LOS FANTASMAS QUE PERSIGUIERON A RONALD OJEDA EN CHILE
Gianluca Parrini, María José Halabi y Leslie Ayala
La Tercera, 10/03/2024
Luego de huir de las torturas del régimen de Nicolás Maduro, el teniente venezolano se estableció en Chile. Aquí intentó llevar una vida normal: hizo de Uber, pintó casas, cosechó paltas y trabajó de guardia. Pero nada fue suficiente para avanzar de ese tormentoso pasado. Su obsesión con la situación de su país y su liderazgo, dicen sus cercanos, son la clave que explica su desaparición.
Minutos después de que Ronald Ojeda fue subido a un auto con rumbo desconocido por un grupo de personas con uniformes falsos de la PDI, su hermana mayor gritaba. Tenía rabia.
Les insistía a los carabineros que llegaron a su departamento, en Independencia, que había sentido el acento venezolano del grupo de supuestos policías que habían sacado a Ojeda en calzoncillos desde su casa. Pedía que comenzaran a buscarlo de inmediato. Estaba segura de que esto no era un arresto normal.
La hermana cuenta todo esto durante el funeral de Ojeda, en el Cementerio Parque Canaán de Pudahuel, mientras tiene al frente el ataúd del exteniente del Ejército venezolano. Después de que sus familiares hablan, comienza el descenso del ataúd. Varios se acercan a tocarlo.
La viuda de Ojeda abraza a su cuñada, quien llora a gritos. En eso, el hijo del matrimonio lanza una flor al ataúd. “Adiós, papá”, dice el menor.
Aún les duele su muerte, porque sienten que pudo haberse evitado. No entienden cómo en Chile una persona puede desaparecer en su casa y, luego, aparecer sin vida nueve días más tarde.
Aunque lo que más resienten, dice la hermana de Ojeda en su discurso, es lo que le hicieron a su hermano. Siente que se repitió algo que nunca pensaron que iba a pasar.
“Su vida estuvo marcada por tortura en dos oportunidades. Las primeras torturas fueron causadas en Venezuela, donde gracias a Dios, en aquella oportunidad, pudo librarse. Un año lleno de torturas que marcaron su cuerpo infinitas veces -dijo ella-. Aunque lastimosamente en esta oportunidad no lo pudo resistir”.
Entre las personas que acompañan a la familia de Ojeda hay varios militares. Son jóvenes, entre 30 y 40 años. Visten de negro, de lentes oscuros y pelo corto. Ayudaron a organizar la logística detrás del funeral y a levantar apoyos económicos para la familia.
Estos amigos describen a Ojeda como una persona muy hermética. De allí que el trabajo de la Fiscalía ha sido tan áspero: han tenido poco éxito recopilando información de la vida de Ojeda en Chile, a pesar de haber tomado 20 declaraciones.
Ese lapso de tiempo es clave para entender qué fue lo que le pasó, dijo el fiscal nacional, Ángel Valencia, en Radio Cooperativa.
Mientras una línea investigativa no descarta que su desaparición esté relacionada con el crimen organizado y la relación de Ojeda con el Tren de Aragua, estos militares están totalmente en desacuerdo con esa tesis. Ellos son del grupo Espada de Dios: varios fueron detenidos y torturados en Venezuela, junto al exteniente, por conspirar contra Nicolás Maduro.
Por eso, hoy todos dicen que, para entender el dolor tan profundo de esta familia, hay que saber que mientras Ojeda vivió en Chile, intuía que algún día su pasado vendría a pasarle la cuenta.
Uber y paltas. Ronald Ojeda egresó de la academia militar venezolana en 2012. Fue allí cuando se dio cuenta del “adoctrinamiento” que existía en la escuela.
El punto de quiebre para él fue en 2016, cuando la crisis humanitaria en ese país se agudizó. Ojeda no lo aguantó.
“Teníamos una situación de poder, de privilegios. Pero éramos testigos de cómo la gente pasaba hambre, cómo los anaqueles estaban vacíos, cuando en los cuarteles nos decían que todo estaba bien”- dice un militar amigo de Ojeda, que prefirió mantener su identidad en reserva. Prefiere ser llamado “Diego”, una chapa militar.
Esto llevó al teniente a involucrarse con el grupo Espada de Dios. “Diego” explica la idea del grupo.
“El plan era hacerse del poder, tomando la instalación militar más grande de Venezuela en el país. Pero yo no sé qué actividades tenía Ojeda. La información se manejaba de manera sectorizada”.
Cinco de ellos, Ojeda incluido, escaparon de las torturas de la cárcel de Ramo Verde en 2017. Tras esto, se dispersaron por todo el mundo.
Ojeda eligió Perú como su nuevo hogar. Allí solicitaron asilo político. Vivió ahí durante menos de un año.
Durante esa estancia, Ojeda vivió en dos ciudades: Lima y Huánuco, en el centro norte de ese país. Al tiempo, el militar admitió no sentirse seguro allá. Por eso decidió moverse y, también, a descartar ciertos destinos.
“En ese tiempo Ecuador estaba gobernado por la izquierda y en Brasil el idioma era una dificultad. Colombia estaba más cerca de Venezuela. Por ende, Chile era el país más seguro”– dice el teniente José Rodríguez, quien vivió en Perú junto a Ojeda.
Ronald Ojeda llegó a Chile a finales de 2017. Según un compañero de promoción, cruzó a través del Complejo Fronterizo Chacalluta. Allí explicó su historia y solicitó asilo político.
La primera residencia que tuvo en Chile fue en Santiago, junto a su familia. Vivió ahí cerca de dos años. Se le hizo difícil encontrar trabajo.
El primero que obtuvo al llegar fue conductor de aplicaciones: hizo Uber en Santiago durante un año y medio. Después de eso, no volvió a ese empleo. La cuenta bajo su nombre en esa empresa no tiene actividad desde 2019. Era de lo poco que podía hacer para sostener su casa.
En ese tiempo el militar también aprendió a pintar. Esto coincidió con otro hecho. En 2020, Ojeda recibió una oferta laboral en Quillota, en una empresa constructora que hacía estructuras. Era más dinero del que ganaba en Santiago.
Por eso, tomó a su familia y se mudó. Arrendaron una casa, en la que vivió durante la pandemia. Cuando terminó el trabajo en la construcción, tomó otro como recolector en una plantación de paltas de la zona.
Pronto la idea de vivir en la Quinta Región dejó de funcionar, porque sus ingresos eran menos de lo que necesitaba. Por eso, la familia volvió a Santiago en el año 2021. Se establecieron en un departamento en la calle Maruri, de Independencia.
A finales de ese año la hermana del teniente constituyó una sociedad para instalar un centro de estética en el centro de Santiago. Allí mismo comenzó a trabajar con la esposa de Ojeda, haciendo masajes reductivos para clientas.
El teniente intentó con otros oficios. Además de ser repartidor de Rappi, emprendió en un negocio de helados artesanales con su esposa.
Sus trabajos, eso sí, no siempre bastaban. Como declaró al Ministerio Público una persona que lo conoció, hasta diciembre del año 2023 la familia Ojeda recibió dinero de un capitán del Ejército venezolano.
Fueron tres transferencias por un total de aproximadamente un millón trescientos mil pesos. Ese dinero servía mucho, ya que Ojeda se encontraba sin trabajo en esa época.
Eso sí, Ojeda igual se las arreglaba para ayudar a otros colegas. Por ejemplo, dicen sus amigos militares, ayudó con envíos de dinero a uno de sus excompañeros que había sido padre hacía poco en Ecuador.
En enero de este año, Ojeda encontró trabajo en una empresa de seguridad llamada Atalaya. Se convirtió en guardia privado. Trabajaba cuatro noches y descansaba cuatro días.
Ese mismo mes, según una declaración incluida en la carpeta investigativa, Ojeda pidió un préstamo informal de dos millones de pesos para su hermana.
Las últimas semanas de febrero, antes del secuestro, fueron normales, dicen sus cercanos.
Eso sí, un testigo que declaró en Fiscalía admitió que algo tenía preocupado a Ojeda. El capitán de Ejército venezolano, con quien Ojeda conspiraba para atacar el régimen de Maduro, fue detenido en la frontera con Colombia. Luego, ese mismo militar mencionó a Ojeda en un video en el que confesaba lo que planeaban hacer.
Esto puso en alerta a Ojeda, porque esa noticia revivió un miedo que no había superado: volver a caer en manos de la policía de Maduro.
La obsesión del teniente. Ronald Ojeda nunca dejó de pensar en las torturas que sufrió en Venezuela. Según sus amigos, estaba absolutamente obsesionado con eso. Aunque intentó tener una vida normal en Chile, no pudo lograrlo.
“Creo que cuando tú has sido víctima de tortura, tienes una cicatriz. Es una cicatriz que no se va a borrar nunca. Cuando, aparte de haber sido torturado eres obligado a dejar el país que amas, esa es una cicatriz muy grande. Él quería que nadie más tuviera esa cicatriz”– dice “Diego”.
Entre sus compañeros disidentes del Ejército mantuvieron el contacto a través de WhatsApp y redes sociales. Hacían videollamadas en las que se contaban sus vidas. Eso sí, mantenían los códigos de contrainteligencia de cuando conspiraban en Venezuela: compartimentaban la información.
Una muestra de eso es que evitaban dar detalles de sus actividades. Por ejemplo, Rodríguez no sabía, por seguridad, el nombre del lugar donde Ojeda era guardia de seguridad. Tampoco le preguntó. Todos entendían que debían tener ese nivel de cuidado.
En Chile, Ronald Ojeda también comenzó a escribir un libro autobiográfico. Alcanzó a redactar 185 páginas. Ese texto, para sus amigos, es una prueba de su personalidad: estaba obsesionado con Venezuela.
“Ronald estaba exageradamente dedicado a la investigación de la dictadura venezolana” -dice “Diego”-. “Su libro es parte de una investigación académica que estaba llevando de cómo funciona el chavismo. Hay una máxima de Sun Tzu que dice: conoce a tu enemigo como a ti mismo. Por eso él nos decía que teníamos que investigar cómo funciona el chavismo desde adentro, desde la raíz, para poder combatir el chavismo”.
“Diego” agrega que trataba, como amigo, de sacar a Ojeda de ese mundo. Por eso, en su reencuentro en Chile lo invitó a tomar unas cervezas. Se juntaron en Santa Rosa con la Alameda, cerca del edificio de Enel. Ojeda, eso sí, no bebía alcohol. Se tomaba una, o media cerveza. La idea era sencillamente juntarse y sacar a Ojeda de su rutina y del mundo en el que estaba.
“No era de juntarme con él a hablar de política” -dice “Diego”-. “Yo, después de huir de Venezuela, he tratado de tener una vida normal y tranquila, pero evidentemente no se puede. Nos juntábamos a tomar una cerveza y comer una pizza. Obviamente, igual hablábamos de Venezuela, aunque no era el tema principal. Yo lo veía simplemente como un amigo”.
Ojeda, además de estar al día de todo lo que pasaba en su país, leía. Aprendió sobre Charles de Gaulle -militar francés que dirigió la resistencia de su país contra el nazismo desde el exilio-, así como también de la historia del régimen soviético.
Ojeda solía juntarse con grupos de militares venezolanos. Eso contó en su libro. Pero no siempre estaba de acuerdo con ellos. Terminaba discutiendo. No se encontraba cómodo ni siquiera en esas juntas.
Sus amigos dicen que Ojeda nunca logró estar totalmente tranquilo en Chile. Esos miedos seguían allí. “Por ejemplo, a mí nunca me dijo qué hacía exactamente en su empresa”, dice otro militar venezolano que lo conoció.
La misma fuente agrega algo más.
“Él tenía un miedo como cualquier otro. Era una persona muy valiente, pero olfateaba constantemente el peligro”.
Esta inseguridad llevó a Ojeda a cambiar varias veces de número de celular. También se cambió de casa cuatro veces en cinco años. La última mudanza fue a un departamento en el piso 14 de calle El Molino, también en Independencia. El mismo departamento del cual, el 22 de febrero pasado, un grupo de individuos vestidos con uniformes falsos de la PDI lo secuestró.
Nueve días después lo encontraron sin vida, en una maleta, bajo un metro y medio de cemento.
Para sus compañeros hay algo evidente: su muerte tiene una motivación política detrás.
“Esto no se trató de delincuencia común” -dice “Diego”-. “Un delincuente común no te secuestra sin pedir nada a cambio. Ni se elabora un uniforme PDI. Si te quiere matar, te mata en tu casa”.
Frente a las dudas de por qué el régimen de Maduro montaría una operación para asesinar a un teniente que escapó al último país del mundo, los militares venezolanos residentes en Chile que conocieron a Ojeda tienen una explicación: el teniente podía llegar a ser una real amenaza para el régimen de Maduro.
“No tienes que pensarlo así” -dice uno de ellos-. “El teniente es el que tiene la relación más directa con su pelotón. Entonces, lo que importa no es el cargo que tenía. Era lo que podía llegar a hacer”.
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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