Sesenta años después: las convicciones siguen valiendo más que el miedo
—René Fuchslocher
El 6 de noviembre de 1965, en la inhóspita Laguna del Desierto, un joven teniente de Carabineros —Hernán Merino Correa— cayó cumpliendo su deber. No cayó por azar, ni por imprudencia, ni por cálculo político. Cayó porque en ese instante crítico eligió lo que siempre había elegido: hacer lo correcto, sin miedo y sin medir el costo personal. Hoy se cumplen sesenta años de aquel disparo que apagó su vida, pero no su ejemplo.
Merino no fue un héroe teórico ni de escritorio. Antes de llegar a esa zona extrema del sur, había salvado vidas en rescates imposibles y había llevado la presencia del Estado a lugares donde a veces ni siquiera llegaba la esperanza.
Su hoja de vida es un recordatorio incómodo para nuestra época: aún existen personas que hacen lo correcto porque es lo correcto, no porque convenga, no porque dé likes, no porque sume en la carrera personal.
Se nos olvida, en tiempos donde las convicciones se negocian y donde la comodidad pesa más que la coherencia, que hay valores que no admiten relativismo. Merino pudo retroceder. Pudo dejar que otros se expusieran. Pudo guardar silencio. Pero eligió avanzar, ponerse delante de su superior y asumir el riesgo que le costó la vida. Ese acto no fue impulsivo; fue consecuencia de una manera de entender el servicio y la patria: cuando el deber llama, el miedo no tiene voto.
El aniversario de su muerte llega en un momento en que Chile parece debatirse entre el temor y la renuncia. Muchos prefieren callar para no incomodar, o adaptarse para no perder espacios. Sin embargo, la historia enseña que los países no se construyen desde la comodidad, sino desde decisiones firmes, a veces solitarias y casi siempre incómodas. Si algo revela la muerte de Merino es que la integridad no es un discurso: es una práctica cotidiana, muchas veces silenciosa, casi siempre exigente.
En este 60° aniversario, su legado no es una pieza de museo; es una interpelación. Nos obliga a mirarnos al espejo y preguntarnos si, llegado el momento, estamos dispuestos a poner el deber por encima del miedo, y el bien común por encima de los intereses personales. No todos estamos llamados a arriesgar la vida, pero sí a no negociar los principios cuando importan.
Merino nos recuerda que la patria no es un concepto abstracto. Es un lugar que se defiende con convicciones. Y que hay momentos —como hoy— en que el país necesita menos cálculo y más coraje.
Honor a su memoria. Que el valor del Teniente Hernán Merino Correa no sea solo un recuerdo, sino una brújula. Porque Chile necesita menos miedo y más deber. Menos conveniencia y más convicción. Menos silencio y más verdad.
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