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ZAMORA HA GANADO UNA BATALLA. Humberto Julio Reyes

 

                                                          ZAMORA HA GANADO UNA BATALLA

                                                                                     Humberto Julio Reyes

¡Cómo no alegrarme!

El ex Cabo Sebastián Zamora, condenado mediática y políticamente hace cuatro años, como autor de un intento de homicidio, se habló incluso de asesinato frustrado, a raíz de un confuso incidente durante la violencia desatada día tras día por “pacíficos manifestantes” que causaron gravosos daños aún no enteramente reparados, ha sido absuelto por tribunales donde la fiscalía no pudo probar conducta dolosa.

Sin embargo, la fiscalía podría intentar un nuevo juicio o los numerosos y activos querellantes podrían recurrir a instancias superiores para revertir lo obrado, es la ley.

Por ello es que este triunfo, obtenido en desiguales condiciones, estimo que debiera alegrarnos, pero es sólo una batalla en una guerra que continúa y por ello y otras razones, no me atrevo a asegurar que se hizo justicia.

A riesgo de parecer maximalista pregunto si acaso la fiscalía investigó qué hacía el joven que huía para evitar su detención, si “quien nada hace, nada teme”.

¿Era un pacífico manifestante o había participado de ataques a carabineros?

¿Su caída al lecho del río lo deja exento de todo reproche social o judicial y se le debe considerar una inocente víctima?

¿Por otra parte, los que “avivaron la cueca” en redes sociales, “pasarán piola”?

Ello es altamente probable y, también lo es que reincidirán en esa habitual conducta que practican todos los que ven como sus naturales enemigos a los representantes de las fuerzas de orden.

Se les podrá pedir explicaciones o llamarlos a pedir perdón por sus prejuiciados dichos, pero seguramente evadirán el tema recurriendo a alguna forma de empate, institución nacional practicada en toda discusión.

Por lo demás, en tiempos pre eleccionarios, todo corre el riesgo de politizarse, transformándose un tema judicial en contienda partidista.

Respecto al ex Cabo, entiendo que intentaría regresar a la institución de la cual fue separado por vía administrativa y sin derecho alguno. Lo felicito, debe ser muy grande su vocación para estar dispuesto a volver a someterse a los riesgos inherentes a esa sacrificada profesión.

Le deseo la mejor de las suertes y me permito expresar mi profundo agradecimiento a todos quienes lo apoyaron en estas circunstancias.

15 de jul. de 24

 

 

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Irregularidades de la Corte Suprema de Justicia. ÁLVARO GUZMÁN VALENZUELA Director Ejecutivo ONG JURE Justicia y Reconciliación

                                     Irregularidades de la CSJ

 

Señor Director:
Las irregularidades que comete la Corte Suprema de Justicia están quedando al descubierto y algunas ya son conocidas por la opinión pública, anunciándose por la prensa que ellas serán investigadas en una Comisión de Ética.

Otras irregularidades invisibilizadas para la opinión pública han afectado notablemente a miembros ya retirados de las FFAA y Carabineros, quienes estiman y con razón, que la justicia en Chile es selectiva. De ello hay sobradas pruebas: aplicación de un sistema procesal diferente al de los chilenos, condenas masivas sobre la base de presunciones y ficciones jurídicas, arbitrariedades, ilegalidades e incumplimiento de principios jurídicos internacionales firmados por el Estado de Chile.

Todo ello ha sido comprobado y documentado. Pero la Corte Suprema hace vista gorda a las evidentes irregularidades y arbitrariedad en relación a las normas del debido proceso y ratifica o aumenta las penas que provienen de jueces en visita y cortes de apelaciones.
En abierta traición a los principios del Derecho e incumpliendo su deber, los jueces sacrifican a militares y carabineros con una total falta de consideración a las normas más elementales del derecho humanitario.

Se procesa, acusa y condena con presidio a personas en su mayoría de la 3ª edad, muy delicados de salud; son perseguidos, acosados y privados de libertad, sin otro afán que mantener una presión psicológica brutal, pensando que sus vidas carecen de valor. En consecuencia las penas, más que el cumplimiento de unos años de presidio son penas a muerte porque nadie vivirá por más de 100 años para cumplirlos.
Me pregunto: ¿Se ufanarán los magistrados de su acción? ¿Éstos jueces también podrán ser investigados en la comisión de ética?.

ÁLVARO GUZMÁN VALENZUELA
Director Ejecutivo ONG JURE
Justicia y Reconciliación

 

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LAS DOLOROSAS Y NECESARIAS DIFERENCIAS DE LOS MILITARES. Patricio Amigo Parada, periodista

 

                                                                 LAS DOLOROSAS Y NECESARIAS DIFERENCIAS

                                                        DE LOS MILITARES

Patricio Amigo Parada, periodista

Los uniformados, que se profesionalizan en el uso de las armas, dejan de ser civiles y pierden muchas garantías del Estado de Derecho. Adquieren otras, que son ventajosas y que no tenemos los civiles, pero mi intención es clarificar, si es que puedo, la importante necesidad de la pérdida de los derechos de los uniformados y su tremenda e imprescindible diferencia con nosotros, los civiles.

La diferencia fundamental entre un militar y un civil es que: al profesionalizarse, el militar jura ante Dios y la Bandera obedecer oportunamente las órdenes de sus superiores y defender con su vida la paz y la tranquilidad de la Patria.

Que no tienen derecho a huelga ni a manifestaciones públicas de protesta; que tampoco tienen horario de trabajo ni estabilidad de residencia con su familia, que en el ejercicio de su profesión viven arriesgando sus vidas: enfrentando a enemigos públicos en las calles o en los presidios; volando o navegando, para defender la vida en los accidentes particulares o en los peligros de agresividad interna o externa, son algunos de los detalles que los hace diferentes a nosotros, los civiles.

Pero hay otras diferencias muy importantes.

Para ejercer su profesión de Defensores de la Patria y de la Seguridad de sus Habitantes y poder ascender en su carrera, los Militares deben estudiar el manejo de las armas que matan y destruyen, para usarlas generando el mayor daño posible. Estas materias tienen teoría y práctica intensiva.

Deben superar especialidades en Academias de Estrategia en Chile y en el extranjero. Ignoro detalles de esos estudios que incluyen espionaje y contra espionaje, pero conocí el arma más importante de estos Profesionales de la Violencia: LA DISUASIÓN.

La Real Academia Española define DISUADIR como: “Inducir o mover a alguien a cambiar de opinión o a desistir de un propósito”. Esta es un arma estratégica, fundamentalmente, destinada a minimizar los daños de un enfrentamiento armado, con un golpe de violencia extrema, generando pánico, un miedo tan angustioso que el enemigo huya y desista del enfrentamiento.

En el Pronunciamiento Militar del Once de Septiembre, o en el Golpe Militar que derrotó al Gobierno de Allende, las FF. AA. y de Orden aplicaron la DISUASIÓN y de manera magistral.

Había que derrotar a un Ejército internacional, equipado con armas de Alto Poder Destructivo, dirigido por el General cubano Patricio de la Guardia, para una Guerra Civil que instalara en Chile, con Allende a la cabeza, una dictadura cubana.

Esto no admite discusión: está probada la inmigración de 30 mil guerrilleros, que iniciaron el ingreso a Chile, desde los años 60 y el contrabando aéreo de armas y el desembarco de Carrizal Bajo eran suficientes para ese enfrentamiento que, con Un Millón de Muertos, según pronósticos de los guerrilleros, lograría el triunfo.

Pero la genial DISUASIÓN se inició con el bombardeo aéreo de La Moneda y de los pecaminosos refugios del Presidente Allende, que generaron la angustiosa huida y desbande de los guerrilleros.

El proyecto de Guerra Civil murió de miedo.

Después vino la guerrilla sin frente ni cuartel, el terrorismo cobarde y endemoniado contra civiles inocentes y asesinatos por la espalda de carabineros y soldados.

Las FF. AA. y de Orden debieron hacer lo suyo: faltaba DISUADIR a países vecinos: que querían aprovechar la ocasión para reducir nuestro territorio y había que reducir a los terroristas y franco tiradores. Era todo muy complejo.

La violencia desordenada de las pandillas guerrilleras tuvo que ser reprimida con violencia extrema. “Morir o matar” era la única alternativa.

¿Qué hubo excesos? ¡Sí, los hubo!

Pero los civiles no tenemos capacidad para enfrentar esos escenarios y no podemos entender que éramos las víctimas, que estábamos en peligro y que hoy disfrutamos de la vida como si no hubiese ocurrido nada.

Soy un periodista que fue exonerado del Canal de la Universidad de Chile en una cacería de brujas dirigida por el actual Ministro del Interior, que era un regalón de Pinochet.

Pero tengo muy claro que hoy soy feliz, en mi ancianidad moderna, gracias a los Soldados del 73, que están encarcelados por la inconsciencia civil que encubre la venganza de los guerrilleros que fueron derrotados.

Un aporte del director de la revista UNOFAR, Antonio Varas  Clavel

 

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¿HABRÁ UN DÍA DESPUÉS? LAS FUERZAS ARMADAS EN TAREAS DE SEGURIDAD INTERIOR EN AMÉRICA LATINA. José Miguel Piuzzi C

 

                                                           ¿HABRÁ UN DÍA DESPUÉS? LAS FUERZAS ARMADAS

                                                     EN TAREAS DE SEGURIDAD INTERIOR EN AMÉRICA LATINA

José Miguel Piuzzi C., Director, General en retiro del Ejército de Chile, Doctor en Sociología y Magister en Ciencias Militares

Defensa 21 Latam, 05/07/2024

El empleo de fuerzas militares en tareas de seguridad interior ha sido siempre una decisión muy compleja. Más allá de su aporte conlleva riesgos y consecuencias que deben ser analizados cuidadosamente, antes, durante y después de su resolución.

Por ello, junto a la evaluación que haga el poder político sobre el efecto esperado con el empleo de las Fuerzas Armadas en este tipo de funciones, y las apreciaciones de los mandos militares en torno a las misiones específicas que deberán cumplir, es fundamental tener en cuenta las distintas repercusiones que este cometido puede acarrear.

Desde comienzos de este siglo numerosos estudios han abordado el tema de las tareas militares en la seguridad interna. En Europa y Estados Unidos estos han respondido a la preocupación por el despliegue militar dentro de los países, para proteger espacios públicos e instalaciones sensibles, tras una serie de ataques terroristas de diversa magnitud.

En Latinoamérica, por su parte, el foco se ha centrado en el empleo de las fuerzas militares en diversas labores vinculadas al orden interno con especial énfasis, durante la última década, en la lucha contra el crimen organizado.

Actualmente el interés por estos temas radica principalmente en las consecuencias políticas de la ampliación de las funciones militares en actividades que no son inherentes a su naturaleza, y en los efectos que este tipo de quehaceres puede tener en la misión fundamental de defensa que corresponde a las instituciones armadas.

Se afirma, por ejemplo, que la utilización de las Fuerzas Armadas como “un remedio urgente para solventar multiplicidad de problemas” implica en el mediano y largo plazo” “la militarización de muchos ámbitos ajenos a la defensa” (Martínez, 2022).

Desde otro punto de vista, se plantea que el nuevo protagonismo de los militares “tiene menos que ver con un incremento de su influencia política y más con los pobres resultados de los intentos por modernizar las administraciones civiles latinoamericanas” (Ortiz, 2020).

En el ámbito de la defensa y en lo militar, el impacto de las misiones de orden interior en las instituciones armadas es un tema crucial que no puede soslayarse, incluso si se las considera transitorias o se apela a las nociones de polivalencia y de multifuncionalidad militar.

Y es que el cumplimiento de estas puede afectar las capacidades de las Fuerzas Armadas para cumplir su función principal: la defensa frente a amenazas externas, la que depende en buena medida de su efectividad como herramienta disuasoria, capaz de inhibir los potenciales intentos de vulnerar la soberanía o los intereses nacionales.

La necesidad extraordinaria de asignar misiones de orden interior a las Fuerzas Armadas exige un análisis que va más allá de concebir los objetivos más inmediatos, y de determinar el estado final deseado, por muy importante que este sea. Es imperativo precisar también las implicaciones a largo plazo y las acciones necesarias para el “día después”.

Esta perspectiva, esencialmente estratégica, es fundamental para preservar sus capacidades como instituciones encargadas de la defensa exterior del Estado. Es, además, un requisito aplicable a todas sus funciones, pero que adquiere mayor relevancia cuando deben asumir tareas de seguridad interior, a veces de naturaleza policial, como ha sido en varios países latinoamericanos en las últimas décadas.

Mas, anticipar el “día después”, no es algo sencillo ya que exige proyectar escenarios y el examen de situaciones hipotéticas que resultan problemáticas para los planificadores.

En las próximas líneas, se abordarán dos aspectos básicos que pueden ser útiles para un análisis más exhaustivo en torno, precisamente, al “día después”: en primer lugar, esbozaremos algunas ideas sobre las posibilidades de cambio o permanencia del escenario que motivó el empleo de medios militares en tareas de orden interior. En segundo lugar, examinaremos las implicaciones del cumplimiento de estas tareas en las Fuerzas Armadas, tomando en cuenta el impacto en su efectividad, en las complejas y cambiantes circunstancias políticas y sociales que caracterizan el contexto actual.

El escenario y las posibilidades de cambio. El incremento de la actividad criminal, con una dimensión transnacional, ha superado las capacidades de los medios policiales, y en todos los países, la seguridad se ha situado en los primeros lugares de las demandas ciudadanas (Latinobarómetro, 2023; LAPOP, Pulse of Democracy, 2023).

Por su parte, los informes de los organismos especializados dan cuenta de las limitaciones que presentan los medios policiales, los sistemas de inteligencia, la legislación, y la tecnología forense, entre otros asuntos. Asimismo, destacan los riesgos de corrupción a los que están expuestas las instituciones estatales – las Fuerzas Armadas entre estas –, y las dificultades para establecer y mantener una cooperación internacional efectiva. (UNODC, 2023; InSight Crime, 2024).

Es más, pese a los programas que aplican los gobiernos con recursos propios y con el aporte de organismos internacionales, como los proyectos para “fomentar resiliencia ante el reclutamiento de grupos criminales” en el segmento de jóvenes, y la “disuasión focalizada sobre grupos violentos”, y varios otros, las cifras muestran un avance sostenido de la criminalidad.

De acuerdo con la UNODC (Informe mundial sobre las drogas, 2023), el 50 % de los homicidios en la región están asociados al crimen organizado, en comparación con el 24 % a nivel mundial. Y según estimaciones del Banco Interamericano de Desarrollo la violencia y el crimen organizado le cuestan a América Latina un 3,5 % de su Producto Interno Bruto (BID, Hoja Informativa, marzo 2024) lo que es un drama si se tiene en cuenta que la perspectiva económica para este año es de 1,8 %, según el Banco Mundial (Global Economic Prospects, junio 2024).

Desde un enfoque más bien cualitativo, los mismos informes coinciden en valorar el creciente grado de conciencia social que se ha manifestado sobre los peligros que entraña el crimen organizado. Evidencian, además, la implementación de nuevas estrategias policiales y judiciales en prácticamente todos los países, junto con algunas mejoras en la cooperación regional e internacional, tanto en el intercambio de información como en el apoyo financiero y técnico.

No obstante, en lo que respecta al crimen organizado transnacional (COT), estos progresos resultan insuficientes, por cuanto su realidad, alcance y contención exigen un esfuerzo sostenido y de largo plazo, en lo político, social, económico, y una colaboración internacional que todavía es muy limitada. El Índice Global de Crimen Organizado 2023 (GI-TOC) lo corrobora al afirmar que «todos los mercados y actores criminales de las Américas están presentes en varios países, lo que subraya el alcance de estos mercados y la importancia que tiene el continente para el comercio ilícito mundial. Estos mercados criminales interconectados y transnacionales explotan las debilidades en la resiliencia de cada país y se aprovechan de situaciones de falta de liderazgo y gobernanza» (GI-TOC, p. 99).

En cuanto a la seguridad pública, los niveles de inseguridad han alcanzado cifras alarmantes, constituyendo en varios países una amenaza a la seguridad nacional. Esta situación se ve agravada por el persistente problema de la demanda de drogas ilegales, como la cocaína. Informes sobre la situación de esta droga, particularmente en el consumo en los Estados Unidos, revelan que a pesar del ingreso del fentanilo y de las aprehensiones sobre la baja en la calidad de la cocaína en los últimos años, su consumo se mantiene o habría aumentado. Estos datos, provenientes de diversas instituciones públicas y privadas como la Substance Abuse and Mental Health Services Administration (SAMHSA), InSight Crime, y los Centers for Disease Control and Prevention (CDC), ponen de manifiesto la imperiosa necesidad de abordar la demanda como un factor crucial en la contención del crimen organizado. De otra manera, las drogas ilícitas seguirán actuando como un motor fundamental de este, y la lucha por controlar los mercados ilícitos continuará generando altos niveles de violencia e inseguridad, afectando directamente la vida de las personas.

Si bien lo planteado hasta aquí, de manera muy escueta, sugiere que el escenario actual por lo general se mantendría sin cambios, es importante considerar un factor adicional que influye en la participación de las Fuerzas Armadas en tareas de orden público: la visión de «disuasión integrada» promovida por Estados Unidos en América Latina, en el marco de su Estrategia de Seguridad Nacional 2022.

En este contexto, la postura de la general Laura Richardson, comandante del Comando Sur de los Estados Unidos, resulta particularmente relevante. Durante la XV Conferencia de Defensa Sudamericana (Ecuador, septiembre de 2022), Richardson advirtió que “organizaciones criminales transnacionales (TOC, por sus siglas en inglés), como el Primer Comando Capital, o PCC, en Brasil y cárteles tan lejanos como Sinaloa y Jalisco Nueva Generación están desestabilizando nuestro vecindario compartido. Están envenenando a nuestro pueblo con drogas y extendiendo sus tentáculos de violencia y corrupción por toda la región.”   (www.southcom.mil).

Richardson identificó, además, dos «problemas generales de seguridad» que exacerban la situación: la inseguridad ambiental y los «conflictos de zona gris». En el primer caso, se refiere al COT que se involucraría en actividades como la minería ilegal, la tala y la deforestación, generando un impacto ambiental significativo. En el segundo, se menciona la competencia entre potencias como China y Rusia en los dominios espacial, cibernético y de información en América del Sur que crearía un escenario complejo y desafiante.

La visión de «disuasión integrada» de Estados Unidos busca abordar estas amenazas mediante la colaboración entre las Fuerzas Armadas, las Fuerzas de Orden y Seguridad, y otros actores relevantes. Esta estrategia ha generado debate en la región, con algunos países expresando su preocupación por la creciente participación militar en asuntos de seguridad interna.

Así las cosas, es poco probable que las misiones de orden interior para las Fuerzas Armadas se restrinjan en el corto y mediano plazo. Todo lleva a prever que las demandas ciudadanas por mayor seguridad a lo menos se mantendrán. Además, es muy difícil que los países puedan incrementar en forma relevante las capacidades de las policías en un futuro cercano, y más difícil aun, que conciban, diseñen y organicen, medios o fuerzas de capacidades intermedias para tareas de orden interior (control fronterizo, o bien, protección de instalaciones y de apoyo eventual a las policías).

En este panorama no se pueden desconocer las consecuencias que se presentan para las instituciones armadas, asimismo, en las relaciones civiles militares, e incluso, en la apreciación que se haga de la defensa de cada país, aun cuando la presencia militar en tareas de seguridad pueda tener beneficios para la población, cuya apreciación de resultados es muy cambiante.

Estas consecuencias dependerán, por cierto, del grado de involucramiento que tengan los medios militares en cada situación particular. Así, por ejemplo, si se trata del empleo de medios reducidos, en forma ocasional, y en misiones en que la probabilidad de hacer uso de la fuerza es baja (cercos perimetrales; seguridad de instalaciones), los efectos podrán ser limitados. Sin embargo, sus repercusiones serán mayores en situaciones en que participan medios importantes, en distintos lugares del territorio de un país, con una alta probabilidad de hacer uso de la fuerza, y en periodos extensos de tiempo.

El riesgo de deterioro de capacidades esenciales. El que las Fuerzas Armadas tengan capacidades que los habilite para actuar en distintos escenarios, o que hayan participado temporalmente, por ejemplo, colaborando frente a desastres naturales o en operaciones de paz, no significa que puedan ser empleadas en cualquier función de apoyo o de asistencia pública, menos aún, en tareas donde la concepción de su empleo y la lógica con que deben actuar tengan repercusiones negativas en su nivel operacional. Es más, los beneficios que puedan traer consigo las misiones de orden interior en labores de seguridad, entre estos, la interacción con distintas organizaciones, la aplicación de nuevos procedimientos, la posibilidad de evaluar de resiliencia del personal, y otras, no se equiparan con el detrimento que se puede producir en su condición de fuerza militar, de acuerdo con la concepción vigente en la mayoría de las instituciones armadas de la región.

Como es sabido las Fuerzas Armadas a diferencia de las policías se encargan de la defensa externa, con ese fin se preparan en el uso de la fuerza frente a un enemigo, y, aun cuando lo hagan en forma racional y en proporción a la amenaza, su propósito es neutralizar y derrotar a quienes enfrentan. De hecho, su contraparte en el empleo de la fuerza tiene que ser apreciado claramente como un enemigo que es parte de una amenaza real para el país. Esto es muy relevante en las fuerzas militares en Latinoamérica por cuanto su sustento anímico y moral se basa en un acendrado componente vocacional de servicio a la patria, especialmente, en su defensa exterior frente a quienes puedan atentar contra la soberanía y la seguridad del país.

Las tareas de orden interior que implican la posibilidad de uso de la fuerza, por muy legítimo que sea su origen, no son solo algo excepcional en el plano institucional, entrañan, asimismo, una contrariedad anímica para un soldado de cualquier nivel, especialmente cuando no existe una definición clara del alcance de su misión, la que debe ser conocida también por la población. De hecho, su contraparte más difícil va a ser un connacional civil, cuya acción, por atentar contra la seguridad interna, ha sido considerada una amenaza por el poder político, lo que generalmente conlleva a la declaración de estados de emergencia, donde no se actúa precisamente frente a un enemigo (algo distinto sería en un estado de guerra interna).

En las condiciones actuales, la diferenciación entre quien es un enemigo y quien atenta contra la seguridad interna, en situaciones de emergencia, está muy presente en la ciudadanía, en los medios de comunicación social, en los organismos de derechos humanos, y está también muy claro en el personal militar. Es así como el uso de las armas frente a un agresor, aún en defensa propia en una situación extrema, demanda una investigación que más allá de las circunstancias y de la correcta aplicación de las reglas de uso de la fuerza, muchas veces termina poniendo al militar como inculpado, y, en ocasiones, es expuesto como culpable, sin presumir su inocencia ni profundizar en la real situación que debió enfrentar.

En lo relativo a las policías la situación es muy diferente. En el ejercicio permanente de su función interactúan con la comunidad y su labor tiene un fuerte componente preventivo, realizando patrullaje, campañas de sensibilización, y trabajando con organizaciones comunitarias para evitar la delincuencia y promover la seguridad ciudadana. En oportunidades, como último recurso, deben usar la fuerza para reprimir o detener la comisión de un delito, con medios que no tienen la letalidad de los militares. Y, si bien en ambos casos se trata de instituciones esenciales para la seguridad del Estado, son vistas por la ciudadanía en forma diferente, por cuanto se está al corriente que su función es distinta y que operan con una lógica y procedimientos diferentes para lograr sus objetivos.

Sin embargo, hay un aspecto fundamental para tener en cuenta en lo singular de las Fuerzas Armadas y que es determinante en la defensa de cada país. Parte importante de su contribución a la seguridad y la defensa lo hacen a través de la disuasión. Esta implica poseer las capacidades y los medios necesarios para llevar a cabo una acción militar, cuya efectividad y resultado previsible inhibe la acción de un potencial enemigo.  Para ello, es fundamental poseer el poder de combate (la preparación, los medios, la disposición de lucha de los integrantes de la fuerza militar, su historia, etc.), y la voluntad política de emplear la fuerza, condición básica para lograr el efecto disuasivo, el cual es esencialmente psicológico.

En las misiones vinculadas a la seguridad pública son muchas y variadas las situaciones en las que, quienes vulneran la ley, desafían y hacen frente a las fuerzas militares (con agravios, amenazas y diversos tipos de agresiones) aprovechando los límites y restricciones que estas tienen para el uso de las armas, a no ser que esté en riesgo la vida. Esta dinámica, con el tiempo deteriora la capacidad de disuasión y distorsiona el propósito para el cual los medios militares fueron empleados; más todavía si no cuentan con un decidido apoyo político y social ante situaciones límites en las que sí deberían utilizar sus armas. Así, se genera un ambiente que conduce a un estado de indeterminación y confusión que degrada la capacidad de disuasión, a la vez que distorsiona el sentido y la condición de fuerza militar. Esto lo perciben las propias fuerzas, la ciudadanía, los grupos delictuales y los potenciales adversarios, con lo cual se pone en riesgo la defensa y seguridad del país.

En este panorama la inconveniencia de emplear a las Fuerzas Armadas no radica en que no puedan operar con gradualidad y cumpliendo las reglas de uso de la fuerza.  El problema que se presenta, especialmente en Latinoamérica, tiene relación con las condiciones en que se hace. Es aquí donde se conjuga, por una parte, un escenario altamente complicado, por otra, cierta indefinición en la misión específica que deben cumplir las fuerzas, y, además, un marco legal que dificulta penalizar a quienes trasgreden la ley, lo que termina por afectar el cumplimiento de las misiones y la capacidad disuasiva que debe mantener una fuerza militar. Todo esto amplifica las posibilidades de riesgo de enfrentamiento, dado que dicho deterioro incentiva y hace más probable el arrojo de quienes violan la ley frente a quienes deben cautelar por la seguridad.

¿Habrá un día después? El fenómeno del crimen organizado, en sus distintas expresiones, se mantiene vigente en nuestra región más allá de los esfuerzos realizados hasta ahora para contener su actividad y brindar mayor seguridad a la población. Sin duda sus manifestaciones y secuelas son mucho más amplias e intrincadas de lo que aquí se ha expuesto; baste mencionar el incremento del tráfico de armas que ha proporcionado a los grupos criminales una capacidad de lucha que compite con los medios policiales, y que les permite intimidar a la población facilitando el control territorial. Además, en todo esto influye la calidad de la gobernanza, la cultura de la legalidad, la corrupción, la pobreza y la desigualdad, entre otros aspectos.

Respecto a las consecuencias del empleo de las instituciones armadas, especialmente en tareas de seguridad interna, hay mucho que profundizar, por cuanto, más allá de nuestra percepción, no sabemos con suficiente certeza cómo puede estar afectando, por ejemplo, en el reclutamiento o en la preparación profesional de su personal, derivado del continuo empleo en misiones de orden interno, en especial, en aquellos países donde las dotaciones se han visto reducidas en las últimas décadas.

Si hay algo claro, y que está presente en todos los estudios especializados, es que el crimen organizado transnacional COT) se ha transformado en una amenaza tangible a la seguridad de los estados en América Latina, y, lo más probable, es que persista en el mediano plazo. Por tanto, así como se abordan los desafíos del presente, que en este ámbito son muchos, es imperativo hacerlo pensando en las condiciones en que se podría llegar al “día después”, aunque se estime muy lejano. Con esta perspectiva se podrán complementar las apreciaciones que se han hecho, y proyectar en forma más clara y objetiva los efectos de las misiones que se están cumpliendo, a fin de tomar a tiempo las medidas necesarias mitigar aquello que pueda perjudicar las capacidades más propias de las Fuerzas Armadas.

En materia de capacidades estratégicas no caben improvisaciones puesto que, cuando estas se deterioran, son muy difíciles de recuperar. Sería un error sobrestimar las posibilidades de “vuelta a los cuarteles” en los niveles operacionales normales, luego de un periodo en que las fuerzas militares han sido empleadas en tareas de seguridad en el plano interno. Esto puede llegar a ser crítico si se examinan otras situaciones que demandan la presencia de las Fuerzas Armadas, como los desastres naturales (terremotos, inundaciones, “mega incendios”), que exigen una participación cada vez más frecuente en tareas de apoyo y de protección ciudadana, a consecuencia de las limitaciones de los países de la región en materia de agencias y organizaciones especializadas en este tipo de emergencias.

Por otra parte, mientras no se reduzca la demanda de drogas ilícitas principalmente desde los países desarrollados, en particular de la cocaína, será difícil que en Latinoamérica se pueda minimizar de manera sustancial la acción de los carteles y redes delictuales. De aquí surge cierta inquietud frente a la posición de Estados Unidos, donde pareciera que no es posible adoptar una actitud más proactiva en el control del consumo interno, a pesar de que en distintas instancias sus autoridades han reconocido que todo el continente está siendo afectado por la violencia y la corrupción que se origina en el crimen organizado.

Por el momento, exista o no un “día después”, o bien persista la duda de si este tipo de tareas va a terminar siendo parte de los cometidos habituales de las Fuerzas Armadas, es indispensable hacer lo que podríamos llamar una “pausa estratégica”, para realizar una revisión, también estratégica, que permita visualizar, al menos, los cambios que ya han sido asumidos, sus alcances en cada una de las ramas de la Defensa, y establecer lo qué es necesario corregir en distintos niveles. Porque el problema principal no estaría en el empleo de los medios militares en forma excepcional en las tareas de seguridad interna, sino que emerge a partir de un conjunto de factores que inciden en el cumplimiento de las misiones, muchos de ellos ajenos a lo militar; entre estos,  las circunstancias en que estas se llevan a cabo; los plazos en que se desarrollan estas actividades con relación a las dotaciones disponibles; la realidad de los medios y agencias que deben cooperar; el grado  de congruencia del marco regulatorio con el contexto donde se opera, y el respaldo político y social.

Para los líderes militares el momento actual es un desafío mayor en su asesoría a la autoridad política, puesto que, por más que se declare la polivalencia de las Fuerzas Armadas, si las tareas de orden interior perduran, lo que se impondrá es un replanteamiento de la función Defensa. De hecho, el modelo de profesionalidad (explicitado o bien implícito), la doctrina de empleo, las dotaciones, la estructura orgánica y los medios de cada una de las instituciones armadas, no están orientadas hacia tareas de seguridad interna, salvo en situaciones de excepción y de carácter temporal.

En resumen, son muchas y de gran trascendencia las implicaciones que tienen las tareas de seguridad interna en las Fuerzas Armadas, pudiendo afectar tanto sus capacidades para la defensa externa, como también, en las actividades de apoyo al interior de cada país. El reto, como siempre, es mitigar los efectos negativos que se presentan y generar nuevas capacidades, porque de acuerdo con lo tratado, lo más probable es que el escenario se mantenga por un buen tiempo.

Pero, si existe algo indiscutible, es que las amenazas a la seguridad interna, entre estas, el crimen organizado, comprometen al Estado y a las sociedades, y demandan cooperación intrarregional. Por lo cual, cualquier análisis que trate de abordar estos temas es conveniente que comience aplicando la metáfora del iceberg, ya que es muy probable que lo que estamos observando sea una parte menor de un desafío bastante mayor. Por el momento, de cara al “día después”, pausa y revisión son acciones que se imponen, las que por difíciles que parezcan no conviene eludir.

Un aporte del director de la revista UNOFAR, Antonio Varas Clavel

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La Sumatoria de la Amistad. Antonio Yakcich Furche

                                                   La Sumatoria de la Amistad
                                                   Antonio Yakcich Furche
Fuente imagen: https://saludosdiarios.com/bella-amistad-compania-lealtad-frase/
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Juramento a la Bandera y Bendito Orgullo.

                                                    Juramento a la Bandera y Bendito Orgullo
                                                  Antonio Yakcich Furche
EL JURAMENTO A LA BANDERA
Señor Director:
Son tantas las noticias derivadas de los múltiples acontecimientos que a diario se viven en nuestro país, que tendemos a olvidarnos de aspectos, que si bien no son necesariamente noticiosos, son importantes por su trascendencia.
Entre estos últimos se encuentra un hecho ocurrido en el siglo XIX y que año a año recordamos, por cuanto está asociado a los más puros sentimientos nacionales, como el amor a la Bandera.
En la Concepción, 77 integrantes del Regimiento Chacabuco rindieron su vida, en defensa de los intereses patrios, legándonos un ejemplo que motiva año a año, que los nuevos integrantes de las Fuerzas Armadas juren a la Bandera.
Bueno sería que aquellos que no conocen la historia de los chacabucanos, leyeran al respecto, encontrarán que es inigualable a nivel mundial, además de ser impactante y con un alto contenido valórico.
ANTONIO YAKCICH FURCHE
Historiado

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