El incendio en la cárcel de San Miguel tiene que haber sido un drama dantesco, que solo mentes muy visionarias pueden haber imaginado y, por lo tanto previsto, algo que, ciertamente, no ha ocurrido en nuestro país.
Las llamas, el hacinamiento, las rejas, los gritos desesperados de los reclusos, la impotencia de los guardias para poder controlar la situación, quedarán en los anales de una institución que se mostró absolutamente incapaz de manejar esta tragedia.
Pero, si bien es cierto que en condiciones de normalidad no es fácil pensar en una situación tan extrema, no es menos cierto que la condición en que se cumplen las condenas y los períodos de privación de libertad, propios de los procesos judiciales, no son extraños para nadie. Todos sabíamos y todos sabemos las condiciones en que se vive en las cárceles chilenas.
La vida de los presos y porqué no decirlo, la de los gendarmes, transcurre en un medio y en un ambiente que violenta cualquier análisis de lo que requiere un ser humano para sobrevivir la privación de libertad. El hacerlo en las condiciones sanitarias y en los espacios disponibles generan, a no dudarlo, reacciones de una violencia tal, que terminan en enfrentamientos atroces con los resultados que hemos podido ver de tanto en tanto.
Los muertos quemados vivos de la cárcel de San Miguel son pues, el más reciente capítulo de la tragedia humana que representa, para cualquier persona, el ingreso a un recinto penitenciario de nuestro país y, por eso, la expresión de dolor e indignación de los familiares y, frente a esta reacción popular, el juego de declaraciones y contradeclaraciones de los actores políticos que pretenden sacar ventaja de este tema lamentable.
Entre estas declaraciones, pareciera increíble que alguien pueda culpar al actual gobierno de esta situación y, suena como lógico, que el gobierno haga sus descargos por una herencia difícil de explicar por parte quienes estuvieron veinte años gobernando el país y, por estas mismas razones, a nosotros nos parece increíble que sigan discutiendo quien es quien, como lo demuestra la patética defensa de su gestión por parte del ex Presidente Ricardo Lagos Escobar.
¿Hay alguien que no recuerde el compromiso de mejorar el sistema que ofreció Lagos en base a cárceles concesionadas? ¿Hay alguien que no recuerde que de las diez ofrecidas solo se entregaron tres durante su mandato? ¿Hay alguien que no recuerde los multimillonarios costos que hubo que pagar por los deficientes contratos efectuados? ¿Hay alguien que realmente no recuerde?
Y si somos capaces de recordar, ¿no les parece sorprendente que, con ese orgullo que le distingue, reclame un reconocimiento a su magna obra, cuando el hacinamiento, la mugre y las condiciones inhumanas de los presos son un reflejo de sus falencias y de la incapacidad para resolverlas?.
Pero lo que más me llama la atención, es que se permita pedir un reconocimiento a su obra cuando nunca, y repito, ¡NUNCA! le vi o le oí, un gesto similar para la gigantesca obra de reconstrucción nacional emprendida por el General Pinochet para sacar al país de las cenizas en que lo había dejado el Gobierno de la Unidad Popular. Esa si que le cambio el destino a Chile y sería bueno no olvidarlo.
Jorge P. Arancibia Reyes
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