Seguridad y defensa

            En primer lugar, repasemos algunos conceptos básicos:

            —¿Cuál es la noción de defensa?:  Evitar un daño.

—¿Cuál es, por ende, su rasgo característico?:  La sospecha de ese daño.

—¿Cuál es el objetivo de la defensa?:  Resguardar.

            Tenemos, entonces, que la finalidad de la defensa o de los medios de defensa es la de precaverse contra una amenaza, un daño, riesgo o peligro.

En otras palabras, la defensa tiene por finalidad garantizar la seguridad.

I.2. El  concepto  de  seguridad nacional

            Llevada esta seguridad al plano nacional, podemos decir que la seguridad nacional es un concepto que expresa la condición o capacidad de un Estado para prevenir, enfrentar y superar los riesgos, amenazas o peligros —externos o internos— que atenten contra su existencia, estabilidad o desarrollo.

I.3. La  idea  de  Defensa  Nacional

            Si aplicamos los conceptos anteriores al nivel nacional, tenemos que la Defensa Nacional está constituida por las medidas destinadas a conseguir seguridad nacional.

 

            La Defensa Nacional es, por consiguiente, el conjunto armónico de medios para lograr el objetivo fundamental y permanente de Seguridad Nacional.

La organización de la defensa es un problema permanente y básico de toda organización política; es una función esencial del Estado, que precede a cualquier otra función o fin.

I.4. Defensa  nacional  y  fuerzas  armadas

            Podría afirmarse que nadie quiere la guerra, pero la historia nos dice que por desgracia ninguna nación está libre de verse envuelta en ella.

            Si nos fijamos bien en la realidad de las cosas y queremos ahondar hasta su esencia, ningún ejército del mundo ha existido, ni existe, ni existirá si no es para alcanzar un fin y ese fin es evitar la guerra mediante la disuasión, y si la disuasión no funciona, alcanzar la victoria y tras esa victoria asentar la paz.

            Cada ser social internacionalmente diferenciado tiene sus intereses, sus egoísmos, sus ansias de dominio o, al menos, sus ansias de supervivencia, que dan lugar a conflictos internacionales de cuya existencia nadie puede dudar.

            Lo ideal es que todos los conflictos internacionales se resuelvan por el camino de la negociación. Pero, y aquí reside la suprema razón social de la existencia de los Ejércitos, ninguna nación ha ido nunca a una mesa de negociaciones si no ha sido previamente disuadida de que le conviene prescindir del camino de la fuerza. Esta es, pues, la función radical de todo Ejército: disuadir a la nación en conflicto con la propia, del empleo de la fuerza y facilitar la vía de la negociación.

            Pero nunca nadie ha negociado nada con una nación inerme; ese caso no se ha dado aún en la historia. Una nación inerme, una nación sin fuerza militar propia, o prestada, o respaldada por otra, no es sujeto de negociación: es solamente sujeto de sometimiento.

  1. NECESIDAD DE LAS FF.AA.

 

II.1. Política  y  fuerza  militar

La necesidad de los ejércitos es tan antigua como la Humanidad. Desde las raíces de la Prehistoria se han constituido comunidades humanas que han luchado entre sí. Por eso desde el principio han existido ejércitos, conflictos, vencedores y vencidos. ¡Qué bien entendió las lecciones de la historia Miguel de Cervantes!: Con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios.

Sin una fuerza armada que custodie a la sociedad contra la agresión, sea ésta externa o interna, el Estado no podría existir. Sin el respaldo de la fuerza no hay interés defendido ni objetivo alcanzable ni, en suma, política posible.

II.2. Las  Fuerzas  Armadas

            La pregunta crucial, que todos nosotros muchas veces nos hemos formulado, es la siguiente: ¿Para qué sirven las Fuerzas Armadas de una nación?

La respuesta, sencilla, clara y contundente no puede ser más que una: ellas sirven para garantizar la paz en libertad de la nación, protegiendo los irrenunciables intereses nacionales. Su justificación descansa, pues, en la paz y la seguridad de la sociedad a la que sirven y de la cual forman parte.

Y, ¿cuáles son las características esenciales de las Fuerzas Armadas? Podríamos decir que son dos: la disciplina y la posesión de armas. Sin aquella estaríamos ante una horda, y sin éstas, solo tendríamos una especie de orden monástica.

            Conforme, pero ¿qué son las Fuerzas Armadas?, ¿cuál es la función específica de ellas en una sociedad?  Estas preguntas son también esenciales.

Al respecto nos podríamos preguntar: ¿qué lugar ocupan, en la realidad social, las Fuerzas Armadas?

            Como ha expresado Julián Marías, cuando se habla de Fuerzas Armadas lo primario no son las armas ni siquiera las fuerzas. Esto es paradójico. Lo primario es la organización, es el orden, es la cadena jerárquica, es, en definitiva, la autoridad; pero la autoridad como poder moral, es decir, a última hora, como poder espiritual.

            La fuerza militar no es fuerza bruta sino espiritual. Lo único que puede mover racionalmente al enfrentamiento armado y a soportar debidamente los sacrificios que impone es la ilusión de un ideal por el que valga la pena luchar, y éste solo puede provenir del espíritu. Si ese ideal no existe o se pretende crear de manera artificial, la ilusión no se produce y el móvil desaparece reduciéndose así los ejércitos a fuerza bruta, incapaces de cumplir satisfactoriamente las misiones para las que fueron creados.

            Vivimos en una época de crisis, una crisis dentro de la sociedad. Estamos en un mundo definido por una crisis general de legitimidad de la autoridad. Pues bien, en épocas de crisis social y especialmente de crisis de la legitimidad, las Fuerzas Armadas frecuentemente son el resto de la legitimidad: por lo que tienen de organización jerárquica, por lo que tienen precisamente de autoridad, suelen ser lo que queda, el resto de la legitimidad en crisis.

Esto es lo más valioso que tienen, y lo más necesario para una sociedad.

Diríamos así que en este sentido, en estas circunstancias, las Fuerzas Armadas representan el rescoldo de una legitimidad más amplia que ha estado comprometida, o que está apagada; el rescoldo para volver a encenderla. A veces se  puede, sobre las cenizas, sobre el rescoldo de un fuego que ha ardido, volver a encenderlo y pueden brotar nuevamente las llamas. Esta es la función capital que tendría ese precioso, inestimable rescoldo de la legitimidad.

Las Fuerzas Armadas son, ante todo, fuerzas organizadas y disciplinadas, ordenadas al servicio de la comunidad: la fuerza como servidora del bien común. Ellas existen para apoyar la política exterior e interior de los Estados; no tienen más ideología y norma que el servicio a la patria, y como meta una misión de convivencia pacífica internacional y de paz interna.

            Las Fuerzas Armadas constituyen la reserva moral de la nación y la instancia final a la que ésta recurre cuando una crisis política amenaza su sobrevivencia; ellas constituyen el último círculo jerarquizado de la sociedad, capaz de salvar de su disolución a una comunidad política.

            Por ello también se ha dicho que el destino de la humanidad depende a veces, en última instancia, de un pelotón de soldados.

            Es por todas estas razones que se ha definido a las Fuerzas Armadas como una institución especializada para resguardar y asegurar, en última instancia, los valores sagrados de una sociedad.

III. MISIÓN DE LAS FF.AA.

III.1. Las  misiones  de  las  Fuerzas  Armadas

Las Fuerzas Armadas tienen como misión la defensa del Estado mediante las armas. Sin embargo, en la práctica, ellas han cumplido esta misión de forma o por procedimientos muy diversos y no se han limitado solo a este cumplimiento, sino que, con frecuencia, han desempeñado otras muchas funciones de orden político y social.

En principio, hay tres posiciones básicas en relación con las misiones que, en esquemas políticos diferentes, se atribuyen o encomiendan a las Fuerzas Armadas:

  1. Son el brazo castrense de un partido político que ocupa el poder.
  2. Son un cuerpo estrictamente profesional y técnico, cuya única misión consiste en prepararse para la guerra y hacer la guerra.
  3. Son la salvaguarda, en paz y en guerra, de los valores permanentes de la nación.

La primera misión —brazo castrense de un partido— debe ser rechazada de plano. Podríamos aceptar la segunda —profesional y técnica—, siempre que ella esté enmarcada en la otra elevada misión de ser la salvaguarda de lo permanente de la nacionalidad.

Las FF.AA. tienen el deber moral ineludible de que la nación subsista, de que no se disuelva; que podamos entregar a nuestros hijos la tierra que heredamos de nuestros padres; y que nuestro patrimonio histórico, cultural y espiritual no se tergiverse, no se manipule y no se mancille. Las Fuerzas Armadas deben defender no solo el territorio —la plataforma física del Estado—, sino también la esencia de los valores de la patria.

            En los tiempos actuales, las Fuerzas Armadas se ven enfrentadas ya no tan solo a enemigos externos, sino que también a irregulares y solapados enemigos internos, que tratan de confundirnos, escondiéndose tras ideologías que aparentan pluralidad y respeto por los demás.

            Si a las Fuerzas Armadas les corresponde la defensa de la nación, no pueden olvidar que hoy la guerra con la que tienen que enfrentarse no es solo la convencional, sino también la revolucionaria; una guerra irregular que actúa a través de la guerrilla y del terrorismo o por medio del cambio cultural.

 

III.2. Las  fuerzas  armadas  garantizan  el  orden  institucional  de  la  República

 

Las Fuerzas Armadas son, por otra parte, las garantes en última instancia del orden institucional de la República.

Este aserto es solo la expresión de un hecho de la realidad. Los gobernantes de un Estado normalmente apelan a su institución militar durante los estados de excepción constitucional, ante emergencias públicas que afecten significativamente la seguridad nacional.

Las Fuerzas Armadas son y han sido siempre la reserva moral básica de la nacionalidad, a la cual ésta recurre en las crisis más extremas.

            Solo tales instituciones tienen la capacidad material, técnica y administrativa —sumadas a su  natural disciplina y cohesión interna— para controlar una situación de caos o de grave anarquización, restablecer la autoridad y el orden, y, en ocasiones, para hacerse cargo del gobierno del Estado.

A las Fuerzas Armadas, como símbolo y expresión que ellas son de la nacionalidad, no les corresponde intervenir ni pronunciarse en las luchas de la política contingente. Pero, cuando desbordando el campo de las pugnas ideológicas y partidistas se amenazan los fundamentos mismos de la patria, ésta encuentra y reclama en los institutos armados su última salvaguardia.

En situaciones límite, la supervivencia del Estado se encuentra abiertamente en la esfera militar. En tales casos, las Fuerzas Armadas no tienen otra opción legítima que la de intervenir y actuar. La intervención militar —aun cuando es un recurso extremo— es, en ocasiones, un inexcusable deber.

            Cuando surgen graves dificultades no es ni el Parlamento, ni los jueces, ni la Constitución escrita quien salva al país. En esos momentos, el ejército cobra vigorosa importancia y utilidad, y no existen razones para no utilizar su provechosa colaboración. Es conocida la frase de Simón Bolívar, en el sentido de que en los momentos de peligro “jamás un Congreso ha salvado a una República”.

 

 

  1. FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            La historia nos demuestra que la participación militar en la política —en sus más diversas manifestaciones— ha sido tan persistente, y en ocasiones tan profunda, que cabe hablar de una función propiamente dicha y no de un papel meramente circunstancial.

Si entendemos, con Sánchez Agesta, que “política es aquella actividad que tiende a la organización y defensa de un orden basado en el bien común”, forzosamente habremos de afirmar que el ejército es una institución política; que la finalidad de la institución militar es de índole política.

Las Fuerzas Armadas no son ajenas a lo político en su más fundamental acepción. Por otra parte, hay una serie de aspectos que implican al ejército en la política.

Si apreciamos bien la realidad de las cosas, podremos darnos cuenta de que los militares siempre cumplen una función política; sólo varía la forma en que ésta se manifiesta.

            En efecto, si tratamos de ver cuál es la realidad de la función militar, nos daremos cuenta de que ella existe en virtud de unas finalidades netamente políticas que deben ser satisfechas. Incluso la guerra misma es un acto político. La apreciación, tantas veces repetida, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, nos parece bastante alejada de la realidad y causante de no pocos equívocos. La guerra es en sí misma una opción política más, ya que con ella se persiguen finalidades exclusivamente políticas. El hecho de que el enfrentamiento armado se resuelva de forma fundamental por medio de procedimientos técnicos militares no desvirtúa su naturaleza política y por eso la función militar es de ejercicio técnico-profesional y de finalidad política.

            La función política de las Fuerzas Armadas es manifiesta por la intervención. Ésta posee normalmente un carácter reactivo y denota una crisis de una organización política o, al menos, una insuficiencia de ella para solucionar problemas fundamentales. Políticamente es muy improbable que las Fuerzas Armadas intervengan en situaciones de orden, en que el poder constituido es eficaz e idóneo y responde a los principios usualmente admitidos en su ejercicio o en momentos de plena cohesión social.

            El ejército es la salvaguarda de lo permanente. La naturaleza de su misión está más allá de las opciones políticas concretas y temporales. Las Fuerzas Armadas están por encima de la política partidista; ellas están directa y entrañablemente unidas al pueblo y a sus instituciones fundamentales, y son depositarias de su confianza y seguridad.

            Sin embargo, no es raro que los militares, que son como la última reserva de la nación, tengan que hacerse cargo de un país en ruinas, que ningún civil aceptaría gobernar. En estos casos sería erróneo acusar a los militares de destruir un gobierno constitucional, cuando no han hecho otra cosa que darle sepultura.

            Al respecto cabría citar al senador chileno Francisco Bulnes quien, refiriéndose a una conversación sostenida con quien a la sazón era Presidente del Senado, señaló: “Frei y yo consideramos el 20 de agosto de 1973, en una larga conversación, que Chile no tenía otra solución que la militar. El análisis que hicimos en esa ocasión nos llevó a la conclusión de que aún en el caso de que Allende renunciara, el substituto no podría gobernar a la nación dado el estado caótico imperante”.

            En ciertas ocasiones son los propios gobernantes u otros actores políticos quienes conscientemente, a fin de imponer sus ideologías totalitarias, buscan la destrucción de la democracia; o que, por su ineptitud, crean las condiciones que hacen imposible su subsistencia y que, en casos de graves crisis provocadas por ellos mismos, llaman a las FF.AA. para que actúen como árbitros o para que asuman el poder y hagan el trabajo sucio.

            Los miembros de las Fuerzas Armadas no buscan ni desean ejecutar tal trabajo, pero saben que cuando está en peligro la subsistencia misma del Estado, cuando están en riesgo intereses vitales de la patria, están obligadas a hacerlo en cumplimiento de sus misiones de garantizar el orden institucional, resguardar la seguridad nacional y defender la patria.

            Las Fuerzas Armadas saben que en tales casos su obligación moral es intervenir y actuar. Y saben también que después que hayan salvado a la nación, después que hayan impuesto el orden y arreglado los problemas que aquejaban a una sociedad enferma —con los costos que tal cirugía trae consigo—, los responsables del caos aparecerán, descaradamente, como los “restablecedores de la democracia”; sin reconocer responsabilidad alguna en los hechos que condujeron al país a tal situación, negando los éxitos del gobierno que tuvo que asumir para superar esa emergencia, atribuyéndose sus logros, contradiciendo las declaraciones que habían hecho cuando el país iba rumbo al despeñadero y criticando a los militares por los abusos y excesos cometidos.

            Qué bien describíó esta situación hace casi dos siglos Alfred de Vigny —en su obra Servidumbre y grandeza militares—: “cuando el soldado se ve obligado a tomar parte activa en las disensiones entre civiles pasa a ser un pobre héroe, víctima y verdugo, cabeza de turco sacrificado por su pueblo, que se burla de él. Su existencia es comparable a la del gladiador y cuando muere no hay por qué preocuparse. Es cosa convenida que los muertos de uniforme no tienen padre, ni madre, ni mujer, ni novia que se muera llorándolos. Es una sangre anónima. Y, cosa frecuente, los dos partidos que estaban separados se unen para execrarlos con su odio y con su maldición”.

¡Qué enorme verdad encierra este lúcido pensamiento! ¡Qué notable paralelo con nuestras situaciones actuales!

REFLEXIONES FINALES

            Concluiré mi exposición con algunas reflexiones finales.

            A fin de evitar la intervención de los militares en política, se han introducido en los ordenamientos jurídicos de nuestros países una serie de reformas con las que se pretende “profundizar la democracia”, lo que encierra el peligro de transformarse en un totalitarismo.

            Lo que se pretende con las reformas es lograr una completa neutralización de las Fuerzas Armadas y que éstas no tengan participación política alguna; mediante diversos procedimientos, que van desde buscar una división interna, pasando por una disminución de personal y de recursos, y una minimización de sus funciones, hasta el despojo de sus valores tradicionales.

            Menoscabando y humillando a las Fuerzas Armadas, piensan algunos, se aseguraría que ellas nunca más intervendrán en política ni “atentarán contra la democracia”.

            De lo que se trata, en definitiva, es de destruirle a los militares su capacidad moral para intervenir y asumir el poder político en caso de que se den situaciones que pongan en riesgo intereses vitales de la patria y no haya otro recurso para salvar a la nación.

            Lo que se persigue es lograr que los militares sean funcionarios moralmente neutros, cuyo único oficio consista en el manejo técnicamente eficiente del arma que se ponga en sus manos. Se habla de profesionalizarlos, de devolverles su sentido profesional, o que deben reinsertarse en sus tareas profesionales, cuando en realidad lo que se busca es hacer desaparecer en los militares la convicción interior sobre la finalidad de su profesión y, así, reducirlos a la condición de instrumentos ciegos en manos de quien tenga el poder.

            Las Fuerzas Armadas, de ese modo, se transformarían de órgano del Estado a instrumento del gobierno. Así, ellas dejarían de ser lo que tienen que ser.

            Por otra parte, hay que considerar que para ciertos sectores de izquierda, las Fuerzas Armadas encarnan principios y valores que hacen imposible el tránsito hacia el socialismo. Ellos reconocen en los hombres de armas el freno que les ha impedido consumar sus proyectos totalitarios. Por eso consideran perentorio castigar el poder, la influencia, el prestigio y la capacidad de reacción de los institutos armados.

Por lo anterior, uno de los objetivos del Foro de Sao Paulo es la “persecución mediática y judicial de quienes combatieron en la guerra contra la subversión durante la década de los 60/70”, la “desvalorización de los símbolos patrios” y la “destrucción moral y física de las Fuerzas Armadas y de seguridad”.

Como bien ha dicho el general Heriberto Auel, el estado de guerra revolucionaria se mantiene, porque la actitud hostil del enemigo no ha cesado. Una manifestación de esta guerra es la brutal persecución político-judicial contra los militares que combatieron la subversión armada.

Las Fuerzas Armadas, por la naturaleza de sus funciones, tienen una permanente y significativa participación en la vida nacional, fundamental para que la sociedad pueda desarrollar sus actividades con estabilidad y tranquilidad. Al no contar con la presencia fuerte y vitalizadora de las Fuerzas Armadas nuestras naciones caerían en la indefensión. Ellas constituyen, por tal razón, una institución que debemos cuidar.

Las Fuerzas Armadas son fundamentales para una nación altiva, que tiene la firme voluntad de defender su libertad y su soberanía, que es respetuosa de su historia, de su cultura y de sus tradiciones, y que desea proyectarse hacia un futuro mejor.

                                                                                         Adolfo Paúl Latorre

Viña del Mar, Chile, 23 de agosto de 20

Columna de Opinión

Chilena y docente de la Universidad Católica es nombrada experta de ONU para los DD.HH de Adultos Mayores

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFA

¿Qué es un Experto Independiente? Un Experto Independiente es una persona delegada y que reporta al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, ofreciendo su capacidad individual y su experticia en una determinada área temática o geográfica en el campo de los derechos humanos.

El Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas ha

designado a Rosa Kornfeld Matte como nueva Experta

Independiente para el disfrute pleno de los derechos humanos

de las personas mayores.

Este nombramiento es alentador, ya que se trata del primer

mecanismo internacional dedicado a los derechos humanos de

las personas mayores y que permitirá profundizar la

comprensión sobre los desafíos que enfrenta este segmento

poblacional.

Kornfeld ha desempeñado el cargo de Directora Nacional del

Servicio Nacional del Adulto Mayor en Chile hasta marzo de

este año y cuenta con una larga trayectoria en el mundo

académico, trabajando más de veinte años en el programa del

adulto mayor de la Pontificia Universidad Católica de Chile, del

cual fue directora y fundadora.

Toby Porter, Director Ejecutivo de Help Age International, al

momento de conocer su designación manifestó lo siguiente:

“Estamos encantados que Rosa Kornfeld haya sido designada

Experta Independiente, ya que aporta una combinación única

de conocimientos y experiencia profesional en gerontología,

política social y derechos humanos que le permitirán ser

altamente eficaz en términos de avance normativo,

comprensión y aplicación práctica de un área de los derechos

humanos que hasta la fecha ha recibido limitada atención

dentro del sistema internacional de derechos humanos.

“Help Age está profundamente comprometido con esta nueva

posición y esperamos con interés trabajar estrechamente con

Rosa Kornfeld durante todo su mandato”, enfatizó.

¿Qué es un Experto Independiente?

Un Experto Independiente es una persona delegada y que

reporta al Consejo de Derechos Humanos de las Naciones

Unidas, ofreciendo su capacidad individual y su experticia en

una determinada área temática o geográfica en el campo de los

derechos humanos.

El puesto del Experto Independiente para los derechos

humanos de las personas mayores fue establecido por el

Consejo de Derechos Humanos en septiembre de 2013 por una

resolución adoptada posteriormente por la Asamblea General.

El Experto Independiente, en este caso Rosa Kornfeld ha sido

designada por un período inicial de tres años. La resolución

24/20 del Consejo de Derechos Humanos, le encomienda el

siguiente mandato:

Evaluar los actuales instrumentos internacionales de derechos

humanos, determinando al mismo tiempo las mejores prácticas

en la aplicación de la legislación vigente relativa a la

promoción y protección de los derechos de las personas

mayores y las deficiencias en la aplicación de dicha

legislación.

Considerar las opiniones de las partes interesadas, como

Estados, mecanismos regionales de derechos humanos,

instituciones nacionales de derechos humanos, organizaciones

de la sociedad civil e instituciones académicas pertinentes.

Como parte de continua de sus funciones, la Experta

Independiente deberá:

  • Realizar visitas de investigación y hacer recomendaciones

sobre cómo los Estados podrían promover y proteger mejor los

derechos de las personas mayores.

  • Producir informes temáticos sobre cuestiones concretas de

derechos humanos para mejorar la comprensión sobre los

desafíos que enfrentan las personas mayores, a modo de guía

sobre normas y estándares de los derechos humanos.

  • Comunicarse con los Estados miembros en casos

individuales o problemas estructurales de alarma en relación a

los derechos de las personas mayores.

  • Crear conciencia sobre los desafíos que enfrentan las

personas mayores en la realización de sus derechos humanos.

  • Participar en el Grupo de Trabajo de composición Abierta

sobre el Envejecimiento, durante las sesiones anuales.

Las opiniones reproducidas son de exclusiva responsabilidad de sus 

autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

Columna de Opinión

La última oportunidad-columna generacional. Escribe don Gonzalo Rojas Sánchez. Abogado e Historiador

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFA

Ahora, de aquí al 2020, es la última oportunidad generacional. Y más allá de ministros o presidentes de partidos, de rectores o gerentes generales, la inmensa mayoría de nosotros – personas de capacidades medias o altas, pero sin mayor figuración – estamos llamados a estrujar las últimas fuerzas al servicio de Chile.

La generación a la que pertenezco, esa que nació desde finales

de los 40 hasta mediados de los 50 y que fue marcada por el

final de los 60 y los comienzos de los 70, tiene que hacer su

último esfuerzo.

Las energías físicas y mentales van ya en franca declinación,

pero lo sesentones estamos en la privilegiada posición de

contar con tres elementos únicos:

En primer lugar, la experiencia vinculante de la UP, del

Gobierno Militar y de la nueva democracia que nos entregó el

Presidente Pinochet: 45 años que comenzaron cuando

estábamos exactamente despertando a la conciencia pública.

A continuación, la excelente formación que recibimos de

nuestras familias, colegios y universidades. Los idiotas de la

actual generación  han resultado ser muy capaces,

justamente porque fueron bien educados, aunque alguno dé

ahora señales de mala educación.

Y en tercer lugar, hay unos buenos recursos económicos

acumulados como para apoyar iniciativas y sostener proyectos

de bien. Muchos han puesto esos legítimos frutos, sí el lucro,

al servicio de sus ideas e ideales.

Pero eso está a punto de terminarse. Dentro de nada el

aburguesamiento o el cansancio lograrán sacar de escena a los

futuros setentones.

Ciertamente unos pocos sobrevivirán y llegarán a los 80 o a los

90 años de edad aún vitales, frescos, lozanos. Pero serán las

mínimas excepciones.

Ahora, de aquí al 2020, es la última oportunidad generacional. Y

más allá de ministros o presidentes de partidos, de rectores o

gerentes generales, la inmensa mayoría de nosotros –

personas de capacidades medias o altas, pero sin mayor

figuración – estamos llamados a estrujar las últimas fuerzas al

servicio de Chile.

En el patriotismo fuimos formados, al patriotismo nos

debemos.

Sí, ahora, en este momento de gravísima amenaza al corazón

nacional. Pasó Australia y ganamos; pasó España y ganamos;

vendrán Holanda y quién sabe quién más, y quizás ganemos.

Pero a Chile lo estamos derrotando desde dentro nosotros

mismos, con socialismo del duro, y con su cómplice, la apatía

de los buenones.

La probabilidad de perder en la lucha no debe disuadirnos
de apoyar una causa que creemos que es justa.

                                                               Abraham Lincoln

Columna de Opinión

La última oportunidad-columna generacional

La última oportunidad-columna generacional. Escribe don Gonzalo Rojas Sánchez. Abogado e Historiador

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

Ahora, de aquí al 2020, es la última oportunidad generacional. Y más allá de ministros o presidentes de partidos, de rectores o gerentes generales, la inmensa mayoría de nosotros – personas de capacidades medias o altas, pero sin mayor figuración – estamos llamados a estrujar las últimas fuerzas al servicio de Chile.

La generación a la que pertenezco, esa que nació desde finales

de los 40 hasta mediados de los 50 y que fue marcada por el

final de los 60 y los comienzos de los 70, tiene que hacer su

último esfuerzo.

Las energías físicas y mentales van ya en franca declinación,

pero lo sesentones estamos en la privilegiada posición de

contar con tres elementos únicos:

En primer lugar, la experiencia vinculante de la UP, del

Gobierno Militar y de la nueva democracia que nos entregó el

Presidente Pinochet: 45 años que comenzaron cuando

estábamos exactamente despertando a la conciencia pública.

A continuación, la excelente formación que recibimos de

nuestras familias, colegios y universidades. Los idiotas de la

actual generación  han resultado ser muy capaces,

justamente porque fueron bien educados, aunque alguno dé

ahora señales de mala educación.

Y en tercer lugar, hay unos buenos recursos económicos

acumulados como para apoyar iniciativas y sostener proyectos

de bien. Muchos han puesto esos legítimos frutos, sí el lucro,

al servicio de sus ideas e ideales.

Pero eso está a punto de terminarse. Dentro de nada el

aburguesamiento o el cansancio lograrán sacar de escena a los

futuros setentones.

Ciertamente unos pocos sobrevivirán y llegarán a los 80 o a los

90 años de edad aún vitales, frescos, lozanos. Pero serán las

mínimas excepciones.

Ahora, de aquí al 2020, es la última oportunidad generacional. Y

más allá de ministros o presidentes de partidos, de rectores o

gerentes generales, la inmensa mayoría de nosotros –

personas de capacidades medias o altas, pero sin mayor

figuración – estamos llamados a estrujar las últimas fuerzas al

servicio de Chile.

En el patriotismo fuimos formados, al patriotismo nos

debemos.

Sí, ahora, en este momento de gravísima amenaza al corazón

nacional. Pasó Australia y ganamos; pasó España y ganamos;

vendrán Holanda y quién sabe quién más, y quizás ganemos.

Pero a Chile lo estamos derrotando desde dentro nosotros

mismos, con socialismo del duro, y con su cómplice, la apatía

de los bue nones.

Columna de Opinión

CARTA ABIERTA A MARCO ENRÍQUEZ-OMINAMI SOBRE LAS DESVENTURAS DEL IDEALISMO por Mauricio Rojas, 30/10/2014

LAS OPINIONES EMITIDAS EN ESTA COLUMNA DE OPINIÓN, ES DE RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO REFLEJAN NECESARIAMENTE EL PENSAMIENTO DE UNOFAR

La conclusión a la que llegué es que las propuestas revolucionarias en general y el marxismo en particular eran una secularización del pensamiento mesiánico que atraviesa –creando grandes tensiones y conflictos muchas veces sangrientos– toda la historia del cristianismo.

Estimado Marco:

He visto la reciente entrevista en CNN donde dijiste que habrías sido mirista y calificaste al MIR como “un movimiento intelectualmente preclaro, brillante”. No es la primera vez que te expresas de esa manera. Así, por ejemplo, en una entrevista de julio de 2013 decías: “Yo habría sido mirista cien veces, porque creo que era una forma de entender la política muy fascinante, de mucha lucidez”. No se trata, por lo tanto, de un desliz ni de una pose, sino de algo sobre lo que has reflexionado largamente cosa nada extraña siendo tu padre la figura sin duda más prominente de lo que fue el MIR.

Es por ello que te escribo, pero no solo por ser quien eres sino por todos aquellos jóvenes que te escuchan pronunciarte de esa forma acerca de un movimiento que fue uno de los grandes responsables de la entronización de la violencia política en Chile y la destrucción de aquella democracia que personas como tu padre tanto despreciaron y tanto hicieron por hundir. Me cuesta entender que se pueda considerar como intelectualmente preclara una propuesta política que propugnaba la así llamada dictadura del proletariado y la insurrección armada contra la democracia, como lo hizo el MIR desde su fundación a mediados de los años 60. O usar calificativos como brillante, lúcido y fascinante para referirse a un movimiento que se inspiraba en regímenes dictatoriales como el de Cuba, China, Vietnam o Corea del Norte y que tenía por ícono a Lenin.

Entiendo tu dilema personal. Es también el mío, pero en cierta medida aún más cercano ya que yo fui mirista e incluso llegué a conocer a tu padre, que estuvo un par de veces en nuestra casa de la calle Catedral. Además, mi madre fue socialista y estuvo detenida en Villa Grimaldi en 1975. Lo que te quiero comunicar no es por ello una reflexión distante sino un relato, que conoce algunas versiones anteriores, de mi intento por comprender tanto la atracción como la peligrosidad de ideas como aquellas en las que tanto tu padre como muchos otros creímos. Permíteme empezar con algunos recuerdos de mi abuelo en el Chile de los años 60.

Mi abuelo me hablaba siempre de la soberbia. Me miraba con cariño pero también con temor cuando yo le contaba, lleno de entusiasmo, de mis ideas revolucionarias, de cómo pronto cambiaríamos completamente el mundo y liberaríamos al ser humano de todo aquello que lo atribula, humilla y empequeñece. Él era profundamente religioso y no podía dejar de reconocer la veta mesiánica en su nieto. Conversábamos largamente bajo el parrón de nuestra casa en ese Santiago de comienzos de los años sesenta, que pronto vería llenarse sus calles de jóvenes como tu padre y como yo, deseosos de revolución. Mi abuelo insistía en la soberbia y yo lo miraba como una reliquia del pasado.

Todo lo que él quería decirme está plasmado en una frase de Jesús en los evangelios cuya profundidad no entendí sino mucho después: “Mi reino no es de este mundo”. Es una advertencia sabia, un llamado a la modestia acerca de lo que humanamente podemos alcanzar. Con mi abuelo hace ya mucho que no puedo conversar. Un ataque al corazón puso fin a su vida en 1968 y no alcanzó a ver como su Chile tan querido se hundía en una lucha fratricida que terminaría desquiciando a su pueblo y destruyendo su antigua democracia. Yo sí lo vi y, además, puse mi granito de arena en esa triste obra de destrucción. Ni cambiamos el mundo ni liberamos a nadie. Terminamos como mártires o como víctimas, y como tal nos acogieron generosamente por todas partes. Pero también podríamos haber terminado como verdugos, como lo han hecho todos aquellos que han llegado al poder inspirados por la idea de la transformación total del mundo y la creación del hombre nuevo.

A esta triste certidumbre llegué hace ya mucho tiempo, cuando luchaba contra mí mismo a comienzos de los años 80 en la biblioteca universitaria de aquella hermosa y apacible ciudad del sur de Suecia llamada Lund. Allí escribí mi tesis doctoral, Renovatio Mundi, que no es otra cosa que un arreglo filosófico de cuentas con aquellas ideas que en nombre de la redención de la humanidad nos invitan a lo que no es otra cosa que un genocidio, es decir, a la destrucción del ser humano tal y como es para poblar al mundo con una nueva especie, salida de nuestros sueños utópicos. Es precisamente ese sueño deslumbrante el que un día nos lleva, como dijo Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos, a “purificar, purgar, expulsar, deportar y matar”. Es la soberbia en acción, la hybris del bien o la bondad extrema que nos lleva a su contrario. De ello me hablaba mi abuelo al final de su largo peregrinar, pero su nieto tuvo que recorrer un largo camino para entenderlo.

El camino que emprendí tuvo su punto de partida en lo que para mí era evidente por mi propia experiencia: que la fuerza de los movimientos que pretenden instaurar el paraíso en la Tierra –como lo hace el marxismo con su propuesta del comunismo– está dada por su capacidad de atraer a aquellos sin los cuáles esos movimientos no llegarían muy lejos, a saber, a los altruistas e idealistas o, para decirlo de otra manera, a aquellos que se van a entregar a la causa de la revolución con la devoción de un santo, poniendo de una manera ejemplar todas sus fuerzas e inteligencia al servicio de una causa que para ellos encarna la bondad plena. Justamente por ello los admiramos y se hace tan difícil entender que se trata de seres –como tu padre y mi madre– que se hacen revolucionarios para hacer el bien pero terminan –si tienen la oportunidad– haciendo un mal espantoso. Ese fue mi punto de partida, la dramática paradoja que necesitaba explicar.

La conclusión a la que llegué es que las propuestas revolucionarias en general y el marxismo en particular eran una secularización del pensamiento mesiánico que atraviesa –creando grandes tensiones y conflictos muchas veces sangrientos– toda la historia del cristianismo. Se trata de la idea del retorno inminente del Mesías y la instauración del Reino de Cristo en la Tierra de que habla el Apocalipsis, un reino de armonía y felicidad que duraría mil años –por ello se conoce a estos movimientos como milenaristas–, y que definitivamente superaría la condición precaria de la vida tal como la hemos conocido hasta ahora, recreando al mismo ser humano, que sería así convertido en un hombre nuevo para un mundo depurado del mal.

Propio del mesianismo –tanto medieval como moderno, religioso o ateo– es la creencia no solo en la cercanía de un paraíso terrenal sino en la intervención de un grupo iluminado que juega un papel protagónico en la gran conflagración que, según el arquetipo bíblico, precedería a la recreación del mundo y del hombre. Se trata de la “vanguardia revolucionaria” –para usar la jerga mirista tomada del leninismo– que con su accionar abre paso a la instauración de una sociedad sin clases ni egoísmos, donde impera la justicia, la armonía y la abundancia.

Todo ello modernizado en el caso del marxismo, usando un lenguaje seudocientífico, mediante el cual el plan redentor de la Divina Providencia se convierte en las “leyes de la historia”, impulsadas por el desarrollo incontenible de las fuerzas productivas y finalmente descubiertas por Marx y el “socialismo científico”. Así, la victoria del comunismo no es concebida como un acto antojadizo de voluntad –si bien requiere de ella en la forma de esa violencia revolucionaria que Marx y Engels llamaron “la partera de la historia”– sino como la conclusión necesaria e inevitable de la historia de la humanidad.

Este fue el marxismo que me “robó el alma” cuando yo era muy joven, esa fue nuestra fe, una religión atea deslumbrante que nos invitaba a jugar a ser dioses. Por ella nos convertimos en revolucionarios profesionales, en “bolches”, como decíamos en esos tiempos con tanto orgullo. Me dio –al menos así lo creía entonces– una comprensión total de la historia y un rol sublime en una gesta épica de proporciones grandiosas. ¿Cómo negarse entonces a tomar parte en ese capítulo extraordinario de la historia de la humanidad? ¿Cómo no entregarse de lleno a esa fiesta de liberación de nuestra especie de todos aquellos males que siempre la habían aquejado? ¿Cómo no ser santo, misionero y mártir de una causa tan bella por la cual, sin duda, valía la pena dar la vida propia y también la de muchos otros?

Pero es justamente allí, en esa entrega total y sublime, donde se enturbian definitivamente las aguas cristalinas de la utopía y Maquiavelo aparece, donde la bondad extrema del fin puede convertirse en la maldad extrema de los medios, donde la supuesta salvación de la humanidad puede hacerse al precio de sacrificar la vida de incontables seres humanos, donde se puede “amar” al género humano y despreciar a los hombres de carne y hueso. Che Guevara lo expresó con claridad en su célebre Mensaje a la Tricontinental: “qué importan los peligros o el sacrificio de un hombre o de un pueblo, cuando está en juego el destino de la humanidad”. Y por ello mismo nos instaba a transformarnos en una “fría máquina de matar” a fin de poder materializar el sueño revolucionario del hombre nuevo.

Es en ese intersticio de amoralidad absoluta –también llamada, como bien lo sabrás, “moral revolucionaria”–, donde todo lo que fomenta la causa de la revolución está permitido, que se ubica la alabanza a la violencia de la revolución comunista hecha ya por el joven Marx o el llamado de Lenin a usar “todos los procedimientos de lucha”, incluyendo explícitamente el terror, y a “no escatimar métodos dictatoriales” para instaurar la utopía comunista. Ya en 1901, en el cuarto número de su periódico clandestino (Iskra), escribió: “En principio nunca hemos rechazado, ni podemos rechazar, el terror”, y después del golpe de Estado que lo llevó al poder en 1917 hizo justamente del terror su arma fundamental de opresión (no olvides que la feroz policía política leninista, la Cheka, fue creada ya ese mismo año). Todo eso es importante recordarlo, ya que nosotros fuimos marxistas-leninistas en serio, es decir, dispuestos a morir y a matar por la revolución.

Los “campos de la muerte” de Pol Pot o el intento demencial de la revolución cultural de Mao y sus guardias rojos de borrar la herencia cultural de la humanidad para crear, desde cero, un nuevo tipo de ser humano, son hijos del mismo espíritu mesiánico, donde un fin que se propone como sublime justifica los medios más atroces. Por ello es que un día no solo podemos sino que debemos convertirnos, cuando las circunstancias así lo requieren, en dictadores, inquisidores y verdugos.

Esto fue lo que entendí un día, pero lo entendí no como un problema de otros o de una categoría especial de seres singularmente malos, sino como un problema mío y de los seres humanos en general. Vi todo ese potencial de hacer el mal que todos, de una manera u otra, llevamos dentro y vi como yo mismo podía transformarme en un ser absolutamente amoral y despiadado respecto del aquí y el ahora con el pretexto de un más allá y un mañana gloriosos.

Así pude reconocer en mí al criminal político perfecto del que tan certeramente nos habla Albert Camus en “El hombre rebelde”: aquel que mata sin el menor remordimiento y sin límites ya que cree hacerlo a nombre de la razón y el progreso. Y me di cuenta de que yo no era esencialmente distinto de los grandes verdugos del idealismo desbocado, de los Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot, pero también, a su manera, de los Hitler y los redentores totalitarios de todos los tiempos. Y me asusté de mi mismo y me fui a refugiar en el pedestre liberalismo que nos invita a la libertad pero no a la liberación, que defiende los derechos del individuo contra la coacción de los colectivos, que no nos ofrece el paraíso en la tierra sino una tierra un poco mejor, que no nos libera de nuestra responsabilidad moral sino que nos la impone, cada día y en cada elección que hacemos.

Eso es lo que quería decirte. Espero que estas líneas te ayuden a comprender mejor a tu padre y a quienes nos dejamos llevar por la tentación de la bondad extrema. No es una excusa por lo que hicimos, pero sí un intento de explicarlo que, a mi juicio, le debemos a Chile. De otra manera seguiremos construyendo mitos nada inocentes y contando medias verdades.

Nota: Este “ex-mirista convertido” fue exiliado a los 25 años y vivió desde 1973 en Suecia. Conoció a la izquierda dura desde adentro y como tantos otros, maduró y se dio vuelta la chaqueta con todo, siendo ahora un gran crítico de su anterior militancia.

Columna de Opinión

Algo huele a podrido en Dinamarca…(Patrricio Quilhot Palma)./ Universidades: ¿Porque tan tranquilas?Gonzalo Rojas Fuentes)/ La vuelta al “justo medio” (Arturo Herrera Verdugo. Ex-Director de la PDI)

LAS OPINIONES DE ESTA COLUMNA DE OPINIÓN SON DE RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO REFLEJAN NECESARIAMENTE EL PENSAMIENTO DE UNOFAR
La Familia Militar debe estar consciente de que la amenaza se cierne con mayor fuerza que nunca sobre ella y que existe la posibilidad concreta de que algo peor pueda estar siendo preparado por el gobierno de la UP 2.0. La escalada de que somos objeto no podría tener otro propósito que preparar o “repasar” a la opinión pública con el odio sembrado hacia los militares, a fin de generar el ambiente para que se apruebe a priori algo que termine por hundirla.

 

 

 

Esta famosa frase shakespeareana, viene a alertarnos acerca de lo que está  pasando o a punto pasar con la Familia Militar, la que se encuentra ante una reposición extemporánea y sin aparente justificación táctica de la campaña jurídico-comunicacional
en contra de los ex-uniformados. En las últimas semanas, hemos visto un rebrote fuera de contexto de los programas anti−militares de TV, radio y prensa escrita, junto con insólitos fallos judiciales, en los que predomina nítidamente el propósito de inducir a la
opinión pública a rechazar al mundo militar, atosigándola con la exposición reiterada de casos de violaciones a los derechos humanos, junto con la difusión de fallos judiciales de un alto contenido político.
No es posible interpretar de otro modo el propósito de programas de televisión como el que muestra una Colonia Dignidad formando parte de un sistema de inteligencia destinado a la violación sistemática de los derechos humanos, exponiendo
a través de las cámaras fichas que se sugieren conteniendo información clasificada de personajes de la política de aquellos años, cuando en realidad se trata de recortes de prensa, donde se lee el nombre del medio y la fecha de publicación y en otros casos, de extractos de información pública sin la menor relevancia. Por supuesto que es extraño −por decir lo menos− que un organismo autodefinido como de carácter benefactor haya realizado este trabajo de recopilación de información, similar al que llevaba el
Departamento de Informaciones de la PDI (Depinf o Policía Política), sin que se haya investigado la justificación o legalidad de ello, lo que en ningún caso puede ser atribuido a los militares.
El programa exhibido en Chilevisión sobre los ex−conscriptos del 73, no se queda atrás en el objetivo de manipulación de la opinión pública, al entrevistar a verdaderos “soldados universales” que con seguridad habrían querido tener en sus filas
los SEALS de Estados Unidos, ya que –si se llegase a dar crédito a sus declaraciones− nos encontraríamos con que el ejército tuvo en sus filas conscriptos recién acuartelados en Abril que eran capaces de interrogar a los prisioneros e incluso aplicarles por sí
mismos electricidad para torturarlos… Ello no supera ni el más mínimo análisis y corresponde claramente a una manipulación artera y cobarde del débil ego del ser humano, el cual es estimulado con mayor facilidad cuanto más mediocre o irrelevante
haya sido la actuación de su portador.
Coinciden estos programas y otra serie de publicaciones que agreden el alma militar, con una escalada de fallos judiciales que rayan en lo insólito, dejando de lado su no olvidada ilegalidad e inconstitucionalidad, por corresponder éstas a materias que
han sido hábilmente impuestas en la opinión pública y alabadas por el mundillo político que rige nuestra vida nacional y que quedarán para el juicio de la historia. A una serie de condenas tan injustas como extemporáneas, sumamos el fallo de la Corte de
Apelaciones de Valdivia que desaforó a un Diputado y ex−Capitán de Ejército por haber sido “el brazo armado del ejército para eliminar a unos jóvenes que intentaban instalar una guerrilla en Neltume”, valorando tácitamente esta última conducta
criminal y desconociendo, en perjuicio del afectado, la existencia de una orden superior emitida por escrito y en una situación de Estado de Sitio. Más recientemente, hemos conocido el fallo de una Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago, en que condenan a un ex−Subteniente de la Armada de Chile, asignándole responsabilidades como “participante en un golpe de estado” y señalando que por haberse desempeñado en el Ministerio de Defensa, (probablemente como Oficial de Guardia o algo así) “no
puede minimizar su responsabilidad alegando ignorancia”…por tratarse dicha instalación del “epicentro de la toma de decisiones y organización de operaciones”… O sea, tenemos a un joven oficial, probablemente con 19 o 20 años de edad a esa fecha, responsable de haber estado en el Ministerio de Defensa, ¡seguramente siendo consultado o informado de cada decisión que adoptaban los Almirantes y Generales de la época….!
Todo esto −que sin duda alcanza ribetes ridículos e irrisorios− tiene sin embargo terribles consecuencias para la Familia Militar, al ver que la acción vengadora ya no se limita a ciertos actos que superan la capacidad de aceptación general, si no que
comienza a desbordar los límites de lo comprensible (al menos para aquellos menos solidarios que otros), amenazando la paz de quienes pretenden que nada les puede pasar porque nada hicieron. Los que aún no lo creen posible, debieran comenzar a
mirar lo que ocurre a su alrededor y a prepararse para lo que viene, ya que no se ve un horizonte de paz posible, al menos después del cobarde debilitamiento generado por quien traicionó sin empacho a los militares, el ex−presidente y descarado precandidato Sebastián Piñera.
La Familia Militar debe estar consciente de que la amenaza se cierne con mayor fuerza que nunca sobre ella y que existe la posibilidad concreta de que algo peor pueda estar siendo preparado por el gobierno de la UP 2.0. La escalada de que somos objeto no podría tener otro propósito que preparar o “repasar” a la opinión pública con el odio sembrado hacia los militares, a fin de generar el ambiente para que se apruebe a priori algo que termine por hundirla. Desde luego, es posible que esta campaña coyuntural pueda jugar un rol de “cobertura estratégica”, destinado a cubrir eventuales daños
causados por el fracaso de la nueva intentona revolucionaria, sirviendo de viciada amalgama para mantener la unión en sus fuerzas. Sin embargo, ello no quita la importancia de reunir sus propia fuerzas y salir del letargo que ha aquejado por años a la Familia Militar y a sus pocos y leales amigos que aún le quedan y que agradecen el sacrificio del ayer y el futuro conseguido a través de éste. Es hora de aunar esfuerzos en la forma que sea posible y dejar la calma del hogar para defender lo nuestro.
10 de Julio de 2014
Patricio Quilhot Palma

Universidades: ¿Porque tan tranquilas?

La pregunta es recurrente: ¿cómo está la Universidad? (Blog de Gonzalo Rojas Fuentes)

Tiene sentido que profesionales y madres de familia,emprendedores y profesores de colegios, se interesen por igual respecto del estado de nuestras casas de estudios

superiores al terminar el primer semestre.

la respuesta constante, por ahora, es: tranquila.

Mira qué bueno, suele ser el comentario que cierra la conversación, peroŠ ¿puede ser bueno que las universidades estén tranquilas?

Si por tranquilidad se entiende en un periodo que abarca ya cuatro años  -2011-2014-   la ausencia de tomas, funas, paros y encapuchados, bienvenida sea esa tranquilidad.

Efectivamente, anarquistas y autónomos, comunistas y revolucionario-democráticos (especies diferenciables por los especialistas en zoología estudiantil) llevan varios

meses comportándose con ponderación: a veces da la impresión que de los pocos activistas que movían esas organizaciones de tan enorme presencia tres años atrás, los que ya egresaron, están casi todos colocaditos en los ministerios y en el parlamento; y que los que ahora los imitan, no tienen la misma fuerza o están esperando un escenario diferente para moverse. ¿La inorganicidad, la frivolidad de los proyectos de reforma educacional que propicia el gobierno de Bachelet, quizás?

Es muy probable.

Pero hay otra tranquilidad muy ingrata. Tiene que ver con la pasividad de tantos bienpensantes que justamente en estos momentos de un cierto vacío en la presencia de las

izquierdas  -la Confech se muestra hoy pálida y deslavada-   no toman la iniciativa.

¿Porqué no ha habido una clara ofensiva intelectual y comunicacional de los dirigentes estudiantiles partidarios de una educación libre? ¿Qué ha faltado para que se organice un gran Congreso de alumnos universitarios gremialistas, independientes y otros grupos afines, en que se demuela con los argumentos obvios la pésima formulación gobiernista para la educación chilena? ¿Hemos fallado también los profesores al descuidar nuestras tareas formativas en estas dimensiones?

Estas son las preguntas que modifican aquella respuesta inicial: que la universidad  esté tan tranquila, no debe tranquilizar a nadie.

La vuelta al “justo medio” (Arturo Herrera Verdugo. Ex-Director de la PDI)

Estamos anclados a un mundo en cambio. Hoy se habla de la “sociedad del riesgo”, de la “sociedad red”, de la “sociedad del conocimiento” o de la “sociedad de la incertidumbre”.Estos escenarios se viven como extremos irreconciliables, lo cual hace difícil el diálogo. Frente a esto, es posible distinguir tres ejes de reflexión para el

Chile de hoy: Derechos – Deberes, Libertad – Responsabilidad, Deontología – Teleología.

En efecto, nos movemos en un mundo (y en una sociedad chilena) que lucha por los derechos, pero poco se habla de los deberes. Se trabaja por la libertad, pero se nos olvida la responsabilidad.Estamos involucrados en la búsqueda de metas y nos alejamos de nuestras convicciones.

Hay que recordar que derechos y deberes se implica mutuamente. Chile ha transitado desde la primacía de las obligaciones a la supremacía de los derechos. En este transitar el concepto de “autoridad” ha sido el gran damnificado, pues hoy se le asocia a imposición y arbitrariedad. Se olvida que este concepto tiene una dimensión moral y fuera de ésta pierde su sentido más pleno.

El segundo eje es la tensión entre libertad y responsabilidad. Hoy se pone énfasis en las libertades, lo

cual es correcto y necesario para una efectiva ciudadanía.

Sin embargo, la responsabilidad queda en un segundo plano, por lo que se requiere de una nueva visión que integre ambas dimensiones. Cómo no recordar a Víctor Frankl, quien planteaba el reto de construir junto a la estatua de la

libertad una estatua de la responsabilidad.

El tercer eje de reflexión es el binomio: deontología y teleología. Lo relevante es cumplir los objetivos sin

dar mayor importancia a los medios.En este contexto, las

utopías y la retórica – que daban sentido a la política – han quedado en segundo plano.

¿Cómo romper estas posiciones antagónicas? Volviendo a la idea aristotélica del “justo y recto medio”.

Ahora bien, un justo equilibrio no es una postura simplista que busca evitar conflictos.

Gran error. El “justo medio” aristotélico era un desafío de vida que implicaba preparación, prudencia y disposición de espíritu. Una justa moderación implica tener la valentía de

tomar postura, de salir de la indiferencia y de no sucumbir

en una neutralidad sin sentido.

Avanzar en el “justo medio” tampoco significa borrar las diferencias. Pretender suprimir las divergencias de opinión como exigencia de “moderación aristotélica”, es no entender la profundidad de la propuesta del filósofo de Estagira. El

“medio” aristotélico es una respuesta que nace de la más honda racionalidad humana y, como tal, jamás podría desconocer las diferencias que nacen de los pensamientos y las convicciones de cada cual.

Como esfuerzo racional supone conocimiento, indagación, respeto, reconocimiento del otro, tolerancia, empatía, humildad y capacidad de diálogo. Implica tener la disposición de ánimo para poner el acento en el bien común. Chile no puede ni debe perder esta perspectiva.

El debate actual nos presenta varios ejemplos de estos escenarios contrapuestos y de sus desafíos éticos. Para

algunos la educación debe ser gratuita porque es un derecho, mientras otros ponen el acento en la libertad de enseñanza. En materia de debate político, la diferencia no se asume como proposición dialógica, sino que como imposición destructiva. En política criminal, unos ponen énfasis en la represión policial y otros se centran en la prevención, deslegitimando

cualquier política de control.

Frente a esta realidad se pierde la capacidad de diálogo. Chile requiere de políticas que rompan estos ejes para

llegar a un justo medio racional, que como dice Aristóteles

se aleje del “exceso y del defecto”.

Tarea difícil, pues implica reconocer que en el otro también hay parte de la verdad.