Leonidas Montes
El Mercurio, Columnistas, 30/03/2023
Chile es un país de contrastes geográficos. Pero también anímicos. Pareciera que existe, como diría Platón, un “anima chilensis”, un soplo, viento o respiración que nos mueve entre los extremos.
Mucho se ha escrito sobre nuestro “excepcionalismo”. En ocasiones, poseídos por el entusiasmo, nos creemos excepcionales. Y mientras más excepcionales nos creemos, más nos movemos hacia algún extremo. Veamos algunos ejemplos recientes.
La vía chilena al socialismo fue “excepcional”. En medio de la Guerra Fría éramos los primeros en elegir democráticamente a un presidente que se declaraba marxista. Chile iniciaba el camino al socialismo sin las armas, siguiendo la senda institucional.
Aunque ni Fidel Castro se creía el cuento, éramos “únicos y excepcionales”. Y el mundo observaba a este pequeño país que se creía protagonista de una nueva historia.
Después del golpe giramos al otro extremo. La economía fue la madre de todas las batallas. En medio del furor de la reconstrucción, éramos nuevamente “únicos y excepcionales”, pioneros de una nueva historia. Chile había vencido al comunismo. Y países como Inglaterra con Thatcher, y Reagan en Estados Unidos, solo seguían nuestros pasos.
Los vapuleados 30 años fueron un largo y exitoso paréntesis de moderación. Vivimos algo de esa mesotes o equilibrio aristotélico. Avanzamos en la medida de lo posible, buscando el término medio, sin estridencias y alejados de los extremos.
Durante ese período, Chile progresó como nunca. Pero a ratos también nos creímos el cuento. En un momento, nos sentimos los jaguares de Latinoamérica y la excepción en el vecindario. Nos quejábamos si crecíamos a menos de un 5%. Sin embargo, el rugido de ese jaguar hoy no es más que un ronroneo. Para este año nos contentamos con un 0%.
La reforma electoral de Bachelet les abrió las viejas y pesadas puertas de la política a las nuevas generaciones. Pero muchos coquetearon con los extremos.
“No es fácil tapar con un dedo lo que se ha dicho en público. Tampoco borrar con el codo lo que se ha escrito con la mano”.
La violencia, la destrucción y el fuego inundaron el “anima chilensis”. Pasamos del oasis a un campo de batalla. Lo bello fue reemplazado por lo feo. Y el orden se convirtió en miedo.
Algunas autoridades, hechizadas por ese pálpito refundacional, dijeron e hicieron cosas que hoy es mejor olvidar.
No es fácil tapar con un dedo lo que se ha dicho en público. Tampoco borrar con el codo lo que se ha escrito con la mano.
Hace tres años carabineros eran atacados e insultados. La mascota era el perro “Negro Matapacos” con su pañuelo rojo. Y nuestras paredes se llenaban con las letras “ACAB” (all cops are bastards).
Las autoridades finalmente iniciaron una limpieza de nuestro centro cívico. Y aunque estos gestos suman, persiste el problema de fondo. El desafío es cómo alejarse de los extremos.
El Presidente Boric tuvo la valentía de asistir al funeral de la sargento Rita Olivares para abrazar y acompañar a su familia. Pero en seguida declaró: “vale la pena reflexionar respecto a nuestras actuaciones en el pasado”, y agregó: “el contexto que estamos viviendo es otro”.
Desde luego es un paso importante, pero la responsabilidad política es algo más profundo. Es mucho más que un llamado a la reflexión o un contexto que empuja el columpio de la opinión.
Los que recurrían al oráculo de Delfos en busca de respuestas podían leer algunas máximas. En el templo de Apolo, además del famoso “conócete a ti mismo”, un “nada en exceso” recibía a los visitantes. Desde la antigüedad conocemos los riesgos de los excesos, esos extremos que afectan nuestro ánimo.
El alma refundacional hoy está en crisis. Atrás quedó ese entusiasmo casi divino de los que creían saber lo que es mejor o, peor aún, lo que es bueno para todos.
Las consecuencias de esa pretensión epistemológica y moral nos recuerdan que todo en exceso es malo.
Mientras tanto el miedo sacude el “anima chilensis” y al Gobierno le sigue penando esa moderación perdida.
Un aporte del Director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel
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