FIASCOS MILITARES EN PLENA CONTIENDA:
DE LOS HUNDIMIENTOS BRITÁNICOS A LA
FALLIDA CAPTURA DE ROMMEL
Laura Manzanera, Periodista y escritora
Muy Interesante, 30/07/2024
Entre los errores de cálculo más sonados de los aliados se cuentan dos hundimientos de barcos británicos.
Cuando Churchill dio la orden de trasladar a Singapur el crucero HMS Repulse y el acorazado HMS Prince of Wales, su buque insignia, estaba convencido de que su sola presencia allí disuadiría a los japoneses de atacar territorios británicos de ultramar en el sudeste asiático. Pronto se demostraría que erró en sus cálculos.
Ambas embarcaciones atracaron en Singapur, formando parte de la fuerza Z, el 2 de diciembre de 1941, y el 10, tres días después del ataque a Pearl Harbor, fueron bombardeados y torpedeados por los japoneses. Tanto el Prince of Wales, orgullo de la Royal Navy al que apodaban Unsinkable (“Insumergible”), como el Repulse terminaron en el fondo del océano, en el que también perdieron la vida unos 840 marineros.
Probablemente, la equivocación fue presentarse en Singapur sin un plan de acción, sólo para mostrar su supuesta superioridad. La medida disuasoria no sólo no frenó las ambiciones expansivas de Tokio, sino que marcó el final del largo poderío marítimo británico.
Ambos bandos tuvieron fiascos a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Aquí se recogen algunas de esas misiones frustradas. |
Churchill reconocería: “Fue el impacto más terrible que recibí en toda la guerra”. Y fue también un duro golpe a la moral de británicos y estadounidenses, que iniciaban la guerra en el Pacífico sin un buque capital.
Señal de aviso tardía. Otro hundimiento imperdonable fue el del portaaviones HMS Glorious. El 8 de junio de 1940 se encontraba en aguas noruegas, junto a los destructores Ardent y Acasta, evacuando aviones.
Pese a detectar dos buques sin identificar, no se ordenó zafarrancho de combate y, cuando los ingleses se dieron cuenta de la magnitud del peligro, enviaron un SOS que resultó débil, lo que llevó a que se detectase media hora más tarde sin poder averiguarse ni su identificación ni su posición.
La tripulación fue pillada desprevenida por parte de dos acorazados alemanes que lo hundieron fácilmente. Pocos náufragos lograron subir a los botes y el agua estaba helada. El desastre se saldó con más de 1.500 muertos y menos de 50 supervivientes.
La historia oficial apunta a que el Glorious se separó del segundo convoy por falta de combustible, aunque algunos expertos apuntan a que el comandante había pedido permiso para ir por su cuenta hacia Scapa Flow, en las islas Orcadas, porque tenía prisa por llevar ante el tribunal al jefe de su aviación, que se había negado a realizar un ataque.
Pero ¿por qué fue autorizado a viajar en solitario, de vuelta a Gran Bretaña, a través de una zona con posible actividad submarina alemana? El misterio no se sabrá, como mínimo, hasta 2040, cuando prescriba la Ley de Secretos Oficiales de Reino Unido.
El único punto positivo del incidente fue que desde entonces se redactarían informes de la situación de los buques enemigos.
Capturar a Rommel vivo o muerto. En el ranking de intentos aliados chapuceros destaca el de apresar a Erwin Rommel, el mariscal de campo que había logrado que el Eje se impusiese en el norte de África.
La Operación Flipper consistía en enviar a un comando que irrumpiese en su cuartel general, lo capturase y lo llevase en submarino a Gran Bretaña, donde sería confinado en un campo de prisioneros.
Aunque no era la primera opción, había orden de matarlo si la captura se complicaba. La acción debía ser un gran golpe de efecto que permitiría dar un giro decisivo al resultado del conflicto en aquella región, claramente favorable a los nazis y sus aliados por entonces.
Churchill estaba empeñado en que Tobruk (Libia), enclave aliado sometido al asedio enemigo, no cayera en manos de Rommel, un objetivo ante el que los británicos se mostraban pesimistas. Y sabía que para evitarlo no bastaba con enviar refuerzos; por eso tomó una decisión drástica: acabar con el “Zorro del Desierto”.
Creía que, de lograrlo, aumentarían sus opciones de victoria, pues el Afrika Korps quedaría huérfano. Con esa idea nombró jefe de operaciones al almirante Roger Keyes, quien para llevar a cabo la misión designó a su hijo Geoffrey, poco hábil en el terreno militar.
La operación arrancó el 10 de noviembre de 1941, cuando dos submarinos zarparon de Alejandría en dirección a la costa libia. Desembarcaron la noche del 14 dispuestos a sortear las patrullas alemanas e italianas. Su destino era la localidad de Beda Littoria, concretamente la casa de Rommel.
Una vez allí, sabotearon el sistema eléctrico, rodearon el edificio y no tardaron en enzarzarse en una lucha con los alemanes de la que terminarían huyendo. Prácticamente todos fueron capturados o se entregaron, exhaustos tras intentar escapar a través del implacable desierto.
En el sitio equivocado. Lo más sorprendente de esta historia no es que los alemanes se impusieran tan fácilmente, sino que Rommel nunca había estado en aquella casa, que era en realidad el cuartel general de los servicios de intendencia.
Cuando estaba en África, se alojaba en un enclave secreto de la aldea de Susah pero, más más inri, aquel día estaba en Roma, desde donde planeaba el asalto a Tobruk.
La Operación Flipper fue un monumental desastre de organización. Los británicos no pudieron socavar la moral de las fuerzas del Eje en el norte de África y, además, hicieron completamente el ridículo.
Tampoco se cubrieron de gloria De Gaulle y Churchill cuando intentaron salvar las colonias tras la caída de Francia. Organizaron apresuradamente una fuerza para cambiar la situación de Dakar, capital del África Occidental francesa que se había alineado con el nuevo régimen de Vichy, aliado del Tercer Reich.
Pero en la Operación Amenaza los errores se sucedieron uno tras otro: el plan fue un secreto a voces, se usaron mapas anticuados, los defensores franceses estaban mejor preparados de lo que creían y no tenían intención alguna de rendirse.
Durante varios días, los británicos intentaron destruir las defensas del puerto con escaso éxito, y fracasó un intento de desembarco de una fuerza terrestre. La batalla de Dakar (del 23 al 25 de septiembre de 1940) se dio por terminada cuando un submarino defensor acertó a un navío británico clave. La reputación de De Gaulle sufrió un durísimo golpe.
De mayor calibre, estratégico y moral, fue el fracaso del ensayo para el Día D. Aunque nadie lo hubiera dicho, dado el contundente resultado del desembarco que marcaría el inicio del fin del conflicto, el ensayo que se hizo unos meses antes fue un auténtico desastre.
La llamaron Operación Tigre, tuvo lugar en abril de 1944 y debía ser realista y a gran escala. Visto el resultado, podría decirse que fue exageradamente realista. Resultó un fiasco de principio a fin.
Estadounidenses y británicos usaron distintas frecuencias de radio a la vez, lo que causó muchos problemas de comunicación: por ejemplo, que los barcos de transporte estadounidenses no se enterasen de que los dos navíos de guerra británicos que escoltaban al convoy de invasión estaban averiados.
Dicho fallo hizo que el convoy avanzase en línea recta, convirtiéndose en el blanco perfecto para los torpederos alemanes. Y por si fuera poco, cuando avistaron a estos torpederos, pensaron que eran embarcaciones amigas.
Ese error se llevó por delante la vida de 700 hombres, y muchos otros se ahogaron por no saber cómo funcionaban los chalecos salvavidas. A la lista de bajas se sumaron otras 300, víctimas del uso de fuego real. Más de mil soldados fallecieron en aquel desastroso simulacro.
El último intento de Hitler. La gran ofensiva alemana conocida como Batalla de las Ardenas se desplegó en los bosques y montañas de esta región belga en condiciones durísimas y durante casi siete semanas del invierno entre 1944 y 1945. Fue uno de los grandes enfrentamientos del conflicto, la última gran ofensiva del ejército alemán en el Frente Occidental y el último intento de Hitler de ganar la guerra.
Las fuerzas alemanas, ya bastante mermadas, carecían de combustible suficiente y tenían antes ellas a un enemigo claramente superior. Aquella lucha estaba condenada al fracaso. Al menos, eso creen muchos expertos, aunque no todos.
Para el historiador militar Christer Bergström, autor de Ardenas: la batalla, los nazis estaban mejor preparados, tenían mejores mandos y mejores tácticas de lo que se cree y, además, los planes de Hitler resultaban muy sensatos. Hasta tilda de “genial” la idea de atacar en las Ardenas con el fin de atrapar luego a los ejércitos de Montgomery.
Bergström apunta que “desde la perspectiva de Hitler, era lo más inteligente que se podía hacer, mientras esperaba la siguiente ofensiva rusa en el Vístula. Fue cuidadosamente planeada y preparada y fracasó sobre todo por dos factores que podían no haberse producido: primero, porque las líneas de suministros alemanas fueron cortadas por la aviación aliada cuando el tiempo mejoró el octavo día de la ofensiva, y segundo, porque las SS, menos competentes que el ejército regular, la Wehrmacht, recibieron en cambio la responsabilidad de conseguir los objetivos más importantes”.
Errores de ambos bandos en las Ardenas. El alto mando alemán evaluó sus pérdidas humanas en 20.000, más 20.000 desaparecidos y 40.000 heridos. La Luftwaffe quedó destruida y la moral de la Wehrmacht ya no se recuperó. A mediados de enero, el Ejército Rojo se adentraba en Polonia, y no tardaría en alcanzar la frontera alemana.
Las bajas aliadas fueron similares: 1.400 británicos desaparecidos y 20.000 muertos, y 23.000 bajas estadounidenses (con episodios como la masacre de Malmedy), cifras que provocaron duras críticas a Montgomery, acusado de múltiples errores y de buscar protagonismo sacrificando a los soldados.
Fuese mejor o peor idea, lo cierto es que las SS combatieron ineficazmente y aquella sangrienta ofensiva que intentaba, a la desesperada, cambiar el rumbo de la guerra estuvo lejos de alcanzar su objetivo. Hitler perdió su última oportunidad de invertir el curso de la contienda y la batalla marcó el inicio del fin del Tercer Reich.
Aparte de por las Ardenas, Montgomery fue muy criticado por la Operación Market Garden, ambiciosa misión aerotransportada que combinaba dos operaciones: tomar puentes estratégicos en Holanda gracias al avance simultáneo de unidades blindadas terrestres y, una vez despejado el camino, crear un corredor a través del cual podrían avanzar hasta el Ruhr, el corazón industrial del Tercer Reich, y cruzar el Rin, la última barrera natural antes de entrar en Alemania.
Montgomery pretendía dar un golpe definitivo al enemigo que pusiera fin a la guerra para la Navidad de 1944. El 17 septiembre de ese año, más de 20.000 soldados de élite fueron lanzados sobre una Holanda ocupada por los alemanes, tras las líneas enemigas. En aquella misión imposible encontrarían la gloria o la muerte.
Retiradas equivocadas. Aunque lograron tomar con éxito los primeros puentes, la operación fue un gran fracaso al no poder ocupar el puente final en Arnhem. La contraofensiva alemana fue implacable. El corredor que los aliados pretendían mantener se convirtió en escenario de un enfrentamiento infernal durante nueve días.
Frente a los alrededor de 17.000 soldados aliados muertos, heridos o desaparecidos, los alemanes perdieron unos 8.000. Pese a todo, para muchos, la operación estaba bien planificada y nadie cuestionó el heroísmo de las tropas de Montgomery, incluido éste: “Entre todas las unidades, ninguna actuación me ha motivado más ni ha causado más admiración que la ejecutada durante nueve días por la Primera División Aerotransportada británica”.
Desde entonces, Market Garden es motivo de referencia para los cuerpos aerotransportados. La gran derrota aliada fue también la última de las grandes victorias tácticas del Tercer Reich en el Frente Occidental.
Tampoco faltaron los errores y los intentos fallidos en las fuerzas del Eje. Entre sus principales fracasos estratégicos destacan dos órdenes de retirada que demostrarían estar equivocadas: la de Dunkerque y la Operación Hércules, que debía conquistar la isla de Malta.
En Dunkerque, en una de las decisiones más discutidas de toda la contienda, los alemanes optaron por detener su avance, dando así tiempo a los aliados para organizar el llamado “milagro de Dunkerque”. Creyeron que estaban irremediablemente perdidos pero, contra todo pronóstico, no fue así.
En mayo de 1940 los nazis lanzaron su primera ofensiva en Dunkerque, rompiendo sin apenas dificultad las líneas francesas y avanzando hacia el Canal de la Mancha.
Una de las divisiones Panzer estaba dirigida por un general apellidado Rommel y una de las divisiones inglesas por un tal Montgomery. Pasarían casi tres años antes de que ambos se encontraran en El Alamein, donde el inglés podría vengarse de la humillante derrota.
Al norte del avance germano quedaron aislados el Cuerpo Expedicionario británico, fuerzas galas y el modesto ejército belga. Todos los esfuerzos por salir de aquella trampa resultaron inútiles y Gran Bretaña decidió evacuar a sus tropas por mar.
Pero sólo tenía una salida: el puerto de Dunkerque. La noche del 26 de mayo se inició así la Operación Dínamo. A la mañana siguiente se tomaron medidas excepcionales; además de reclutar todos los barcos de guerra y mercantes de la zona, se hicieron con centenares de barcas de pesca, motoras, remolcadores, yates, botes salvavidas…
Mientras los barcos grandes embarcaban a los soldados en el puerto, los pequeños –“la Armada Mosquito”– no dejaban de llegar hasta estos hombres desde las playas. Gracias a la solidaridad de la población inglesa, Gran Bretaña logró una retirada modélica y la operación fue un éxito.
Se pudo evacuar a cerca de 340.000 soldados (más de 215.000 eran ingleses y el resto, franceses y belgas). Aunque eso no hizo olvidar la contundente derrota militar a Churchill, que advertiría ante el Parlamento: “Hemos de procurar no tratar este rescate como si fuera una victoria. Las guerras no se ganan con evacuaciones”.
Pero la opinión pública y la población sólo veían el heroísmo de los rescatadores, no sólo marineros sino también pescadores y gente anónima. Lo importante para muchos era que, pese a todo, Inglaterra había logrado resistir. Dunkerque se convirtió en un mito del valor británico, algo esencial cuando Alemania aún parecía imbatible.
Si los alemanes no hubiesen cesado su ataque, se habría cerrado a los aliados toda vía de escape. ¿Por qué lo hicieron? Según algunos investigadores, Hitler, por entonces amo de Europa, quería firmar la paz con Inglaterra y, si apresaba a todo el Cuerpo Expedicionario británico, los humillados ingleses quizá no habrían accedido.
En todo caso, parece ser que fue el jefe de la ofensiva, Von Rundstedt, quien pensó que necesitaban descansar y que debían reservar los tanques para la conquista de Francia. El Estado Mayor alemán quería que los Panzer siguiesen a Dunkerque, pero él convenció a Hitler de que se detuviesen.
Cuatro años después, otra orden de Hitler detendría a los tanques que podían haber frustrado el desembarco de Normandía, y Alemania perdió la guerra. Pero para eso aún faltaba mucho.
Hitler perdió otra oportunidad de oro en la isla de Malta. Convencido de la necesidad de capturar el estratégico enclave, esencial para que los suministros y víveres para las fuerzas desplegadas en África no fuesen interceptados y llegasen a tiempo a su destino, dio luz verde a Rommel para la Operación Hércules.
Demasiadas expectativas. La operación debía ejecutarse en julio de 1942 con un ataque combinado de paracaidistas y tropas aerotransportadas. Sus principales objetivos eran los aeródromos británicos, desde donde se lanzaban los ataques contra la flota invasora.
Pero, inexplicablemente, el Führer cambió de idea y la operación fue cancelada en favor de otro objetivo: Alejandría. Llevados por el entusiasmo, Hitler y Mussolini creyeron a Rommel cuando les aseguró poder conquistar la ciudad egipcia. La sola idea les insufló grandes dosis de confianza, tanta que se olvidaron de Malta y destinaron a la División Folgore, creada expresamente para la misión en dicha isla, a Egipto. Rommel no entendía el motivo de la renuncia; una cosa no excluía la otra.
Pensó que sus palabras se habían malinterpretado, pues se refería a que, para mantener Alejandría una vez conquistada, era necesario conquistar Malta. Esa falta de entendimiento entre los altos mandos resultaría fatal para Alemania, puesto que continuó la presencia de aviones y barcos en Malta, fracasó la campaña de Egipto y el Afrika Korps fue derrotado en El Alamein.
Otro malogrado plan del Eje pretendía lanzar cerca de La Haya paracaidistas que deberían hacerse con los aeródromos de Ypenburg, Ockenburg y Valkenburg y con la ciudad, tratando así de forzar la rendición holandesa y conquistar luego Gran Bretaña.
Creían que la clave del éxito era atacar por sorpresa, haciendo pensar a los holandeses que se dirigían hacia Reino Unido. Pero el paso de los aviones los alertó y, aunque los hombres de Hitler pudieron tomar los tres aeródromos, la misión no llegó a buen término.
Ni tomaron La Haya ni la reina Guillermina I firmó una rendición. Es más, varias horas después los holandeses contraatacaron. Pese a la victoria táctica de los holandeses, el considerado primer ataque paracaidista fallido de la Historia no tuvo excesiva repercusión para los nazis, gracias a sus triunfos en otros enclaves.
La batalla de Kursk. De todos modos, el mayor fracaso del Eje fue en el Frente del Este. 1943 marcó el inicio de la decadencia de las fuerzas de Hitler. Ese año perdieron casi 800.000 hombres en Stalingrado y se libró la batalla de Kursk, el más brutal y largo enfrentamiento entre tanques nazis y soviéticos, del 5 de junio al 23 de agosto.
Participaron tres millones de soldados, 13.000 tanques y 12.000 aviones. Los muertos se contaron por cientos de miles. Hitler necesitaba ganar en Kursk y reconocía que aquella batalla, la Operación Ciudadela, debía “concluir con un rápido y decisivo éxito”.
No fue así; estaba demasiado anunciada. Tanto, que los rusos pudieron preparar a conciencia una feroz resistencia y una ejemplar estrategia. La ofensiva significó el primer combate en que la Blitzkrieg (guerra relámpago) era derrotada antes de poder romper las defensas enemigas.
Los alemanes ya no se recuperaron y el Ejército Rojo siguió su avance hacia Berlín. Para algunos fue la batalla más decisiva de la contienda.
Así lo cree el historiador Richard Overy, autor de Por qué ganaron los aliados: “En Kursk, el ejército soviético mostró por primera vez una organización superior a la alemana en el campo de batalla en verano, tomó la iniciativa y ya no volvió a abandonarla; Kursk desequilibró de manera irreversible el frente alemán”.
Si tras Stalingrado se vio que Alemania no iba a ganar su guerra con Rusia, tras Kursk se supo además que serían los rusos los que la ganarían. Durante la contienda hubo asimismo varios planes germanos para terminar con la vida de los líderes de los países participantes.
Tras el fracaso de la Operación Long Jump, que pretendía acabar a la vez con Churchill, Roosevelt y Stalin, los alemanes trazaron otro plan para asesinar a Stalin. Todos los intentos de acabar con la vida del enemigo número uno de Hitler fracasó. También la llamada Operación Zepelín.
Asesinato frustrado de Stalin. La inteligencia alemana sabía que las medidas para garantizar la seguridad de Stalin estaban estudiadísimas y que cualquier intento de acercarse a él tenía escasas posibilidades. Por eso, prepararon el nuevo plan a conciencia.
Reclutaron a una víctima de la represión de Stalin: Piotr I. Shilo, que sería a partir de entonces el comandante Tavrin, y se ocuparon de elaborar documentos a su nombre, de conseguir condecoraciones militares soviéticas auténticas y de justificar su presencia en Moscú por una baja tras haber sido gravemente herido.
Y para darle la máxima credibilidad, le amputaron una pierna y le infligieron heridas reales que se suponía había recibido en el frente. La operación hubo de abortarse en varias ocasiones por diversos motivos, posponiéndose hasta el 4 de septiembre de 1944.
Esa noche, un avión despegaba de Riga con dos personas a bordo: Shilo haciéndose pasar por Tavrin– y su esposa, entrenada como operadora; llevaban armas y una motocicleta de marca soviética.
Pese a los cuidadosos preparativos, tampoco en esa ocasión la cosa salió como se esperaba. El aparato recibió fuego enemigo y el piloto se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia. Los ocupantes salvaron la vida, pero vecinos de la zona alertaron a las autoridades de que habían visto alejarse a dos personas en una motocicleta.
Se bloquearon todas las carreteras que llevaban a Moscú y en la región de Smolensk, a las 5 de la mañana, un agente del NKVD detuvo un sidecar con un hombre y una mujer. Aunque su documentación parecía en regla, les hizo acompañarlo.
Pronto se comprobó que no existía ningún comandante Tavrin. Shilo lo “cantó” todo y, a cambio de salvar la vida, participó en un juego de radios que pasaría a la Historia como “Niebla” y con el que la contrainteligencia soviética pudo engañar a los alemanes durante dos meses.
El último intento de asesinar a Stalin, como el resto, había sido frustrado. Y, en cuanto dejaron de ser necesarios, sus protagonistas fueron acusados de traición, condenados a muerte y ejecutados.
Un aporte del director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel