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Un año después de las inéditas manifestaciones reprimidas brutalmente por el régimen cubano, las dramáticas condiciones de vida que ocasionaron la explosión social no han cambiado, pero sí el ánimo de la población, que no se atreve a conmemorar el aniversario con nuevas protestas.
Miguel Díaz-Canel lo dijo con los clásicos eufemismos de un jerarca comunista: “Si hay algo que conmemorar es la victoria del pueblo cubano y de la Revolución, que desmontaron un golpe de Estado vandálico”.
Como es habitual en esa dictadura, se calla que las precarias condiciones de la isla, que causan malestar, descontento y frustración, no son provocadas por “el imperialismo yanqui”, sino por el desastroso manejo económico de 60 años. Se sigue culpando al bloqueo norteamericano, el que, si bien ha contribuido a las dificultades económicas, no es el verdadero causante de las calamitosas condiciones imperantes.
Este aniversario marca una fecha simbólica de un levantamiento espontáneo en contra de la escasez, la inflación y los cortes de energía que hacían miserable el día a día de la población.
Pero también del clamor por más libertad y menos represión, por “Patria y Vida”, el tema de una canción que cambió el grito revolucionario de muerte por vida y que se transformó en el lema de los valientes que salieron a las calles.
Hoy los cubanos tienen más razones para temer expresar su malestar. |
Unos 1.400 detenidos, según organismos de DD.HH., y 488 condenas reconocidas por la fiscalía —algunas hasta por 25 años de cárcel— por sedición, desórdenes públicos, ultraje a símbolos patrios y otros delitos, fueron la respuesta rápida de la dictadura comunista.
El endurecimiento de las penas en un nuevo código civil draconiano contribuye a que ahora los cubanos tengan más temor de expresar el malestar en público.
Por estos días, los ciudadanos fueron advertidos de no repetir la hazaña, con métodos muy disuasivos: cientos de agentes de civil y militares se desplegaron por los barrios el fin de semana, al tiempo que a conocidos disidentes se les ordenó quedarse en sus casas. Otros protagonistas del 11-J están en el exilio forzado, pues debieron irse tras ser amenazados por el régimen.
El éxodo ha sido masivo, el mayor en décadas. Unos 140 mil cubanos fueron detenidos al llegar a EE. UU. entre enero y mayo de este año, más que “los marielitos” de 1980, que fueron 125 mil. Otros cientos han viajado a otros países.
Entre tanto, las condiciones sociales en la isla empeoran. Lo reconoció el propio Díaz-Canel ayer. “Cuba saldrá de la situación compleja”, dijo, pero agregó algo que disipa cualquier esperanza de mejoría: “vamos a salir revolucionando, como lo ha hecho la Revolución en un escenario constante de asedio económico, político e ideológico”. En estas lamentables palabras, una vez más, se desconoce el origen del problema. De nada han servido algunas reformas que intentan abrirse al mercado, pero que mantienen cortapisas insalvables para que un pueblo prospere.
Las ONG humanitarias han denunciado una crisis de derechos humanos aguda. Ayer, Human Rights Watch entregó un informe lapidario, en el que se refiere a los casos más dramáticos de la represión, y pide a los gobiernos de América Latina y Europa que hagan escrutinios más serios sobre las violaciones a los derechos humanos en la isla.
Esto, en momentos en que presidentes como los de México y Argentina defienden al régimen comunista, y el gobierno chileno busca “retomar un buen ritmo de relación” con La Habana.