PERLA OHIGGINIANA.
EL REENCUENTRO
Caballero O’higginiano Mario Barrientos Ossa.
Corría 1802 en el Reyno de Chile, cuya apacible vida comenzaba a mostrar alguna efervescencia, fruto de los sueños independentistas que comenzaban a despertar lentamente.
Desde la lejana Europa, en un largo viaje, Bernardo regresa a su tierra, es un joven de 23 años, hijo ilegítimo de un viejo servidor de la Corona, don Ambrosio O’Higgins, fallecido poco antes, con su corazón lleno de emociones, estremecido de sentimientos que brotan sin cesar.
Vuelve a la tierra que lo vio nacer, vuelve a iniciar una nueva vida prometedora y bella, por la munificencia de su padre, que le ha legado una extensa y rica hacienda. Vuelve, y se emociona hasta sus entrañas, a encontrarse con su madre, a quien tan poco ha visto en su corta vida, con la cual sueña noche y día.
Atrás queda la soledad, el abandono, el no haber tenido un hogar, siempre con extraños, la escasez de recursos, el misterio de su origen, el llevar solo el apellido Riquelme y no el de su padre, el haber sido trasladado de ciudad en ciudad por una mano invisible que regulaba su destino desde las penumbras. Ahora se mandará solo, construirá su futuro, gozará de un hogar, de su madre, y de esa hermana nacida de un matrimonio posterior a quien solo conoce como Rosa.
En tierra, Isabel, una noble y hermosa mujer, de 43 años de edad, en la plenitud de su vida, que tampoco lo ha pasado bien, temblorosa, emocionada, espera la llegada de su hijo, a quien hace largos años que no ve, aquél que se le arrebató de sus brazos amorosos para llevarlo a otras latitudes, para esconderlo de los temores del viejo servidor de la Corona, preocupado de su carrera militar y política antes que de su propia carne. Sueña con el reencuentro, aparecen en su mente enfebrecida las viejas imágenes, el maduro Coronel de Caballería que le dio palabra de matrimonio, su ingenua fe en tal promesa, su doncellez entregada a aquel hombre que luego desapareció de su vida, el embarazo que avergonzó a su familia, el niño arrebatado de sus brazos de madre, el sufrimiento de tenerlo tan lejos.
Espera ansiosa el momento de estrechar en sus brazos el fruto de su propia carne, y algo, un susurro misterioso, nacido en lo hondo de su alma, le dice que ese hijo que viene a su encuentro no solo será el sostén de su vida, sino algo mucho más grande, tal vez el sostén de toda su patria, y como toda madre, se adelanta a una hermosa verdad histórica que demostrará la certeza de sus sentimientos.
Un aporte de nuestro Pas Presidente Gustavo Basso Cancino
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