UNA NUEVA OPORTUNIDAD
El Mercurio, Editorial, 05/09/2022
Los históricos niveles de participación y la contundencia del resultado plebiscitario —conocido con prontitud, en otra muestra de impecable funcionamiento de nuestro sistema de votaciones y del Servel— hablan de una ciudadanía comprometida con los destinos del país y consciente del papel que en ellos juega un sistema institucional capaz de expresar consensos amplios.
Lejos de lo que una mirada precipitada podría sugerir, no existe contradicción entre el triunfo del Apruebo en el plebiscito de entrada y lo ocurrido el domingo: si en octubre de 2020 casi seis millones de electores expresaron sus anhelos de cambio apostando a que una nueva Constitución sería la forma de encauzarlos, ahora fueron casi ocho millones los que rechazaron una propuesta que traicionaba esas expectativas.
Con su votación, los chilenos manifestaron su rechazo a la pretensión de refundar el país prescindiendo de su historia; al debilitamiento de la unidad del Estado mediante la introducción de un artificioso concepto de plurinacionalidad que, en nombre del justo reconocimiento de los pueblos originarios, dividía entre categorías de ciudadanos con distintos derechos; a un modelo de sistema político carente de equilibrios y que, justificado en revanchismos ideológicos, borraba una institución como el Senado, dos veces centenaria, y distorsionaba el principio de igualdad del voto; al rebajamiento del Poder Judicial a la categoría de “sistemas” y a un diseño que abría la puerta a su politización; en fin, a una propuesta que debilitaba principios centrales de la democracia representativa, comprometía el progreso económico y pretendía consagrar un paternalismo del Estado que terminaba ahogando la libertad de las personas.
Pero el rechazo masivamente expresado ayer lo es también a un modo de entender la política del que la Convención Constitucional terminó siendo emblema.
La interpretación torcida de un mandato ciudadano hizo de ese órgano —llamado a sanar las heridas de nuestra convivencia— un epicentro de la intolerancia, el revanchismo y las prácticas cancelatorias, promovidas por quienes creyeron que su elección como convencionales los situaba automáticamente en el “lado correcto de la historia” y les daba el absurdo derecho de usar un texto constitucional para imponer su particular proyecto político.
No es extraño, por lo mismo, que ese fuera el tono que finalmente prevaleciera en la campaña del Apruebo. Los intentos de moderación mediante un acuerdo anticipado de reformas a la propuesta no solo fueron tardíos, sino efímeros, relativizados por el presidente del PC inmediatamente después de firmarlos.
Así, en concordancia con lo que fue la Convención, y salvo excepciones, el discurso del Apruebo se sustentó en extremar la polarización propia de una elección plebiscitaria, elevando la crispación y pretendiendo dividir de forma maniquea al país entre buenos y malos.
Peor aún, abundaron las expresiones de desprecio hacia aquellos chilenos que no compartían su postura, como si se tratara de ingenuas víctimas de engaños, fake news o incluso de afanes aspiracionales. Aun ayer, luego de conocidos los resultados, el convencional Marcos Barraza, del PC, insistía en atribuirlos a “una campaña ilimitada de recursos millonarios”: lejos de una autocrítica tras lo que constituye la más grave derrota experimentada por un proyecto político de izquierda —como en definitiva fue el texto de la Convención—, el PC y otros sectores se limitaron así a dar cuenta de su exigua convicción democrática, tal vez contrariados al constatar lo fallido de los pronósticos de un resultado estrecho que habría que defender “en la calle”.
Se ha rechazado la pretensión de usar un texto constitucional para imponer un proyecto político radicalizado. La necesidad de construir una institucionalidad en que la amplia mayoría pueda encontrarse sigue siendo acuciante. |
Lamentablemente, renunciando a una posición de altura republicana, el Presidente Boric involucró directamente al Gobierno en la campaña, transformando, en los hechos, el Apruebo en el principal objetivo de sus primeros seis meses de administración.
Haciendo suya la equivocada proclama del ministro Jackson —aquello de que la nueva Constitución era condición sine qua non para implementar el programa de gobierno—, el jefe de Estado se autoinfirió una herida política que ahora debilita su liderazgo.
Quedando más de tres años de mandato, importa al país que Boric sepa reconducir su administración, sabiendo leer el mensaje ciudadano y optando por un camino de moderación y entendimiento que traiga estabilidad al país.
Ello pasa por asumir la realidad de la actual correlación de fuerzas y la condición minoritaria del oficialismo en el Congreso. No debe ignorar tampoco el sugerente paralelo entre la baja evaluación que le asignan las encuestas y el resultado plebiscitario.
La discusión de las reformas que pretende llevar a cabo debe realistamente incorporar estos elementos, alejándose de cualquier maximalismo. En este sentido, el tono de su discurso de anoche debe ser valorado, aun cuando está pendiente una autocrítica más profunda y definiciones más específicas respecto del rumbo a seguir.
Los números de ayer, el hecho de que el Rechazo se impusiera en todas las regiones e incluso en comunas como La Pintana —cuya alcaldesa se involucró imprudentemente en la campaña, al punto de recibir cuestionamientos de la Contraloría— o Recoleta —el municipio de Daniel Jadue—, son la mayor muestra de una ciudadanía que, independientemente de cualquier simplismo o estereotipo, comprendió la gravedad de lo que estaba en juego.
También dan cuenta del esfuerzo desplegado por quienes tempranamente advirtieron las demasías a las que estaba llegando la Convención y que, al no hallar recepción a sus críticas, no pudieron sino expresar su rechazo, incluso al costo de separarse de sus tradicionales compañeros de ruta política o de ser sancionados por sus colectividades.
Un conjunto de voces de la centroizquierda pagó un alto precio por ello y corresponde reconocer su coraje. También, la madurez evidenciada por las dirigencias de los partidos de centroderecha que, anteponiendo el interés nacional, renunciaron a asumir protagonismos en una causa que trascendía cualquier frontera política.
Ese es precisamente el espíritu que debe prevalecer ahora: el país ha logrado sortear el grave peligro que significaba esta propuesta constitucional, pero la necesidad de construir la “casa de todos”, una institucionalidad en que la amplia mayoría pueda encontrarse sigue siendo acuciante.
Son el Congreso y los partidos comprometidos con la democracia —además del Ejecutivo— los llamados a perseverar en ese esfuerzo, tomando las lecciones que ha dejado este fallido episodio.
Ha de ser honrada la promesa de que el proceso constitucional continuará hasta llegar a un texto efectivamente satisfactorio, que, lejos de intentar consagrar pétreamente un proyecto político particular, permita la genuina competencia y deliberación democrática. Ello, sin dejar de hacerse cargo, al mismo tiempo, de los desafíos urgentes que plantea el difícil escenario del país en los más diversos ámbitos: desde un complejo panorama económico hasta la crisis en materia de seguridad pública y violencia.
Finalmente, la contundencia de este resultado debiera impulsar al mundo político a procurar consensuar soluciones en problemáticas sociales largamente arrastradas, como las pensiones y la reforma de la salud, asuntos propios de la política pública, pero que, al haberse transformado en rehenes del debate constitucional, dilataron cualquier posibilidad de avance.
Se abre ahora una nueva oportunidad para Chile y es responsabilidad de todos no dilapidarla.
Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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