DISCURSO PRONUNCIADO DURANTE EL ACTO DE LANZAMIENTO DEL LIBRO Procesos sobre violación de derechos humanos. Inconstitucionalidades, arbitrariedades e ilegalidades (A. Paúl Latorre). La Gran Aviadora Chilena. En adjunto impactantes abusos a Carabineros
Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR
Agradezco muy sinceramente a don Carlos Salazar Sazo y a don Hernán Montero Ramírez sus palabras y a todos ustedes vuestra amable presencia. Agradezco también a la Asociación de Oficiales de la Armada en Retiro y a la Universidad San Sebastián, quienes hicieron posible la realización de este acto.
Iniciaré mi exposición con el siguiente pensamiento: una sociedad que asuma la libertad como presupuesto de su existencia exige que la ley sea justa y que ella se aplique a todos por igual.
Nuestra Constitución Política asegura derechos y garantías a todos los habitantes de este suelo. Sin embargo, hay un sector de chilenos que no están alcanzados por esa protección.
Ese sector está constituido por miembros de las Fuerzas Armadas y Carabineros, instituciones que han sido siempre muy apreciadas por parte de la comunidad chilena. Sin embargo, numerosas personas u organismos de diversa índole se han empeñado, con aviesos propósitos, en desprestigiarlas y en minar su moral y su voluntad de lucha.
Así ha sido como, en los últimos veinticinco años, bajo la acusación de delitos ocurridos con ocasión de la lucha antisubversiva y antiterrorista de los años setenta, se encuentran procesados o condenados más de un millar de militares y carabineros; otros se han suicidado o han muerto en cautiverio.
A todos ellos se les aplica un régimen legal procesal y de fondo diferente que al resto de los ciudadanos de la República, atentando gravísimamente contra la igualdad ante la ley y violando sus derechos humanos.
A mediados del año 2012 un oficial de la Armada amigo mío ingresó a la cárcel de Punta Peuco para cumplir una condena por un delito en el que no tuvo participación alguna, hecho que me llevó a estudiar la sentencia que dictó tal condena.
Al hacerlo, mi impresión fue enorme. Ella no justificaba, más allá de toda duda razonable, su decisión de condena; sus considerandos incluían una serie de juicios políticos tendenciosos y sus razonamientos seudo jurídicos estaban en las antípodas del derecho. Resultaba evidente que los falaces argumentos de los jueces solo trataban de vestir con un ropaje de legalidad una mera vía de hecho.
Lo anterior me motivó a investigar este tema con mayor profundidad, para lo cual examiné diversos procesos seguidos contra militares en los que pude evidenciar un cúmulo de atrocidades legales y procesales.
Hay casos realmente aberrantes, tales como el de un subteniente del Ejército que, en un asombroso proceso en el que no hay autores materiales de los hechos, fue condenado a doce años de cárcel en calidad de cómplice del homicidio de tres trabajadores de la industria Sumar, por el solo hecho de haber cumplido la orden de vocearcon un megáfono los nombres de los detenidos que estaban reunidos en un grupo y que debían salir al frente; o el de un carabinero que en defensa propia dio muerte a un terrorista que le había disparado y que portaba un bolso con doce cartuchos de dinamita, motivo por el cual este carabinero fue condenado a cinco años y un día de presidio luego de haberse reabierto, treinta años después, la causa correspondiente al caso en la que había sido sobreseído definitivamente por lo que existía cosa juzgada; o el caso de un joven oficial de la Armada que recientemente, después de haber transcurrido cuarenta años de los sucesos, fue condenado a cinco años y un día de presidio como autor del delito de “secuestro calificado”, por el solo hecho de haber trasladado a un detenido desde el lugar en que éste trabajaba hasta el Ministerio de Defensa; o el caso de un juez que ordenó encarcelar a la mujer de un cabo de Carabineros a fin de presionarla para que declarara que su marido tenía responsabilidad en la desaparición de personas, sin que en el proceso hubiese atisbo alguno de responsabilidad de esa señora, la que tenía un hijo con síndrome de Down que no hablaba y que dependía enteramente de ella, incluso para recibir alimentos.
La mayor parte de las sentencias recaídas en estos juicios son verdaderos “salvajismos jurídicos”.
No pueden calificarse de otra manera sentencias que dictan condenas por el delito de “secuestro calificado” y que establecen como un hecho cierto que los procesados mantienen secuestrada a una persona desde el mes de septiembre de 1973, sin acreditar ni la existencia del delito ni la participación que a ellos les cupo en dicho delito; no pueden calificarse de otra manera sentencias que no aplican el principio pro reo y cuyo único fundamento es la declaración de un testigo inhábil, que no aplican la presunción de inocencia y que invierten el peso de la prueba; no pueden calificarse de otra manera sentencias que no aplican la ley de amnistía de 1978, que está plenamente vigente; y que tampoco aplican las normas legales relativas a la prescripción de la acción penal o el beneficio temporal objetivo del artículo 103 del Código Penal—denominado, impropiamente, “media prescripción”—; no pueden calificarse de otra manera sentencias que aplican tratados internacionales que no están vigentes en Chile mientras olvidan otros que sí son aplicables; sentencias que no aplican las normas del debido proceso y que vulneran los principios de legalidad, de irretroactividad de la ley penal y la cosa juzgada, los que dada su enorme importancia tienen la categoría de derechos de la persona humana; no pueden calificarse de otra manera sentencias que establecen que los delitos cometidos por algunos militares son “de lesa humanidad”, en circunstancias que esos delitos no cumplen con el requisito del tipo penal para ser calificados como tales y que a la fecha de su ocurrencia no existía ninguna ley interna o tratado internacional vigente en Chile que se refiriera a ellos, puesto que los crímenes de lesa humanidad fueron establecidos por el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional e incorporados en el derecho positivo chileno mediante la ley 20.357, los que entraron en vigor en Chile el año 2009 y no pueden ser aplicados retroactivamente; en fin, no pueden ser calificadas de otra manera sentencias que expresan que según ciertos convenios internacionales los delitos de lesa humanidad son inamnistiables, lo que es absolutamente falso por cuanto no existe ninguna ley ni tratado internacional que prohíba perdonarse entre hermanos.
Las precitadas aberraciones judiciales, que se repiten en una infinidad de sentencias, fueron las que me motivaron a escribir el libro que estamos presentando, pues pienso que, ante ellas, mi deber es hablar: no quiero ser cómplice.
Estoy consciente que hablar acarrea riesgos, porque como decía Quevedo: “Donde hay poca justicia es un peligro tener razón”.
No obstante, decidí emprender la tarea de escribir este libro porque pienso que si a un hombre le niegan sus derechos, los derechos de todos están en peligro; porque permitir una injusticia significa abrir el camino a todas las que siguen y porque quien no se inquieta ante la injusticia ajena, será su próxima víctima.
Mi obra tiene como propósito denunciar las ilegalidades, las arbitrariedades y las injusticias que se han cometido y que se siguen cometiendo contra militares en los procesos que se acostumbra denominar como de derechos humanos.
Los jueces, salvo contadas excepciones, aplican torcidamente las leyes y fallan a sabiendas contra normas legales expresas y vigentes, lo que está tipificado en el Código Penal como delito de prevaricación.
Ahora bien, luego de este exordio, expondré algunos comentarios sobre el tema que nos convoca.
En primer lugar citaré a Alfred de Vigny, quien hace casi dos siglos—en su obra Servidumbre y grandeza militares—escribió: “cuando el soldado se ve obligado a tomar parte activa en las disensiones entre civiles pasa a ser un pobre héroe, víctima y verdugo, cabeza de turco sacrificado por su pueblo, que se burla de él. Su existencia es comparable a la del gladiador y cuando muere no hay por qué preocuparse. Es cosa convenida que los muertos de uniforme no tienen padre, ni madre, ni mujer, ni novia que se muera llorándolos. Es una sangre anónima. Y, cosa frecuente, los dos partidos que estaban separados se unen para execrarlos con su odio y con su maldición”.
¡Qué enorme verdad encierra este lúcido pensamiento!
¡Qué notable paralelo con nuestra situación actual, donde tanto los partidarios de la Unidad Popular como sus tenaces opositores de entonces no han ahorrado palabras ni acciones de condena respecto a la actuación de los militares el 11 de septiembre de 1973 y durante los años siguientes!
La verdad de lo ocurrido en aquella época ha sido completamente distorsionada por los medios de comunicación social y por un proceso cultural y educativo de desinformación, con el que se pretende instalar una historia oficial y ocultar o borrar del inconsciente colectivo del pueblo chileno los horrorosos crímenes cometidos por los subversivos y lo que habría ocurrido si éstos hubiesen logrado sus propósitos.
Así fue como, por arte de magia, los terroristas pasaron a convertirse en víctimas y los militares en el chivo expiatorio de todos los pecados cometidos en una época trágica y turbulenta.
Ellos pasaron a cargar con todas las culpas de los políticos que exacerbaban el odio y la lucha de clases, que predicaban y practicaban la violencia armada como un medio legítimo para alcanzar el poder, que pretendían “destruir el aparato burocrático-militar del Estado” e instaurar en Chile un régimen totalitario marxista al estilo cubano y que son los grandes responsables del quiebre del orden institucional y de la consiguiente intervención de los militares y de sus secuelas. Así, quedan liberados de culpas todos los que condujeron a Chile a la anarquía y desataron la situación de guerra civil.
Es por eso que los militares deben ser sacrificados. A ellos se les debe perseguir y condenar, sea como sea. A ellos hay que aplicarles el lema “ni perdón ni olvido” y el “derecho penal del enemigo”.
A los militares hay que condenarlos a toda costa, sin importar si son inocentes, si están legalmente exentos de responsabilidad criminal o si su culpabilidad está atenuada o es inexistente.
Todo principio del derecho penal, toda norma jurídica, toda legalidad, toda garantía constitucional, toda verdad, toda justicia, toda decencia y todo buen sentido pueden ser atropellados si ello es necesario para satisfacer los ánimos de odio y de venganza y encarcelar a quienes devolvieron a la nación su democracia y la tranquilidad exigida por la sociedad chilena.
Para los militares no existen ni Estado de Derecho ni principios humanitarios ni convenios internacionales ni ley alguna que los favorezca, pero que sí les son aplicadas a los terroristas y a los ciudadanos que no son militares.
Lamentablemente, tamaña corrupción no conmueve a nadie. Sobre esto nadie habla. La sociedad guarda silencio, en general por ignorancia. Y la dirigencia política también guarda silencio, pero este silencio es doloso.
La verdad es que en el año 1973, ante la gravísima situación que se vivía; la anarquía, la violencia generalizada y el terrorismo; la pérdida de las libertades; la usurpación de propiedades, la expropiación de tierras e industrias; la destrucción de la economía, de las instituciones políticas y de la democracia; el riesgo inminente de una guerra civil y de la instauración de una dictadura totalitaria en nuestra patria, la enorme mayoría de la ciudadanía, desesperada, pidió la intervención de los militares.
Sin embargo, esos mismos que pidieron a gritos la intervención militar y que se beneficiaron de los prodigiosos cambios que tuvo Chile, ahora dicen: ¡Qué horror, hubo muertos, torturados y desaparecidos!; yo nunca justifiqué el golpe; yo voté por el NO en el plebiscito; yo siento una especial sensibilidad por quienes vieron sus derechos conculcados durante el gobierno militar.
¿Y quiénes sienten una especial sensibilidad por los cientos de militares que murieron, que quedaron mutilados o incapacitados, y que expusieron sus vidas para salvar a Chile y a los chilenos y que actualmente son sujetos del odio y de la venganza?
¿Y quiénes sienten una especial sensibilidad por los militares que son “presos políticos”; es decir, aquellos que están privados de libertad no en virtud de la aplicación de las leyes, sino que por simulacros de juicios que las atropellan y cuyas sentencias condenatorias se encuentran descalificadas como actos judiciales válidos?
Quienes imploraban la intervención militar ahora reniegan del gobierno militar y se alían con los grandes causantes de la tragedia. ¡Qué gran hipocresía!
Ellos han popularizado el grito de ¡Nunca más! —refiriéndose a dicha intervención militar—; un grito que es inútil si no añadimos otro: ¡Nunca más el contexto y las condiciones que la originaron: la prédica y la práctica del odio y de la violencia, el aplastamiento de la vida, del honor, de la libertad y de los bienes del prójimo!
Lamentablemente, hay una gran verdad olvidada: la actividad guerrillera y terrorista —llevada a cabo por diversos movimientos subversivos que promovían la lucha revolucionaria armada—, que fue la que dio origen a las actividades represivas que le siguieron por parte de los organismos de seguridad del Estado.
Al respecto cabría comentar que el deber primero del Estado, y que antecede a todos los demás, es el de mantener la seguridad de la comunidad nacional, el orden público y el Estado de Derecho; pues sobre tales bases descansan todas las actividades o empresas personales o nacionales que se proyecten.
El Estado no comete delitos de lesa humanidad cuando actúa contra el terrorismo, pues esa es su obligación y, si no lo hace, atenta contra su propia esencia, como ocurre actualmente en la región de la Araucanía. El terrorismo debe ser enfrentado con decisión y con todos los medios disponibles. Para derrotarlo, necesariamente se debe usar una violencia superior a la que los terroristas emplean y técnicas de combate diferentes a las aplicadas contra fuerzas regulares. Ésta es la verdad palmaria, aunque los intereses de uno u otro propagandista les impidan reconocerla.
No es posible combatir a terroristas fuertemente armados y que están dispuestos a matar y a morir con escudos protectores, gases lacrimógenos o balines de pintura. Con medidas defensivas es imposible disuadirlos y, menos aún, vencerlos; por el contrario, con ellas solo se logra estimular la violencia ilegítima y el crimen y que los miembros de las fuerzas de seguridad terminen muertos, lisiados o con sus ojos destrozados.
El discurso de los derechos humanos, que tanto pregonan quienes han sido sus mayores violadores en la historia de la humanidad, ha llevado a la absurda situación de que quienes por deber de autoridad están obligados en justicia a emplear la violencia legítima del Estado para reprimir a quienes subvierten el orden social, se inhiban de hacerlo; así como también se inhiben de establecer los estados de excepción constitucional que permiten combatir efectivamente a la guerrilla y al terrorismo.
Por otra parte, es preciso destacar que la denominada guerrilla lleva a cabo una verdadera guerra; una guerra revolucionaria que es irregular y solapada. La guerrilla no respeta ninguna ley bélica ni moral, mata a mansalva, tortura, daña a inocentes y destruye de modo insensato e inútil bienes productivos.
Para llevar a cabo con éxito la colosal tarea de reconstruir a una nación en ruinas y para recuperar el orden necesario para desarrollar las diversas actividades nacionales era imprescindible desbaratar la acción de los subversivos armados, para lo cual fue preciso utilizar la violencia legítima del Estado. A contar del 11 de septiembre de 1973 y durante los años siguientes, los militares estaban en guerra contra el enemigo, constituido por los terroristas y los guerrilleros urbanos y rurales.
El referido enemigo no era una entelequia, sino que algo real y concreto. Al respecto, bastaría mencionar a José Gregorio Liendo Vera, más conocido como “Comandante Pepe”, militante del MIR y líder del Movimiento Campesino Revolucionario, cuya base de operaciones estaba en el Complejo Forestal y Maderero de Panguipulli, quien, en una entrevista concedida a la periodista Nena Ossa a comienzos del año 1970 y en relación con los “objetivos de la lucha”, declaró:
“—Pregunta: ¿Cuál es el plan de fondo de ustedes a corto, mediano o largo plazo?
—Respuesta: Tomarnos los campos y los pueblos del sur, violentamente si es necesario, mientras en Santiago el MIR se toma la ciudad y bajan a unirse con nosotros a medio camino.
—Pregunta: ¿O sea, la meta es ‘tomarse’ todo Chile violentamente? ¿No les importa si muere gente?
—Respuesta: Claro que violentamente. Tiene que morir un millón de chilenos para que el pueblo se compenetre de la revolución y esta se convierta en realidad. Con menos muertos no va a resultar”.
Mauricio Rojas —ex militante del MIR y ex diputado del parlamento sueco— describió muy bien esta situación en una carta abierta que recientemente le envió a Marco Enríquez-Ominami, en la que señaló: El Movimiento de Izquierda Revolucionaria “fue uno de los grandes responsables de la entronización de la violencia política en Chile y la destrucción de aquella democracia que personas como tu padre tanto despreciaron y tanto hicieron por hundir”. Mi abuelo “no alcanzó a ver como su Chile tan querido se hundía en una lucha fratricida que terminaría desquiciando a su pueblo y destruyendo su antigua democracia. Yo sí lo vi y, además, puse mi granito de arena en esa triste obra de destrucción. Ni cambiamos el mundo ni liberamos a nadie. Terminamos como mártires o como víctimas, y como tal nos acogieron generosamente por todas partes. Pero también podríamos haber terminado como verdugos, como lo han hecho todos aquellos que han llegado al poder inspirados por la idea de la transformación total del mundo y la creación del hombre nuevo”. Nosotros seguíamos al Che Guevara quien “nos instaba a transformarnos en una ‘fría máquina de matar’ a fin de poder materializar el sueño revolucionario del hombre nuevo”, “nosotros fuimos marxistas-leninistas en serio, es decir, dispuestos a morir y a matar por la revolución”.
Ese era el tipo de personas a las cuales los militares debieron enfrentarse, que estaban decididas a matar y a morir y a practicar un verdadero genocidio —como ha ocurrido en todos aquellos países en los que se ha entronizado el comunismo—; no se trataba de delincuentes comunes. ¿Es tan difícil comprender esta realidad?
Aparentemente sí lo es para los jueces, quienes desconocen el contexto histórico en el que ocurrieron los hechos y que el terrorismo no puede ser combatido en la misma forma que la delincuencia común, porque tanto sus fines como sus medios son perversos y brutalmente violentos, los que atentan gravísimamente contra los derechos humanos de los ciudadanos.
En esta tarea de reprimir a los subversivos armados se cometieron excesos y delitos por parte de algunos miembros de las FF.AA. y Carabineros, que lamentamos y reprobamos profundamente; pero, incluso a los militares culpables de tales delitos se les debe aplicar la misma ley que le fue aplicada a los guerrilleros y terroristas. En eso consiste el Estado de Derecho.
El hecho cierto es que a los militares no se les hace justicia. El objetivo de estos simulacros de juicios no es hacer justicia, sino cobrar venganza. Porque si buscasen justicia también condenarían a los terroristas que colocaban bombas, realizaban violentos asaltos a mano armada, secuestros, atentados contra instalaciones y servicios públicos, y que asesinaban a cientos de militares y carabineros y otras víctimas inocentes. Se trata de juicios políticos en los que, invariablemente, se criminaliza solo al sector castrense; mientras que los terroristas del pasado siguen indemnes y, en muchos casos, ostentando altos cargos.
Los jueces dictan sentencias condenatorias absolutamente ajenas a la Constitución, a la legalidad vigente y a los más elementales principios humanitarios, sin que les tiemble el pulso y sin que el más mínimo rubor asome por sus mejillas. Ellos abusan en grado extraordinario de su poder e imponen su voluntad por sobre el mandato explícito de la norma.
Los jueces, instalados en sus estrados, esconden tras sus rostros impasibles su conciencia de que no están llevando a efecto juicio verdadero alguno y que los acusados por supuestos delitos cometidos hace cuarenta años están irremediablemente condenados antes de comenzar el juicio, por el hecho de haber aplastado a la subversión armada, a la guerrilla y al terrorismo, y de haberle evitado a Chile caer bajo las garras del comunismo.
Los jueces no solo están atropellando la Constitución, las leyes y principios fundamentales del derecho penal, sino que están en una vorágine de sanciones sin freno, sobre la base de argumentaciones tan febles que no las creería ni siquiera un niño y tan burdas que son indignas de un hombre de Derecho.
Sin una recta aplicación de la ley no hay justicia, sino una caricatura de ella. Nunca se habían dado en Chile los atropellos a la verdad y a la ley que están teniendo lugar bajo nuestra judicatura actual.
La tarea judicial se ha transformado en una parodia grotesca y sin sentido, que solo busca la venganza y la destrucción moral de las FF.AA., además de beneficios políticos y económicos.
Al llegar a este punto me referiré, a modo de ilustración, a algunas situaciones que son de ordinaria ocurrencia durante los procesos seguidos contra los militares:
—Casos tales como el del juez que le dice al secretario en voz alta: ¡Que pase el asesino!
—O como el del juez que le dice al imputado: Sé que usted tiene un hijo que es capitán de fragata de la Armada. Hasta aquí no más le va a llegar la carrera a su hijo si usted no me dice todo lo que sabe.
—O situaciones como la que hace dos meses le ocurrió a un capitán de navío en retiro, cuando durante horas de la noche se presentaron en su residencia en Viña del Mar dos funcionarios de la Policía de Investigaciones, lo detuvieron, lo trasladaron en un carro celular a Concepción y lo dejaron en prisión preventiva por constituir “un peligro para la sociedad. Este señor, cuya edad bordea los ochenta y cinco años, había sido sometido a proceso por una situación ocurrida en Tomé durante el año 1973; sin haber tenido participación alguna en el supuesto delito, sino que por el solo hecho de que él era el director de la Escuela de Grumetes en esa época.
—O, para no extenderme en demasía, casos de resoluciones que someten a proceso y a prisión preventiva a todos los oficiales de un regimiento, por solo por el hecho de haber formado parte de su dotación en la época en que ocurrieron ciertos hechos constitutivos de delito; sin existir ni siquiera el más mínimo indicio de que tales personas hayan tenido participación en los hechos.
Todo lo anterior se traduce en el sometimiento a proceso y en el encarcelamiento, hasta el día de hoy, de militares que hace cuarenta años expusieron sus vidas en la lucha antisubversiva, mientras que los culpables del desastre miran para otro lado y no asumen su responsabilidad.
Las aberraciones jurídicas cometidas por los jueces son incalificables, pues las arbitrariedades superan todo límite. Los tribunales que juzgan a los militares se asemejan más a un circo romano que a verdaderos tribunales. Y, como dijo Platón: la peor forma de injusticia es la justicia simulada.
A mi juicio los jueces están destruyendo el orden jurídico, razón por la que estamos asistiendo a una “subversión jurídica” y a una crisis desastrosa del Poder Judicial, pues cuando la justicia no es igual para todos, cuando una sociedad llega a este nivel, cae en la descomposición y regresa a la barbarie.
Muy enfermo ha de estar Chile para que las aberraciones judiciales y los atropellos a la Constitución y a la ley, que denuncio en mi libro y que constatamos a diario, puedan producirse.
El problema de los procesos sobre violación de derechos humanos es un problema que continúa vigente y cuya naturaleza es política. Su solución, por lo tanto, debe ser de la misma naturaleza.
Lamentablemente los órganos políticos —Ejecutivo, Legislativo y partidos políticos— se han desligado del problema y lo han puesto sobre los hombros del Poder Judicial.Y la judicatura tiene una incapacidad natural para solucionar un problema que es esencialmente político y no judicial.
¡Ya han pasado más de cuarenta años desde la ocurrencia de la mayoría de los trágicos sucesos que se siguen investigando por los tribunales de justicia y por los que se continúan abriendo —absurda e ilegalmente— nuevas causas criminales!
Condenar a cientos de militares ancianos —muchos de ellos mayores de ochenta años— a morir enfermos y martirizados en una cárcel, lejos de sus familias y de los centros de atención médica, y sin otorgarles los beneficios penitenciarios que les corresponden, no constituye un camino que contribuya al bien común de nuestra sociedad ni ayudará a obtener la paz y la reconciliación entre compatriotas.
¡Ya es hora de decir basta al abuso y a la odiosa persecución contra los militares!
Urge poner fin a procesos con claras connotaciones políticas, extinguiendo toda acción vengativa en contra de los militares, para clausurar un pasado violento y cargado de odios y de discordia, promover la unión nacional y afianzar la paz interior.
Es preciso un acuerdo político para cerrar las heridas, dejar atrás el trágico pasado y mirar unidos al futuro.
Considerando que los jueces no aplican la ley de amnistía actualmente vigente, traicionando su deber de juzgar objetivamente aplicando la ley, en mi libro abogo por la dictación de una nueva ley de amnistía, la que contribuiría a superar odios y rencores y a dar pasos en la búsqueda de la reconciliación nacional.
El perdón nos permitiría dar vuelta la página y poner fin a la crisis política más grande del siglo pasado.
Al respecto cabría comentar que doña Michelle Bachelet, diez días después de haberse instalado nuevamente en La Moneda declaró: “Siempre me ha inspirado fuertemente el liderazgo de Nelson Mandela, quien pese a todo lo vivido fue capaz de pararse sobre ello, mirar su país y con una tremenda humanidad, pensar qué le hacía bien a la nación”.
Tales palabras me hicieron pensar que ella, como presidente de todos los chilenos y velando por el bien común, procedería a actuar como lo hizo Mandela en Sudáfrica y, como él, trascendería en la historia como una gran estadista al dictar una nueva ley de amnistía —la que no está prohibida por tratados internacionales, como algunos propagandistas señalan— que propendería a la concordia y a la paz social.
Lamentablemente mis esperanzas se vieron frustradas, pues ella está haciendo todo lo contrario al darle suma urgencia al proyecto de ley que deroga la ley de amnistía de 1978 lo que, aparte de confirmar que está vigente, solo contribuye a reavivar los fuegos del odio y de la venganza y que nada bueno augura para nuestra patria.
En todo caso, una eventual derogación de dicha ley no tendría mayor efecto legal, pues ella debería ser aplicada no obstante su derogación, de acuerdo con los principios pro reo y de ultra actividad de la ley penal más favorable.
Antes de terminar mis palabras, quisiera entregarles el siguiente mensaje:
Las Fuerzas Armadas, conjuntamente con Carabineros de Chile, son instituciones que debemos cuidar por cuanto son las garantes, en última instancia, del orden institucional de la República. Ellas constituyen el último círculo jerarquizado de la sociedad capaz de salvar de su disolución a una comunidad política; la reserva moral de la nación y la instancia final a la que ésta recurre en las situaciones más extremas y cuando una crisis política amenaza su sobrevivencia.
Finalizaré mi exposición citando al profesor Gonzalo Rojas Sánchez quien, en su columna de hoy de El Mercurio, escribió:
“Es encantador que los marxistas hablen con frecuencia de campañas del terror, cuando ellos han hecho del terror su campaña. Ahí están los Muros derribados y los Muros aún en pie para atestiguarlo.
Mira de qué te libraron las Fuerzas Armadas y de Orden en septiembre de 1973, querido Chile. Míralo ahora, cuando los subyugados por tantas décadas de comunismo celebran en estos días 25 años de libertad. Míralo con calma, para que te hagas sensible a esos otros muros que hoy quieren levantar en tu piel y en tu corazón, muros más sutiles, pero quizás más inexpugnables.
Porque en todo su accionar los marxistas van construyendo murallas: entre la persona humana y Dios, entre la persona humana y su conciencia, entre la persona humana y su racionalidad, entre los miembros de una misma familia, entre las personas que trabajan juntas al enfrentarlas continuamente, entre las generaciones de padres e hijos. Entre la materia y el espíritu, entre la ciencia y la fe, entre las personas y sus proyectos”.
Muchas gracias.
Adolfo Paúl Latorre
DISCURSO PRONUNCIADO DURANTE EL ACTO DE LANZAMIENTO DEL LIBRO
Procesos sobre violación de derechos humanos. Inconstitucionalidades, arbitrariedades e ilegalidades
EN LA UNIVERSIDAD SAN SEBASTIÁN, SEDE CONCEPCIÓN
Concepción, 5 de noviembre de 2014.
La Gran Aviadora
(Un gran recuerdo a la tía de nuestro web Máster)
La historia de una de las primeras aviadoras chilenas, Margot Duhalde Sotomayor, que piloteó aviones de combate en la 2ª Guerra Mundial y que por sus méritos figura en la Legión de Honor francesa.
Cuando nuestra grande Gabriela Mistral ganó el primer premio en los Juegos Florales de Santiago, el año 1914, declinó la oportunidad de ser aclamada por su obra poética.
La noche de premiación, desde un rincón del Teatro Municipal, se contentó con escuchar como el poeta Victor Domingo Silva leía sus “Sonetos de la Muerte”, que la lanzaron a la fama y muchos años más tarde la llevarían a ser distinguida con el Premio Nobel de Literatura.
Esa modestia y timidez, digna de la mujer chilena de principios de siglo, también se reflejó en la aviación nacional, que todavía en esos años no se atrevía a demostrar sus escondidas cualidades que tantos merecimientos le son innatos hoy en día.
En nuestro país, las damas no tuvieron un papel importante en la aviación de los tiempos pioneros y su actuación más bien se resumió en acompañar a diestros pilotos en vuelos populares.
Hubo, por cierto, algunas valientes que volaron en globo con el aeronauta Eduardo Laiselle a fines del siglo XIX. Las primeras damas en volar en avión, lo hicieron acompañando al aviador italiano Marcel Pailette, durante sus vuelos realizados en Viña del Mar el 1° de junio de 1912.
Ellas fueron doña María de Richards y las señoritas Francisca Joste y Rosina Sousa.
En Santiago voló con el mismo aviador la señorita Rosario Herrera Lira, el día 13 de junio de 1912.
A contar de esa fecha fueron muchas las mujeres que tuvieron la oportunidad de acompañar a diversos pilotos, pero no sería hasta la fundación del Club Aéreo de Chile, el 5 de mayo de 1928, por el Comodoro Arturo Merino Benítez, quien personalmente promovió el ingreso al Club, de damas interesadas en volar.
Dos fueron las primera postulantes a iniciarse en los secretos del vuelo. Graciela Cooper Godoy y Clemencia Echeverría. Esta última sin embargo, no logró sus propósitos y abandonó tempranamente la práctica aérea por motivos personales.
Dicen algunas crónicas, que Graciela desde muy niña demostró su pasión por los pájaros mecánicos.
Bajo la severa mirada del Capitán Rafael Saenz, Graciela Cooper inició sus clases en la Base Aérea “El Bosque”. Uno a uno fue pasando los obstáculos y luego de cuarenta horas de vuelo, ya piloteaba sola el Gipsy de Instrucción.
Finalmente, el 26 de julio de 1930 Graciela recibía su brevet de piloto aviador de manos de otro de sus instructores el Capitán Carlos Montecinos.
Retirada por algún tiempo de la actividad aérea, no destacó mayormente como piloto, pero sí se preocupó de que muchas de sus amigas se dedicaran a la práctica del vuelo.
En su honor, se instauró el día 26 de julio, como el “Día de la Mujer Piloto” en nuestro país.
MARGOT DUHALDE SOTOMAYOR
El año 1937, procedente de la ciudad de Río Bueno, arribó a la capital una niña nada de mal parecida, quizás un poco rellenita, pero que evidenciaba ese “no se qué” diferente, que suele marcar a las personas desde su niñez.
Esa niña era nada menos que Margot Duhalde y su sueño era llegar algún día a ser aviadora para dominar el espacio en un pájaro alado, como los de la Aeropostal, que pasaban periódicamente por el cielo pueblerino de su ciudad natal.
La pequeña Margot había nacido predestinada un día 12 de diciembre de 1920, exactamente dos años después que el teniente Dagoberto Godoy cruzara en avión, por primera vez las altas cumbres, desde Santiago de Chile a la ciudad de Mendoza, Argentina.
¿Obstinación juvenil? ¿Pasajera ilusión? No, aquello iba más allá de lo que sus padres podían imaginar. Así fue que usando sus mejores subterfugios, logró la autorización de ellos para irse a la capital a estudiar aviación.
Sin embargo, no era tan fácil el ingreso al Club Aéreo, se exigía una edad mínima de 20 años, los que no tenía, pero que a la hora de presentarse frente al oficial encargado de los postulantes, no se le arrugó una ceja para admitir que su edad era de veinte, cuando en realidad tenía dieciséis.
Su estatura y su talla le ayudaron en esta mentirilla que le permitió vencer este primer obstáculo que tendía un manto negro sobre sus pretensiones. Salvado éste, vendrían otros como el astigmatismo que le afectaba, por lo que nuevamente tuvo que usar su astucia femenina y ya era miembro del Club, lo que le permitiría seguir la ruta de tantos aviadores que admiraba y por los cuales sentía esa sana envidia que sólo sienten los jóvenes audaces, a quienes la historia les tiene reservado un espacio en sus páginas de gloria.
La falta de instructores en el Club, pesaba en contra de la muchachita sureña que soñaba con volar, pero que no encontraba el maestro que le cediera parte de su tiempo para salvar la valla que la separaba del ansiado brevet. Fue la tenacidad y el deseo de aprender lo que la llevó a realizar largas y diarias visitas al club. Cierto día conoció en el hangar a don César Copetta, jefe de mecánicos de la entidad, hombre de carácter jovial y muy dinámico; no en vano había sido el primer hombre que voló en Chile aquel lejano 21 de agosto de 1910.
Hizo buenas migas con don César, quién la tomó bajo su protección, comenzando por enseñarle mecánica y luego consiguió que el teniente 1° Gregorio Bisquert la llevara a volar. Pronto el teniente René González le hizo dos horas de instrucción, las que terminaron abruptamente cuando a raíz de una orden mal interpretada por la alumna o mal dicha por el instructor, tuvieron que realizar un aterrizaje con hélice calada.
El avión era un antiguo biplano Cirrus Moth de 80 HP, biplaza, de cabina descubierta, en el que las comunicaciones se realizaban a través de un tubo que tenía una bocina en cada extremo.
Luego don César la llevó a la base aérea El Bosque, para que conociera sus instalaciones y buscara un nuevo instructor. Allí el Comandante Berríos, jefe de la maestranza, le ofreció instrucción práctica en los talleres.
Gracias a esta nueva gestión de Copetta y a las atenciones del comandante Berríos, Margot obtuvo por fin el instructor que necesitaba. El Teniente Washington Silva fue quien la tomó bajo su tutela profesional y logró que su alumna hiciera su primer solo el 23 de febrero de 1938.
Vestida de overol, Margot compartía la instrucción con el aprendizaje de ajuste de motores y la fabricación de costillas y alas para los Gipsy Moth. Se interesaba también por los Focke Wulf, que para ese entonces se estaban armando y probando en vuelos en la maestranza.
Su espíritu juvenil y sus ansias de aprender, no se vieron frustrados durante su permanencia en la maestranza. Muy por el contrario, ya que en sus diarias actividades tuvo oportunidad de conocer a varios alféreces que visitaban el lugar y con los cuales nació una espontánea amistad, hecho que le permitió asistir a clases en la Escuela de Aviación, situación que le daba un bagaje de conocimientos con los que nunca había esperado contar tan tempranamente.
Este hecho le permitió además tomar contacto personal con la mayor parte de los alumnos e integrantes de la Escuela, hecho que le permitió ir cultivando una gran amistad con los oficiales de la FACH de aquellos años.
Finalmente el 30 de abril de 1938, la niña sureña, soñadora y persistente, conseguía rendir su examen final ante una comisión integrada por miembros del Club Aéreo y de la Fuerza Aérea de Chile, recibiendo en esa oportunidad su brevet de piloto de turismo y sus anheladas alas de aviadora.
Luego de conseguir la autorización para volar con pasajeros, invitó a su madre a acompañarla en tan especial ocasión. Su madre fue su primer pasajero, quien lo hacía por segunda vez en su vida.
El primero lo había realizado en 1920, cuando estaba embarazada de Margot. Por eso diría años más tarde que la primera palabra de su hija fue “avión”.
Entre vuelo y vuelo, creyéndose ya una experimentada diosa del aire, le ocurre su primer accidente. Volaba tranquilamente por las cercanías de Nos en un Cirrus Moth, llevando como pasajera a una amiga de su padre con sus dos niños, cuando repentinamente comenzó a salir humo del motor, acompañado de un persistente ruido.
Margot sólo atinó a cortar contacto, ya que no alcanzaba la llave de paso del combustible y junto con advertir a sus asustados pasajeros que se sujetaran, planeó hasta un potrero que tenía a la vista, donde luego de deslizarse algunos metros por la tierra arada, el avión capotó, dejándola en una incómoda situación.
Luego de sacar a sus pasajeros del avión, tomó el caballo de un lugareño que se había acercado a ver el accidente y se dirigió a galope tendido al Retén de Carabineros de Nos a dar aviso a Cerrillos del accidente que le había ocurrido.
Tres meses de suspensión le costó la gracia, pero éstos no le sirvieron de escarmiento porque al primer vuelo fue nuevamente suspendida por “aserruchar” sobre la Escuela de Carabineros, donde tenía un “pololito” y de paso llevarse consigo una considerable cantidad de alambres correspondientes a las instalaciones de radio de la Escuela.
Todas las peripecias que le ocurrieron a Margot en sus primeros años de aviadora, le sirvieron de una gran enseñanza, ya que junto con sumar horas de vuelo estaba acercándose a pasos agigantados a un futuro difícil, que marcaría para siempre su vida de aviatriz.
PILOTO DE SPITFIRE
Negros nubarrones se cernían sobre Europa a fines de 1939. Concluía la Guerra Civil Española y Alemania, convertida en una potencia bélica de primer orden invadía Polonia, dando inicio a las acciones de la Segunda Guerra Mundial.
A principios de ese año Margot había colaborado con la Fuerza Aérea de Chile, prestando ayuda a los damnificados del terremoto de Chillán. Junto con trasladar heridos a Concepción y Santiago, lanzaba volantes con instrucciones para solucionar problemas a la población.
En junio de 1940, las fuerzas alemanas ya habían entrado a París y desfilaban sin oposición por los Campos Elíseos, cayendo como un vendaval sobre una Francia que no contó con la defensa adecuada para contener la invasión.
El 18 de junio de 1940, el General Charles de Gaulle, desde Londres, daba vida al Comité Nacional de la Francia Libre. Su proclama fue difundida por radios y diarios de todo el mundo; el cable submarino trajo las noticias hasta Chile, donde también se organizó un Comité.
Margot siente el llamado de la raza. La tierra de su abuelo clamaba libertad y ella se sentía destinada a colaborar con su grano de arena.
Rápidamente se inscribe en el Consulado Francés primero y en el Comité después. En marzo de 1941 fue aceptada por las Fuerzas Francesas Libres (FFL).
Siendo menor de edad, Margot debió pedir permiso a sus padres, a quienes dijo que iría a Canadá como instructora. Luego de recibir la venia paterna se dispuso a abandonar el país.
El 11 de abril, desde el Comité De Gaulle, salía una caravana con trece voluntarios rumbo a Mendoza, donde tomarían el tren a Buenos aires. Dos mujeres integraban el grupo, una de ellas era Margot.
El día 25 ya estaban embarcados en el “Rangitata” rumbo a Montevideo, donde subirían otros voluntarios y el 28 del mes el barco tomaba rumbo a mar abierto. Ya no se podía regresar y los voluntarios chilenos, argentinos y uruguayos, comenzaron a sentir que la Guerra estaba allí, en medio del océano, ya que el capitán del barco no desperdiciaba ocasión para realizar repetidos simulacros, avanzando siempre en zig-zag, para evitar algún torpedo de un submarino alemán, hecho que afortunadamente nunca se produjo.
El 21 de mayo el barco ingresa al puerto de Liverpool, que presenta su bahía llena de buques de guerra en febril agitación. Armas, víveres y tropas son embarcados a toda prisa para ser enviados a los diversos frentes de guerra.
Las dos voluntarias chilenas fueron llevadas a una residencia para el chequeo respectivo.
Las Fuerzas Armadas de Francia Libre operaban en un país extraño, por lo que el poder de decisión era mínimo, lo que incidió en que nuestra compatriota tuviera que esperar varios meses antes de realizar una gestión personal para ser admitida en el grupo de Transporte Auxiliar del Aire (ATA), que se dedicaba al transporte de aviones ingleses, utilizando para ello pilotos hombres y mujeres.
Margot fue destinada a la base aérea de Haltfield, cuyo aeródromo pertenecía a de Havilland, en el que, a causa de la guerra, funcionaban allí un centro de entrenamiento de la RAF y un grupo de ATA.
Para Margot, recién llegada a un país extraño, la barrera del idioma se le hizo tremendamente difícil y como veremos más adelante le ocasionó serios reveses en su desempeño profesional.
Se le designó alojamiento en Brookmans Parkien, en casa de Mr. Norman James, quien con su familia había vivido antes en Chile. Allí cumplió los 21 años y en una de las clases, la profesora la bautizó con el nombre de “Chile”, ya que había otra chica en la base llamada Margot. Luego, cuando volvió a las F.A.F.L. la llamaron “Chilli”. Este nombre lo usa todavía en su correspondencia a Europa y EE.UU., donde tiene muchos amigos.
La instrucción iba lenta, debido al desconocimiento del idioma y al mal tiempo imperante.
De Tiger Moth pasó a volar en un Magister, avión que le pareció una maravilla. Era el primero que volaba con flaps y frenos.
Los días en Haltfield eran sumamente agitados para Margot, debido al intenso tráfico de vuelos de instrucción, lo que no permitía realizar muchos despegues por alumno. Además se comenzaban a fabricar allí los famosos Mosquito, aviones veloces, que con sus vuelos rasantes originaban toda clase de complicaciones a los pilotos.
Muy pronto la instrucción comenzó a ampliar su radio de acción y Margot pudo comenzar a alejarse del aeródromo, situación que en vez de solucionar sus problemas, comenzó a acrecentarlos.
Acostumbrada a volar en Chile, donde por un lado está la cordillera, al otro el mar y al centro una larga vía férrea; Inglaterra comenzó a abismarla. Por todas partes veía ciudades, caminos y redes ferroviarias, que más que ayudarla, peligrosamente la confundían.
Cuando un día se le ordenó realizar su primer cross country sola, no reaccionó a tiempo para decirle a su instructora que no estaba preparada para ello. Tomó su paracaídas y casi contando los pasos se dirigió al Magister M.3868 que debía pilotear ese día y con un frío que le calaba los huesos dio contacto y emprendió el vuelo. Trató de hacer los cambios de rumbo por el tiempo de vuelo, pero su falta de orientación le jugó una mala pasada y se desvió una gran cantidad de millas al oeste, de lo que no se percató hasta que se halló volando sobre Londres, que era una ciudad llena de globos cautivos. Como pudo los evitó y trató de volver por sus pasos, hasta que descubrió un pequeño aeródromo y se dispuso a aterrizar, maniobra que logró con algo de fortuna, ya que unos cables de alta tensión que se cruzaban en la pista colocaban una dificultad mayor. Como pudo los evitó, pero su tren quedó suspendido de una cerca, por lo que el aterrizaje fue bastante violento, pero sin mayores contratiempos.
Luego fue enviada por dos meses al aeródromo de White Waltham y desde allí a Luton, un aeródromo al noroeste de Londres.
En ese lugar fue notificada por el comandante de la base que sería licenciada, ya que su instrucción no podía seguir adelante, por lo que debería dirigirse al Cuartel General.
La desesperación se apoderó de nuestra amiga. No había atravesado al Atlántico para ser forzada a dejar la aviación, el sino de su vida.
Comenzó una ronda de visitas, que inició con la comandante jefe de las mujeres pilotos Paulina Gower y luego pasó donde el instructor jefe de las escuelas, el comandante Mc Miller, a quién logró convencer que todo se debía a sus problemas con el idioma, pero que lucharía por superarlo.
Resultado: fue destinada por tres meses como ayudante de los mecánicos de la base. Por las tardes salía como acompañante en los aviones que hacían taxi aéreo a los pilotos, solamente para aprender navegación.
En julio de 1942, ya cumplidos los tres meses, Margot fue trasladada al aeródromo de Baxton y luego al EFTS de Luton, donde aprendió a volar biplanos Hart y Hind de 640 HP, bastante difíciles de taxear con vientos fuertes.
De allí en adelante, la instrucción continuó con cross country que estaban determinados en 25 etapas, comenzando por recorridos cortos, que se iban alargando hasta unas 600 millas al día con toda clase de tiempo y volando en todas direcciones, para lo cual en cada aterrizaje debía firmar una tarjeta de control, donde se constataba que lo había hecho en los lugares correctos.
Fue en Luton donde recibió por primera vez su flamante uniforme de piloto de ATA, con su galón de cadet-pilot. De inmediato Margot solicitó permiso para lucir el nombre de “Chile” en su manga, solicitud que en un principio le fue denegada ya que era un país neutral. Además sus amigos franceses estimaban que debía llevar el nombre ese país, por ser una voluntaria de las FAFL.
Terminado el curso en EFTS recibió su ascenso a T/O y le dieron tres días de permiso, los que utilizó para viajar a la Embajada de Chile en Londres, donde el Embajador y su personal no se cansaron de alabar sus méritos y le ofrecieron una fiesta en su honor, con periodistas invitados que escribieron sobre su presencia en la ATA, crónicas que rápidamente fueron enviadas a Chile.
Cumplió tres semanas en Hamble, donde voló varios tipos de aviones, regresando nuevamente a Lutor, donde al poco tiempo fue destinada a la Escuela de Caza de White Waltham.
Su nominación, aparte de producirle alegría y orgullo, por ver que sus méritos eran al fin reconocidos, a la vez le provocaba una profunda inquietud por el tipo de aviones que le correspondería volar.
El curso comenzó con una intensiva parte técnica, de tres semanas, dando un buen examen al final de esta etapa.
Al completar 15 horas de vuelo en Harvard, el primer avión con tren retráctil que volaba, pasó a pilotear el Master I, avión de entrenamiento, más rápido que el anterior.
Con treinta minutos de instrucción quedó lista para volar el Hurricane llegando por fin a su ansiada meta: volar aviones de combate. Margot quería volar el Spitfire, pero también sabía que su astigmatismo traería problemas.
El 21 de diciembre de 1942 vuela por primera vez Hurricane, en turno de una hora en la mañana y otra en la tarde. Culminaba así su curso para aviones de un motor y quedaba promovida a la Clase II para monomotores avanzados como Spitfires, Hurricane, Typhoons, Tempest y otros.
Este curso le permitió ser comisionada a Ratclife para transportar aviones de caza, desde las fábricas vecinas a las distintas unidades de mantención y escuadrillas. Allí vuela su primer Spitfire, el JK-725, desde Lineham a Liefeld. Era un día frío, y oscuro a fines de invierno. No sentía miedo, pero sí le preocupaba el aterrizaje, ya que si se ocupaban mucho el freno, a bajas velocidades el avión tendía a irse de nariz. Afortunadamente la pista era bastante larga y pudo realizar un aterrizaje perfecto.
Terminado su período en aviones caza, fue destinada definitivamente al N° 15 Ferry Pilots Pool de Hamble y ascendió a Second-Officer.
La popularidad de Margot se hacía cada vez más notoria, y sobrepasaba los límites de la base. No en vano cuando llegó a la ATA fue nominada como “baby pilot”, por ser la menor de todas. La BBC la citaba constantemente a sus estudios, con el fin de grabar programas que luego eran transmitidos a los países de habla hispana.
Cuando la Paramount realizó un film sobre los latinoamericanos en la guerra, Margot, junto al Tte. Thompson, piloto RAF, nacido en la argentina, fueron los principales protagonistas. La pelicula tuvo una gran divulgación y se exhibió en todos los países aliados.
El 25 de junio de 1943, fue comisionada al AFTS de White Waltham, para un curso de bimotores livianos. Luego de una semana de clases teóricas, comenzó a volar el Oxford, un bimotor pequeño para seis personas.
La instructora fue Joan Hughes, que ya le había hecho clases a Margot. Ella fue la única instructora de ATA que hacía instrucción en todo tipo de aviones, incluso cuadrimotores.
En septiembre de 1943 vuelve al AFTS de White Waltham, donde realiza un curso de bombarderos pesados. Ascendió a First Officer y calificada como piloto clase cuatro, lo que la dejaba al tope de su carrera. Sólo le faltaban los plus 4 y 5. El plus 4 lo consiguió seis meses más tarde. La clase 5 incluía cuadrimotores, a la que accedían sólo contadas mujeres con experiencia en estos aviones antes de la guerra y no extranjeras como ella.
En abril de 1944 es llamada al AFTS con el fin de volar aviones Hudson y Albermale, más un chequeo completo en todos los aviones de la Escuela.
El verano de 1944 fue de intensa actividad.
Se volaba sin cesar para reemplazar los viones perdidos por las escuadrillas. En esa época Margot transportó 38 aviones de más de 10 tipos diferentes en 17 días de vuelo.
En junio los aliados invaden Francia, lo que sugirió que el fin de la guerra estaba cerca. Además los puertos estaban llenos de barcos y los caminos llenos tropas que esperaban ser llevadas a los frentes de batalla.
En septiembre se efectuó la operación aerotransportada más grande de la historia. Más de 5.000 aviones de todos los tipos y 2.500 planeadores tomaron parte en la operación.
El 1° de enero de 1945 la Luftwaffe realizó su última gran operación. Más de 250 aviones ametrallaron y bombardearon ese día todos los aeródromos de avanzada, causando grandes pérdidas, tanto en aviones como en personal.
ATA suspendió los días libres y sus pilotos volaban día y noche en un intento de reponer el material perdido. En marzo Margot trasladó 46 aviones de 14 modelos diferentes.
En abril del ’45, Margot viaja a Francia. A su regreso encontró su base cerrada y ella trasladada a Retclife.
El 7 de mayo de 1945, los alemanes firmaron su rendición y un mes más tarde Margot se presentaba a su nueva Base, donde volvió como copiloto en aviones Lincoln, Lancaster, Liberator y B-17 y como piloto en una gran cantidad de aviones de caza.
El 30 de noviembre ATA se cierra para siempre y Margot, ya desmovilizada se dirige a Francia a incorporarse a la Fuerzas Armadas de Francia Libre, en calidad de teniente piloto, siendo destinada a la base Ouston, Inglaterra, donde fue sometida a una clase de vuelo distinto. Aquí se le enseñó el duro trabajo de la acrobacia y la formación en vuelo en aviones Master, y Spitfire con el teniente Guillaume, uno de los ases de la acrobacia europea antes de la guerra; además de instrucción en Link Trainer.
En marzo de 1946 se ordenó a la escuadrilla trasladarse en vuelo a Meknes, Marruecos francés. A Margot se le asignó el Spitfire MH-840. Hicieron escala en París por dos semanas y luego cruzaron el Mediterráneo, donde Margot casi se pierde en las nubes que le impedían el paso, llegando finalmente a destino sin novedad.
Dos semanas más tarde Margot es llamada al Ministerio del Aire en París, realizando el vuelo sola en un Beaufigther. A su llegada queda agregada a la Oficina francesa de Exportación de Material Aéreo (OFEMA) y el 30 de junio dejaba París integrando una misión formada por unos veinte pilotos y técnicos. Como relacionadora pública viajaba Marise Bastie, la primera mujer que atravesó el Atlántico en un Caudrón Simoun.
Viajaban en el DC-4 del General De Gaulle y luego de una escala en Río de Janeiro la comitiva arribó a Buenos Aires, lugar en el que debían desembarcar los cinco aviones que traían vía marítima.
Ante una inesperada demora por trámites aduaneros de los aviones, luego de algunos días en Buenos Aires, Margot solicitó permiso para viajar a Chile. El Agregado Aéreo francés dispuso de su avión particular para enviar a Margot a Santiago, donde arribó el 16 de julio de 1946, en una visita oficial de tres semanas, como oficial de la Fuerza Aérea Francesa, en misión de ese Gobierno.
Mientras tanto en Argentina eran armados los aviones que serían demostrados en varios países de Sudamérica, incluido Chile. El SNCH Sud.Oues 5093, matrícula FBBAP, en el que Margot debía ser copiloto, fue sacado a prueba por su piloto Fernand Lefebre y el mecánico Pierre Dupré. Por razones que se desconocen, el avión perdió un ala, llevando a la muerte a sus dos tripulantes. Si Margot hubiese estado en Argentina, de seguro habría querido participar en aquel fatídico vuelo. Por este motivo la misión suspendió su visita a Chile.
Mientras tanto, Margot era agasajada por sus compatriotas y las colonias francesa y vasca. La FACH la declaró Piloto Honoris Causa de la Institución y le entregó la piocha de Piloto de Guerra, en un cóctel comida que duró hasta el amanecer.
Hacía seis años que nuestra amiga no visitaba la patria, por lo que estas semanas de descanso le permitieron ver a su familia y reconfortarse disfrutando de nuestro típico paisaje cordillerano.
La misión francesa dispuso que el piloto Jean Rivot, en un bimotor Martinet recogiera en Chile a Margot, por lo que antes de partir, actuando ella como copiloto, realizaron demostraciones en El Bosque y Quintero para los miembros de la Fuerza Aérea de Chile y en Los Cerrillos para los civiles.
El 10 de agosto salieron rumbo a Rosario y Buenos Aires, arribando el 19 a Montevideo, saliendo luego a Río, con escalas en varias de las ciudades principales.
A mediados de septiembre estaban de regreso en París, donde permanece agregada a la OFEMA durante un mes, colaborando en la redacción del informe de la comisión.
Luego a rehacer el camino a Meknes, donde estaba su base. Esta vez como copiloto de un Halifax, desde Burdeos, directo a Rabat en 6:10 horas de vuelo.
Al cabo de algunos meses fue llamada nuevamente a París, esta vez para destinarla a la Escuela de Planeadores de Montaña Negra, cerca de Toulouse.
Con bastante desilusión partió a su nueva unidad, ya que jamás pasó por su mente volar este tipo de aparatos.
Al poco tiempo recibió un telegrama del Ministerio del Aire, comunicándole que había sido nombrada Caballero de la Legión de Honor.
No tuvo dificultad en aprender a volar los planeadores y muy pronto obtuvo Licencia C, de Plata, que consistía en volar 5 horas seguidas, montar sobre los 1000 metros y hacer una distancia de 50 km.
SU REGRESO A CHILE
A su regreso a París, en el mes de julio, fue condecorada oficialmente con la Legión de Honor por el General Marcial Valín, Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea de Francia Libre.
Ahora, sólo restaba volver a la patria; lo que realizó luego de una corta visita a Inglaterra. Hacía casi siete años que había salido de Chile con destino a la Guerra y en Francia era imposible encontrar un trabajo digno en la aviación, que estaba plagada de pilotos que habían participado en la conflagración bélica.
Ya establecida en Santiago, ofreció sus servicios a LAN, empresa que no la aceptó por ser mujer, a pesar de estar escasos de pilotos.
Su amigo Julio Menéndez Prendes, le ofreció trabajo como piloto para su avión particular, pasando luego a la naciente línea aérea LIPA-SUR, de la que Menéndez era uno de los socios fundadores.
Margot voló para esta empresa hasta el año 1949, año en que LAN haciendo valer sus privilegios monopólicos, impidió seguir operando a LIPA-SUR.
Con el fin de tener un empleo más estable Margot se presentó a la FACH a ofrecer sus servicios como controladora de tránsito aéreo, pero al poco tiempo disposiciones superiores le impidieron seguir en dicha actividad, siendo destinada a las oficinas de la Dirección de Aeronáutica como secretaria.
Gracias a la visita a Chile de dos miembros de OACI, que la conocían, se le otorgó una beca para estudiar control de tránsito aéreo en EE.UU.
Margot aceptó la idea y el 2 de abril de 1953 pisaba por fin suelo norteamericano, viajando luego a Oklahoma, para iniciar allí su curso en la Universidad.
A fines de 1962 viaja a Francia becada por el Gobierno de ese país, con el fin de realizar un curso de radar de aproximación y vigilancia con una duración de 11 meses, el que estuvo integrado por alumnos de numerosos países.
En París Adrianne Bolland la colocó en contacto con la organización “Los Viejos Combatientes” y los pioneros de la aviación francesa “Les Vielles Tiges” (Los Precursores), quienes la hicieron Socia Honoraria.
De regreso a Chile sirvió con Controladora de Tránsito Aéreo en Los Cerrillos, Antofagasta, Linares, Tobalaba y Punta Arenas.
Por más de 15 años fue instructora de vuelo en los clubes aéreos de Punta Arenas y Cerro Sombrero.
En 1985 fue condecorada por el Gobierno de Brasil con la Orden “Santos Dumont”.
Actualmente es Socia Honoraria de varias entidades aeronáuticas en Chile.
El 12 de diciembre del 2000, con motivo de su cumpleaños, festejó la ocasión con un salto en paracaídas (támdem). Una ocasión especial, cumplía 80 años y así celebraba también el cambio de milenio.
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