“La guerra de posiciones y el debilitamiento de las
Fuerzas Armadas en Chile”.
Por Pablo Javier Cánovas Silva
En política, las guerras no siempre se libran con armas. También se combaten con ideas, símbolos y relatos. Antonio Gramsci, el gran teórico del marxismo cultural, entendió que antes de conquistar el poder del Estado era necesario conquistar el poder moral e intelectual de la sociedad. A eso llamó “guerra de posiciones”: una disputa prolongada por la hegemonía cultural que prepara el terreno para la transformación política.
En Chile, esa guerra lleva décadas en curso. Y una de sus trincheras más significativas ha sido el prestigio y la legitimidad de las Fuerzas Armadas. Desde el retorno a la democracia, hemos visto cómo se ha desplegado una estrategia persistente para debilitar la autoridad simbólica, moral e institucional del mundo militar, principalmente desde la izquierda extrema.
Durante años se impulsó una erosión moral y narrativa. En la educación, los medios y la cultura popular se intentó instalar la idea de que las Fuerzas Armadas no eran herederas de una tradición republicana al servicio de Chile, sino de una “dictadura” que debía ser condenada eternamente. Esa mirada reduccionista transformó el esfuerzo por hacer justicia en un discurso de memoria punitiva, donde todo el mundo castrense quedó bajo sospecha —haya delinquido o no, haya hecho lo que haya hecho—.
Aunque esa erosión ha retrocedido en los últimos años —en parte por el contraste con la inseguridad y el desorden actual—, su huella cultural persiste: marcó a generaciones enteras y debilitó la autoestima institucional.
Luego vino la erosión institucional. Las reformas legales y presupuestarias fueron despojando a las Fuerzas Armadas de autonomía y capacidad operativa. La justicia militar se vació de contenido y muchos casos pasaron a la justicia civil, un mundo lleno de prejuicios y de franco desconocimiento del ámbito castrense. Los mandos viven bajo la amenaza de ser procesados por decisiones tomadas en contextos pasados o por responsabilidades colectivas imposibles de probar. Todo esto ha generado un efecto disciplinador: el temor a actuar y el retraimiento frente al poder político.
Y, paradójicamente, aunque las Fuerzas Armadas mantienen un alto prestigio ciudadano, se encuentran inhibidas de actuar con decisión. El miedo a juicios futuros, el control político de los presupuestos y los estados de excepción limitados o condicionados han convertido su accionar en una forma de autopreservación institucional más que en una defensa efectiva del orden y la soberanía.
A eso se suma una penetración ideológica silenciosa, a través de cambios curriculares, ascensos con criterios políticos y discursos de “modernización” que en realidad buscan desmilitarizar el ethos castrense. En nombre de la inclusión y la democracia, se ha intentado diluir los valores del deber, la jerarquía y la patria que daban identidad al uniforme.
El resultado es claro: unas Fuerzas Armadas semi-neutralizadas. No suprimidas, pero sí debilitadas moralmente y reducidas institucionalmente.
En el tablero de Gramsci, eso equivale a conquistar una fortificación desde dentro: lo que se busca ya no es derrotarla, sino volverla inocua frente al proceso de “transformación”.
Chile necesita comprender que esta erosión no es solo un problema militar. Es un problema cultural y político de fondo. Cuando un país permite que no se respete a quienes lo defienden, termina también debilitando la idea misma de soberanía.
Y sin soberanía —siguiendo a Gramsci— no hay política posible ni libertad que proteger.
Tarea primordial para los próximos gobiernos: recuperar las Fuerzas Armadas y su lugar como sostén orgulloso de la República.
Un aporte de nuestro presidente, CN (R) George Brown Mac Lean
Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional
Viña del Mar, 13 de octubre de 2025.
Debilitamiento de las FF. AA.
Señor Director:
Comentando lo dicho por Pablo Javier Cánovas Silva en su escrito titulado “La guerra de posiciones y el debilitamiento de las Fuerzas Armadas en Chile” podríamos decir que ciertas corrientes de pensamiento propugnan el desarme y conllevan una repulsa moral hacia las instituciones militares, porque ellas se entrenan para matar y porque las armas —aparte de sembrar la muerte— consumen recursos que podrían ser mejor utilizados en el desarrollo social.
Con frecuencia, a quienes hemos hecho exposiciones relacionadas con la Defensa Nacional ante auditorios conformados por civiles, se nos formula la siguiente pregunta: ¿Por qué las cuantiosas sumas que se emplean en los gastos de defensa no se utilizan para tener mejores hospitales, más escuelas y más viviendas? La respuesta que hemos dado a esta inquietud es que el Estado debe contribuir a cubrir las necesidades sanitarias y culturales, así como a facilitar el acceso de los ciudadanos a una vivienda digna, especialmente a aquellos sectores más modestos de la población.
Ello es obligación primordial de todos los gobiernos, pero en igual medida lo son la defensa, la policía y la justicia; es decir, atender a la seguridad de los gobernados. No son obligaciones excluyentes, sino complementarias. Lo que sí debe hacerse es mantener los gastos de la Defensa Nacional dentro de unos límites prudentes.
En otras oportunidades nos hemos encontrado con personas que afirman que en las Fuerzas Armadas se enseña a matar. A ellas les hemos respondido que en las Fuerzas Armadas se enseña a defender a la patria, de la que todos formamos parte, lo que es diferente.
La finalidad de los institutos armados no es hacer la guerra, como afirman esas mismas personas. La finalidad de los ejércitos es preparar a los hombres que los constituyen para defender con las armas, si llegara el caso, la independencia de la patria, su integridad territorial, la seguridad nacional y el orden institucional. En las Fuerzas Armadas no se enseña a matar, por más que su razón de ser sea formar hombres aptos para el combate. La existencia de ellas significa que la nación tiene voluntad de conservar una identidad forjada en siglos de existencia. Los cuerpos armados constituyen el medio coactivo del Estado al servicio de la comunidad nacional frente a la amenaza exterior, y, en su caso, frente a la subversión interior.
Además su espíritu, su organización, sus complejos medios y la preparación de sus componentes, le permiten cooperar eficazmente con otros organismos en casos de emergencia o de catástrofe, o cuando circunstancias extraordinarias lo requieran.
Las Fuerzas Armadas, por otra parte, contribuyen eficazmente al desarrollo nacional —con actividades concretas y específicas que los cuerpos armados ejecutan en ámbitos tales como los científicos, técnicos, industriales, culturales y de apoyo a la comunidad; pero su mayor contribución al desarrollo es la de permitir un clima de orden, paz y seguridad, en que las diversas actividades nacionales puedan ser realizadas con normalidad y tranquilidad.
Los militares conocemos la Ecuación de la Seguridad, cuya formulación es la siguiente: DESARROLLO + DEFENSA = SEGURIDAD; con lo que se quiere señalar que, para una adecuada seguridad, debe haber un equilibrio entre ambos factores; si se privilegia uno de ellos en desmedro del otro, la seguridad se verá afectada.
Es posible que sea efectivo lo que tan gráficamente señalan algunos autores, en el sentido de que el gasto en dos fragatas podría haberse usado “para solucionar el déficit de alcantarillado de todo el país” y que el gasto en cuatro misiles Exocet pudo haber sido destinado a “construir cuatro liceos completos”; pero lo que sí es efectivo, con certeza absoluta, es que ni las fragatas ni los Exocet habrían estado disponibles para disuadir a Argentina de una agresión armada en 1978.
Finalmente, y a modo de reflexión final, podríamos decir:
Muchas personas manifiestan un sentimiento o una actitud de rechazo a todo lo que tenga relación con lo militar; que niegan la necesidad de las FF.AA.; que estiman que la guerra es producto de la existencia de ellas; y que piensan que si desaparecieran los ejércitos se acabarían las guerras. Las causas de esta aversión son muy variadas: para unos, por su amor a la paz y el horror ante la guerra; para otros, porque las FF.AA. les impiden llevar adelante sus proyectos políticos desquiciadores y antinacionales. A fin de evitar ese impedimento piensan que es preciso lograr una completa neutralización de las FF.AA. y “someterlas al “poder civil”, de modo que ellas no tengan participación política alguna y cuyo único oficio consista en el manejo técnicamente eficiente de las armas que el Estado pone en sus manos; de transformarlas de fuerzas al servicio de la nación, en fuerzas al servicio del gobierno de turno.
Si las FF.AA. pierden su relativa autonomía y, sin opinión propia, se convierten en instrumentos ciegos de quienes transitoriamente ejercen el poder; si ante situaciones que afecten intereses vitales de la nación se mantienen como meras espectadoras; si pierden su vocación, los valores morales que las sustentan y su mística de servicio a la patria, las Fuerzas Armadas dejarían de ser lo que son, dejarían de ser lo que tienen que ser. La desnaturalización de las Fuerzas Armadas dejaría a la nación indefensa ante posibles agresiones externas o graves situaciones de subversión interna que pongan en riesgo la estabilidad política de la República e, incluso, la supervivencia del Estado.
Adolfo Paúl Latorre
Capitán de navío, Armada de Chile
Magíster en ciencia política
Magíster en ciencias navales y marítimas
Profesor de Academia
Abogado
Viña del Mar, 13 de octubre de 2025.
Debilitamiento de las FF. AA.
Señor Director:
Comentando lo dicho por Pablo Javier Cánovas Silva en su escrito titulado “La guerra de posiciones y el debilitamiento de las Fuerzas Armadas en Chile” podríamos decir que ciertas corrientes de pensamiento propugnan el desarme y conllevan una repulsa moral hacia las instituciones militares, porque ellas se entrenan para matar y porque las armas —aparte de sembrar la muerte— consumen recursos que podrían ser mejor utilizados en el desarrollo social.
Con frecuencia, a quienes hemos hecho exposiciones relacionadas con la Defensa Nacional ante auditorios conformados por civiles, se nos formula la siguiente pregunta: ¿Por qué las cuantiosas sumas que se emplean en los gastos de defensa no se utilizan para tener mejores hospitales, más escuelas y más viviendas? La respuesta que hemos dado a esta inquietud es que el Estado debe contribuir a cubrir las necesidades sanitarias y culturales, así como a facilitar el acceso de los ciudadanos a una vivienda digna, especialmente a aquellos sectores más modestos de la población.
Ello es obligación primordial de todos los gobiernos, pero en igual medida lo son la defensa, la policía y la justicia; es decir, atender a la seguridad de los gobernados. No son obligaciones excluyentes, sino complementarias. Lo que sí debe hacerse es mantener los gastos de la Defensa Nacional dentro de unos límites prudentes.
En otras oportunidades nos hemos encontrado con personas que afirman que en las Fuerzas Armadas se enseña a matar. A ellas les hemos respondido que en las Fuerzas Armadas se enseña a defender a la patria, de la que todos formamos parte, lo que es diferente.
La finalidad de los institutos armados no es hacer la guerra, como afirman esas mismas personas. La finalidad de los ejércitos es preparar a los hombres que los constituyen para defender con las armas, si llegara el caso, la independencia de la patria, su integridad territorial, la seguridad nacional y el orden institucional. En las Fuerzas Armadas no se enseña a matar, por más que su razón de ser sea formar hombres aptos para el combate. La existencia de ellas significa que la nación tiene voluntad de conservar una identidad forjada en siglos de existencia. Los cuerpos armados constituyen el medio coactivo del Estado al servicio de la comunidad nacional frente a la amenaza exterior, y, en su caso, frente a la subversión interior.
Además su espíritu, su organización, sus complejos medios y la preparación de sus componentes, le permiten cooperar eficazmente con otros organismos en casos de emergencia o de catástrofe, o cuando circunstancias extraordinarias lo requieran.
Las Fuerzas Armadas, por otra parte, contribuyen eficazmente al desarrollo nacional —con actividades concretas y específicas que los cuerpos armados ejecutan en ámbitos tales como los científicos, técnicos, industriales, culturales y de apoyo a la comunidad; pero su mayor contribución al desarrollo es la de permitir un clima de orden, paz y seguridad, en que las diversas actividades nacionales puedan ser realizadas con normalidad y tranquilidad.
Los militares conocemos la Ecuación de la Seguridad, cuya formulación es la siguiente: DESARROLLO + DEFENSA = SEGURIDAD; con lo que se quiere señalar que, para una adecuada seguridad, debe haber un equilibrio entre ambos factores; si se privilegia uno de ellos en desmedro del otro, la seguridad se verá afectada.
Es posible que sea efectivo lo que tan gráficamente señalan algunos autores, en el sentido de que el gasto en dos fragatas podría haberse usado “para solucionar el déficit de alcantarillado de todo el país” y que el gasto en cuatro misiles Exocet pudo haber sido destinado a “construir cuatro liceos completos”; pero lo que sí es efectivo, con certeza absoluta, es que ni las fragatas ni los Exocet habrían estado disponibles para disuadir a Argentina de una agresión armada en 1978.
Finalmente, y a modo de reflexión final, podríamos decir:
Muchas personas manifiestan un sentimiento o una actitud de rechazo a todo lo que tenga relación con lo militar; que niegan la necesidad de las FF.AA.; que estiman que la guerra es producto de la existencia de ellas; y que piensan que si desaparecieran los ejércitos se acabarían las guerras. Las causas de esta aversión son muy variadas: para unos, por su amor a la paz y el horror ante la guerra; para otros, porque las FF.AA. les impiden llevar adelante sus proyectos políticos desquiciadores y antinacionales. A fin de evitar ese impedimento piensan que es preciso lograr una completa neutralización de las FF.AA. y “someterlas al “poder civil”, de modo que ellas no tengan participación política alguna y cuyo único oficio consista en el manejo técnicamente eficiente de las armas que el Estado pone en sus manos; de transformarlas de fuerzas al servicio de la nación, en fuerzas al servicio del gobierno de turno.
Si las FF.AA. pierden su relativa autonomía y, sin opinión propia, se convierten en instrumentos ciegos de quienes transitoriamente ejercen el poder; si ante situaciones que afecten intereses vitales de la nación se mantienen como meras espectadoras; si pierden su vocación, los valores morales que las sustentan y su mística de servicio a la patria, las Fuerzas Armadas dejarían de ser lo que son, dejarían de ser lo que tienen que ser. La desnaturalización de las Fuerzas Armadas dejaría a la nación indefensa ante posibles agresiones externas o graves situaciones de subversión interna que pongan en riesgo la estabilidad política de la República e, incluso, la supervivencia del Estado.
Adolfo Paúl Latorre
Capitán de navío, Armada de Chile
Magíster en ciencia política
Magíster en ciencias navales y marítimas
Profesor de Academia
Abogado
Viña del Mar, 13 de octubre de 2025.
Debilitamiento de las FF. AA.
Señor Director:
Comentando lo dicho por Pablo Javier Cánovas Silva en su escrito titulado “La guerra de posiciones y el debilitamiento de las Fuerzas Armadas en Chile” podríamos decir que ciertas corrientes de pensamiento propugnan el desarme y conllevan una repulsa moral hacia las instituciones militares, porque ellas se entrenan para matar y porque las armas —aparte de sembrar la muerte— consumen recursos que podrían ser mejor utilizados en el desarrollo social.
Con frecuencia, a quienes hemos hecho exposiciones relacionadas con la Defensa Nacional ante auditorios conformados por civiles, se nos formula la siguiente pregunta: ¿Por qué las cuantiosas sumas que se emplean en los gastos de defensa no se utilizan para tener mejores hospitales, más escuelas y más viviendas? La respuesta que hemos dado a esta inquietud es que el Estado debe contribuir a cubrir las necesidades sanitarias y culturales, así como a facilitar el acceso de los ciudadanos a una vivienda digna, especialmente a aquellos sectores más modestos de la población.
Ello es obligación primordial de todos los gobiernos, pero en igual medida lo son la defensa, la policía y la justicia; es decir, atender a la seguridad de los gobernados. No son obligaciones excluyentes, sino complementarias. Lo que sí debe hacerse es mantener los gastos de la Defensa Nacional dentro de unos límites prudentes.
En otras oportunidades nos hemos encontrado con personas que afirman que en las Fuerzas Armadas se enseña a matar. A ellas les hemos respondido que en las Fuerzas Armadas se enseña a defender a la patria, de la que todos formamos parte, lo que es diferente.
La finalidad de los institutos armados no es hacer la guerra, como afirman esas mismas personas. La finalidad de los ejércitos es preparar a los hombres que los constituyen para defender con las armas, si llegara el caso, la independencia de la patria, su integridad territorial, la seguridad nacional y el orden institucional. En las Fuerzas Armadas no se enseña a matar, por más que su razón de ser sea formar hombres aptos para el combate. La existencia de ellas significa que la nación tiene voluntad de conservar una identidad forjada en siglos de existencia. Los cuerpos armados constituyen el medio coactivo del Estado al servicio de la comunidad nacional frente a la amenaza exterior, y, en su caso, frente a la subversión interior.
Además su espíritu, su organización, sus complejos medios y la preparación de sus componentes, le permiten cooperar eficazmente con otros organismos en casos de emergencia o de catástrofe, o cuando circunstancias extraordinarias lo requieran.
Las Fuerzas Armadas, por otra parte, contribuyen eficazmente al desarrollo nacional —con actividades concretas y específicas que los cuerpos armados ejecutan en ámbitos tales como los científicos, técnicos, industriales, culturales y de apoyo a la comunidad; pero su mayor contribución al desarrollo es la de permitir un clima de orden, paz y seguridad, en que las diversas actividades nacionales puedan ser realizadas con normalidad y tranquilidad.
Los militares conocemos la Ecuación de la Seguridad, cuya formulación es la siguiente: DESARROLLO + DEFENSA = SEGURIDAD; con lo que se quiere señalar que, para una adecuada seguridad, debe haber un equilibrio entre ambos factores; si se privilegia uno de ellos en desmedro del otro, la seguridad se verá afectada.
Es posible que sea efectivo lo que tan gráficamente señalan algunos autores, en el sentido de que el gasto en dos fragatas podría haberse usado “para solucionar el déficit de alcantarillado de todo el país” y que el gasto en cuatro misiles Exocet pudo haber sido destinado a “construir cuatro liceos completos”; pero lo que sí es efectivo, con certeza absoluta, es que ni las fragatas ni los Exocet habrían estado disponibles para disuadir a Argentina de una agresión armada en 1978.
Finalmente, y a modo de reflexión final, podríamos decir:
Muchas personas manifiestan un sentimiento o una actitud de rechazo a todo lo que tenga relación con lo militar; que niegan la necesidad de las FF.AA.; que estiman que la guerra es producto de la existencia de ellas; y que piensan que si desaparecieran los ejércitos se acabarían las guerras. Las causas de esta aversión son muy variadas: para unos, por su amor a la paz y el horror ante la guerra; para otros, porque las FF.AA. les impiden llevar adelante sus proyectos políticos desquiciadores y antinacionales. A fin de evitar ese impedimento piensan que es preciso lograr una completa neutralización de las FF.AA. y “someterlas al “poder civil”, de modo que ellas no tengan participación política alguna y cuyo único oficio consista en el manejo técnicamente eficiente de las armas que el Estado pone en sus manos; de transformarlas de fuerzas al servicio de la nación, en fuerzas al servicio del gobierno de turno.
Si las FF.AA. pierden su relativa autonomía y, sin opinión propia, se convierten en instrumentos ciegos de quienes transitoriamente ejercen el poder; si ante situaciones que afecten intereses vitales de la nación se mantienen como meras espectadoras; si pierden su vocación, los valores morales que las sustentan y su mística de servicio a la patria, las Fuerzas Armadas dejarían de ser lo que son, dejarían de ser lo que tienen que ser. La desnaturalización de las Fuerzas Armadas dejaría a la nación indefensa ante posibles agresiones externas o graves situaciones de subversión interna que pongan en riesgo la estabilidad política de la República e, incluso, la supervivencia del Estado.
Adolfo Paúl Latorre
Capitán de navío, Armada de Chile
Magíster en ciencia política
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Profesor de Academia
Abogado
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