En medio de la polarización en torno al Apruebo/Rechazo emergen reflexiones como la de Carlos Peña, Ricardo Lagos o el propio Presidente, Gabriel Boric, que invitan a la unidad: a concordar que, independiente del resultado del próximo plebiscito, se necesitará de grandes acuerdos y de poner fin a las trincheras.
Porque sea que se apruebe el texto constitucional, no solo se tendrá que comenzar con su implementación reglamentaria, sino que, también, deberá incorporar mejoras.
Por otro lado, si se rechaza la propuesta, corresponderá también convenir y decidir cómo llevar a cabo las mejoras que el país demanda.
La esperada unidad nacional, por tanto, no viene garantizada por aprobar o rechazar la propuesta, sino que debe iniciarse antes. Y para ello, resulta urgente dirigir una cruzada transversal contra los populismos -de derecha e izquierda. Porque ambos son, finalmente, los que causan más daño, profundizando las fisuras y dividiendo el país entre buenos y malos, amigos y enemigos.
El populismo se caracteriza, como indica Cristóbal Bellolio en su libro El momento populista chileno, por ser una estrategia que divide y moraliza el mundo político entre un “pueblo virtuoso” y una “élite corrupta”.
Tanto la izquierda y derecha en sus variantes populistas se autodesignan del lado del “pueblo virtuoso” para defender, respectivamente, sus opciones Apruebo/Rechazo; y embisten a la contraparte como “elitista”, “clasista”, “ninguneadora”, etc. En dicho esfuerzo, ambas ejecutan lo mismo: invalidan a su interlocutor.
Pero esa invalidación mediante la moralización/demonización del adversario político -del lado que sea- impide cualquier intento por concordia; clausura de raíz la posibilidad de acuerdos, de reconocer “algo” común que puedan compartir -pese a tener diferencias.
Porque la postura populista, sea del Apruebo o del Rechazo, se estiliza a sí misma como víctima de la otra. Y entre dos víctimas que se culpan mutuamente de sus agravios es imposible el diálogo.
Trascender el debate victimario populista será clave para una política de largo aliento. No para que la postura defendida por una clase, experto, partido, mayoría o minoría, se adjudique la representación por sobre el individuo, sino precisamente para garantizar su autonomía.
El populismo avanza a costa de la autonomía. Porque una decisión autónoma no se identifica con optar entre opciones. Se trata más bien de poder elegir y esto requiere condiciones: contar con toda la información sobre la materia a decidir; escoger sin presiones externas, comprender la información y ponderar los alcances de la decisión.
Por ello, particularmente los populismos que desinforman, tergiversan o mienten, limitan la posibilidad -abierta en principio a todos- de que cada quien decida soberanamente por la opción que considere mejor.
La unidad ocurrirá en defensa de la autonomía individual que los populismos atacan: resguardando la libertad para decidir, cada cual, por o contra la propuesta.