Mario Barrientos Ossa, Vicepresidente Instituto O’Higginiano de Rancagua.
Corría septiembre de 1814, y los líderes patriotas discrepaban acerca de cómo enfrentar a Mariano Osorio, que al frente de su ejército realista avanzaba implacablemente hacia el norte, decidido a restaurar el régimen colonial.
Don José Miguel Carrera había vuelto a ser reconocido como general en jefe del Ejército patriota y Presidente de la Junta de Gobierno, mediante uno de sus conocidos golpes de fuerza.
O’Higgins, con su característica modestia y sentido patriótico, se había resignado a ponerse a las órdenes de Carrera, incondicionalmente, con el grado de brigadier y como comandante de una de las divisiones del Ejército revolucionario.
Una gran batalla se preparaba, en que los dos ejércitos contendientes iban a poner a prueba el valor de sus soldados y el talento de sus generales.
La Patria Vieja sentía la espada de Damocles sobre su cabeza.
Carrera prefería el desfiladero de Paine como el punto en que debía darse la batalla, convencido de que proporcionaba ventajas ostensibles, dada su orografía, para frenar al ejército realista, mayor en contingente y armamento. Creía poder repetir la hazaña de Leónidas.
O’Higgins sostenía que debía defenderse la línea del Cachapoal, cuya debilidad era que este río tenía tres pasos principales vadeables, y que la línea que debía defender era de una extensión de seis millas, contando con poco más de mil infantes para cubrirla, y sin tener otra retirada que Rancagua, punto sin salida.
Los caudillos habían alcanzado algún grado de acuerdo, consistente en que, si no era posible defender la línea del Cachapoal, las fuerzas deberían retirarse y a través de la cuesta de Chada, reunirse en Angostura de Paine, para dar allí la gran batalla.
El 30 de septiembre sorprendió a O’Higgins a orillas del Cachapoal, posesionado de su plan, y mandó retirar las avanzadas de la orilla izquierda, porque se anunciaba la aproximación de Luis Carrera, a cargo de una división, que debería defender el vado de Cortés, con lo cual creía que la línea sería inexpugnable.
A las 21 horas de ese día, recibió un aviso, diciéndole que Osorio intentaría pasar el río esa misma noche, y que había dicho a su Estado Mayor que al día siguiente, comerían en Rancagua.
O’Higgins envió un urgente mensaje a José Miguel Carrera, pidiéndole que mandara la división de su hermano Luis al vado de Cortés, que en ese momento estaba desguarnecido.
A las doce de la noche, un soldado de las avanzadas vino a decirle que el enemigo amagaba pasar el río, y al amanecer supo que Osorio estaba atravesando el vado, con las primeras luces del alba de ese fatídico primero de octubre.
O’Higgins transmitió de inmediato este aviso al general en jefe, rogándole que se acercara a la ribera del río, para presentar batalla al enemigo, y luego, se puso en movimiento, para reunirse con Juan José Carrera, a cargo de la otra división, en su posición de Los Robles, donde se suponía que estaba con sus tropas; pero, cuando llegó, se encontró con que la división se había retirado.
Se adelantó, entonces, al vado de Cortés y avistó al enemigo formado en batalla, pues había pasado el río sin la menor resistencia.
Frustrado su plan de defender el río, O’Higgins vacila sobre si replegarse para reunirse con las divisiones de José Miguel y Luis Carrera, tomando el camino de Chada, hacia Angostura de Paine, o reunirse con la división de Juan José Carrera, a quien supone encerrado en Rancagua.
Si abandonaba dicha división, la condenaba a la muerte o a la rendición, con pérdidas enormes.
Son momentos cruciales, que definirán el destino de la Patria Vieja: si O’Higgins se hubiera retirado al norte, su división se habría salvado y sumado a las fuerzas de los Carrera, y otra historia se pudo haber escrito en Chile.
Los dados corren, invisibles, arrastrando con ellos el azar, sin que nada se haya decidido aún, sin que esté determinado el desastre de Rancagua, con la página respectiva en blanco, y el corazón y la mente del Libertador oscilando entre una y otra opción.
Más, de pronto, los dados se detienen en su loca carrera y marcan el destino: un ayudante de Juan José Carrera llega al galope y le avisa que su general está encerrado en Rancagua y le pide que vaya en su auxilio.
El destino se define: O’Higgins toma la decisión equivocada y a las 8 de la mañana, su división entra en columna cerrada en la plaza de Rancagua. Se apea de su caballo, y Juan José Carrera corre a abrazarlo y le dice: “Aunque yo soy Brigadier más antiguo, Ud. es el que manda”.
O’Higgins aceptó el ofrecimiento en medio de los aplausos de ambas divisiones, que gritaban: “¡Viva la patria!”.
Nadie miró hacia el cielo, en cuyo añil octubrino se veía al Ave Fénix, con sus negras alas desplegadas, cual lo muestra nuestro escudo de armas.
Lo demás, es historia.