Asalto y Toma de Pisagua
Ricardo Valenzuela Benavente *
Brigadier de Ejército
Con la captura del Huáscar en la batalla naval de Angamos el 8 de octubre de 1879, las aguas del Pacífico se encontraban a la disposición de Chile. La sección ofensiva de la armada peruana se halló reducida a la corbeta La Unión y esta tuvo que retirarse a El Callao, permitiendo a las fuerzas chilenas la posibilidad de invadir el territorio enemigo desde Iquique hasta Lima. Para las autoridades chilenas, había llegado el momento extender la campaña terrestre más allá de Antofagasta.
La elección del punto de irrupción pasó a tener primera prioridad y fue objeto de arduas discusiones. Una corriente de la opinión pública, a la cual el ministro Santa María se adhirió inicialmente, sostenía que un ataque directo sobre Lima desmoralizaría completamente a los aliados y rápidamente le pondría término a la guerra. Esta opinión se vio contrastada por aquellos que centraron su atención sobre Tarapacá, cuyo control podía significar una cuantiosa indemnización al momento de entrar en negociaciones para ponerle fin al conflicto.
Esta última posición terminó por predominar ante la posibilidad de la intervención de potencias exteriores. Tanto los Estados Unidos como Europa tenían intereses comprometidos en la disputa y su creciente presión diplomática podía forzar a las partes a tener que llegar a un acuerdo. Mientras antes obtuviera Tarapacá como baza de negociación, más favorable sería la posición chilena.
La ubicación del ejército peruano del sur concentrado en Iquique, y del ejército del norte concentrado en la zona de Arica-Tacna, hacía evidente la elección de un punto que impidiera la reunión de ambos. Debía elegirse un lugar al norte de Iquique.
Decidido este asunto, se presentaron tres localidades del departamento peruano dónde dar inicio a la Campaña de Tarapacá: Pisagua, Iquique o Patillos. La elección se llevó cautelosamente y pendiente de varios factores particulares, el principal siendo la presencia de una línea férrea que pudiera llevar a la fuerza expedicionaria hacia el interior del desierto. Otros elementos bajo consideración fueron la existencia de pozos de agua accesibles y la presencia de las fuerzas peruanas-bolivianas, las que se hallaban concentradas principalmente en Iquique y en la zona de Tacna-Arica.
Finalmente, la decisión recayó sobre el ministro de guerra Rafael Sotomayor y el puerto elegido para iniciar la campaña fue Pisagua. Iquique fue rechazado por el gran número de fuerzas peruanas y bolivianas que allí se hallaban concentradas y Patillos fue descartado porque, a pesar que presentaba una base bien sostenible en su costa, no contaba con un fácil acceso hacia el interior. La caleta de Pisagua estaba a 190 kilómetros al norte de Iquique, tenía acceso directo al pozo de Dolores y poseía un ferrocarril en buen estado. Su conquista tenía el beneficio adicional de producir una brecha entre las fuerzas aliadas contenidas en Iquique y las que se estaban concentrando en el norte.
Un poco antes, el Ejército Expedicionario chileno terminó su concentración en Antofagasta y para el 28 de octubre ya se hallaba embarcado 9.500 soldados para el asalto anfibio, a la espera de la decisión final. Una vez que esta fue hecha, la armada expedicionaria encaló sin oposición el 2 de noviembre en la rada frente al puerto nortino.
El convoy naval zarpó el 28 de octubre desde Antofagasta y a las 7 de la mañana del 2 de noviembre recaló en Pisagua. El blindado “Cochrane” y la corbeta “O’Higgins”, a cargo del comandante Juan José Latorre Benavente y el Capitán Jorge Montt Álvarez, respectivamente, atacaron el fuerte sur. Casi simultáneamente rompían el fuego contra el fuerte norte la cañonera “Magallanes” y la goleta “Covadonga”, mandadas por el Capitán Manuel Orella Echanez y el Capitán Carlos Condell de la Haza.
Sus defensores, una guarnición aliada de alrededor de 1.400 efectivos y cuya bahía estaba defendida en sus extremos norte y sur con cañones Parrot de 100 lbs. se atrincheraron en torno a la bahía y en las zanjas de la empinada pendiente que la rodeaba. Ahí esperaron poder rechazar el embate de la fuerza militar chilena.
La rápida operación inutilizó los dos cañones Parrot que resguardaban la entrada de la playa y le permitió el acceso a la flotilla de botes que llevaba a las tropas terrestres. Cerca de las diez de la mañana, la primera de tres olas de desembarco llegó al punto de la bahía llamado Playa Blanca, bajo nutrido fuego del enemigo.
El desembarco inicial lo realizaron 450 hombres provenientes del Cuerpo Cívico Movilizado Atacama y de la Brigada de Zapadores, un número mucho menor al planeado originalmente para la operación. Esta también estuvo a punto de ser fracasar debido a la confusión reinante en el desembarco, en dónde los remeros de la flotilla se dejaron llevar por la pasión del momento y se unieron la fuerza del ataque cuando debían haber vuelto a los buques a transportar la segunda ola de desembarco. Frente a este retraso que bien podía hacer fracasar la completa operación anfibia, los buques de guerra de la expedición tuvieron que reanudar su bombardeo en auxilio de los soldados en Playa Blanca.
Gracias a este respiro, las fuerzas ya desembarcadas pudieron reorganizarse y la flotilla de desembarco se devolvió en busca del resto de las tropas. A tres horas del primer desembarco y dos oleadas después, la fuerza de ataque se halló con suficientes efectivos para hacer retroceder al enemigo.
Con la artillería de los buques se atacó exitosamente el ferrocarril y los montones de carbón y salitre, donde se mantenían refugiadas gran parte de las tropas enemigas. Las granadas navales encendieron el salitre y comenzaron los incendios.
Siguió un encarnizado combate en las trincheras inmediatas a la costa, la vanguardia expedicionaria inició el penoso ascenso por la empinada pendiente que rodeaba a la bahía. En un período de dos horas, los soldados chilenos lograron alcanzar la meseta de Alto Hospicio, realmente agobiados por el cansancio, coronando la cima y con ello, el acceso al desierto interior.
A las dos y media de la tarde, el territorio se hallaba bajo el control de las fuerzas chilenas. Frente a una pérdida de cincuenta y ocho muertos y 173 heridos, la fuerza expedicionaria había logrado poner en fuga a la guarnición aliada e inició con una entrada triunfante, la Campaña de Tarapacá.
El enemigo había retirado ya sus efectivos hacia el interior. Las naves, que ya silenciaban sus cañones pudieron ver a las tres de la tarde como el teniente Rafael Torreblanca del Regimiento Atacama, clavaba la bandera chilena en un poste de Alto Hospicio.
Las bajas de los adversarios aliados fueron calculadas en 200 entre muertos y heridos. Con este desembarco, las fuerzas chilenas se ubicaron como cuña entre el ejército aliado de Tarapacá y el de Tacna y abrieron un importante acceso al territorio enemigo. La campaña terrestre se había iniciado con una victoria conjunta de las Fuerzas Armadas de Chile.
Este hecho constituye el primer desembarco anfibio orgánico efectuado en el mundo y se convirtió en un ejemplo típico de este tipo de operación militar, tanto por su organización, como por su ejecución, que hasta nuestros días se estudia en las Academias Militares y Navales del mundo.
Honremos pues hoy, la memoria de estos ciudadanos de uniforme, que con su sangre y arrojo nos legaron el país que hoy habitamos y de cuyos nombres ni siquiera recordamos, seamos capaces de pregonar que allí murieron por defender la Patria y sus seres amados.
* Especialista en Estado Mayor de la Academia de Guerra del Ejército
Edición del sitio Web de Cosur Chile y de su revista digital “Tres Espadas”
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