Columna de Opinión

Terminal Puerto Arica movilizó cerca de 1,4 millones de toneladas de carga boliviana en el primer semestre

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR
No es coincidencia que durante los 10 años de concesión TPA se haya posicionado como el Puerto multipropósito líder del pacifico para el comercio exterior boliviano. Las cifras son sólidas y avalan lo mencionado, dado que si se compara los periodos enero-junio para los años 2013 y 2014, TPA ha crecido un 8% llegando a mover 1,79 millones de toneladas, correspondiendo el 81% de estas cargas a clientes Bolivianos. Es decir, Terminal Puerto Arica ha movilizó cerca de 1,4 millones de toneladas de carga boliviana en el primer semestre de 2014.

 

Para estrechar lazos con el vecino país, la delegación de TPA participó activamente en Rueda de Negocios CAINCO, donde sostuvo más de 40 reuniones con diferentes clientes y entidades del Estado boliviano.

No es coincidencia que durante los 10 años de concesión TPA se haya posicionado como el Puerto multipropósito líder del pacifico para el comercio exterior boliviano. Las cifras son sólidas y avalan lo mencionado, dado que si se compara los periodos enero-junio para los años 2013 y 2014, TPA ha crecido un 8% llegando a mover 1,79 millones de toneladas, correspondiendo el 81% de estas cargas a clientes Bolivianos. Es decir, Terminal Puerto Arica ha movilizó cerca de 1,4 millones de toneladas de carga boliviana en el primer semestre de 2014.

Es por ello que bajo el contexto de la Expocruz, TPA realizó más de 40 reuniones tanto en la Rueda de Negocio, como también visitó a los principales clientes que lideran las diferentes industrias para transmitir las mejoras e inversiones que se están ejecutando y planificando para abordar el crecimiento de carga por Puerto de Arica.

Según Diego Bulnes, Gerente General de TPA, “si consideramos el primer semestre del presente año, TPA ha aumentado su actividad alineado al crecimiento de Bolivia y, por lo mismo, las inversiones en este año superan los 10 MM de dólares y con un fuerte énfasis en maquinaria, las cuales se encuentran operativas desde comienzos de agosto. La situación actual del Puerto de Arica es la óptima, es posible disponer de áreas de acopio, maquinaria para manipulación de contenedores y cargas de proyecto y, sobre todo, un Puerto ordenado y capaz de atender los requerimientos de Bolivia”.

Por otro lado, Hermann Gratzl, Gerente Comercial de TPA, indicó que “estamos convencidos -y nuestros clientes nos lo han transmitido en las reuniones sostenidas en la Rueda de Negocios y en sus oficinas de Bolivia- que la situación del Puerto de Arica es óptima y que la fuerte inyección de inversiones en equipos y personal han incidido positivamente a los rendimientos en la calidad de servicio y lo pueden notar en sus movimientos”.

TPA espera cerrar el año y superar los 3MM de toneladas del pasado 2013, para ello sigue trabajando en la organización de las áreas, informar los procedimientos documentales y operativos a todos sus clientes como los 5 tips del desconsolidado, coordinar operaciones con todo operador logístico y de este modo anticipar a fechas y estaciones criticas, mantener una relación cercana a través de su área comercial y, sobre todo, con el proceso de implementación de un CALL CENTER disponible para atender toda consulta desde Bolivia ó cualquier parte del mundo. Por último, próximo a lanzar una aplicación para teléfonos móviles para que todo cliente pueda consultar el estado de su carga en Puerto.

FUENTE 

http://ibce.org.bo/ibcemail-detalle.php?id=519

Columna de Opinión

Carta publicada en el Diario La Tercera el 13 de Septiembre de 2014 “Derogación de la Ley de Amnistía”

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

En todo caso, una eventual derogación de dicha ley no tendría mayor efecto y debería ser aplicada no obstante su derogación, de acuerdo con los principios de favorabilidad y de ultraactividad de la ley penal más benigna; principios que rigen en todos los países civilizados, que son verdaderos “derechos humanos” y que constituyen logros que han sido conquistados luego de haber transcurrido muchos siglos de civilización.

Viña del Mar, 12 de septiembre de 2014.

 

Derogación de la Ley de Amnistía de 1978

 

Señor Director:

 

            Michelle Bachelet, diez días después de haberse instalado nuevamente en La Moneda declaró: “Siempre me ha inspirado fuertemente el liderazgo de Nelson Mandela, quien pese a todo lo vivido fue capaz de pararse sobre ello, mirar su país y con una tremenda humanidad, pensar qué le hacía bien a la nación”.

            Tales palabras me llevaron a pensar que ella procedería a actuar como lo hizo Mandela en Sudáfrica y, como él, trascendería en la historia como una gran estadista al dictar una nueva ley de amnistía —la que no está prohibida por tratados internacionales, como lo demostré en un libro de mi autoría titulado Procesos sobre violación de derechos humanos. Inconstitucionalidades, arbitrariedades e ilegalidades— que propendería a la concordia y a la reconciliación nacional, a dar vuelta la página y a poner fin a la crisis política más grande del siglo pasado.

            Por lo anterior, me ha resultado absolutamente incomprensible su decisión de darle suma urgencia a un proyecto de ley que deroga el decreto ley 2191 de 1978, conocido como Ley de Amnistía, lo que solo contribuye a reavivar los fuegos del odio y de la venganza y que nada bueno augura para nuestra patria.

            Evidentemente, se alzarían voces en contra de una nueva ley de amnistía por organizaciones denominadas de “derechos humanos”, argumentando que ella solo beneficiaría a militares y carabineros. Efectivamente así sería, porque todos los subversivos armados, guerrilleros y terroristas que asesinaron a cientos de uniformados y civiles inocentes han sido indultados o amnistiados por la misma ley que se pretende derogar lo que, por otra parte, solo viene a confirmar que la ley actual está vigente.

            En todo caso, una eventual derogación de dicha ley no tendría mayor efecto y debería ser aplicada no obstante su derogación, de acuerdo con los principios de favorabilidad y de ultraactividad de la ley penal más benigna; principios que rigen en todos los países civilizados, que son verdaderos “derechos humanos” y que constituyen logros que han sido conquistados luego de haber transcurrido muchos siglos de civilización.

 

 

             Atentamente le saluda.

 

 

 

 

 

                            Adolfo Paúl Latorre

                                    Abogado

 

 

 

Publicada en La Tercera el sábado 13 de septiembre de 2014.

 

 

Las opiniones reproducidas son de exclusiva responsabilidad de sus 

autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

 

 

La probabilidad de perder en la lucha no debe disuadirnos
de apoyar una causa que creemos que es justa.

                                                               Abraham Lincoln


UNION DE OFICIALES EN RETIRO DE LA DEFENSA NACIONAL

                                          UNOFAR FILIAL VALPARAISO

                                         fundada el 25 de junio de 1991

Columna de Opinión

Derogación de la Ley de Amnistía de 1978

Viña del Mar, 12 de septiembre de 2014.

 

Derogación de la Ley de Amnistía de 1978

 

Señor Director:

 

            Michelle Bachelet, diez días después de haberse instalado nuevamente en La Moneda declaró: “Siempre me ha inspirado fuertemente el liderazgo de Nelson Mandela, quien pese a todo lo vivido fue capaz de pararse sobre ello, mirar su país y con una tremenda humanidad, pensar qué le hacía bien a la nación”.

            Tales palabras me llevaron a pensar que ella procedería a actuar como lo hizo Mandela en Sudáfrica y, como él, trascendería en la historia como una gran estadista al dictar una nueva ley de amnistía —la que no está prohibida por tratados internacionales, como lo demostré en un libro de mi autoría titulado Procesos sobre violación de derechos humanos. Inconstitucionalidades, arbitrariedades e ilegalidades— que propendería a la concordia y a la reconciliación nacional, a dar vuelta la página y a poner fin a la crisis política más grande del siglo pasado.

            Por lo anterior, me ha resultado absolutamente incomprensible su decisión de darle suma urgencia a un proyecto de ley que deroga el decreto ley 2191 de 1978, conocido como Ley de Amnistía, lo que solo contribuye a reavivar los fuegos del odio y de la venganza y que nada bueno augura para nuestra patria.

            Evidentemente, se alzarían voces en contra de una nueva ley de amnistía por organizaciones denominadas de “derechos humanos”, argumentando que ella solo beneficiaría a militares y carabineros. Efectivamente así sería, porque todos los subversivos armados, guerrilleros y terroristas que asesinaron a cientos de uniformados y civiles inocentes han sido indultados o amnistiados por la misma ley que se pretende derogar lo que, por otra parte, solo viene a confirmar que la ley actual está vigente.

            En todo caso, una eventual derogación de dicha ley no tendría mayor efecto y debería ser aplicada no obstante su derogación, de acuerdo con los principios de favorabilidad y de ultraactividad de la ley penal más benigna; principios que rigen en todos los países civilizados, que son verdaderos “derechos humanos” y que constituyen logros que han sido conquistados luego de haber transcurrido muchos siglos de civilización.

 

             Atentamente le saluda.

 

                            Adolfo Paúl Latorre

                                    Abogado

 

Publicada en La Tercera el sábado 13 de septiembre de 2014.

 

Las opiniones reproducidas son de exclusiva responsabilidad de sus 

autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

 

La probabilidad de perder en la lucha no debe disuadirnos
de apoyar una causa que creemos que es justa.
                                                               Abraham Lincoln


UNION DE OFICIALES EN RETIRO DE LA DEFENSA NACIONAL

                                          UNOFAR FILIAL VALPARAISO

                                         fundada el 25 de junio de 1991

Columna de Opinión

EL RETORNO DE LA SUBVERSIÓN A CHILE

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR
Terroristas y subversivos comienzan a ocupar el espacio dejado por la negligencia de nuestras autoridades de los últimos años. La campaña de los derechos humanos se les paso de largo y hoy sirve de paraguas protector para el retorno de la subversión a Chile. Como siempre, nada pasará y los terroristas seguirán incrementando su fuerza, mientras los guerrilleros del Sur siguen quemando y matando. Gracias a nuestra propia debilidad y subordinación a una casta de malos políticos, los chilenos tenemos lo que nos merecemos.

 

La noticia gira a través del mundo, mientras en Chile tomamos conciencia de un
cambio radical en nuestras vidas:. ¡Bomba terrorista explota en el Metro de Santiago!.
Después de largos años viendo como se deterioraba nuestra calidad de vida ciudadana, hoy
hemos llegado a lo que todos sabíamos que terminaría ocurriendo: el retorno en gloria y
majestad de la Subversión, esa forma de acción subrepticia que tanto incomoda mencionar a
quienes se han servido históricamente de ella para alcanzar sus objetivos políticos. La mejor
definición que podemos encontrar para calificar un acto subversivo es la que lo describe
como “una acción destinada a subvertir (trastocar, dar vuelta) el orden establecido”.
Durante años hemos observado a las autoridades evitando a toda costa el empleo de
terminología que pudiera ser asociada al Régimen Militar. De este modo, el que podemos
llamar “complejo militar” ha llevado a la clase política a acostumbrarnos a que quien pone una
bomba en la vía pública no es necesariamente un terrorista; que quien asalta un banco con
armas automáticas y de largo alcance es tan solo un delincuente común; que el acto de
quemar vivo a un matrimonio anciano es solo una expresión de la frustración de una raza
maltratada por la sociedad; que quien embosca con armas de fuego a un fiscal de la
República y a Carabineros de Chile no es un subversivo; que el asesinato de un Senador en
democracia es tan solo un acto político; que quienes lanzan bombas incendiarias contra la
policía son solo grupos exaltados; que quienes son capturados poniendo bombas en Chile
merecen ser dejados en libertad por tribunales garantistas, mientras son encarcelados en
España por pretender hacer lo mismo; que quienes asesinaron a cinco escoltas
presidenciales son jóvenes idealistas, sino héroes del pueblo; etc.
Sirve de marco para este peligroso relajamiento de los sistemas de alerta que
previenen la ruptura del orden establecido, la promulgación hace unos años de una reforma al
sistema procesal penal que –motivada por el mismo “complejo militar”− produjo un brusco giro
desde el estilo autoritario e injusto, en que el juez era también parte y presumía de entrada la
culpabilidad del imputado, para reemplazarlo por un sistema en extremo garantista, donde el
delincuente se presume inocente y pasa a ser un protegido del estado, quien lo defiende de la
policía y le asegura un trato mucho mejor que el que se otorga a las víctimas. Por supuesto
que ese sistema antiguo, desechado –como se dijo− por injusto, tiene plena vigencia hasta el
día de hoy para los militares, segmento de la sociedad chilena que recibe el trato abusivo
completamente descartado para el resto de sus compatriotas, en una discriminación grosera
de su condición ciudadana y mientras los delincuentes disfrutan de los beneficios del nuevo
sistema.
Se sabe que cualquier estado serio debe contar con un Sistema de Inteligencia que
provea a sus gobernantes la información útil necesaria para la prevención de los hechos que
afecten a la Seguridad Nacional, ya sea que provengan de amenazas externas como de
aquellas que se originan en el corazón de la sociedad. Ésta es la única forma en que el
gobierno de turno puede cumplir su deber de garantizar la seguridad a sus conciudadanos.
Ello, sin embargo, fue simplemente omitido por los gobiernos de la Concertación y
ninguneado por el gobierno de Piñera, configurándose así una injustificable negligencia
constitucional que nos expone a vernos inmersos −repentinamente o con muy poco aviso− en
una guerra subversiva o de guerrillas (otra palabra que provoca urticaria en la clase política)
de insospechadas consecuencias. Es cosa de pensar en lo ocurrido en Colombia hace más
de cuarenta años, cuando comenzó la aventura de las FARC y comprobar a lo que han llegado en la actualidad, cuando ejercen pleno dominio armado sobre sectores importantes
del territorio, adonde la autoridad del gobierno no es capaz de llegar. ¿Cuánto nos faltará
para que ello comience a ocurrir en la Araucanía? ¿O estará ya ocurriendo sin que nos sea
permitido saberlo? Es un hecho reconocido universalmente que –cuando la situación escale
hasta donde muy probablemente escalará− todo lo que se haga será inoportuno, como si se
tratase de apagar un incendio declarado, en vez de haberlo hecho mientras era apenas un
amago. Pobres Carabineros cuando llegue ese momento, en especial cuando se pretenda
que enfrenten con perdigones de goma y gases lacrimógenos a guerrilleros armados con
fusiles M16, entrenados y quizás hasta dirigidos por instructores extranjeros o por chilenos
formados, entrenados y ambientados en Angola o Nicaragua.
Por fortuna y gracias al legado visionario plasmado en la Ley del Cobre, nuestras
FF.AA. han podido seguir equipándose hasta alcanzar el nivel disuasivo que hoy nos da
seguridad y paz. De otro modo, el “complejo militar” también nos tendría en absoluta
desprotección frente a las ambiciones de nuestros vecinos. Al respecto, cabe considerar que
−al igual que en el caso de las amenazas externas− los movimientos subversivo-terroristas no
se desarrollan en un día, sino que requieren de una serie de elementos que los alimenten
progresivamente, entre los cuales podemos mencionar algunos que la debilidad de nuestros
gobernantes y las reminiscencias oscuras de su pasado les ofrecen generosamente:
– Causa o motivación política: expresada por ejemplo en la “reivindicación del pueblo
mapuche” o la “injusticia social del modelo”, condiciones exacerbadas precisamente por
políticos irresponsables, ávidos de poder y de gloria, pero carentes del sentido de estado.
– Escenario internacional favorable: sembrado generosamente a partir de la campaña
anti-chilena desarrollada durante los años de exilio dorado por los que hoy gobiernan y
estimulado por la sostenida campaña del “ni perdón ni olvido”, oda que incita a la
violencia anti-sistema y anti-estado, mientras se disfraza con la búsqueda de la justicia.
– Sustento financiero: conseguido en parte a través de las mismas redes de
financiamiento internacional creadas y profusamente explotadas por el mundillo político
que vivió en el exilio y −desde hace un tiempo− por la creciente “recuperación” de
cajeros, camiones blindados, aeropuerto, etc., a la que nadie consigue poner coto.
– Apoyo comunicacional: otorgado por la invariable irresponsabilidad de medios de
prensa izquierdistas o dotados de un interés exclusivamente comercial, ambos sin el
menor compromiso ético o moral con el bien común.
– Debilidad represora: dada por las restricciones a la acción policial, la cobertura de
organizaciones de derechos humanos, la falta de coraje de la judicatura involucrada y la
bajísima penalidad para los actos terroristas, garantizada por el temor de aplicar las
herramientas legales disponibles.
Podríamos mencionar una serie de otras condiciones que estimulan la formación de
movimientos subversivo-terroristas en Chile, pero en particular podemos destacar la
reinstalación de la lucha de clases, en un pueblo que había descubierto el valor de las metas
conseguidas por el esfuerzo propio y que ahora es inducido a la flojera y a la espera del goteo
proveniente del estado benefactor. Todo ello, en medio de las mismas pomposas
declaraciones de siempre que ya suenan a la máxima estupidez, cuando se dice que “se
aplicará el máximo rigor de la Ley…”
08 de Septiembre de 2014
Patricio Quilhot Palma
Columna de Opinión

LA MALDAD DESATADA

LA MALDAD DESATADA

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

Unas FF.AA. con estos Individuos en sus filas, no servirán para nada y en caso de conflicto solo traerán vergüenza a la Nación. ¿Eso es lo que quiere para Chile el SR. Gutiérrez? PERO LOS MARXISTAS SON INTERNACIONALISTAS Y EL CONCEPTO DE PATRIA NO LO CONCIBEN.

El proyecto del Diputado Hugo Gutiérrez  (PC) de permitir que activistas y agitadores políticos puedan  ingresar a las  FF.AA., constituye la mayor villanía o vileza que jamás se haya perpetrado contra ellas, desde la creación de la república. Esto tiene por objeto la destrucción de LAS INSTITU CIONES ARMADAS desde su base de sustentación; es decir, corroer el aspecto moral y la disciplina para tener otro tipo de FF.AA. que obedezca a los cánones  del Partido Comunista, algo que siempre han perseguido tratando de infiltrarlas. Este sería un acto premeditado de la mayor mala intención, ignorancia, falta de tino y de criterio, algo que al marxismo no le interesa ya que no importa el método sino que lograr sus desquiciadores propósitos.

Yo me pregunto ¿Qué necesidad hay de instaurar tal medida? ¿Serán más eficientes para la guerra? ¿Habrá mayor cohesión?, no Sres. nada de eso ocurrirá  muy por el contrario, todo lo logrado en casi 200 años de servicio a la Patria  será borrado. Serán fuente permanente de conflicto en las Unidades, especialmente a bordo de los buques de guerra donde para servir hay que haber pasado por las Escuelas Matrices y donde la vida transcurre de otra manera que en tierra. En ninguna Institución ARMADA DEL MUNDO QUE SE PRECIE DE SERIA Y EFICIENTE, ha sucedido ni sucede semejante aberración

Unas FF.AA. con estos Individuos en sus filas, no servirán para nada y en caso de conflicto solo traerán vergüenza a la Nación. ¿Eso es lo que quiere para Chile el SR. Gutiérrez? PERO LOS MARXISTAS SON INTERNACIONALISTAS Y EL CONCEPTO DE PATRIA NO LO CONCIBEN.

Si la Cámara de Diputados, llegase a aprobar este inútil e innecesario proyecto, sería la mayor traición que han sufrido las FFAA desde su creación, con el agravante que esta vez se cometería por los políticos que tienen el deber de cuidarlas y preservarlas eficientes para enfrentar un conflicto en cualquier momento. Espero que prime la cordura y el patriotismo en esa alta corporación no aprobando dicha moción, con lo que habrán prestado un gran servicio a la  NACIÓN, QUE LOS ELIGIÓ PARA QUE LA SIRVAN CON HONRADEZ Y ALTURA DE MIRAS.

FERNANDO NAVAJAS

Vicealmirante

Columna de Opinión

El 11 de septiembre en Chile: una mirada desde el inconsciente colectivo. Ver programa ASOFAR 11 Septiembre en Valparaíso en filial V Región

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

Pretender separar o hacer una diferencia entre “los que estaban antes y los que están ahora” es intentar manipular un inconsciente colectivo que tiene más de 200 años, al menos en el Ejército y la Armada. Por su parte, tanto Carabineros, la Fuerza Aérea como la Policía de Investigaciones, son instituciones que fueron formadas a partir del Ejército y la Armada por lo que comparten su antigüedad en términos del inconsciente colectivo.

A pocos días del 11 de septiembre, nos preparamos nuevamente para que los medios de comunicación saturen los espacios de “noticias” y “reportajes” con hechos ocurridos con posterioridad a la fecha mencionada correspondiente al año 1973.  Nada nuevo. Se sabe con mucha anticipación que esto ocurrirá.

 Esta situación, propia de esta fecha en las últimas décadas, no deja de llamar la atención por la insistencia de su repetición ante una sociedad que parece ser inmune a esa “realidad” y que, majaderamente, se muestra sin importar su contexto histórico o veracidad. Pareciera ser que el efecto perseguido – el desprestigio del Gobierno Militar – no ha sido posible de conseguir, pese a la persistente ofensiva de comunicación desplegada desde larga data, principalmente por la televisión y la prensa escrita.

En ese mismo contexto, hay que agregar la exclusiva persecución judicial a miembros de las Fuerzas Armadas y de Orden, en tanto que delincuentes, subversivos, terroristas y asesinos de militares y policías son indultados, amnistiados o protegidos, siendo que muchos de ellos fueron protagonistas de hechos ocurridos con posterioridad al 11 de septiembre de 1973.

 La insistencia en repetir y concentrarse en sólo algunos hechos de la historia reciente con posterioridad a septiembre de 1973, complementada por una clara parcialidad en la aplicación de la justicia, obliga a buscar las causas más allá de la razón, por cuanto es difícil entender esa tenaz persistencia en intentar influir en la opinión de una sociedad que está cada día más alejada de la participación política.

Quizás una mirada desde el inconsciente nos podría dar una luz sobre las motivaciones por las que, medios de comunicación, y grupos interesados de personas, insisten en promover y mantener un ambiente de odio y confrontación que mantiene estancados y amarrados al pasado a algunos ciudadanos del país cuya mayoría, claramente, desea intentan mejorar sus condiciones y calidad de vida.

El inconsciente es una parte constitutiva de la psique del hombre. Su existencia fue enunciada por Freud, estudiada por Jung y complementada y desarrollada, entre otros, por Lacan, y recientemente por Castoriadis. El inconsciente humano da cuenta de actos que no tienen explicación racional o consciente; de allí que es difícil encontrar respuestas a sus manifestaciones, ya que normalmente escapan al mundo que denominamos como real, y menos a la relación causa – efecto.

El inconsciente se presenta de una manera extremadamente compleja. Quizás un ejemplo ayudará a entender su participación en las relaciones humanas: El ser humano generalmente actúa conforme a lo que quiere ser, y no lo que realmente es. Lo que el ser humano es, normalmente lo oculta y lo ve en otra persona. “Si yo soy flojo, conscientemente voy a ser trabajador y voy a detestar a los flojos”.

Lo anterior es una simplificación extrema, pero con ello se pretende llamar la atención sobre la relación entre consciente e inconsciente. “Lo que realmente Soy lo oculto, y lo veo en el Otro. Eso me justifica y lo que es más importante, tranquiliza mi conciencia”.

El inconsciente también existe a nivel colectivo, no siendo la simple la suma del inconsciente individual de los sujetos que componen una sociedad.

Se entiende como una percepción formada por vivencias acumuladas en el devenir de una comunidad y que es transmitido inconscientemente de generación en generación, o en un grupo afín. Por lo anterior, no es posible de manipular o cambiar por medios físicos o construcciones culturales humanas. Es un conocimiento mucho más profundo, que dice relación con la supervivencia y naturaleza del hombre, y que da cuenta de aquellos atributos derivados de la larga evolución del ser humano, como son, la solidaridad, el altruismo y la justicia. Desde esa perspectiva se podría intentar buscar una explicación a la ofensiva comunicativa “anti Gobierno Militar” que, una vez más, estamos próximos a experimentar.

Recientemente se publicó la encuesta del Centro de Estudios Públicos de julio de 2014, en donde, como ha sucedido invariablemente en las últimas décadas, Carabineros, las Fuerzas Armadas y la Policía de Investigaciones, ocupan los primeros lugares de las Instituciones que merecen la mayor confianza ciudadana.

Curiosamente son las mismas Instituciones que actuaron el año 1973, por más que se les intente desperfilar y separarlas de “los que apoyaron al Gobierno Militar” y “los que están actualmente en servicio activo”.

Pretender separar o hacer una diferencia entre “los que estaban antes y los que están ahora” es intentar manipular un inconsciente colectivo que tiene más de 200 años, al menos en el Ejército y la Armada. Por su parte, tanto Carabineros, la Fuerza Aérea como la Policía de Investigaciones, son instituciones que fueron formadas a partir del Ejército y la Armada por lo que comparten su antigüedad en términos del inconsciente colectivo.

Expuesto ya el resultado de la encuesta CEP, en donde quienes serán atacados mantienen nuevamente el mejor índice de confianza ciudadana, cabe preguntarse ¿qué es lo que les molesta del Gobierno Militar?

La respuesta más probable está en el mecanismo del inconsciente: a ellos les molesta que las FFAA y de Orden merezcan la mayor confianza ante la ciudadanía, muy superior a las instituciones “cultas y letradas”, y les molesta además, que las FFAA y de Orden hicieron en 1973 lo que otros grupos, en este caso el estamento político, fueron incapaces de hacer.

Para quienes fracasaron en la conducción política del país eso es inaceptable, pero la ciudadanía, que experimentó directamente los acontecimientos de la época, en su inconsciente sabe que lo que hicieron las FFAA y de Orden era exactamente lo que había que hacer, con todas las consecuencias derivadas del clima de violencia imperante en ese tiempo.

Esto ya es parte del inconsciente colectivo nacional, e independiente de lo que se cuente, se escriba o se muestre a las generaciones presentes, el juicio ya está hecho, y la experiencia vivida por los adultos de la época también es parte del inconsciente de las generaciones posteriores que no la vivieron: “Lo que se dice, no es necesariamente lo que se siente o se piensa”.

 Ahora, curiosamente, y siempre en el ámbito del inconsciente, tanto la rabia, el resentimiento y el ataque persistente denotan fuerza y resistencia, pero al mismo tiempo desgastan y debilitan. Quizás en ese ataque tenaz y continuo a las FFAA y de Orden, y en la parcialidad en la aplicación de la justicia de la que muchos de sus miembros en retiro hoy son objeto, está la explicación a la indolencia ciudadana a la participación política.

Por algo es que en la encuesta CEP ya mencionada, tanto los partidos políticos como el estamento judicial ocupan los últimos lugares en la confianza de los chilenos: ellos están absolutamente debilitados y desprestigiados porque ante la sociedad, no han cumplido, ni cumplen con su deber.

La parte consciente de la psique humana se concentra en el presente y eventualmente, en el futuro, mientras que la parte inconsciente se centra en el pasado, no sólo inmediato y propio, sino que también en el colectivo, que tiene millones de años de existencia.

Pretender, desde lo consciente, desconocer u olvidar el pasado, es enfrentarse a un legado poderoso que no es posible borrar o eliminar como es el inconsciente.

Desde esa perspectiva, es posible entender la contumaz postura de algunos grupos y personas, de analizar la historia reciente a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre de 1973, haciendo caso omiso de todos los hechos ocurridos con anterioridad. Es la explicación humana a encontrar la culpa en el Otro, atacándolo permanentemente, intentando con ello ocultar las malas acciones, omisiones o faltas propias.

“Miremos desde el 11 de septiembre de 1973 en adelante, porque lo que pasó antes no lo quiero ver, ya que Yo soy responsable y culpable de ello”. Pero el “que no quiero ver” está, lo estará siempre y seguirá molestando mientras no se reconozca, como también se hace con la tarea efectuada por el Gobierno Militar: “Ellos hicieron lo que mi grupo político no hizo o no fue capaz de hacer, y por ello debo atacar y desprestigiar su obra”.

Ambos hechos, la labor del Gobierno de las FFAA y de Orden y el no reconocimiento de la situación de violencia que vivía el país, están en el inconsciente colectivo nacional. Eso no se puede cambiar, ni va a cambiar por declaraciones ni escritos provenientes de los medios de comunicación.

La realidad nacional que se muestra es otra, y está claramente reflejada en la encuesta CEP, lo que nos permite evidenciar la compleja relación entre el consciente e inconsciente del ser humano.

Luego, es posible inferir que reconociendo, o al menos dejando de atacar al Gobierno Militar, y administrando justicia a los miembros de las FFAA y de Orden en forma imparcial, la confianza ciudadana en los partidos políticos y en los tribunales de justicia, podría aumentar en el mediano plazo.

De no ser así, quienes se ubican en los lugares más bajos en términos de la confianza ciudadana continuarán enfrentándose a un adversario que es inmune a sus embates, como es el inconsciente colectivo nacional, con el agravante que además de desgastarse y debilitarse, incrementará su desprestigio ante la sociedad.

Por el contrario, las FFAA y de Orden, como Instituciones asociadas por la ciudadanía con el Gobierno Militar, seguirán siendo positivamente valoradas.

Lo expresado anteriormente no significa que se deba observar pasivamente los embates de los medios de comunicación en contra de la labor del Gobierno Militar de las FFAA y de Orden, o que se olvide a quienes se encuentran detenidos sin haber recibido un debido proceso legal.

Pareciera ser que el camino no es el del enfrentamiento ni la respuesta a posturas que, se sabe, obedecen a un deseo de justificar las falencias o fallas de un grupo, en este caso el estamento político, culpando a otros.

En la medida que se responde a un ataque, se está reconociendo la existencia del atacante, y en este caso es posible ignorarlo: apagar el televisor, no leer los diarios o no reaccionar ante el ataque.

En términos del inconsciente colectivo nacional, es una posición histórica obtenida, no buscada, por las FFAA y de Orden, y el esfuerzo a desplegar debe ir en acciones tendientes a promover la tranquilidad y progreso a nuestra sociedad, y en particular haciendo presente, en cuanto foro sea posible, la pérdida del estado de Derecho en nuestro país.

En el contexto anterior, como miembros de las FFAA y de Orden en retiro, nos cabe la gran responsabilidad de buscar la unión de las todas las Instituciones nacionales de personal retirado que tienen origen e intereses afines a los propios.

En un ámbito más amplio, y con la concurrencia de todo chileno preocupado por el futuro de su descendencia, por nuestra formación militar, la comunión de doctrina y el espíritu de servicio y sacrificio en el cual fuimos formados, nos permite (y quizás nos obliga) acudir a apoyar a quienes no se sienten representados, participando en nuevos referentes para organizaciones y ciudadanos que sólo desean lo mejor para el futuro de Chile, alejados de doctrinas foráneas o intereses transnacionales.

Sabemos que contamos con el apoyo de una mayoría silenciosa de chilenos que sólo aspiran al orden, tranquilidad y progreso de la Patria. Allí están: sólo esperan a buenos líderes.

Frente a los ataques y diatribas cargadas de odio y resentimiento que se emitirán en los próximos días cercanos al 11 de septiembre, recordemos que quienes atacan es porque la evidencia y la realidad les son molestas, y que en ese empeño se desgastan y se debilitan, mientras que los atacados se fortalecen.

Concentremos nuestra energía en donde vale la pena, y no en rechazar ataques que reflejan culpa y frustración. El juicio de la ciudadanía ya está hecho: el 11 de septiembre de 1973 y la labor del Gobierno Militar, constituyen un acto fundacional del Chile del siglo XXI y es parte del inconsciente colectivo nacional.

Daniel Arellano

Contraalmirante (R)

Magíster en Etnopsicología PUCV

Columna de Opinión

FORO DE BUENOS AIRES POR LA JUSTICIA, LA CONCORDIA Y LA LIBERTAD Asociación de Abogados por la justicia y la Concordia 19 y 20 de agosto de 2014

Las opiniones vertidas en esta columna de opinión, son de responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente el pensamiento de UNOFAR

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

 

 

EXPOSICIONES DEL ABOGADO ADOLFO PAÚL LATORRE

 

PRESENTACIÓN

Agradezco la invitación de la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia para participar en este Foro y a todos ustedes vuestra cordialidad y vuestra presencia en este acto.

            A continuación expondré algunos comentarios sobre los procesos judiciales seguidos en contra de los militares en nuestros países y me referiré al tema que me corresponderá exponer en este Foro: la Defensa Nacional y las Fuerzas Armadas. Se trata de un tema apasionante y, a la vez, muy ignorado e incomprendido.

Todos nosotros nos hemos formulado preguntas tales como las siguientes:  ¿Qué son las Fuerzas Armadas?  ¿Para qué sirven?  ¿Cuál es su razón de ser?  ¿Cuáles son sus características? ¿Cuáles son sus funciones o misiones?  ¿Cuál es la relación entre política y Fuerzas Armadas?  ¿Son realmente necesarias las Fuerzas Armadas?

No pretenderé, durante mi intervención de mañana, dar una cabal respuesta a todas estas preguntas; pero, al menos, trataré de dar algunas luces.

Al respecto pienso que, en primer lugar, debemos reconocer, como una realidad, el hecho de que en muchos sectores de nuestras sociedades hay personas que desconocen la función militar y que miran con indiferencia, con menosprecio, e incluso con franca aversión y hostilidad a las Fuerzas Armadas; que creen que ellas no tienen razón de ser, que solo sirven para los desfiles, que son la antinomia de la democracia, que distraen recursos que podrían ser destinados al gasto social y que lo mejor que se podría hacer con ellas sería eliminarlas.

            Este despego hacia las Fuerzas Armadas no es nada nuevo. El poeta Marcial escribía en el siglo I de nuestra era: “A Dios y al soldado todos los hombres adoran en tiempos de guerra, y solo entonces. Pero cuando la guerra termina, y todo vuelve a su cauce, Dios es olvidado y el soldado vituperado”.

Un repaso esquemático de la función militar permite establecer que la finalidad última de las Fuerzas Armadas es de índole política, que su razón de ser está en la resolución favorable del enfrentamiento armado, y que su justificación estriba en la seguridad de la sociedad a la que sirve.

            Los Estados no solo tienen el derecho, sino que el deber de proteger su seguridad con una defensa legítima.

Los ejércitos encarnan el exponente máximo de la voluntad de defensa de una comunidad política y del deseo de mantener su unidad, libertad e independencia.

            El profesionalismo militar entraña una firmeza en unas creencias y en unos ineludibles deberes, que se llevan hasta los límites más extremos de la abnegación y el sacrificio. Tal profesionalismo no acepta la interpretación mercenaria que de las Fuerzas Armadas algunos pretenden imponer. No se gana nada con tener gran cantidad de soldados, por muy bien armados y equipados que estén, si no están infundidos de una mística, animados por el sentimiento de amor a la patria y convencidos de la justicia de la causa por la que luchan y por la cual exponen su propia vida.

A este respecto Ortega ha señalado: “Lo importante es que el pueblo advierta que el grado de perfección de su ejército mide con pasmosa exactitud los quilates de la moralidad y vitalidad nacionales. Medítese un poco sobre la cantidad de fervores, de altísimas virtudes, de genialidad, de vital energía que es preciso acumular para poner en pie un buen ejército. ¿Cómo negarse a ver en ello una de las creaciones más maravillosas de la espiritualidad humana? La fuerza de las armas no es fuerza bruta, sino fuerza espiritual. Esta es la verdad palmaria, aunque los intereses de uno u otro propagandista les impidan reconocerlo”.

A lo largo de la historia, la patria amenazada ha llamado a sus hijos para que la defiendan; especialmente a quienes poseen las armas que el Estado ha puesto en sus manos, precisamente, con ese propósito.

En nuestra época, ese llamado no solo ha sido motivado por razones de agresiones externas, sino que también cuando la supervivencia de la patria ha sido puesta en gravísimo peligro por enemigos internos, como ha sido, por ejemplo, en los casos de Chile y de Argentina, que son los que más conozco.

En el caso de Chile, los militares fueron llamados en 1973 por el clamor de una amplia mayoría ciudadana; por organizaciones sociales, gremiales, religiosas y profesionales; así como por la Cámara de Diputados, para que ejercieran el legítimo derecho de rebelión ante un gobierno despótico y tiránico que había caído en la ilegitimidad de ejercicio; que había sumido a la nación en la violencia, el caos y la anarquía; que había destruido su economía y que pretendía instaurar una dictadura totalitaria marxista al estilo cubano.

En el caso de Argentina, en circunstancias que las bandas guerrilleras y el terrorismo con sus verdaderos baños de sangre amenazaban no solo la diaria convivencia, sino que la subsistencia misma de la nación, y ante una situación caótica que desbordaba a las instituciones policiales, en 1975 el gobierno ordenó a las Fuerzas Armadas: “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a los efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”.

Lo que ocurrió después es bien sabido: una vez solucionado el problema y restaurado el orden, los terroristas a cobrar y los militares a prisión.

Al respecto citaré lo expresado por el ministro de la Corte Suprema de Chile, Rafael Retamal, a Patricio Aylwin, cuando éste le hizo saber su preocupación por las acciones de las Fuerzas Armadas que afectaban la libertad y los derechos de las personas: “Mire, Patricio: los extremistas nos iban a matar a todos. Ante esta realidad, dejemos que los militares hagan la parte sucia, después llegará la hora del derecho”.

Pero, claro, después los heroicos hombres de derecho vinieron al rescate, cuando ya estaban seguros de que no los iban a matar a todos: condenaron públicamente a los militares que estaban peleando, los enjuiciaron y los metieron a la cárcel.

Lamentablemente en dichos países, al cabo de algunos años, personas de los mismos sectores políticos que promovían o amparaban la violencia armada llegaron al gobierno y al Congreso, pletóricos de odio y de deseos de venganza contra quienes les impidieron consumar sus proyectos totalitarios.

Por lo anterior los gobernantes a cargo del poder ejecutivo, con la complicidad de los poderes legislativo y judicial, han procedido a una persecución brutal contra los militares, con una iniquidad y una sevicia atroz.

Así fue como, por arte de magia, los guerrilleros y terroristas pasaron a convertirse en “víctimas inocentes” y los militares en el chivo expiatorio de todos los pecados cometidos en una época trágica y turbulenta.

Ellos pasaron a cargar con todas las culpas de los políticos civiles que exacerbaban el odio y la lucha de clases, que predicaban y practicaban la violencia como un medio legítimo para alcanzar el poder e instaurar un régimen totalitario marxista-leninista, y que son los grandes responsables del quiebre del orden institucional y de la consiguiente intervención de los militares y de sus secuelas.

Es por eso que los militares deben ser sacrificados. A ellos se les debe condenar, sea como sea. A ellos hay que aplicarles el lema “ni perdón ni olvido” y el “derecho penal del enemigo”.

A los militares hay que condenarlos a toda costa, sin importar si son inocentes, si están legalmente exentos de responsabilidad criminal o si su culpabilidad está atenuada o es inexistente.

Hay que condenarlos, sin importar lo que diga la ley y aunque no existan pruebas suficientes para ello.

Hay que condenarlos, sin importar que ellos tuvieron que exponer sus vidas en su ingrata tarea de reprimir a la guerrilla y al terrorismo, lo que era necesario para dar tranquilidad a la población y para poder reconstruir un país que —en el caso de Chile— estaba destruido hasta sus cimientos.

Y hay que condenarlos, sin importar si para ello es preciso vulnerar principios esenciales del derecho penal.

Y tampoco importa si para condenarlos hay que atropellar garantías o derechos que no solo están amparados constitucionalmente, sino que además en diversos tratados internacionales vigentes.

Nada de lo anterior importa. Todo principio, toda norma jurídica, toda legalidad, toda garantía constitucional, toda verdad, toda justicia, toda decencia y todo buen sentido pueden ser atropellados si ello es necesario para satisfacer los ánimos de odio y de venganza.

Para los militares no existe ni Estado de Derecho ni presunción de inocencia ni principios humanitarios ni convenios internacionales ni ley alguna que los favorezca, pero que sí les son aplicadas a los guerrilleros y terroristas.

Lamentablemente, tamaña corrupción no conmueve a nadie. Sobre esto nadie habla. La sociedad guarda silencio, en general por ignorancia. Y la dirigencia política también guarda silencio, pero este silencio es doloso.

Las aberraciones jurídicas cometidas por los jueces son incalificables, pues las arbitrariedades superan todo límite. Los tribunales que juzgan a los militares se asemejan más a un circo romano que a verdaderos tribunales.

Los militares que están privados de libertad son “presos políticos”, porque lo están no en virtud de la aplicación de las leyes, sino que por simulacros de juicios que las atropellan y cuyas sentencias condenatorias se encuentran descalificadas como actos judiciales válidos. Como dijo Platón: la peor forma de injusticia es la justicia simulada.

A mi juicio, los militares privados de libertad son personas que están secuestradas por el Estado.

Quienes deberían estar presos son los jueces que han cometido el delito de prevaricación y que han traicionado su deber de juzgar objetivamente; de hacer justicia aplicando la ley.

Estamos asistiendo a una crisis desastrosa del Poder Judicial, pues cuando se siembra a tal extremo la necedad y la mentira se recoge por fuerza la demencia. Cuando la justicia no es igual para todos, cuando una sociedad llega a este nivel, cae en la descomposición y regresa a la barbarie. Nuestras naciones deben estar muy enfermas para que las aberraciones que constatamos día a día puedan producirse.

Parafraseando a un importante poeta chileno me atrevería a decir: La justicia que se aplica en Chile y en Argentina a los militares haría reír, si no hiciera llorar. Una justicia que lleva en un platillo de la balanza la verdad y la ley y, en la otra, el odio, la venganza y el desprecio por la ley. La balanza inclinada del lado de este último platillo. Dura e inflexible para los militares, blanda y sonriente con los guerrilleros y terroristas.

Condenar a cientos de militares ancianos a morir enfermos, humillados y martirizados en una cárcel, sin una asistencia médica oportuna y lejos de sus familias, no constituye un camino que contribuya al bien común de nuestras sociedades ni ayudará a obtener la paz y la reconciliación entre compatriotas.

 

¡Ya es hora de decir basta al abuso y a la odiosa persecución contra los militares!

 

            Urge poner fin a procesos con claras connotaciones políticas, ya sea mediante indultos o amnistías, extinguiendo toda acción vengativa en contra de los militares, para clausurar un pasado violento y cargado de odios y de discordia, promover la unión nacional y afianzar la paz interior.

            Finalizaré esta presentación compartiendo con ustedes algunas reflexiones sobre la patria y las FF.AA.

En nuestros tiempos en se cuestionan valores tales como el honor, el valor, la lealtad, la autoridad, la patria, la obediencia, la disciplina, la abnegación y el sacrificio; y se tiende a hacer prevalecer el materialismo y el hedonismo; diversos sectores interesados se empeñan en presentar a las FF.AA. como instituciones perversas, y a sus miembros como encarnación de la violencia, del odio y del abuso.

En tiempos en que se niega la validez, la necesidad y la razón de ser de las FF.AA., y en que se promueve una amplia variedad de aseveraciones sin fundamento, de falacias, distorsiones y falsedades acerca de ellas, es preciso ilustrar a nuestras comunidades nacionales acerca de la nobleza de la función militar y de la vital importancia que las FF.AA. tienen para garantizar la paz, la libertad y la seguridad de la nación.

Con ello se contribuiría al entendimiento de este desconocido e incomprendido sector de nuestras sociedades y, de ese modo, se propendería a la cohesión y a la unidad nacionales; unidad de la que dependen, en gran medida, la pujanza y la vitalidad de las naciones.

La patria es el valor fundamental de quienes profesan la carrera de las armas; valor cuestionado a veces, hoy como en el pasado, pero que mueve a los hombres desde la antigüedad. Y es un valor tan grande, que lleva a los hombres a dar su vida por él; y si algo se valora más que a la propia vida, es porque se considera superior a ella. Y lo superior a ese ser limitado que es el hombre resulta, para él, en algún modo, incomprensible y misterioso.

Confusos prejuicios impiden a algunos acercarse intelectualmente a la esencia de la patria, que comprende bienes diversos: físicos, como el territorio; humanos, como los hombres que son sus hijos; históricos, culturales y morales.

Pero la existencia de bienes, implica la de un sujeto que les asigna un valor. Por ello es posible afirmar que la patria es un producto del amor. La patria es lo que se ama; es el sentimiento de un lazo común en el presente y en el pasado, que junta en una unidad corazones y conciencias; es la comunidad moral e histórica de la que nos reconocemos parte; es la conciencia y el sentimiento de la nación.

La patria es en gran parte la obra de todos los que la sienten; es como el ser amado, que, para serlo, necesita que alguien lo ame. Pero la patria no es algo abstracto: es la tierra en que nacimos y nos formamos, son sus hombres, sus valores, todo aquello que supone su defensa. Por ello es la patria un valor supremo, que trasciende al hombre y que es, evidentemente, algo más elevado que la política partidista.

La patria designa a la heredad completa del hombre; ella no solo está formada por los ciudadanos que en un momento dado habitan en su territorio, sino por la memoria y el recuerdo de cuantos antepasados, a través de la historia, escribieron en ella páginas brillantes y nos han legado su nombre y sus hazañas. Y está formada, también, por la esperanza en quienes han de sucedernos y continuarán el relato interminable de nuevos esfuerzos, de nuevos sacrificios. Por eso, al defender la patria defendemos nuestro mañana, no nuestro ayer.

 Los militares son los guardianes de la patria. Guardianes frente al exterior, sin duda, y en el interior también tienen misiones que cumplir; pero su principal guardia debe estar encaminada a que no se desvirtúe la noción de patria; aquel nexo espiritual que da vida a la nación y que constituye el alma nacional.

Al respecto, debemos recordar aquel pasaje del Evangelio que dice: “No tengan miedo de los que les puedan matar el cuerpo; sólo teman a quien les pueda matar el alma”.

Es por ello que el mayor peligro actual es el cambio cultural, que va penetrando, corrompiendo y cambiando la sociedad, ya sea consciente o inadvertidamente.

Y esto es así, porque si el cambio cultural consigue que se olviden aquellos valores esenciales de nuestras tradiciones, aquellos valores que han ido formando a nuestras naciones; si consigue que la moral de la sociedad tome rumbos distintos de aquellos que hemos recibido; si llega a cambiar nuestra forma de ser y nuestro modo de reaccionar; en vez de un ciudadano amante de su patria, nos encontraremos con un individuo sin voluntad y sin coraje, dispuesto a la resignación y a la entrega.

Podría ocurrir, entonces, que las Fuerzas Armadas no pudieran cumplir con su misión al no existir una patria a la cual defender. Y de nada sirven las instituciones armadas si no hay patria.

LA DEFENSA NACIONAL.  NECESIDAD Y MISIÓN DE LAS FF.AA.

FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            A continuación expondré algunas ideas en torno a la Defensa Nacional y a las Fuerzas Armadas: su razón de ser, su necesidad, sus misiones y su función política.

 

  1. LA DEFENSA NACIONAL

 

I.1. Seguridad y defensa

            En primer lugar, repasemos algunos conceptos básicos:

            —¿Cuál es la noción de defensa?:  Evitar un daño.

—¿Cuál es, por ende, su rasgo característico?:  La sospecha de ese daño.

—¿Cuál es el objetivo de la defensa?:  Resguardar.

            Tenemos, entonces, que la finalidad de la defensa o de los medios de defensa es la de precaverse contra una amenaza, un daño, riesgo o peligro.

En otras palabras, la defensa tiene por finalidad garantizar la seguridad.

I.2. El  concepto  de  seguridad nacional

            Llevada esta seguridad al plano nacional, podemos decir que la seguridad nacional es un concepto que expresa la condición o capacidad de un Estado para prevenir, enfrentar y superar los riesgos, amenazas o peligros —externos o internos— que atenten contra su existencia, estabilidad o desarrollo.

I.3. La  idea  de  Defensa  Nacional

            Si aplicamos los conceptos anteriores al nivel nacional, tenemos que la Defensa Nacional está constituida por las medidas destinadas a conseguir seguridad nacional.

 

            La Defensa Nacional es, por consiguiente, el conjunto armónico de medios para lograr el objetivo fundamental y permanente de Seguridad Nacional.

La organización de la defensa es un problema permanente y básico de toda organización política; es una función esencial del Estado, que precede a cualquier otra función o fin.

I.4. Defensa  nacional  y  fuerzas  armadas

            Podría afirmarse que nadie quiere la guerra, pero la historia nos dice que por desgracia ninguna nación está libre de verse envuelta en ella.

            Si nos fijamos bien en la realidad de las cosas y queremos ahondar hasta su esencia, ningún ejército del mundo ha existido, ni existe, ni existirá si no es para alcanzar un fin y ese fin es evitar la guerra mediante la disuasión, y si la disuasión no funciona, alcanzar la victoria y tras esa victoria asentar la paz.

            Cada ser social internacionalmente diferenciado tiene sus intereses, sus egoísmos, sus ansias de dominio o, al menos, sus ansias de supervivencia, que dan lugar a conflictos internacionales de cuya existencia nadie puede dudar.

            Lo ideal es que todos los conflictos internacionales se resuelvan por el camino de la negociación. Pero, y aquí reside la suprema razón social de la existencia de los Ejércitos, ninguna nación ha ido nunca a una mesa de negociaciones si no ha sido previamente disuadida de que le conviene prescindir del camino de la fuerza. Esta es, pues, la función radical de todo Ejército: disuadir a la nación en conflicto con la propia, del empleo de la fuerza y facilitar la vía de la negociación.

            Pero nunca nadie ha negociado nada con una nación inerme; ese caso no se ha dado aún en la historia. Una nación inerme, una nación sin fuerza militar propia, o prestada, o respaldada por otra, no es sujeto de negociación: es solamente sujeto de sometimiento.

  1. NECESIDAD DE LAS FF.AA.

 

II.1. Política  y  fuerza  militar

La necesidad de los ejércitos es tan antigua como la Humanidad. Desde las raíces de la Prehistoria se han constituido comunidades humanas que han luchado entre sí. Por eso desde el principio han existido ejércitos, conflictos, vencedores y vencidos. ¡Qué bien entendió las lecciones de la historia Miguel de Cervantes!: Con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios.

Sin una fuerza armada que custodie a la sociedad contra la agresión, sea ésta externa o interna, el Estado no podría existir. Sin el respaldo de la fuerza no hay interés defendido ni objetivo alcanzable ni, en suma, política posible.

II.2. Las  Fuerzas  Armadas

            La pregunta crucial, que todos nosotros muchas veces nos hemos formulado, es la siguiente: ¿Para qué sirven las Fuerzas Armadas de una nación?

La respuesta, sencilla, clara y contundente no puede ser más que una: ellas sirven para garantizar la paz en libertad de la nación, protegiendo los irrenunciables intereses nacionales. Su justificación descansa, pues, en la paz y la seguridad de la sociedad a la que sirven y de la cual forman parte.

Y, ¿cuáles son las características esenciales de las Fuerzas Armadas? Podríamos decir que son dos: la disciplina y la posesión de armas. Sin aquella estaríamos ante una horda, y sin éstas, solo tendríamos una especie de orden monástica.

            Conforme, pero ¿qué son las Fuerzas Armadas?, ¿cuál es la función específica de ellas en una sociedad?  Estas preguntas son también esenciales.

Al respecto nos podríamos preguntar: ¿qué lugar ocupan, en la realidad social, las Fuerzas Armadas?

            Como ha expresado Julián Marías, cuando se habla de Fuerzas Armadas lo primario no son las armas ni siquiera las fuerzas. Esto es paradójico. Lo primario es la organización, es el orden, es la cadena jerárquica, es, en definitiva, la autoridad; pero la autoridad como poder moral, es decir, a última hora, como poder espiritual.

            La fuerza militar no es fuerza bruta sino espiritual. Lo único que puede mover racionalmente al enfrentamiento armado y a soportar debidamente los sacrificios que impone es la ilusión de un ideal por el que valga la pena luchar, y éste solo puede provenir del espíritu. Si ese ideal no existe o se pretende crear de manera artificial, la ilusión no se produce y el móvil desaparece reduciéndose así los ejércitos a fuerza bruta, incapaces de cumplir satisfactoriamente las misiones para las que fueron creados.

            Vivimos en una época de crisis, una crisis dentro de la sociedad. Estamos en un mundo definido por una crisis general de legitimidad de la autoridad. Pues bien, en épocas de crisis social y especialmente de crisis de la legitimidad, las Fuerzas Armadas frecuentemente son el resto de la legitimidad: por lo que tienen de organización jerárquica, por lo que tienen precisamente de autoridad, suelen ser lo que queda, el resto de la legitimidad en crisis.

Esto es lo más valioso que tienen, y lo más necesario para una sociedad.

Diríamos así que en este sentido, en estas circunstancias, las Fuerzas Armadas representan el rescoldo de una legitimidad más amplia que ha estado comprometida, o que está apagada; el rescoldo para volver a encenderla. A veces se  puede, sobre las cenizas, sobre el rescoldo de un fuego que ha ardido, volver a encenderlo y pueden brotar nuevamente las llamas. Esta es la función capital que tendría ese precioso, inestimable rescoldo de la legitimidad.

Las Fuerzas Armadas son, ante todo, fuerzas organizadas y disciplinadas, ordenadas al servicio de la comunidad: la fuerza como servidora del bien común. Ellas existen para apoyar la política exterior e interior de los Estados; no tienen más ideología y norma que el servicio a la patria, y como meta una misión de convivencia pacífica internacional y de paz interna.

            Las Fuerzas Armadas constituyen la reserva moral de la nación y la instancia final a la que ésta recurre cuando una crisis política amenaza su sobrevivencia; ellas constituyen el último círculo jerarquizado de la sociedad, capaz de salvar de su disolución a una comunidad política.

            Por ello también se ha dicho que el destino de la humanidad depende a veces, en última instancia, de un pelotón de soldados.

            Es por todas estas razones que se ha definido a las Fuerzas Armadas como una institución especializada para resguardar y asegurar, en última instancia, los valores sagrados de una sociedad.

III. MISIÓN DE LAS FF.AA.

III.1. Las  misiones  de  las  Fuerzas  Armadas

Las Fuerzas Armadas tienen como misión la defensa del Estado mediante las armas. Sin embargo, en la práctica, ellas han cumplido esta misión de forma o por procedimientos muy diversos y no se han limitado solo a este cumplimiento, sino que, con frecuencia, han desempeñado otras muchas funciones de orden político y social.

En principio, hay tres posiciones básicas en relación con las misiones que, en esquemas políticos diferentes, se atribuyen o encomiendan a las Fuerzas Armadas:

  1. Son el brazo castrense de un partido político que ocupa el poder.
  2. Son un cuerpo estrictamente profesional y técnico, cuya única misión consiste en prepararse para la guerra y hacer la guerra.
  3. Son la salvaguarda, en paz y en guerra, de los valores permanentes de la nación.

La primera misión —brazo castrense de un partido— debe ser rechazada de plano. Podríamos aceptar la segunda —profesional y técnica—, siempre que ella esté enmarcada en la otra elevada misión de ser la salvaguarda de lo permanente de la nacionalidad.

Las FF.AA. tienen el deber moral ineludible de que la nación subsista, de que no se disuelva; que podamos entregar a nuestros hijos la tierra que heredamos de nuestros padres; y que nuestro patrimonio histórico, cultural y espiritual no se tergiverse, no se manipule y no se mancille. Las Fuerzas Armadas deben defender no solo el territorio —la plataforma física del Estado—, sino también la esencia de los valores de la patria.

            En los tiempos actuales, las Fuerzas Armadas se ven enfrentadas ya no tan solo a enemigos externos, sino que también a irregulares y solapados enemigos internos, que tratan de confundirnos, escondiéndose tras ideologías que aparentan pluralidad y respeto por los demás.

            Si a las Fuerzas Armadas les corresponde la defensa de la nación, no pueden olvidar que hoy la guerra con la que tienen que enfrentarse no es solo la convencional, sino también la revolucionaria; una guerra irregular que actúa a través de la guerrilla y del terrorismo o por medio del cambio cultural.

 

III.2. Las  fuerzas  armadas  garantizan  el  orden  institucional  de  la  República

 

Las Fuerzas Armadas son, por otra parte, las garantes en última instancia del orden institucional de la República.

Este aserto es solo la expresión de un hecho de la realidad. Los gobernantes de un Estado normalmente apelan a su institución militar durante los estados de excepción constitucional, ante emergencias públicas que afecten significativamente la seguridad nacional.

Las Fuerzas Armadas son y han sido siempre la reserva moral básica de la nacionalidad, a la cual ésta recurre en las crisis más extremas.

            Solo tales instituciones tienen la capacidad material, técnica y administrativa —sumadas a su  natural disciplina y cohesión interna— para controlar una situación de caos o de grave anarquización, restablecer la autoridad y el orden, y, en ocasiones, para hacerse cargo del gobierno del Estado.

A las Fuerzas Armadas, como símbolo y expresión que ellas son de la nacionalidad, no les corresponde intervenir ni pronunciarse en las luchas de la política contingente. Pero, cuando desbordando el campo de las pugnas ideológicas y partidistas se amenazan los fundamentos mismos de la patria, ésta encuentra y reclama en los institutos armados su última salvaguardia.

En situaciones límite, la supervivencia del Estado se encuentra abiertamente en la esfera militar. En tales casos, las Fuerzas Armadas no tienen otra opción legítima que la de intervenir y actuar. La intervención militar —aun cuando es un recurso extremo— es, en ocasiones, un inexcusable deber.

            Cuando surgen graves dificultades no es ni el Parlamento, ni los jueces, ni la Constitución escrita quien salva al país. En esos momentos, el ejército cobra vigorosa importancia y utilidad, y no existen razones para no utilizar su provechosa colaboración. Es conocida la frase de Simón Bolívar, en el sentido de que en los momentos de peligro “jamás un Congreso ha salvado a una República”.

 

 

  1. FUNCIÓN POLÍTICA DE LAS FF.AA.

            La historia nos demuestra que la participación militar en la política —en sus más diversas manifestaciones— ha sido tan persistente, y en ocasiones tan profunda, que cabe hablar de una función propiamente dicha y no de un papel meramente circunstancial.

Si entendemos, con Sánchez Agesta, que “política es aquella actividad que tiende a la organización y defensa de un orden basado en el bien común”, forzosamente habremos de afirmar que el ejército es una institución política; que la finalidad de la institución militar es de índole política.

Las Fuerzas Armadas no son ajenas a lo político en su más fundamental acepción. Por otra parte, hay una serie de aspectos que implican al ejército en la política.

Si apreciamos bien la realidad de las cosas, podremos darnos cuenta de que los militares siempre cumplen una función política; sólo varía la forma en que ésta se manifiesta.

            En efecto, si tratamos de ver cuál es la realidad de la función militar, nos daremos cuenta de que ella existe en virtud de unas finalidades netamente políticas que deben ser satisfechas. Incluso la guerra misma es un acto político. La apreciación, tantas veces repetida, de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, nos parece bastante alejada de la realidad y causante de no pocos equívocos. La guerra es en sí misma una opción política más, ya que con ella se persiguen finalidades exclusivamente políticas. El hecho de que el enfrentamiento armado se resuelva de forma fundamental por medio de procedimientos técnicos militares no desvirtúa su naturaleza política y por eso la función militar es de ejercicio técnico-profesional y de finalidad política.

            La función política de las Fuerzas Armadas es manifiesta por la intervención. Ésta posee normalmente un carácter reactivo y denota una crisis de una organización política o, al menos, una insuficiencia de ella para solucionar problemas fundamentales. Políticamente es muy improbable que las Fuerzas Armadas intervengan en situaciones de orden, en que el poder constituido es eficaz e idóneo y responde a los principios usualmente admitidos en su ejercicio o en momentos de plena cohesión social.

            El ejército es la salvaguarda de lo permanente. La naturaleza de su misión está más allá de las opciones políticas concretas y temporales. Las Fuerzas Armadas están por encima de la política partidista; ellas están directa y entrañablemente unidas al pueblo y a sus instituciones fundamentales, y son depositarias de su confianza y seguridad.

            Sin embargo, no es raro que los militares, que son como la última reserva de la nación, tengan que hacerse cargo de un país en ruinas, que ningún civil aceptaría gobernar. En estos casos sería erróneo acusar a los militares de destruir un gobierno constitucional, cuando no han hecho otra cosa que darle sepultura.

            Al respecto cabría citar al senador chileno Francisco Bulnes quien, refiriéndose a una conversación sostenida con quien a la sazón era Presidente del Senado, señaló: “Frei y yo consideramos el 20 de agosto de 1973, en una larga conversación, que Chile no tenía otra solución que la militar. El análisis que hicimos en esa ocasión nos llevó a la conclusión de que aún en el caso de que Allende renunciara, el substituto no podría gobernar a la nación dado el estado caótico imperante”.

            En ciertas ocasiones son los propios gobernantes u otros actores políticos quienes conscientemente, a fin de imponer sus ideologías totalitarias, buscan la destrucción de la democracia; o que, por su ineptitud, crean las condiciones que hacen imposible su subsistencia y que, en casos de graves crisis provocadas por ellos mismos, llaman a las FF.AA. para que actúen como árbitros o para que asuman el poder y hagan el trabajo sucio.

            Los miembros de las Fuerzas Armadas no buscan ni desean ejecutar tal trabajo, pero saben que cuando está en peligro la subsistencia misma del Estado, cuando están en riesgo intereses vitales de la patria, están obligadas a hacerlo en cumplimiento de sus misiones de garantizar el orden institucional, resguardar la seguridad nacional y defender la patria.

            Las Fuerzas Armadas saben que en tales casos su obligación moral es intervenir y actuar. Y saben también que después que hayan salvado a la nación, después que hayan impuesto el orden y arreglado los problemas que aquejaban a una sociedad enferma —con los costos que tal cirugía trae consigo—, los responsables del caos aparecerán, descaradamente, como los “restablecedores de la democracia”; sin reconocer responsabilidad alguna en los hechos que condujeron al país a tal situación, negando los éxitos del gobierno que tuvo que asumir para superar esa emergencia, atribuyéndose sus logros, contradiciendo las declaraciones que habían hecho cuando el país iba rumbo al despeñadero y criticando a los militares por los abusos y excesos cometidos.

            Qué bien describíó esta situación hace casi dos siglos Alfred de Vigny —en su obra Servidumbre y grandeza militares—: “cuando el soldado se ve obligado a tomar parte activa en las disensiones entre civiles pasa a ser un pobre héroe, víctima y verdugo, cabeza de turco sacrificado por su pueblo, que se burla de él. Su existencia es comparable a la del gladiador y cuando muere no hay por qué preocuparse. Es cosa convenida que los muertos de uniforme no tienen padre, ni madre, ni mujer, ni novia que se muera llorándolos. Es una sangre anónima. Y, cosa frecuente, los dos partidos que estaban separados se unen para execrarlos con su odio y con su maldición”.

¡Qué enorme verdad encierra este lúcido pensamiento! ¡Qué notable paralelo con nuestras situaciones actuales!

REFLEXIONES FINALES

            Concluiré mi exposición con algunas reflexiones finales.

            A fin de evitar la intervención de los militares en política, se han introducido en los ordenamientos jurídicos de nuestros países una serie de reformas con las que se pretende “profundizar la democracia”, lo que encierra el peligro de transformarse en un totalitarismo.

            Lo que se pretende con las reformas es lograr una completa neutralización de las Fuerzas Armadas y que éstas no tengan participación política alguna; mediante diversos procedimientos, que van desde buscar una división interna, pasando por una disminución de personal y de recursos, y una minimización de sus funciones, hasta el despojo de sus valores tradicionales.

            Menoscabando y humillando a las Fuerzas Armadas, piensan algunos, se aseguraría que ellas nunca más intervendrán en política ni “atentarán contra la democracia”.

            De lo que se trata, en definitiva, es de destruirle a los militares su capacidad moral para intervenir y asumir el poder político en caso de que se den situaciones que pongan en riesgo intereses vitales de la patria y no haya otro recurso para salvar a la nación.

            Lo que se persigue es lograr que los militares sean funcionarios moralmente neutros, cuyo único oficio consista en el manejo técnicamente eficiente del arma que se ponga en sus manos. Se habla de profesionalizarlos, de devolverles su sentido profesional, o que deben reinsertarse en sus tareas profesionales, cuando en realidad lo que se busca es hacer desaparecer en los militares la convicción interior sobre la finalidad de su profesión y, así, reducirlos a la condición de instrumentos ciegos en manos de quien tenga el poder.

            Las Fuerzas Armadas, de ese modo, se transformarían de órgano del Estado a instrumento del gobierno. Así, ellas dejarían de ser lo que tienen que ser.

            Por otra parte, hay que considerar que para ciertos sectores de izquierda, las Fuerzas Armadas encarnan principios y valores que hacen imposible el tránsito hacia el socialismo. Ellos reconocen en los hombres de armas el freno que les ha impedido consumar sus proyectos totalitarios. Por eso consideran perentorio castigar el poder, la influencia, el prestigio y la capacidad de reacción de los institutos armados.

Por lo anterior, uno de los objetivos del Foro de Sao Paulo es la “persecución mediática y judicial de quienes combatieron en la guerra contra la subversión durante la década de los 60/70”, la “desvalorización de los símbolos patrios” y la “destrucción moral y física de las Fuerzas Armadas y de seguridad”.

Como bien ha dicho el general Heriberto Auel, el estado de guerra revolucionaria se mantiene, porque la actitud hostil del enemigo no ha cesado. Una manifestación de esta guerra es la brutal persecución político-judicial contra los militares que combatieron la subversión armada.

Las Fuerzas Armadas, por la naturaleza de sus funciones, tienen una permanente y significativa participación en la vida nacional, fundamental para que la sociedad pueda desarrollar sus actividades con estabilidad y tranquilidad. Al no contar con la presencia fuerte y vitalizadora de las Fuerzas Armadas nuestras naciones caerían en la indefensión. Ellas constituyen, por tal razón, una institución que debemos cuidar.

Las Fuerzas Armadas son fundamentales para una nación altiva, que tiene la firme voluntad de defender su libertad y su soberanía, que es respetuosa de su historia, de su cultura y de sus tradiciones, y que desea proyectarse hacia un futuro mejor.

                                                                                         Adolfo Paúl Latorre

Viña del Mar, Chile, 23 de agosto de 20