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El máximo organismo mundial está próximo a cumplir 80 años. Los celebra con claros signos de debilitamiento institucional y una buena dosis de senilidad política. Abundan las preocupaciones sobre su futuro y por el impacto que su deterioro tiene en toda esa vasta visión de los asuntos internacionales denominada multilateralismo. Como ocurre en todo tipo de marasmos, no es fácil encontrar salidas.
En el plano formal, la ONU no ha cambiado su naturaleza. Sigue siendo una especie de alianza contra las guerras y contra el sentimiento de inseguridad. Y como las alianzas surgen de la conciencia de un interés común e identificable, en su caso fue generar mecanismos destinados a asegurar la paz, o algo parecido a aquello. En simple, trató de hacer de la paz algo más lucrativo que la guerra. Para eso, diseñó e implementó reglas, cuyos detalles se fueron acordando y ajustando a medida que pasaba el tiempo.
Sin embargo, en el plano de la praxis se divisan significativas dificultades. Lo primero es la cuestión de los números. Estos no mienten. Y, si a su fundación concurrieron 51 Estados, hoy lo conforman 193. Una tarea cuesta arriba, ponerlos de acuerdo. Además, muchos de estos países, como es natural, tienen intereses antagónicos, visiones contrapuestas o enemistades indisimuladas. Los intereses comunes son una rareza. En suma, la ONU es un conjunto sombrío de disfuncionalidades. No ha impedido guerras, como tampoco ha evitado que florezcan odios.
El paso a la inoperancia fue rápido. De ser garante de numerosos procesos considerados inicialmente de relevancia se fue convirtiendo en simple espectador.
Ante los sucesivos conflictos armados -que se han vuelto interminables- y a las crisis humanitarias sin precedentes que suelen acompañarle, ha permanecido impávida. Solo en algunos casos ha conseguido intervenir de manera circunstancial y acotada. Sus operaciones de paz suelen agotarse en el descrédito, tedio y falta de financiamiento. Y es que, en vez de haber persistido en sus lineamientos originales, la burocracia del organismo se fue mostrando cada vez con mayor ímpetu interesada en atender “temas emergentes”. Se propuso ir forzando su inclusión en la agenda internacional. Logró evidentes avances eidéticos en esos asuntos (es decir, generó ideas). Es la agenda “unonista”.
Sin embargo, pese a los magros resultados en cuestiones relativas a la seguridad internacional, hay quienes persisten en adjudicar a la ONU el mérito de haber evitado una tercera guerra mundial. Entre sus devotos están los globalistas. Creen que la ONU es irreemplazable. Que la globalización acelerada de las últimas décadas está de su parte. Que en ella se incuba el germen de un gobierno global.
Son opiniones que sólo rozan la superficie de los problemas. Los últimos conflictos armados (Ucrania, Gaza, Siria, en el entorno de Taiwán y en general los que ocurre en el Mar de China meridional) son muy categóricos. Complejos, profundos, reales. Ante esos, la ONU es sólo un espectador más.
Significa esto que, ¿si el excesivo número de integrantes vuelve inoperante a la Asamblea General, debería ser el Consejo de Seguridad quien tome las riendas de los conflictos armados y crisis humanitarias?
Entregar tal responsabilidad a los miembros permanentes del CS es irrealizable. Ello, porque su composición refleja a los vencedores de la Segunda Guerra y porque actúa como mecanismo de equilibrio entre ellas. El instrumento del veto (muy criticado por las potencias intermedias) es fundamental para mantener dicho equilibrio. Por eso, ninguno de los cinco va a aceptar limitar sus facultades. ¿Qué razón habría para que las abandonen?
Estos últimos años ha proliferado el debate sobre el futuro de la ONU. En él subyace una fuerte confusión. El reclamo de una mayor participación (y capacidad resolutiva) en todos los temas internacionales refleja cosmovisiones idealistas, según las cuales habría un bien común planetario. Por eso, propugnan un multilateralismo basado en conductas benevolentes, orientadas a una transformación generalizada del mundo, priorizando cuestiones que consideran gravísimas (entre otras, las urgencias climáticas, el crimen organizado, la pobreza, la falta de democracia liberal).
Sin embargo, el planeta es demasiado diverso para tales iniciativas.
En 2022, la Universidad de Würzburg hizo un interesante estudio, motivado por una Cumbre de Democracias realizada en Washington, y convocada por Joe Biden, para ver justamente los cinco “problemas emergentes” y plantear propuestas de reformas a la ONU. Invitó a 110 países. El estudio de dicha universidad examinó la situación interna en 176 países (todos miembros de la ONU), concluyendo que sólo en los primeros 35 hay un funcionamiento razonable de las democracias. Luego viene un conjunto de democracias deficitarias. A partir del número 82 (con Kenia a la cabeza), están los regímenes híbridos. En el 115, Serbia junto a un grupo de autocracias moderadas. Desde el 157 hasta el final, autocracias y dictaduras. ¿Puede atender ese universo una agenda común sobre “temas emergentes”? Las discrepancias entre 193 países son tan esperables como insalvables.
Por lo tanto, se trata de un debate puesto sobre bases erróneas. Por eso, el mundo sigue funcionando y tratando de resolver los problemas reales. Es aquí donde se aprecia una interesante mutación conceptual. De un multilateralismo vasto a un minilateralismo.
Se trata de una variante que da cuenta de intereses convergentes de grupos acotados de países, independientemente de sus regímenes, agrupados voluntariamente, sin andamiaje normativo y donde es posible visualizar ciertos elementos geopolíticos subyacentes. Es la búsqueda de una institucionalidad pragmática y flexible. Fuera de las exigencias tan propias del siglo 20.
Mucho de esta tendencia ya se ve. Aukus, Quad, Acuerdos de Abraham, la Iniciativa Trilateral Francia, Emiratos e India, G-7, G-20, Chip-4 y otras, son muy buenos ejemplos.
Es un tránsito que se basa en la dinámica real y no en abstracciones. Por lo mismo, el minilateralismo es una buena perspectiva para países latinoamericanos una vez producidos los acomodos propios de los resultados electorales. Más aún si se asume que la pérdida de gravitación de la ONU pareciera tener signos de irreversibilidad. Hay que recordar que iniciativas minilateralistas ancladas por ejemplo en la seguridad, es algo escasamente intentado en el pasado en esta región.
En síntesis, la ONU aparece inevitablemente asociada a la primera Guerra Fría. Es decir, a mega-relatos excluyentes, amparados en ideologías. En la actual, en cambio, la lógica de base es la competencia entre pares tecnológicos (EE.UU., Rusia y China) con fuertes dinámicas de multi-alineamiento.
Académico de la Universidad Central e investigador de la ANEPE.
Un aporte de nuestro Past Presidente, Humberto Julio Reyes
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