La política exterior comienza en las
zonas extremas
Años antes de ser canciller, cuando presentaba en Arica con Mauricio Rojas nuestro libro Diálogo de Conversos, llamó mi atención, en un encuentro con figuras relevantes de esa ciudad, la etiqueta que adherían a la política exterior chilena: “es como los vuelos Santiago-Lima: sin escala”, “los vemos pasar por arriba, nunca aterrizan aquí”. Describían así el ninguneo que sufrían (sufren) por parte del centralismo: la política hacia Perú y Bolivia se generaba (genera) en un Santiago que ignora la visión de las regiones fronterizas con esos países. Aquel reproche se dirigía también contra la distribución de los ingresos mineros nortinos, fijado por el voraz centralismo. Días más tarde, cuando presentábamos con Rojas nuestro libro en Punta Arenas, nos encontramos con reclamos parecidos: la política exterior se elabora en una metrópoli cercada por montañas, ajena a la proyección austral que esa región brinda a Chile. Es cierto: el centralismo extremo en un país de 4.300 kilómetros de longitud es injusto, oneroso y además nefasto para su visión de mundo, y le impide a Chile tomar conciencia de su singular ubicación geopolítica, sus oportunidades y los peligros que lo acechan.
Por eso, en 2018, como canciller, recorrí las regiones de Arica y Parinacota y Magallanes y Antártica Chilena. No es usual que los cancilleres visiten estas regiones ni que enfaticen la idea de que la política exterior debe considerar de modo particular las zonas extremas. De hecho, visité zonas pobladas nunca visitadas por canciller alguno. No fue, por cierto, un viaje casual. Respondía a una convicción y a una planificación sustentada en la Dirección de Planificación Estratégica de nuestra cancillería, y coordinada, a través del Ministerio de Defensa, con nuestras Fuerzas Armadas, siempre presentes en esas regiones. El mensaje era claro: la política exterior de Chile también se articula desde sus zonas extremas, especialmente considerando la visión, los intereses y la sensibilidad de regiones donde se concentran las mayores complejidades e ineludibles desafíos internacionales para el país.
Por ejemplo, Arica y Parinacota es la única región que participa en tres Comités de Integración: con Perú, Bolivia y el noroeste argentino. Constituye una zona clave para el cumplimiento de compromisos internacionales, la promoción del comercio y de nuestro desarrollo e integración, y por la histórica relación que cultiva con Tacna. Sin embargo, su carácter estratégico no se refleja en nuestro terreno de acción: Perú asigna a Tacna mayor atención política que Chile a Arica y Parinacota. Mientras Tacna crece en población y actividad económica, Arica se estanca y envejece. Al otro lado de la frontera el cuadro es a la inversa. El recorrido que hicimos por el altiplano chileno sirvió para advertir y tomar nota sobre el despoblamiento de nuestro altiplano debido a la carencia de oportunidades, la falta de suministro eléctrico y la escasez de agua, recurso compartido con Perú y Bolivia, lo que se ve crecientemente presionado por la sobreexplotación del lado peruano, según observamos.
Fruto de este viaje y los estudios encabezados por la parte política de nuestra Cancillería, durante el gobierno del Presidente Piñera instalamos el tema de las aguas compartidas en la agenda bilateral (Declaración de Paracas, octubre de 2019). Sin embargo, durante el gobierno de Gabriel Boric no sólo no se ha avanzado en este asunto, sino que éste literalmente se disipó de la tabla. Tras siete años de parálisis, ¿no habrá llegado la hora de solucionar esta diferencia mediante otros mecanismos adecuados para la solución de controversias? Tal vez un gobierno de derecha en Bolivia y otro en Chile puedan contribuir, a partir de 2026, a destrabar este asunto en beneficio mutuo y con miras a revitalizar los nexos bilaterales en el marco de los tratados y marcos legales que nos rigen. Esa región constituye asimismo un corredor para la economía boliviana y puerta de salida natural al mundo de minerales críticos de ese país y también de Argentina. Esa zona enfrenta, además, lo que es de conocimiento público, enormes desafíos en materia de seguridad, migración irregular, contrabando, crimen organizado, robo de vehículos y actividades del narco. Por eso, urge que Cancillería articule un concepto político-estratégico que reconozca que allí están en juego sensibles intereses nacionales, los que para ser enfrentados requieren un afinado ensamblaje entre los ámbitos interno y externo del país.
En el sur, por otra parte, tanto Magallanes como los mares australes y la península Antártica forman un tríptico geográfico y natural único y de relevancia mundial. Es la región nacional que plantea un desafío inmenso para nuestra política exterior y nuestra soberanía: pasos interoceánicos, vastos recursos pesqueros, cercanía con la Antártica y una proyección geopolítica de impacto global, todo eso en una etapa en que las superpotencias escrutan con gran atención y agudo cálculo los mares y los accesos a ellos y surgen nuevas alianzas, articulaciones que están pensado a treinta o cincuenta años plazo como mínimo. Basta con echar un vistazo a los intereses que se expresan hoy en torno al Mar Ártico. Quien se queda atrapado en la foto del presente, no entiende los debates que determina el mundo que se nos viene encima.
No hay duda de que la Antártica pasa por una fase decisiva y dinámica, que ofrece más oportunidades y peligros. Emergen más actores, hay más aportes de la ciencia, surgen nuevas demandas y más competencia. China, India y Rusia refuerzan su presencia allí. La Argentina bajo el presidente Milei avanza sin pausa y consolidando su relación estratégica con Estados Unidos mientras Boric terminará su mandato sin reunirse con Donald Trump, pero hostigándolo en cuanta ocasión puede. Por desgracia, son maromas imprudentes por lo divorciadas que están de los intereses de nuestro país. Chile, con ventajas comparativas en ubicación geográfica y logística y con su soberanía sobre el Estrecho de Magallanes debe consolidar su condición de potencia austral y antártica. Ello implica invertir en conectividad -como la finalización de la Ruta Y-85, en eterna construcción por la “permisología” extrema-, la modernización de la retrasada infraestructura en Puerto Williams, y la reforma de la Ley Navarino para dinamizar el turismo y la industria, reduciendo así la dependencia del Estado y reconociendo que Tierra del Fuego acusa un inquietante y desesperanzador estancamiento económico.
Hacer política exterior desde las zonas extremas tiene como premisa comprender que Arica y Parinacota y Magallanes y la Antártica Chilena constituyen llaves estratégicas. Una por su vínculo inmediato con Perú y Bolivia y hacia el interior del continente, la otra por ser antesala de la Antártica y constituir un nodo geopolítico de primer orden, más aún en una época en que cambian aceleradamente los paradigmas globales.
Al no proyectar una visión estratégica para sus zonas extremas y no dar muestra vehemente de ello ni de voluntad de hacerlo, Chile juega con fuego. Otros actores ocuparán el espacio que descuidemos. Nuestra geografía nos privilegió y premió con oportunidades, pero esas circunstancias nos imponen responsabilidades y también el deber de actuar allí con sentido de urgencia y mirada de futuro. Como sabemos, la política exterior no se define sólo en embajadas, cancillerías y foros internacionales, sino también en las fronteras nacionales donde, silenciosamente, se juega el futuro de un país. Hacer política exterior desde las regiones extremas, como lo planteamos e hicimos a partir de marzo de 2018, no sólo fue imprescindible y acertado, sino que trazó también una tarea que debe profundizarse de la mano con una prospección estratégica de mediano y largo alcance que sea capaz de convocar a sectores sociales y políticos. Se trata de un ámbito en el cual deben confluir las miradas estratégicas de los ministerios de relaciones exteriores, del interior y de defensa. Sí, para ser verdaderamente sólida en estos tiempos inciertos, nuestra política exterior debe proyectarse desde nuestras zonas extremas, las que constituyen privilegio y desafío permanentes.
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