Columna de Opinión

Visión de O´Higgins en la Expedición libertadora del Perú

Visión de O´Higgins en la Expedición libertadora del Perú
El aniversario 200 de la Expedición Libertadora del Perú representa para Chile la culminación de su proceso independentista y, además, un logro mayor en términos organizacionales. No solo se construyó un Ejército Libertador desde las fuerzas de los ejércitos de los Andes y del chileno, sino que representa una acelerada madurez en la construcción de una escuadra, y la Marina dentro de la cual se construyó.
” Visión de O´Higgins en la Expedición libertadora del Perú”
 
Fernando Wilson
Dr. en Historia Universidad Adolfo Ibáñez
Publicado en Mercurio 16 Agosto, 2020
El aniversario 200 de la Expedición Libertadora del Perú representa para Chile la culminación de su proceso independentista y, además, un logro mayor en términos organizacionales. No solo se construyó un Ejército Libertador desde las fuerzas de los ejércitos de los Andes y del chileno, sino que representa una acelerada madurez en la construcción de una escuadra, y la Marina dentro de la cual se construyó. Si fuerzas de tierra llevaban siendo organizadas desde 1810, la creación de una Marina era un desafío que no solo no se había enfrentado, sino que, por sus complejidades técnicas y económicas, representaba un esfuerzo considerablemente mayor, que requería de una comprensión cabal del rol del control del mar en el desarrollo de la construcción del Estado de Chile y de una Sudamérica independiente. Esa visión estratégica es la conexión de todos los procesos que describiremos en estas letras.
Un proceso como ese requirió una dinámica de aprendizaje y consolidación, y a Bernardo O´Higgins le cabe el crédito de desarrollarla. Pocos días después de la victoria de Chacabuco, el 12 de febrero 1817, cuando las fuerzas independentistas ganan el control de Santiago, Valparaíso y en general, del centro del territorio del país, O´Higgins comienza a reflexionar sobre el tema marítimo. El nuevo Director Supremo, probablemente como consecuencia de su viaje y residencia en Gran Bretaña, comprendía perfectamente que el problema básico de la independencia de Chile era que España continuaba controlando el mar. Ese control les permitía a los realistas enviar una expedición tras otra para reconquistar Chile, no importando el esfuerzo patriota. De hecho, siempre llegaba una nueva para intentar reconquistar el país partiendo primero desde el Callao virreinal y después desde la propia península ibérica. Los orígenes de la Patria Nueva enfrentaban el mismo desafío, y la fortificación de las fuerzas realistas en la península de Tumbes en Talcahuano mostraba claramente que esperaban ser apoyados por una nueva expedición marítima para repetir la ya manida táctica de contratacar hacia el norte para tomar Santiago, como de hecho ocurriría en 1818.
En una situación así, la necesidad de construir una Marina para disputar el control del mar realista era fundamental. El problema era cómo hacerlo, pues requería una capacidad técnica y económica de tipo mayor, algo que claramente la naciente República de Chile difícilmente podía manejar sin mayores apoyos. La decisión de O’Higgins fue enviar a Gran Bretaña a José Antonio Álvarez Condarco, un militar tucumano de su confianza, que debía contratar marinos y comprar los buques para construir una escuadra. Su misión llevaba detalladas instrucciones del Director Supremo, y que lo hicieron a negociar con la East India Company por buques de guerra. Esta decisión es llamativa e indicativa del conocimiento tanto de O´Higgins como de su enviado, pues estos buques solían estar en mejores condiciones materiales que aquellos en reserva de la propia Royal Navy. Además, se rumoreaba que solían ser construidos de mejores maderas y especificaciones mas exigentes.
Álvarez Condarco rápidamente tomó contacto con la Compañía por una primera fragata, la Windham. Buque poderoso, de 50 cañones, que había sido construida en 1800, lo que la hacia relativamente joven para un buque de la época. Sus maderas ya se habían curtido y estaba claramente en excelente condición. La ausencia de recursos del enviado chileno lo llevó a experimentar una novel forma de compra; pedirle a la Compañía que enviara al buque, su comandante y dotación al Pacífico en un negocio de especulación, es decir, que se presentara en Valparaíso para ser adquirida por el nuevo Gobierno de Chile al arribo. La capacidad de convencimiento del enviado fue evidente, pues no solo consiguió su objetivo, sino que el buque arribó pocos días antes de que se librara la batalla de Maipú, siendo adquirido de forma inmediata por O’Higgins, quien la rebautizó como Lautaro y agregó como buque principal a la dispar colección de bergantines y goletas que se iban consolidando como la primera escuadra.
Un segundo buque de la Compañía, el Cumberland, también sería comprado. En este caso, eran palabras mayores, pues se trataba de un buque de línea de 62 cañones. Rebautizado como San Martín, se agregaría a la corbeta Chacabuco y al bergantín Araucano para zarpar junto a la Lautaro como la Primera Escuadra Nacional. Esta fuerza, mandada por el joven almirante Manuel Blanco Encalada zarpó el 9 de Octubre de 1818 toda prisa con el objetivo de interceptar un convoy de tropas proveniente desde España, del que existían noticias desde la península ibérica y Buenos Aires.
La formación chilena conseguiría una victoria completa, pues no solo impediría el desembarco en Chile de la expedición realista, capturando varios de sus transportes, sino que además agregaría a sus fuerzas una tercera fragata; la española María Isabel, que escoltaba al Convoy y que seria capturada en la Bahía de Concepción. Esta victoria consolidó el control del mar chileno y redujo la presencia naval hispana en el Pacífico sur solo a la fragata Esmeralda, que sería espantada junto con algunos buques menores a la protección de los fuertes del Callao. La María Isabel, rebautizada O´Higgins, sería incorporada a la Escuadra.
Quizás la mas relevante de las gestiones de Álvarez Condarco en Londres, sería la contratación del almirante británico Thomas Cochrane. De reputada fama naval, Cochrane era considerado un genio táctico, de gran valor personal y quizás excesiva vehemencia política. Involucrado en un extraño asunto financiero, se encontraba en desgracia política, y buscaba desesperadamente una forma de recuperar su honor. La oferta de un lejano país americano que buscaba su libertad no podía ser mas cercana a su carácter, y arribando a Valparaíso pocas semanas después del zarpe de la Primera Escuadra, aportaría a Chile la consolidación de las afortunadas intuiciones de O´Higgins. Cientos de años de experiencia británica en el empleo del poder naval se combinaban con la fortuna y audacia en el marino escocés. Cochrane se lanzaría a consolidar la experiencia de los oficiales británicos y norteamericanos con el entusiasmo de las dotaciones chilenas, convirtiendo una fuerza que, si bien exitosa en su primera acción, debía acometer ahora una mirada mucho mas ambiciosa. La idea ya no era solamente defender las costas chilenas de los ataques hispanos y virreinales, sino que proyectarse a las profundidades del Pacífico para conseguir usar y aprovechar en ventaja de la causa independentista el control del mar.
La construcción de la Expedición Libertadora del Perú es, por tanto, la sumatoria de todos los procesos ya descritos. Una Escuadra poderosa y efectiva, un líder político con una visión estratégica clara, y un comandante operacional con la agresividad y experiencia profesional necesaria para convertir sus emprendimientos en victorias.
La organización de la expedición fue compleja. Si bien los obstáculos políticos se manifestaron tempranamente, cuando un tratado de alianza con Buenos Aires firmado a inicios de 1819 no fue ratificado, ello no fue impedimento y los esfuerzos continuaron. Se definió construir una fuerza militar bajo el mando del general San Martín y que combinaría los ejércitos de Los Andes y el de Chile para generar una fuerza combinada de alrededor de 4500 hombres. La masa de la tropa era chilena, aunque un número relevante de oficiales, así como algunas unidades completas, seguían siendo argentinas. Una fuerza así era por lejos demasiado reducida para enfrentar un ataque directo al virreinato del Perú, con su enorme riqueza y vastas fuerzas militares, pero con el uso del poder naval, Cochrane podría desembarcarla donde San Martín, como comandante terrestre, lo estimara oportuno, entregándole la iniciativa total. Una aproximación operacional así ha sido tradicionalmente la empleada por Gran Bretaña a través de su extensa historia militar y naval, y pocos años antes había sido empleada de forma brillante en la llamada campaña peninsular, donde la marina y ejército británicos habían sido fundamentales en la expulsión de las fuerzas napoleónicas desde Portugal y España.
Una fuerza de desembarco, usando las ventajas de la movilidad estratégica y sorpresa que el control del mar le entrega, podría convertirse en la pesadilla de las fuerzas virreinales, que retenían sus medios navales protegidos en el Callao, ante el bloqueo que Cochrane impuso a dicho puerto y las expediciones de buques individuales de la escuadra chilena. Tal era el control que tenía esta del Pacífico, que sus singladuras se extenderían hasta las costas de México o se internarían a las profundidades del Pacífico, llegando hasta la Polinesia.
No contento con estas acciones, Cochrane buscaría mantener la presión sobre el enemigo con múltiples operaciones de ataque sobre la costa enemiga, incluso conquistando la plaza de Corral y Valdivia en el sur chileno, las que permanecían bajo bandera hispana debido al poder de sus fortificaciones. Tomadas por asalto el 3 de febrero de 1820, mostraría la flexibilidad del pensamiento operativo de Cochrane, pues se desplazaría desde Callao a Valdivia en pocas semanas y cosechando esta inesperada victoria en el sur chileno después de enfrentarse a las fortificaciones chalacas.
La expedición sobre el Perú serían palabras mayores, y constaría de no menos de 11 transportes. La Escuadra en si misma también seguía creciendo, y aprovechando las instalaciones terrestres preparadas por el incansable O´Higgins y el ministro José Ignacio Zenteno, contaría con todos los medios necesarios, convirtiéndose en una fuerza realmente considerable.
La expedición que zarpó de Valparaíso el 20 de agosto de 1820 era la mayor formación naval que el Pacífico Sur jamás había visto y que fue construida por un Chile devastado por diez años de esfuerzos independentistas. Si bien el número de soldados argentinos, así como la presencia de José de San Martin era relevante, cada centavo de su costo había sido pagado por Chile. La Escuadra que la escoltaba era la fuerza naval mas poderosa que hubiera operado en sus aguas, y la fuerza militar que transportaba reflejaba la madurez estratégica y geopolítica de una joven República cuyo liderazgo comprendía que, para garantizar su supervivencia, debía de destruir la presencia realista en América de forma definitiva. El carácter americano de esta expedición queda reflejado brillantemente en su pabellón, que, inspirado en la bandera chilena, contaba con tres estrellas en su cuarto superior izquierdo. Este pabellón ha sido ampliamente debatido por la historia americana y también ha sido objeto de polémica. No es nuestro menester en estas pocas líneas discernir aquello, sino constatar su uso. La importancia de la expedición era tal que llevaba a comprender que su alcance que necesitaba de una divisa mayor a la de solo una nación americana.
El desarrollo de las operaciones de la expedición es extenso y complejo. Cochrane cosecharía nuevas glorias, como la captura de la fragata Esmeralda, tomada bajo el fuego de los fuertes chalacos en una brillante acción nocturna y que se uniría a la Escuadra bajo el nombre de Valdivia. Por el contrario, el navío San Martin vararía en los bajos de Chorrillos, perdiéndose completamente.
Como fuere, la expedición terrestre, bajo el mando del general San Martin, sería desembarcada en la bahía de Paracas, en la provincia peruana de Pisco, iniciando sus operaciones y consiguiendo a corto plazo la retirada al interior de los Andes del último virrey y su ejército. San Martín asumiría por aclamación el rol de Gran Protector del Perú.
Los avatares posteriores serian complejos. Tanto Cochrane dejaría el servicio chileno como San Martín el mando del ejército patriota al ser primero complementado y luego sucedido por Bolívar. Bástenos con constatar que el Perú sería liberado y que, en la batalla decisiva de Ayacucho, en diciembre de 1824, figuraría un escuadrón de caballería del ejercito de los Andes. La expedición sería, por tanto, el inicio de la fase final del dominio hispano en América. Solo quedaría la presencia en Chiloé, donde el indómito coronel Quintanilla solo arriaría el pabellón español en 1826, derrotado por el General Freire en una nueva expedición que aprovecharía el control chileno del Pacífico.
Las lecciones dejadas por la expedición libertadora del Perú serían fundamentales para la construcción del Chile independiente. La comprensión intuitiva de la importancia del mar por O´Higgins, combinada con la visión práctica de Cochrane, Zenteno y tantos otros nos legaría una visión marítima única en Sudamérica. La construcción de la plataforma comercial de Valparaíso, la toma de posesión del estrecho de Magallanes (1843), la consolidación de los nodos mineros del Norte Chico y después en el Norte Grande serían la clave de la prosperidad del país, y la concepción estratégica lo llevaría a librar todos sus conflictos militares proyectándose sobre el territorio adversario. Incluso en la malhadada Guerra contra España de 1865 y 66, en condiciones numéricas insuperables y sin un objetivo estratégico claro, se buscaría proyectar la capacidad naval chilena sobre el adversario. Sin embargo, sería en la Guerra del Pacífico, donde el control del mar entregaría la victoria mas relevante en un conflicto internacional que haya librado Chile, y donde cada soldado, cada cañón y cada bala fue transportada sobre un mar controlado por la escuadra chilena. Y es que, parafraseando a un viejo dicho marítimo británico, las ciudades chilenas no tienen murallas, pues sus murallas son el mar y su escuadra. Y eso siguen tan válido en el siglo XXI y sus desafíos globalizantes como lo fue, hace 200 años, cuando desde Valparaíso zarpó la Expedición Libertadora del Perú.
Fernando Wilson Dr. en Historia Universidad Adolfo Ibañez.

Las opiniones vertidas en este programa son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten y no representan, necesariamente, el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional.

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POLÍTICA MAPUCHE

POLÍTICA MAPUCHE
¿Habrá alguna forma de resolver, o siquiera contribuir a resolver, lo que está ocurriendo en La Araucanía, una forma que evite en el mediano plazo el racismo que está brotando o la violencia que poco a poco se legitima?
POLÍTICA MAPUCHE
Carlos Peña
El Mercurio, Columnistas.
¿Habrá alguna forma de resolver, o siquiera contribuir a resolver, lo que está ocurriendo en La Araucanía, una forma que evite en el mediano plazo el racismo que está brotando o la violencia que poco a poco se legitima?
Debe haber alguna, por supuesto. Pero para alcanzarla es preciso convenir algunas cosas obvias.
Desde luego, es necesario caer en la cuenta de que la vieja idea de la nación chilena como una comunidad de sangre y de cultura carece de vigencia social.
La sociedad chilena es hoy una sociedad plural, que alberga varias identidades y múltiples memorias. Esas identidades, la mapuche entre ellas, estuvieron ahogadas por esa idea de nación; pero sobrevivieron ocultas en el espacio familiar, en la memoria, en la lengua materna, y hoy día han renacido y reclaman reconocimiento.
Este último, el reconocimiento (basta recordar a Hegel) es una de las pulsiones más importantes de la vida política: los individuos y los pueblos quieren que la idea que tienen de sí y que cultivan en su conciencia, sea acogida por la conciencia de los demás.
El problema de los mapuches no es entonces la pobreza, es la invisibilidad, la sensación de que la conciencia que tienen de sí (o que han llegado a tener de sí, puesto que en la identidad no hay nada definitivo) es negada en el espacio público.
Una vez que se cae en la cuenta de eso (una tarea que va más allá de una mera declaración y que debe incluir una cierta política de la memoria que corrija el prejuicio hasta hoy arraigado), es necesario permitir o favorecer que el pueblo mapuche se constituya como tal o, si se prefiere, que forje una voluntad colectiva a partir de la cual participe en la formación de la voluntad democrática.
Esta medida de justicia política ayudaría a evitar que la voluntad o la representación de ese pueblo sea capturada por grupos que echan mano de la violencia y a los que el desconocimiento de todo lo anterior les sirve de causa o pretexto.
Para desproveer de toda justificación a la violencia, es entonces necesario —vale la pena reiterarlo— apoyar la formación de una voluntad colectiva en ese pueblo para que sume a su existencia sociológica una existencia propiamente política.
¿Acabará con el conflicto ese tipo de medidas?
De inmediato no, por supuesto. Los procesos sociales son complejos y este es de los más enmarañados y, desde que se recuperó la democracia, de los más difíciles de encarar. Pero no cabe duda, a la luz de la experiencia comparada, que esas medidas de justicia política serían un paso formidable.
Desgraciadamente, hay formas de encarar el conflicto que revelan profundos malentendidos que mientras no se despejen impedirán que algo así se alcance.
El primer malentendido, frecuente en la vida social, consiste en ver al otro de una manera inconsistente con su propia conciencia. Los mapuches (la élite mapuche, la minoría consistente que habla en su representación) no se siente chilena en el mismo sentido que ha alcanzado un inmigrante citadino. Ellos se sienten parte de un pueblo con una identidad propia y no un agregado de individuos aculturizados.
Para advertir esto basta formular la siguiente pregunta: ¿A qué se debe que un inmigrante judío o palestino se sienta más cómodo que un mapuche al ser tratado como chileno pleno e indudable? El inmigrante se siente acogido en un lugar que no es originalmente suyo; el mapuche se siente excluido de lo que siente le es propio.
El segundo malentendido consiste en creer que el diálogo circunstancial, el diálogo surgido a propósito de un problema específico, como el que plantea la huelga de Celestino Córdova, un diálogo llevado en tono paternalista y buenos modales va a resolver el problema. No es el caso.
Un diálogo a la altura de este problema debe incluir el reconocimiento del otro como un sujeto pleno, la aceptación de sus derechos (reconocidos, por lo demás, en el derecho internacional) y la disposición a discutir la estructura de la convivencia.
Y el tercero (debe haber más, por supuesto) consiste en creer que al aceptar la pluralidad de pueblos se cancela el proyecto nacional y la unidad de la nación. Este es un error craso (puede llamársele la falacia del nacionalismo tribal), que deriva del hecho de creer que las raíces de una nación están en el pasado, cuando en verdad están en el futuro.
Las naciones (enseñan Renan, Ortega) son formas de autoafirmación política que se comprometen con un proyecto de futuro. Lo que debe unir al pueblo mapuche con la nación chilena no es, pues, el pasado que hay que revisar, sino el futuro que con la participación de su voluntad colectiva hay que construir.
Los pueblos y las naciones no reiteran una y otra vez el pasado; pasan sobre el pasado y lo reconstruyen a la luz de su futuro.

Las opiniones en esta sección son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional

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De vuelta a Latinoamérica-Orlando Sáenz

De vuelta a Latinoamérica-Orlando Sáenz
Hace ya varios años, fui por algunos meses presidente del directorio de una AFP. Fue un periodo corto, pero, como estuve en una posición bastante ejecutiva, aprendí muy a fondo cómo funcionaba el sistema.
12 agosto, 2020
Tanto así que, en un simposio celebrado en Lima en que asistían representantes del sistema de administración de pensiones de toda Latinoamérica e incluso de países de otros continentes, los que representamos a Chile fuimos los reconocidos expertos del tema y nos pasamos tres o cuatro días ofreciendo charlas extracurriculares a distintos grupos que nos las solicitaban. Recuerdo que el sumo pontífice de ese simposio fue José Piñera, el hermano de nuestro actual mandatario, quien con singular brillo expuso los fundamentos teóricos y prácticos de ese sistema que, aseguró, terminaría por imponerse en todo el mundo debido al implacable peso de las matemáticas.
Pero, en la última sesión, el representante de Argentina hizo la única pregunta que los chilenos no pudimos contestar contundentemente: “ustedes nos han explicado brillantemente cómo funciona el sistema y cómo se le protege eficazmente de todo tipo de fraudes, fallas operacionales, errores humanos y manipulaciones. Pero ¿cómo se le defiende de la voracidad de los gobiernos cuando los fondos acumulados alcanzan valores vertiginosos?”
Fue inútil que nosotros pontificáramos que en Chile los fondos eran intangibles porque así lo establecía la propia Constitución. Todos se rieron de nuestro alegato: ¿existe en Americalatina algo intangible para los políticos demagogos y populistas? Para entonces los fondos ya se los habían tragado los gobiernos en Argentina, Bolivia, etc. ¿Cuánto falta para que eso ocurra también en Chile? Nos defendimos como pudimos, escudados en nuestra convicción de entonces de que Chile ya solo geográficamente seguía en Latinoamérica y que, en el umbral del exclusivo club de los países desarrollados, nos sentíamos mas cerca de Europa que de nuestros vecinos físicos.
Ahora, de vuelta a Latinoamérica y apenas con la esperanza de no seguir viaje al cuerno de África, estamos pagando nuestra soberbia de entonces viendo cómo se desmorona el sueño de Chile en pleno desarrollo, sin pobreza, con pleno empleo, con un pueblo laborioso y contento, con disciplina y paz social. Y, para hacer más amargo el desengaño, este derrumbe lo capitanea el gobierno que elegimos para recuperar la marcha hacia la consolidación de ese sueño.
Pero hasta los desastres conllevan valiosas lecciones para recuperar las quimeras. Y la que éste me ha enseñado es la tardía comprensión de que también el desarrollo, como la democracia, exige un nivel cultural que el pueblo chileno de hoy esta muy lejos de poseer. Desde hace mucho tiempo comprendí que la democracia es un lujo que está reservado a pueblos de alta cultura cívica, como Chile llegó a tenerla en buena parte de su vida republicana, pero solo ahora he asumido que lo mismo ocurre con el desarrollo económico. No se puede consolidar una dinámica de alto desarrollo económico cuando una fuerte proporción de la población cree en los derechos sin deberes, no es capaz de apreciar su propio progreso y todavía no asume que la vida es lo que cada uno de nosotros hace de ella con esfuerzo y disciplina y no con las repartijas gratis que ofrece el demagogo de la esquina. Mirando las cosas desde ese punto de vista, apreciamos que el mas de un millón de santiaguinos que marchó en octubre pasado y le dio marco a un intento de golpe de estado populista, lo que en realidad demostró fue que la democracia y el desarrollo son imposibles con el desnivel cultural en que hemos caído.
No es de extrañar, entonces, que haya multitudes que alegremente marchan celebrando el inicio de la demolición del sistema de pensiones. Son las mismas que fácilmente se dejarán convencer de que sea el estado el que guarde sus ahorritos con la promesa de transformarlos en una pensión “digna”, entendiendo por tal algo parecido a lo que se ganaba cuando se estaba activo. Su nivel cultural les impide comprender que, en esas condiciones, el “ahorrito” no es más que otro impuesto y que la promesa de buenas pensiones la bien definió Bécquer con su verso “las promesas son aire y van al aire”, ya que con un solo proceso inflacionista es el que se las lleva. Basta mirar a Argentina para apreciar dónde termina ese camino. Basta saber sumar y restar para comprender que, con los actuales promedios de longevidad, es absolutamente imposible que el ahorro de los activos financie pensiones “dignas” para los retirados a los 60 o 65 años.
¿Cuál fue nuestro error en la búsqueda de nuestra quimera? Creo que fue el de olvidar que el nivel educacional debe aumentar al mismo ritmo que el económico. Nos dejamos engañar por los números al punto de olvidar que la cantidad no es sinónimo de calidad. Por decenios nos enorgullecimos con los índices de escolaridad y con el aumento constante de los estudiantes universitarios, pero no nos dimos cuenta de que esos números se lograban en buena medida con una caída en la calidad de la educación y ello porque el aumento no estaba respaldado por la debida inversión en instalaciones, en profesores bien remunerados en planteles educacionales solidos y parejos. El resultado es el pueblo chileno de hoy y ese pueblo no merece otra cosa que la mediocridad en que caerá en el futuro próximo.
Estamos de vuelta en Latinoamérica, o sea, en el continente que, para decirlo en forma menos cruel, se le llama de la eterna esperanza. Debiera decírsele el continente de la eterna mediocridad. (El Líbero)

Orlando Sáenz 

 

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Gerardo Varela: Millennials: Nada nuevo bajo el sol

Gerardo Varela: Millennials: Nada nuevo bajo el sol
El mundo en que vivimos, las reglas que nos rigen y los principios que respetamos recogen miles de años de experiencia y sólo el desconocimiento de la historia nos puede llevar a repetir errores.
Gerardo Varela: Millennials: Nada nuevo bajo el sol
 
No son pocos los jóvenes que, con mucho orgullo y poca humildad, se sienten parte de una epopeya, de una épica refundacional y novedosa que el mundo no ha conocido y que son ellos -cuales redentores– los que nos van a explicar a los más viejos cómo se construye una sociedad más justa. Lamento desilusionar a los jóvenes que han creído esta narrativa, pero la historia muestra que esta película no es nueva, es mala y termina peor. El mundo en que vivimos, las reglas que nos rigen y los principios que respetamos recogen miles de años de experiencia y sólo el desconocimiento de la historia nos puede llevar a repetir errores.
No es nueva la pelea del Legislativo con el Ejecutivo. Ahí está Julio César apuñalado en el Senado y después Roma perdiendo su república y reemplazando a los cónsules elegidos por un emperador hereditario; Carlos I decapitado por el Parlamento inglés después de una guerra civil y siendo reemplazado por un dictador (lord protector); Luis XVI decapitado tras ser depuesto por los Estados Generales franceses para ver reemplazada -previo Terror- una monarquía por un emperador; o los Romanov, abdicando ante la presión de la Duma, terminando la santa madre Rusia cambiando una autocracia retrógrada por una dictadura comunista criminal -previo fusilamiento de la familia real, claro está-; o nuestra propia guerra civil de 1891, que termina con la trágica muerte de Balmaceda y años de desgobierno. La verdad es que, en esta pelea, la historia muestra que todos pierden, especialmente los ciudadanos de a pie.
No es nueva la destrucción de la libertad y la democracia por una ideología igualitaria. La sufrió Atenas a manos de Esparta (terminando con el siglo de Oro Griego). Y tampoco es nueva la frustración de los avances científicos y artísticos por la intolerancia y el desprecio a la razón. La experimentó la Italia renacentista a manos de la Inquisición, que impuso el dogma sobre la ciencia. El costo para el mundo católico fue enorme. La revolución industrial y el despegue económico de Occidente ocurrió en la Europa protestante del norte, y la Europa mediterránea -cuna de nuestra civilización- se quedó atrás por 500 años.
No es nuevo ponerse de acuerdo entre muchos para confiscarle a unos pocos. Los borbones con los jesuitas, Enrique VIII con la iglesia católica, los comunistas rusos con los kulaks, Chávez con la clase media y nosotros ahora con un impuesto al patrimonio. Ejemplos sobran y todos tienen en común hacer de esos países sociedades más pobres y menos felices. Por eso es que las democracias occidentales creamos constituciones y reconocemos derechos anteriores al Estado, para limitar el poder del gobierno, evitar el abuso de las mayorías en contra de las minorías e impedir que la coyuntura transitoria afecte los principios permanentes que organizan un estado.
No es nueva la captura de riqueza por el Estado para distribuirla al capricho de los políticos. Es la historia de Chile después de la crisis del 29. Nos gastamos los ahorros de las pensiones (ahí está el Estadio Nacional para testimoniar), los créditos extranjeros que no pudimos pagar, expropiamos las minas de cobre y los campos, emitimos billetes (expoliando a todos con inflación), expropiamos con impuestos desproporcionados y terminamos requisando las industrias (1970-73) que era lo último que quedaba. Entonces, perdimos la democracia (1973); tuvimos que reconstruir nuestra economía y partir de cero. Nos demoramos 40 años y el ciclo de la vida y el sino de nuestra historia nos vuelve a acosar, como esas películas en que el malo nunca muere; cuando todos querían celebrar vuelve a estirar una mano con la cual nos atrapa.
No es nueva la idea política de crear una narrativa falsa que ayude a un objetivo político. La usaron los nazis después de la Primera Guerra Mundial. Para reconstruir el orgullo alemán, crearon la idea que el ejército no había sido derrotado por los aliados, sino que había sido traicionado por los políticos judíos y bolcheviques. Y que lo que debía hacer el pueblo alemán era tener otra guerra, pero ahora ganarla y para eso debían deshacerse de los traidores. De ahí a terminar con la democracia y robarle todo a los judíos para después matarlos hubo un solo paso. Lo mismo hizo la Cuba de Fidel, inventando la idea del retraso de Cuba y de la supuesta explosión de alfabetización de su país. El año 1960 Cuba era el tercer país mas avanzado de América Latina, con uno de los mejores índices de alfabetización y tenía el mismo ingreso per cápita que España. Hoy, junto con Venezuela, están más cerca de la Edad de Piedra que del siglo XXI. Han sufrido un retroceso enorme comparado con el resto. En lo único que Cuba realmente destaca es en sus servicios de seguridad y el control político de su población. En todo el resto no existe.
No es nuevo el ser generoso con la plata ajena o ser solidario con los bienes de los demás. Ya el famoso socialista George Bernard Shaw decía que cualquier propuesta que consista en quitarle a Pedro para regalarle a Juan contará con el entusiasta apoyo de Juan. Confiscarle plata que ya pagó impuestos a los “ricos” para “redistribuirla” a los camaradas, o transformar nuestros ahorros previsionales en fondos “solidarios” responden a este fenómeno.
No es nuevo usar la violencia con propósitos políticos, y más vieja aún es la existencia de oportunistas que la justifican en una supuesta injusticia terrenal, como si fuera algo nuevo y neoliberal que el mundo sea un lugar duro y difícil en el cual hay que esforzarse por progresar. ¿Y qué le dicen esos apologistas de la violencia a los miles de chilenos que pagan su pasaje de metro en vez de quemarlo, que salen a trabajar en vez de ir traficar, o a estudiar en lugar de marchar? La violencia que sufrimos no es nueva ni es original; la película del Guasón no es chilena y él no se rebela contra las AFP. Ahí está Hobbes para filosofar y ahí están las miles de víctimas de la violencia en la historia para enseñarnos que sin estado de derecho y orden público no hay libertad, igualdad ni progreso posible.
No es nuevo un mundo ecológico sin propiedad privada, en que la gente trabaja por casa y comida y no alienada por dinero, donde no haya consumismo ni comercio. Ahí están los casi 1000 años de Edad Media en Europa (desde el siglo V d.c. hasta el XV d.c), de comunismo económico, vida en comunidades pequeñas, ecología profunda, pobreza y superstición.
No son nuevas las asambleas constituyentes. Lo que sí es relativamente nueva es la idea de hacerlas en regímenes democráticos como Venezuela y con los resultados desastrosos que hemos conocido. Ojalá que la nuestra sea como la de EE.UU., que se rebeló contra la monarquía para construir una sociedad democrática, de derechos personales y de seguridad jurídica que permitió el desarrollo del país más próspero que conozca la historia de la humanidad.
No es nuevo el debate socialismo vs liberalismo y siempre ha sido más atractivo el relato socialista y más efectiva la praxis liberal. Basta comparar la Alemania liberal vs la Inglaterra socialista después de la Segunda Guerra Mundial. Mientras Alemania, derrotada, dividida y destruida por la guerra apostaba por una economía de mercado, Inglaterra, vencedora elegía a un socialista como Primer Ministro (Atlee) y apostaba por estatizar la energía, el transporte, las comunicaciones y un largo etcétera. Resultado: en sólo 25 años Alemania había superado a Inglaterra. Esta última el año 1979 ya era una economía más chica que Italia (también derrotada en la guerra). Tuvo que venir Margaret Thatcher y sus políticas liberales para que el Reino Unido recuperara su desarrollo económico. Lo mismo ocurrió entre China comunista y Japón liberal, post Segunda Guerra. Mientras China apostaba por el comunismo y se sumía en la violencia, la hambruna y el subdesarrollo, Japón apostaba por una democracia liberal y en 35 años pasaba a ser la segunda potencia económica del mundo, superando a China con una población 10 veces mayor. Eso llevó a Deng Xiaoping a abandonar la economía comunista en 1979, visitar EE.UU. y abrazar el capitalismo, transformándola hoy en la potencia del siglo XXI.
No es nuevo inventar mentiras a base de apariencias y medias verdades para esconder realidades políticamente inconvenientes y con las que se justifican injusticias y expropiaciones. Lo vimos en la reforma agraria sesentera: «campos sub explotados por agricultores flojos», cuando en realidad la economía cerrada y el tipo de cambio impedían desarrollar una agricultura de exportación y obligaba a abastecer al reducido mercado local. También en la educación subvencionada: «empresarios mercantilizando la educación y lucrando con platas públicas», despreciando la evidencia que demostraba que ofrecían calidad equivalente al resto; las preferencias de lo padres y la obviedad que el estado contrata todo del tiempo con empresas con fines de lucro. Y ahora estamos viendo el asalto contra las AFP, como si ellas fueran responsables de que la gente no ahorre, trabaje en negro y viva más años. El argumento falaz es que usan la plata para financiar a las grandes empresas, lo cual es una crítica igual de absurda que hacerlo contra una persona por depositar sus ahorros en un banco solvente en vez de prestárselos a un amigo cesante. Y ahora me temo que la próxima serán las aguas.
En las aguas estamos viendo los devaneos para estatizarlas, como si las personas nos fuéramos a quedar sin agua potable por un grupo de acaparadores inescrupulosos que nadie conoce, pero se supone que existen. El consumo de agua para las personas es preferente y el resto de los usos subordinados a él. El agua es de todos los chilenos, pero no es gratis limpiarla, transportarla y distribuirla y todos los chilenos debemos pagar por ella, en función de consumo de cada cual. La distribución del agua es privada y para ello se constituyen derechos de aprovechamiento; así los privados invierten en canales (150 mil kilómetros en Chile), cañerías y tranques para poder usarla. Por eso los canales que permiten llevarla desde un río a un campo para regar sembradíos son privados. Lo mismo que las plantas para clorarla y hacerla potable, o las tuberías para que llegue a su casa para ducharse o las plantas de tratamiento que permiten limpiarla para reutilizarla; todo eso se hace en infraestructura privada. Y por eso debemos impedir que la legislación de aguas destruya un régimen de cooperación público privado que ha sido beneficioso para todos. El agua es la savia que alimenta nuestra economía; la necesita la minería y la agricultura y controlarla sólo le dará poder a unos pocos para que los muchos deban rendirse ante funcionarios o políticos responsables ante nadie.
Algún sabio explicaba que hay tres formas de gastar plata. La primera consiste en gasta plata propia para resolver un problema propio; en tal caso usted se concentra en lograr la mejor relación precio calidad. La segunda clase consiste en gastar plata ajena para solucionar un problema propio, como cuando se usa la plata de la empresa para invitar un cliente a almorzar; lo único que le interesa es la calidad, el precio le da lo mismo, porque otro paga. La tercera y última es la que trata de solucionar un problema ajeno con plata también ajena; en tal caso, lo que a usted le interesa no es ni el precio ni la calidad, sino quedar bien, que lo aplaudan y le agradezcan. El populismo consiste en eso y los políticos lo saben; por eso los malos políticos viven tratando de sacarle poca plata a mucha gente para darle mucha plata a poca gente que los va a apoyar incondicionalmente. Eso se llama clientelismo, lo inventaron los romanos y no nosotros, y en eso consiste la mala política que se evita o al menos limita con una Constitución como la que tenemos, y que por supuesto los malos políticos quieren cambiar.
En nuestro país estamos viendo varios de estos elementos. Una narrativa falsa sobre un país injusto, donde nadie progresa, y donde la superación de la pobreza da lo mismo si existe desigualdad; la destrucción de las instituciones que hacen posible el desarrollo como nuestro sistema de pensiones; el expolio legal a unos pocos para beneficios de los muchos. Esto sólo puede terminar mal, con el estancamiento de la economía, la destrucción de nuestra convivencia social y la pérdida de la democracia.
Lo único novedoso que tuvo Chile se produjo estos último 40 años. Un país que progresaba económicamente, educaba más y mejor a su gente, disminuía la pobreza, mejoraban los indicadores sociales y todo eso ocurría en paz y con una democracia que funcionaba. No era perfecto por supuesto, y mejorarlo era tarea de todos, pero no de la manera que hoy lo están haciendo en el Congreso y que pretenden políticos populistas.
Estamos a tiempo de recapacitar y reversar este círculo vicioso. Rechacemos una nueva constitución (quien tenga propuestas de modificación, que las presente en el Congreso), participemos en la actividad pública dando tiempo o aportando recursos a nuestros partidos políticos, apoyemos a nuestros representantes en el Congreso que tienen coherencia con sus principios; eduquemos a nuestros jóvenes sobre los valores de la democracia, del esfuerzo personal y del emprendimiento privado; rechacemos la violencia; apoyemos a las fuerzas de orden y finalmente votemos por personas que abracen y entiendan lo que significa y requiere una sociedad libre. Sólo así podremos recuperar la senda del progreso y preservar nuestra democracia.

Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel

Las opiniones en esta sección son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional

Columna de Opinión

Carta al Director: Identidad chilena

Carta al Director: Identidad chilena
Nuestra identidad nacional está influenciada por la cultura y lenguaje araucanos, así como lo está por la de los españoles que en el siglo XVI nos trajeron su civilización y por las de los inmigrantes llegados posteriormente de otras latitudes.
Identidad chilena
Señor Director:
Nuestra identidad nacional está influenciada por la cultura y lenguaje araucanos, así como lo está por la de los españoles que en el siglo XVI nos trajeron su civilización y por las de los inmigrantes llegados posteriormente de otras latitudes.
En nuestra patria se ha dado un entrecruzamiento de hombres y de pueblos que han convergido, convivido y compartido una suerte común, lo que ha producido un alto grado de mestizaje y de homogeneidad cultural. La nación chilena la hemos construido entre todos. Somos todos chilenos. No hay razones que justifiquen una discriminación entre chilenos por el origen de sus ancestros: indígenas, europeos, árabes, asiáticos u otros.
Al respecto cabría señalar que el Director Supremo Bernardo O’Higgins, en un decreto firmado el 3 de junio de 1818 bajo el título “Denominación de chilenos”, concluía con la siguiente frase: “entendiéndose que respecto de los indios, no debe hacerse diferencia alguna, sino denominarlos chilenos”.
Atentamente le saluda.
                                                   
Adolfo Paúl Latorre

     Abogado

 

Un aporte del Director de la Revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel

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Columna de Opinión

Carta al Director: Guerra civil

Carta al Director: Guerra civil
Vistos de manera objetiva los actos terroristas y de violencia vandálica que acompañan a la insurrección revolucionaria en curso y el recrudecimiento de las acciones terroristas ejecutadas por fuerzas paramilitares en las regiones de La Araucanía y del Biobío, es posible afirmar que Chile está inmerso en un ambiente o en un escenario de guerra civil y que está ad portas de un conflicto o enfrentamiento armado entre miembros o bandos de un mismo país.
Guerra civil
Señor Director:
Vistos de manera objetiva los actos terroristas y de violencia vandálica que acompañan a la insurrección revolucionaria en curso y el recrudecimiento de las acciones terroristas ejecutadas por fuerzas paramilitares en las regiones de La Araucanía y del Biobío, es posible afirmar que Chile está inmerso en un ambiente o en un escenario de guerra civil y que está ad portas de un conflicto o enfrentamiento armado entre miembros o bandos de un mismo país.
Aún estamos a tiempo para conjurar esta trágica amenaza. Para ello es condición sine qua non que el Gobierno resguarde el Estado de Derecho y el orden público, para lo cual cuenta con el monopolio de la violencia física legítima —representada por la espada en la tradicional imagen de la justicia—; violencia que, por deber de autoridad, está obligado a aplicar para contener la violencia ilegítima y lograr mediante ella la restitución del orden social exigido por el bien común.
El Estado tiene la obligación de defenderse con todos los medios de los que dispone, aunque para ello sea preciso adoptar medidas de fuerza extremas.
Salus populi suprema lex est —la salvación del pueblo es ley suprema— era el primer principio del Derecho Público Romano. “El que tolera el desorden para evitar la guerra, tendrá primero el desorden y después la guerra” (Maquiavelo).
La historia solo condena a los pueblos que renuncian a defenderse.
Atentamente le saluda.
Adolfo Paúl Latorre
Abogado

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Carta al Director: Guerra civil

Carta al Director: Guerra civil
Vistos de manera objetiva los actos terroristas y de violencia vandálica que acompañan a la insurrección revolucionaria en curso y el recrudecimiento de las acciones terroristas ejecutadas por fuerzas paramilitares en las regiones de La Araucanía y del Biobío, es posible afirmar que Chile está inmerso en un ambiente o en un escenario de guerra civil y que está ad portas de un conflicto o enfrentamiento armado entre miembros o bandos de un mismo país.
Guerra civil
Señor Director:
Vistos de manera objetiva los actos terroristas y de violencia vandálica que acompañan a la insurrección revolucionaria en curso y el recrudecimiento de las acciones terroristas ejecutadas por fuerzas paramilitares en las regiones de La Araucanía y del Biobío, es posible afirmar que Chile está inmerso en un ambiente o en un escenario de guerra civil y que está ad portas de un conflicto o enfrentamiento armado entre miembros o bandos de un mismo país.
Aún estamos a tiempo para conjurar esta trágica amenaza. Para ello es condición sine qua non que el Gobierno resguarde el Estado de Derecho y el orden público, para lo cual cuenta con el monopolio de la violencia física legítima —representada por la espada en la tradicional imagen de la justicia—; violencia que, por deber de autoridad, está obligado a aplicar para contener la violencia ilegítima y lograr mediante ella la restitución del orden social exigido por el bien común.
El Estado tiene la obligación de defenderse con todos los medios de los que dispone, aunque para ello sea preciso adoptar medidas de fuerza extremas.
Salus populi suprema lex est —la salvación del pueblo es ley suprema— era el primer principio del Derecho Público Romano. “El que tolera el desorden para evitar la guerra, tendrá primero el desorden y después la guerra” (Maquiavelo).
La historia solo condena a los pueblos que renuncian a defenderse.
Atentamente le saluda.
Adolfo Paúl Latorre

      Abogado

 

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