COMBATE DE LA CONCEPCIÓN (9-10 DE JULIO DE 1882)
TCL Antonio A. Varas Clavel, director secretario
08 de julio de 2024
El desarrollo y los pormenores de esta gloriosa acción, son ampliamente conocidos, siendo recordados y rememorados año tras año no solo en los cuarteles, y es así que todos conocen los detalles del enfrentamiento glorioso. |
Es por esa razón que solo intentaré referirme a algunos aspectos puntuales que conforman hechos relacionados con el combate y posteriores.
El día 10 de julio de 1882, cerca de las 5 de la tarde, la división del coronel Estanislao del Canto entró al poblado de Concepción, ciudad ubicada a 187 kilómetros de Lima y en los Andes centrales, a sangre y fuego. En algunos lugares del poblado aún quedaban indios de los montoneros del coronel Gastó, todos ebrios y que con grandes chivateos celebraban su victoria. Ello, sin embargo, aún no daba luces a las fuerzas chilenas de la división del coronel del Canto de lo sucedido.
Citando el testimonio de Víctor Valdivieso, quien era teniente de la Quinta Compañía del Batallón Tacna 2º de Línea, este oficial relata la extrañeza que le causó el hecho de que nadie viniera a recibir a la división que venía llegando al pueblo, para luego expresar su desconcierto cuando penetró en la plaza de dicho poblado:
“La Quinta Compañía del 2º de Línea entró a Concepción, como ya he dicho, en la tarde del día diez y nos extrañó a los que éramos amigos del mocho Carrera Pinto, como lo llamábamos, no nos viniese a recibir conjuntamente con los demás oficiales […] |
Los que creíamos a la compañía que estaba destacada en la Concepción en muy buena situación con respecto a víveres, nos extrañó no viniesen los oficiales a recibirnos para ofrecernos algún alimento, puesto que hacía más de veinticuatro horas no lo tomábamos.
Tan luego como dejé alojada mi compañía me dirigí al cuartel situado en la plaza para saludar a los oficiales, pero ¡cual no sería mi sorpresa al encontrar solo los cadáveres de los valientes que allí habían sucumbido!
El dolor, la rabia, el despecho por no poder vengar a los que habían sido cobardemente asesinados por un número crecidísimamente mayor de enemigos, se apoderó de mí. Desde ese momento me concreté a hacer comentarios con los demás oficiales sobre esta hecatombe”.
Por su parte, el comandante Marcial Pinto Agüero, comandante del Chacabuco, con evidentes muestras de congoja, le ordenó a su ayudante, el capitán Arturo Salcedo que recogiese y juntase todos los cadáveres de los mártires de la 4ª. Compañía y les diera cristiana sepultura.
La tarea de sepultar a los muertos en el interior del cuartel, fue larga y difícil y solo se terminó a horas avanzadas de la noche.
El coronel del Canto luego ordenó que lo que quedaba del que había sido su cuartel y de la iglesia fueran quemados para impedir que los cuerpos de los muertos fueran mancillados posteriormente por los montoneros peruanos.
Igualmente, ordenó a los cirujanos de la división el extraer los corazones de los oficiales y conservarlos a fin de ser llevados a Lima.
El dolor, la rabia, el despecho por no poder vengar a los que habían sido cobardemente asesinados por un número crecidísimamente mayor de enemigos, se apoderó de todos los recién llegados, según atestiguan numeroso integrantes de la columna chilena.
El parte elevado por el comandante del Batallón Chacabuco 6º de Línea, Marcial Pinto Agüero al coronel Estanislao del Canto, respecto de los sucesos de Concepción, expresa la admiración por el comportamiento que tuvieron los militares chilenos que perecieron en ese poblado, el cual en adelante sería un modelo para seguir por todos sus compañeros de armas:
“Excusado me parece, señor coronel, recomendar a la consideración de V. S. la conducta brillante y más que distinguida observada en el hecho de armas de la Concepción el 9 y 10 del presente, por los señores oficiales y tropa que formaban parte de esa guarnición; hechos de armas de esa naturaleza, llevan consigo su recomendación. |
La memoria del capitán Ignacio Carrera Pinto, subtenientes don Julio Montt, don Arturo Pérez Canto y don Luis Cruz M., sacrificados con sus 73 soldados en el puesto del deber, es algo que el que suscribe, como el personal del cuerpo de mi mando, recordaremos siempre con respeto y nos esforzaremos en imitar, en algo siquiera, el camino que con su abnegación y sus vidas nos ha trazado ese puñado de valientes”.
Luego, en el parte oficial que el coronel Estanislao del Canto elevó al Jefe del Estado Mayor General, en el cual informaba acerca de lo sucedido en Concepción, se puede apreciar que, junto con el desconcierto producido por el horrible cuadro que observaron los chilenos en esa población, ya se vislumbraba el hecho de que la acción de guerra que allí había tenido lugar estaba llamada a ser uno de los grandes hitos de la historia militar chilena.
El coronel escribió:
“Mi escasa inteligencia, señor General, divaga para comprender si es mayor el profundo y justo sentimiento que debemos experimentar por la pérdida de tantos buenos, o bien, si lo es la gloria alcanzada por esos héroes a costa del sacrificio de sus vidas. […] |
El mutismo de soldado invade mis facultades y me priva del derecho de poderme explayar más sobre tan grandioso hecho, que habla muy alto en pro de la patria chilena y de los defensores de su honor.”
Repasemos brevemente la historia de los oficiales muertos en el combate y quienes no trepidaron de ofrendar sus vidas por la Patria.
Ignacio Carrera Pinto: Militar nacido en Santiago el 5 de febrero de 1848. Hijo de José Miguel Carrera Fontecilla y Emilia Pinto Benavente, nieto directo del prócer de la independencia, José Miguel Carrera Verdugo. Además, por parte de su madre era sobrino del Presidente Aníbal Pinto Garmendia, quién había terminado su período en el año 1881.
Cuando se inició la guerra del Pacífico, tras la toma de Antofagasta en febrero de 1879, acaso tirado por la sangre heroica que corría por sus venas, Carrera Pinto decidió enrolarse en el ejército para pelear en el conflicto contra Perú y Bolivia.
Se inició en el batallón Esmeralda y fue destinado al Regimiento Chacabuco en donde al mando de una de sus compañías, murió heroicamente el 10 de julio de 1882.
A la fecha, tenía 34 años. Recién había sido ascendido a capitán, pero nunca se enteró. Los documentos con su nombramiento no llegaron a la fecha.
Julio Montt Salamanca: Nació en Valparaíso el 29 de septiembre de 1861 y a la fecha era Subteniente de la 4.ª compañía del Regimiento “Chacabuco”.
Fue hijo de Manuel Montt Goyenechea, cuñado y primo del expresidente de Chile Manuel Montt y de Leonarda Salamanca Menares, naciendo junto a su hermano gemelo César.
Cuando su hermano se enlistó en el regimiento Yungay, Julio le siguió los pasos y se enroló en el regimiento Curicó. Hizo carrera en las batallas de San Juan y Miraflores, ascendiendo al grado de subteniente.
Fue trasladado durante la Campaña de la Sierra a la 4.ª compañía del batallón Chacabuco, y allí se encontraba cuando ocurrió el combate de La Concepción.
Arturo Pérez Canto: Subteniente de la 4ª. Compañía del batallón Chacabuco, nacido en Santiago el 26 de noviembre de 1864.
Fue hijo de Rudecindo Pérez Reyes y de Delfina del Canto Avilés, y tuvo once hermanos, entre los que también destacaron Clodomiro Pérez Canto, médico cirujano en la Guerra del Pacífico y el abogado, diplomático y periodista Julio Pérez Canto.
Cursaba humanidades en el liceo de Hombres de Valparaíso, ahora liceo Eduardo de la Barra, cuando estalló la guerra. Escapado del liceo, se dirigió a Arica, donde se enroló en el ejército.
Participó como ayudante del comandante del regimiento Chacabuco durante la batalla de San Juan, y cuando su superior falleció, se convirtió en ayudante del sargento mayor Julio Quintavalla.
Luis Cruz Martínez: Nació el 5 de agosto de 1866 en Molina, según algunos y en Curicó, según otros.
El acta de su bautismo indica que fue hijo natural de Marta Martínez, el que haría referencia a Martina Martínez Urzúa —casada con el español Gabriel Franco—, a quien consideraba su madre, y padre no identificado. Su bautizo se realizó en la Iglesia Parroquial de Molina el 7 de agosto de 1866 por el párroco Celedonio Gálvez, siendo sus padrinos José Tomás Anrique y Cruz Jerez.
Al estallar la guerra, estudiaba el cuarto año de humanidades en el liceo de Hombres de la ciudad de Curicó, siendo el alumno más aventajado con que contaba ese establecimiento. Vasta memoria, inteligencia despejada, aunque demasiado tierna, y conducta ejemplar, eran las prendas que auguraban al estudiante un porvenir seguro y un sólido estar a su familia.
Se enroló en el regimiento Curicó, ascendiendo en 1880 a sargento 2.º, grado con el que participó en las batallas de San Juan y Chorrillos y de Miraflores.
Al comenzar la guerra, Cruz era tan joven que apenas podía alzar su rifle a la altura del hombro, y era de estatura tan pequeña y endeble que, cuando comenzó a militar como clase en el regimiento Curicó, le dieron sus camaradas humorísticamente el nombre de “el cabo Tachuela”.
En enero de 1882, ya siendo subteniente, fue destinado a la 4.ª compañía del Regimiento Chacabuco, muriendo en La Concepción el 10 de julio de 1882.
De acuerdo a la información entregada por un testigo del combate, este joven oficial al mando de los últimos 4 sobrevivientes cargó a la bayoneta contra sus enemigos, cayendo acribillados por las fuerzas peruanas.
Según el escritor Gonzalo Bulnes, este se refiere a este acto final de gran valor protagonizado por este grupo en su ataque a la bayoneta en los siguientes términos: “…pasó el imberbe mancebo y sus gloriosos cuatro compañeros por el medio de la turba embravecida, dando mandobles con la espada y los rifles y barajando las lanzadas de los enemigos hasta que el oficial cayó derrumbado de un balazo con dos de sus acompañantes, y los dos restantes, los últimos sobrevivientes de la hecatombe, coronaron el día con la resolución de indomable valor…”.
Amigos, existen ciertas efemérides en la historia militar de Chile que han llegado a ser, de una u otra forma, muy emblemáticas, no solo para el mundo castrense y quienes visten uniforme, sino que también para la sociedad chilena en su conjunto.
Las principales efemérides que se cuentan en este grupo, son el triunfo chileno en Yungay (20 de enero de1839), la gesta naval de Iquique (21 de mayo de 1879) y el combate de La Concepción (9 y 10 de julio de 1882.)
En el caso del combate de La Concepción, es interesante escudriñar en los testimonios contemporáneos a esa acción (y en aquellos posteriores que dejaron los que fueron los testigos de entonces) acerca del impacto inicial que causó entre los militares chilenos, el que se replicó posteriormente en toda la sociedad nacional.
Cuando se leen esas fuentes, se percibe claramente una mezcla de estupor, pero también de homenaje a los protagonistas de un martirio que, inmediatamente después de acontecido, ya se visualizaba que pasaría a ser uno de los episodios más recordados de nuestra la historia.
Hasta el día de hoy, esta ceremonia constituye una consigna en la que cada soldado acepta en este juramento un verdadero compromiso, el que constituye nada menos ni nada más, aquel que nos dice que “El Chileno no se rinde” y que así como lo indica la Ordenanza, el militar mantendrá su puesto hasta que sea relevado.
Esto es lo que nos enseñaron a los soldados actuales, los valientes del Chacabuco con su heroico ejemplo de disciplina, valor y lealtad. Enseñanza no solo para los que vestimos el uniforme del soldado, sino que a toda una nación que los recuerda y respeta devotamente.
Mañana, miles de jóvenes oficiales, clases y soldados, así como lo hicimos los aquí presentes, efectuarán su juramento a la bandera en frente de sus superiores, jefes y familiares, jurando que si la Patria algún día lo reclama, emularán a los héroes de la Concepción.