PRAT: ¿HÉROE O SANTO?
Juan Carlos Aguilera – Polites News, Ideas para la tarde, mayo 2025
El 21 de mayo vuelve cada año con exactitud, pero no siempre con hondura. La bandera flamea, los discursos se suceden, y el bronce de la historia repite su eco.
Pero el alma de Chile parece, a veces, ya no entender de qué madera estaba hecho ese hombre que subió al abordaje como quien se dirige a su muerte con la paz del deber cumplido.
¿Fue Arturo Prat un héroe o un santo?
El concepto de héroe hunde sus raíces en la paideia griega, ese ideal de formación del ciudadano en que la virtud era acción y la acción era gloria.
El héroe era aquel que, con libertad, se entrega a una causa superior a sí mismo, no por cálculo, sino por fidelidad. Platón y Aristóteles vieron en el héroe el rostro de la areté, esa excelencia humana que no se compra ni se hereda, sino que se conquista con la vida. El héroe es, por tanto, modelo visible de lo que una vida de excelencia puede llegar a ser.
Pero hay otra figura, menos ruidosa y más luminosa: el santo, según los Padres de la Iglesia, es aquel que ha dejado de vivir para sí mismo. El santo no busca la gloria ni la victoria, sino la fidelidad al Amor con mayúscula.
San Ambrosio recuerda que “el mártir no es el que muere, sino el que no niega la Verdad”. Y san Agustín precisa: “El santo no busca ser visto por los hombres, sino conocido por Dios”. Su actuar no se rige por la gloria, sino por la caridad. Si el héroe vence al miedo, el santo vence al ego.
Prat vivió como padre, como esposo y como ciudadano de la patria que recién se afirmaba. Su vida no fue un salto al vacío, sino un ascenso discreto.
Estudió derecho, sirvió en la Armada, amó profundamente a su mujer, Carmela Carvajal, y fue un padre afectuoso. Las cartas a su esposa muestran a un hombre tierno y firme, consciente de que su deber primero era con su hogar.
Pero cuando la patria lo llamó, no dudó. Su heroísmo no nace del odio al enemigo ni del ansia de victoria, sino de la convicción profunda de que hay cosas que merecen ser defendidas aun a costa de la propia vida.
Muchos han intentado reducir a Prat a un busto o a una consigna. Pero su grandeza está precisamente en que fue un hombre fiel. No hay fisura entre su fe católica, su ética profesional, su compromiso patriótico y su amor conyugal. En él, la unidad de vida no fue un ideal, sino una realidad tejida día a día.
El héroe que Chile exalta cada mayo fue también el abogado que defendió a los más desamparados, el esposo que escribía con ternura desde el mar, y el creyente que comulgó antes de embarcarse.
En un tiempo donde se celebra el carisma sin carácter y la astucia sin virtud, Prat desentona. No fue brillante, fue fiel. No fue carismático, fue íntegro. No sedujo multitudes, pero conmovió generaciones. Su vida es una respuesta viva a esa pregunta que hoy casi nadie se atreve a hacer: ¿se puede ser padre de familia, creyente, servidor público y mártir silencioso, todo en uno? Prat responde que sí.
Prat, fue uno de esos hombres que fundan lo invisible. Que nos recuerdan que entre el héroe que vence por la espada y el santo que vence por la entrega hay una franja común: la del deber asumido con amor.
Que no hay contradicción entre rezar el rosario y morir por la patria. Que la gloria sin santidad es soberbia, y la santidad sin coraje es estéril.
Quizás Chile hoy, dividido entre el pragmatismo sin alma y el idealismo sin raíces, necesite recordar que la vida buena, la vida plena, es aquella en que el héroe y el santo se abrazan en la carne de un hombre fiel.
Ahí donde el deber, el amor y la fe no se separan. Ahí, es donde todavía arde la memoria viva de Arturo Prat. Y eso -en estos tiempos rotos- ya es un milagro.
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Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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