UNA CONTRADICTORIA CUENTA PÚBLICA
El Mercurio, Editorial, 02/06/2024
Ad portas de un nuevo ciclo electoral, el Presidente Boric ha hecho de su tercera Cuenta Pública una suerte de programa para mantener unidas a las heterogéneas fuerzas oficialistas y al mismo tiempo aparecer haciéndose cargo de los problemas que agobian a los chilenos.
Se trata de un ejercicio que encierra enormes contradicciones, tanto por las diferencias al interior de su bloque como por la distancia inmensa entre la agenda con que Boric llegó al poder y aquella que hoy pretende liderar. “Un gobernante no elige los desafíos: hace suyos los que su amor a la patria le pone por delante”, fue la explicación que dio ayer. Un lirismo que no resuelve el problema político al que se enfrenta: el déficit de credibilidad de su administración en estas materias.
Tal déficit encuentra su origen en conductas pasadas que contribuyeron a profundizar —tal como se aborda separadamente en esta página— la crisis de seguridad pública y descontrol de la violencia con que el país hoy debe lidiar, así como a agudizar los desequilibrios económicos.
Frente a ello, la respuesta de La Moneda y sus asesores ha sido la de intentar instalar el discurso de la “estabilización”, la idea de un gobierno que, habiendo asumido en circunstancias calamitosas, habría conseguido rectificar el rumbo de Chile. Es difícil, sin embargo, hablar de un país “estabilizado” cuando hasta la propia ministra del Interior admite tener “miedo” de reinstalar la estatua del general Baquedano. O cuando el estado de excepción cumple récords de duración en La Araucanía: ¿Qué tipo de normalidad es esa?
Por cierto, tampoco contribuye a la credibilidad que el Presidente asegure en su Cuenta que la convicción que ha guiado el quehacer del Gobierno “es que Chile debe crecer y, al mismo tiempo, distribuir su riqueza de manera más equitativa”, en circunstancias que su propio programa “hablaba muy poco de crecimiento”, como reconoció en su momento el ministro de Hacienda, y sus acciones como diputado y candidato (aprobación de retiros previsionales) ayudaron a dinamitar uno de los pilares de esa estabilidad que hoy se afirma haber recobrado.
El discurso intenta definir un programa pero no logra resolver el problema político del Gobierno: su falta de credibilidad y resultados en los temas que hoy agobian a los chilenos. |
Y es que los fantasmas del pasado seguirán penándoles a las actuales autoridades mientras no logren ofrecer resultados verdaderamente sólidos.
Debe celebrarse, sin duda, que la seguridad pública hoy sea prioridad, pero haber aprobado decenas de leyes —incluidas muchas anteriormente resistidas por quienes hoy gobiernan— y aumentar los presupuestos no es sinónimo de éxito, por más que se intente jugar con las estadísticas.
Tampoco el mejor crecimiento proyectado para este año y el próximo, ni las oportunidades que abre un precio del cobre más alto significan dejar atrás la mediocridad económica. De nuevo, es valioso que la “permisología” haya pasado a ser un tema de preocupación y avance una ley en el Congreso, pero no es suficiente cuando periódicamente se conoce de trabas y demoras en iniciativas de inversión e infraestructura.
Y hablar de una reforma en monumentos nacionales después de haber paralizado la discusión por dos años y medio difícilmente servirá para “contagiar” a los empresarios chilenos y lograr que no solo los movimientos financieros, sino la inversión dura efectivamente se recupere.
Por cierto, tampoco es demasiado lo que el Gobierno puede mostrar de avances en su agenda original. Incluso descontado el rechazo de la propuesta constitucional que iba a ser condición sine qua non para implementar el programa, el balance es muy limitado.
Ello no necesariamente resulta negativo, si se considera parte de lo que el Ejecutivo señala como sus logros, como la Ley de 40 horas y el alza acelerada del salario mínimo, impulsadas con voluntarismo en un contexto de exacerbación de la informalidad.
En cuanto a las dos grandes reformas estructurales, la tributaria y la previsional, el Presidente volvió a insistir en ellas y llamó a la oposición a alcanzar entendimientos. Con todo, el margen para un alza de impuestos parece hoy mínimo y un acuerdo previsional se ve muy lejano. Más aún, la falta de señales de Boric en cuanto a qué estaría dispuesto a ceder para acercar posiciones sugiere que el propio gobierno no deposita demasiadas esperanzas en aquello.
Del CAE, en tanto, luego de que el resurgimiento del tema generara un conflicto en el seno del oficialismo, la Cuenta apenas hizo mención, dejando el tema para septiembre. Esto, en un discurso que, con acuciosidad pasmosa, parece haber procurado evitar cualquier asunto que pudiera generar problemas o incomodidades en su coalición.
Ello tal vez explique por qué el caso Convenios —la mayor crisis vivida por el Frente Amplio— apenas fue mencionado y nada se dijo de la corrupción municipal, de la crisis de los indultos o de las pensiones de gracia; menos hubo gestos presidenciales como la crítica al perro “matapacos” que hace unas semanas indignó a una parte de la izquierda.
No sorprende, por lo mismo, que al abordar la preocupación por los derechos humanos, el mandatario haya destinado varias líneas a la situación en Palestina, incluso involucrando a Chile en un nuevo juicio ante la Corte de La Haya, y que en cambio apenas se permitiera mencionar las mucho más cercanas crisis de Venezuela y Nicaragua. En cuanto a Cuba, ni una palabra; ya el PC hizo sentir su molestia cuando hace un mes Boric osó sugerir la necesidad de democratización en la isla.
A falta de resultados contundentes o de cambios estructurales, la Cuenta sí regaló gestos a las bases oficialistas, desde la negociación ramal hasta reverdecer la promesa del 1 % del Presupuesto a Cultura, luego de meses en que los artistas han voceado su decepción con el Gobierno. Y sumado a todo eso, el proyecto sobre “aborto legal” (¿eufemismo para aborto libre?), de incierto destino en el Congreso, pero capaz de inflamar el entusiasmo frenteamplista, aun al precio de incomodar a una disminuida DC.
Sumada esta iniciativa a la eutanasia, confirman la intención de hacer de la “guerra cultural” uno de los leit motivs de las próximas contiendas electorales.
¿Por qué el mandatario, que realizó en la misma Cuenta sentidos llamados a la unidad nacional, opta por impulsar uno de los temas que más dividen a Chile? La respuesta quizá se encuentre en los párrafos finales del discurso. Específicamente en uno en que Boric no le habla al país, sino a sus partidarios, para describir un enemigo siniestro al cual enfrentar —“los liderazgos autoritarios que esparcen odio”— y advertirles que “la unidad de las fuerzas progresistas es fundamental”, pues estas serían las llamadas a oponérsele.
Al parecer, para el Presidente, las campañas ya han comenzado y la polarización es una herramienta más para abordarlas.
Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel Las opiniones en esta sección, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de la Unión de Oficiales en Retiro de la Defensa Nacional