LAS SOTANAS EN MAIPU
Mario Barrientos Ossa, Vicepresidente del Instituto O’Higginiano de Rancagua
Perla O’Higginiana
Don Benjamín Vicuña Mackenna nos solazó con su obra “La batalla de Maipo”, en su edición extraordinaria publicada con motivo del centenario de tan glorioso y fundamental hecho de armas, que aseguró la independencia de la república.
Fiel a su estilo, recorrió el campo de batalla, cien años después del combate, y nos hace de ello un relato vivificante, gratísimo de leer.
Desfilan ante nuestros ojos arrobados las escenas que van desde el aciago 19 de marzo de 1818, en que tuvo lugar la derrota de Cancha Rayada, que entenebreció el porvenir de la patria, pues un ejército patriota de casi diez mil hombres fue dispersado por las tropas del rey en un afortunado golpe de mano, hasta el momento de gloria de ese inolvidable 5 de abril de 1818, en que las tropas realistas caen vencidas y Osorio huye, con su vistoso poncho, por el camino que lo conducía a Valparaíso, al deshonor.
La Heras, que logró rescatar de Cancha Rayada tres mil hombres, y la fuerza del coraje de nuestros líderes y soldados, hicieron posible el milagro de conseguir restaurar nuestro ejército en tan pocos días y hacerlo con la victoria decisiva. Vicuña Mackenna elogia a Las Heras como “el auténtico salvador de Chile”.
Sin desmerecer la participación estelar de San Martín en la batalla de Maipo, su liderazgo en el campo de batalla (era famosa su arenga: “Muchachos! No hay que temerles a las balas. Sable en mano y a la carga”), nuestro egregio historiador recuerda a O’Higgins y su fiero valor, que lo conduce igualmente a presentarse a la batalla, a pesar de la bala que alcanzó su brazo derecho en el desastre de Cancha Rayada, que estuvo a punto de costarle la vida.
Macilento, brazo en cabestrillo, encabezando las cien águilas, se presenta al campo del honor, llevado por su voluntad de hierro. ¡Loor a tan brillantes generales, a los cuales Chile debe su carácter de nación independiente!
Pero, hay facetas especiales en esta gesta, que nos interesa sobremanera destacar y recordar, porque surgen como chispazos, aunque queden oscurecidas por la magnitud del combate central y la irradiación deslumbrante de los generales.
Nuestro historiador destaca un episodio, que estimamos indispensable compartir con Uds., y que dice así:
“Fue el de un clérigo, capellán de ejército, licenciado de la patria vieja, que al estampido del primer cañonazo, montado en mal caballo y arremangadas las sotanas, presentóse voluntario al fuego, y en lo más recio del conflicto, muerta la flaca bestia en que cabalgaba, cargó en hombros su montura y discurría por el campo (de batalla) en demanda de nuevo y mejor bridón que le llevase a la pelea”.
Nos ilustra Vicuña Mackenna que se trataba del capellán de Ejército, don Juan Manuel Benavides, natural de Quillota, quien en una etapa posterior de su agitada existencia fue diputado liberal y terminó sus días como cura en Puchuncaví. ¡Qué vida con tan notable y variada trayectoria!
Otros sacerdotes participaron en la gran gesta de Maipo.
El mismo Vicuña Mackenna recuerda al fraile dominico, fray José Félix Aldao, mendocino, quien se integró en su ciudad natal al Ejército de los Andes, e hizo prodigios de valor y barbarie, como agregado al Regimiento de Granaderos.
Posteriormente, se incorporó a la vida política argentina y fue Gobernador de Mendoza. Una calle de la comuna de Maipú lo recuerda.
A su vez, recordamos al capellán de Granaderos a Caballo, el canónigo Navarro, fogoso pipiolo, que también luchó denodadamente bajo la bandera de la patria.
Además, nuestro historiador menciona a quien, posteriormente, fuera deán de la Catedral de Santiago, don Manuel Valdés, quien luchó en Maipo como teniente de artillería, a las órdenes de don Manuel Blanco Encalada.
Es interesante recalcar que estos sacerdotes eran ardorosos pipiolos, la antítesis de la doctrina conservadora de la Iglesia Católica de esa época, que oficialmente se alineaba con el rey. Tal vez, eso explica sus ardores guerreros.
Como puede apreciarse, el pueblo entero se volcó a luchar en Maipo, y el vestir una sotana no impidió a estos bravos hijos de Chile y Argentina tomar las armas y combatir con valor y coraje por la libertad e independencia de nuestra patria, de una manera que hoy todavía nos hace vibrar el corazón.
Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel