ASALTO Y TOMA DE PISAGUA (02 de noviembre de 1879)
José Miguel Olivares Eyzaguirre, Lic. en Historia UANDES
Academia de Historia Militar
Con la captura del Huáscar en la batalla naval de Angamos el 8 de octubre de 1879, las aguas del Pacífico se encontraban a la disposición de Chile. La sección ofensiva de la armada peruana se halló reducida a la corbeta La Unión y esta tuvo que retirarse a El Callao, permitiendo a las fuerzas chilenas la posibilidad de invadir el territorio enemigo desde Iquique hasta Lima.
Para las autoridades chilenas, había llegado el momento extender la campaña terrestre más allá de Antofagasta.
La elección del punto de irrupción pasó a tener primera prioridad y fue objeto de arduas discusiones. Una corriente de la opinión pública, a la cual el ministro Santa María se adhirió inicialmente, sostenía que un ataque directo sobre Lima desmoralizaría completamente a los aliados y rápidamente le pondría término a la guerra.
Esta opinión se vio contrastada por aquellos que centraron su atención sobre Tarapacá, cuyo control podía significar una cuantiosa indemnización al momento de entrar en negociaciones para ponerle fin al conflicto.
Esta última posición terminó por predominar ante la posibilidad de la intervención de potencias exteriores. Tanto los Estados Unidos como Europa tenían intereses comprometidos en la disputa y su creciente presión diplomática podía forzar a las partes a tener que llegar a un acuerdo. Mientras antes obtuviera Tarapacá como baza de negociación, más favorable sería la posición chilena.
Decidido este asunto, se presentaron tres localidades del departamento peruano dónde iniciar la Campaña de Tarapacá: Pisagua, Iquique o Patillos.
La elección se llevó cautelosamente y pendiente de varios factores particulares, el principal siendo la presencia de una línea férrea que pudiera llevar a la fuerza expedicionaria hacia el interior del desierto. Otros elementos bajo consideración fueron la existencia de pozos de agua accesibles y la presencia de las fuerzas peruanas-bolivianas, las que se hallaban acumuladas principalmente en Iquique y en la zona de Tacna-Arica.
Finalmente la decisión recayó sobre el ministro de guerra Rafael Sotomayor y el puerto elegido para iniciar la campaña fue Pisagua.
Iquique fue rechazado por el gran número de fuerzas aliadas que allí se hallaban concentradas y Patillos fue descartado porque, a pesar de que presentaba una base bien sostenible en su costa, no contaba con un fácil acceso hacia el interior.
La caleta de Pisagua estaba a 190 kilómetros al norte de Iquique, tenía acceso directo al pozo de Dolores y poseía un ferrocarril en buen estado. Su conquista tenía el beneficio adicional de producir una brecha entre las fuerzas aliadas contenidas en Iquique y las que se estaban concentrando en el norte.
Un poco antes, el Ejército Expedicionario chileno terminó su formación en Antofagasta y para el 28 de octubre ya se hallaba embarcado en alta mar a la espera de la decisión final.
Una vez que esta fue hecha, la armada expedicionaria encaló incontestada el 2 de noviembre en la rada frente al puerto nortino. Sus defensores, una guarnición aliada de alrededor de 1.300 efectivos, se atrincheraron en torno a la bahía y en la zanjas de la empinada pendiente que la rodeaba. Ahí esperaron poder rechazar el embate de una fuerza militar de alrededor de 10.000 hombres.
El enfrentamiento empezó a las 7 de la mañana, cuando los buques de la armada chilena abrieron fuego contra las dos plazas fuertes situadas en los extremos de la bahía. La rápida operación inutilizó los dos cañones Parrot que resguardaban la entrada de la playa y le permitió el acceso a la flotilla de botes que llevaba a las tropas terrestres.
Cerca de las diez de la mañana, la primera de tres olas de desembarco llegó al punto de la bahía llamado Playa Blanca, bajo nutrido fuego del enemigo.
El ataque inicial consistió de 450 hombres provenientes del Cuerpo Cívico Movilizado Atacama y de la Brigada de Zapadores, un número mucho menor al planeado originalmente para la operación.
Esta también estuvo a punto de ser comprometida debido a la confusión reinante en el desembarco, en dónde los remeros de la flotilla se dejaron llevar por la pasión del momento y se unieron la fuerza del ataque [1].
Frente a este retraso que bien podía hacer fracasar la completa operación anfibia, los buques de guerra de la expedición tuvieron que reanudar su bombardeo en auxilio de los soldados en Playa Blanca.
Gracias a este respiro, las fuerzas terrestres pudieron reorganizarse y la flotilla de desembarco se devolvió en busca de los refuerzos. A tres horas del primer desembarco y dos oleadas después, la fuerza de ataque se halló con suficientes efectivos para hacer retroceder al enemigo.
Siguiendo a un encarnizado combate en las trincheras inmediatas a la costa, la vanguardia expedicionaria inició el penoso ascenso por la empinada pendiente que rodeaba a la bahía. En un período de dos horas, los guerreros chilenos lograron alcanzar la meseta de Alto Hospicio que coronaba la punta y, con ello, el acceso al desierto interior.
A las dos y media de la tarde, el territorio se hallaba bajo el control de las fuerzas chilenas. Frente a una pérdida de cincuenta y ocho muertos y 173 heridos, la fuerza expedicionaria había logrado poner en fuga a la guarnición aliada e inició con una entrada triunfante la campaña de Tarapacá.
[1] Nota del editor: Los remeros eran del puerto de Valparaíso, movilizados especialmente para esta tarea por sus especiales características.