LA EXTRAÑA PSICOLOGÍA DE LOS AEROPUERTOS
Steve Taylor, Senior Lecturer in Psychology, Leeds Beckett University – The Conversation, 11/02/2025
Muchos de nosotros hemos sido testigos de comportamientos inusuales e incluso antisociales en un aeropuerto o en un vuelo. Estos pueden ir desde actos benignos, como dormir en el suelo o hacer yoga frente a las pantallas de información, hasta incidentes graves como discusiones de personas ebrias. O incluso intentos de abrir las puertas del avión en pleno vuelo.
Las situaciones extremas en el aire se han agudizado en los últimos años, en muchos casos obligando a desviar vuelos. Para solventarlo, muchas voces sugieren que se reduzca –o incluso se prohíba– la venta de alcohol en los aeropuertos y en los aviones.
Sin ir más lejos, la compañía RyanAir ya ha pedido que se limite a dos la cantidad de bebidas alcohólicas que se pueden consumir en los bares de los aeropuertos para evitar incidentes provocados por las borracheras.
Pero ¿es el alcohol el culpable? ¿O quizás los aeropuertos tienen algo que hace que nos comportemos de manera diferente? Echemos un vistazo a la psicología.
Expectativas, estrés y ansiedad. Muchos veraneantes a punto de viajar sienten que su aventura comienza en el aeropuerto, lo que les hace llegar a ellos en un estado de ánimo diferente al habitual, ansiosos por comenzar días de hedonismo y relax. En el extremo opuesto, hay quienes sienten ansiedad por volar, lo que puede hacer que actúen de forma inusual o que se refugien en el alcohol.
El ruido y las multitudes de los aeropuertos tampoco ayudan. Como revelan estudios recientes de psicología ambiental, los seres humanos somos muy sensibles a nuestro entorno inmediato y podemos sentirnos fácilmente saturados por factores estresantes como las multitudes y el ruido.
El estrés y la ansiedad producen irritabilidad, tanto de forma temporal como permanente, lo que nos hace más propensos a enfadarnos y experimentar arrebatos de ira.
En tierra de nadie. En mi opinión, también debemos considerar el aeropuerto desde una perspectiva psicogeográfica, es decir, teniendo en cuenta el efecto de los lugares en las emociones y el comportamiento de las personas, en particular en los entornos urbanos.
En las culturas celtas, se habla de “lugares delgados” para referirse a bosques o arboledas sagradas donde la línea divisoria entre el mundo material y el espiritual es muy, muy fina. En los lugares delgados estamos entre dos reinos, ni completamente en un lugar ni en otro.
En el mundo tecnológico moderno, los aeropuertos también pueden verse como “lugares delgados”, zonas donde los límites se desvanecen. Entre otras cosas porque, literalmente, las fronteras nacionales se disuelven.
Una vez que pasamos por los controles de seguridad, entramos en una tierra de nadie, entre países. El concepto de lugar se vuelve, por lo tanto, confuso.
De manera similar, el concepto de tiempo se diluye. Cuando subimos a un avión nos encontramos en un espacio limítrofe entre dos zonas horarias, a punto de dar un salto en el tiempo o incluso de regresar al pasado.
Algunos vuelos que cruzan los EE. UU., por ejemplo el que viaja de Atlanta a Alabama, aterrizan antes de la hora de salida. Perder nuestra sensación de control del tiempo puede convertirse en otra fuente de ansiedad.
Debido a la vaguedad del tiempo y el espacio, los aeropuertos pueden crear una sensación de desorientación. Después de todo, sabemos quiénes somos en relación con nuestras rutinas diarias y nuestros entornos familiares. Y también nos definimos en términos de nacionalidad. Sin esos marcadores, podemos sentirnos a la deriva, y esa desorientación temporal puede tener efectos perjudiciales
Mirando al futuro. En otro sentido, los aeropuertos son una zona donde el momento presente no es bienvenido. La atención de todos se dirige hacia el futuro, hacia sus vuelos y las aventuras que les esperan cuando lleguen a su destino. Este intenso enfoque en el futuro a menudo acarrea frustración, especialmente si los vuelos se retrasan.
Los límites personales también se vuelven fluidos. A la vez que comportamientos antisociales, los aeropuertos pueden albergar conductas prosociales, mediante las que extraños comparten sus planes de viaje y vacaciones, hablando con una intimidad inusual.
En tierra de nadie, no se aplican las inhibiciones sociales normales. Y el alcohol puede lubricar aún más esta cohesión.
Efectos liberadores. En el lado positivo, todo esto puede tener un efecto liberador para algunos de nosotros. Como señalo en mi libro Time expansion experiences (Experiencias de expansión en el tiempo), normalmente vemos el tiempo como un enemigo que nos roba los momentos de nuestras vidas y nos oprime con las fechas límite. Así que salir del tiempo, a veces, es una experiencia equivalente salir de la cárcel.
Lo mismo se aplica a la identidad. El sentido de identidad es importante para nuestra salud psicológica, pero puede llegar a ser limitante. Al igual que los actores que se ven obligados a interpretar el mismo personaje en una telenovela semana tras semana, disfrutamos de la seguridad de nuestros papeles, pero anhelamos ponernos a prueba y superarnos con nuevos retos.
Así que salir de nuestras rutinas y entornos habituales resulta estimulante. Lo ideal es que la libertad que comienza en el aeropuerto continúe a lo largo de nuestras aventuras en el lugar de destino.
Sin embargo, es mejor que sea una libertad sobria. De acuerdo con las teorías del psicólogo Sigmund Freud, lo que nos sucede en los aeropuertos podría interpretarse como un cambio de nuestro ego civilizado a la parte primitiva e instintiva de la psique, que Freud llamó el ello, donde se ubican nuestros deseos e impulsos, que exige gratificación instantánea.
Fuera de las restricciones normales, algunos veraneantes permiten que su ello se exprese en cuanto pasan por el control de seguridad. Y si se embriagan, ese ello es susceptible de causar estragos.
Prohibir el alcohol en los aeropuertos puede parecer draconiano. Pero, dado que hay tantos factores que fomentan el comportamiento antisocial, es difícil pensar en otra solución. En una situación en la que se diluyen los límites, lo que puede conducir al caos, poner un límite legal puede ser la única esperanza.
Un aporte del director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel